Seguramente no hemos valorado lo
suficiente la incidencia del escritor vasco en los autores canarios de su época
y en los posteriores. Pues Unamuno, al igual que Ángel Valbuena Prat, supo
poner hace mucho tiempo el acento en cuestiones fundamentales de nuestro
pensamiento: la lejanía, el modo de ser ensimismado, la sensación de dramatismo
y distancia que el mar suponía para nosotros, insulares de Canarias, hace ahora
un siglo. Tanto don Miguel como don Ángel pusieron el dedo en la llaga de
algunos de nuestros demonios particulares, los demonios de claustrofobia, de
encierro, que en cierto modo lastran o han lastrado la labor de los creadores
de las islas durante cinco siglos. Teorías que hoy, en pleno siglo XXI, entran
en una nueva perspectiva de contraste pues el mundo ha cambiado tan velozmente
que las Canarias de hoy tienen poco que ver con las Canarias de entonces, y por
consiguiente la labor del creador, incluso trabajando desde aquí, encuentra
otros modos de expresión propiciados por la tecnología, el avance de los medios
de comunicación, el progreso económico, la frecuencia y baratura de los vuelos
desde las islas al mundo. De este modo, la percepción del aislamiento y de la
maldición del mar no son las mismas hoy que aquellas que en su día apreció el
poeta ensimismado y dolorido que fue Alonso Quesada. Precisamente el que fuera rector de la Universidad de
Salamanca escribe a Rafael Romero, más conocido como Alonso Quesada, una carta
en la que dice: “Me es imposible olvidar a esa isla de tranquilidad y de afecto
y a los que ahí dejé. Es que … ¡basta! Le veo suspirando en su jaula, en su
isla –tanto la exterior y geográfica como la interior- y suspirando por
libertad. Y, créame, es mucho más dulce cantar enjaulado a la libertad que estar
libre y sin canto. Nadie canta lo que tiene.” Después de elogiar algunos poemas
de nuestro autor, así su “Oración de media noche” y su “Oración vesperal”, don
Miguel estima que “en jaula más grande sentiría usted mayor anhelo de libertad,
pues cuanto más se tiene, más se siente lo que falta.” Está claro que la
iglesia combatió a disidentes con pensamiento propio. Galdós, Unamuno y otros
recibieron los dardos de intolerancia. Alentados por la España vertical de la
postguerra algunos obispos los llamaron anticlericales, enemigos de la fe,
fustigadores de las esencias patrias. El Unamuno contradictorio y a veces
caótico, el provocador, el que se apuntaba a perdedor cuando se suma al bando
franquista en la guerra civil, el Unamuno desafiante y el vigilante tanto de
los errores de la República
y como los del bando alzado el 18 de julio. El Unamuno que se yergue en tutor
de Alonso Quesada, el que descubre el mar precisamente en Fuerteventura, el
autor que también es un poco nuestro. Pues en su destierro las islas lo
marcaron con el síndrome de aislamiento que como decíamos ya quedó atrás en
este mundo global.
También don Miguel varió mucho su
mirada sobre nuestro paisaje atlántico. Pues a raíz de su estancia en
Fuerteventura encontró alegría en el dolor, se sumergió en el Atlántico
liberador, regeneró las heridas. El mar ya no era tanto la maldición como más
bien era el elemento limpiador, sanador.
Claro que, como señalaba Bruno
Pérez en La Provincia, Unamuno y Galdós fueron digamos dos “bestias negras” de la Iglesia Católica
en los años de la postguerra franquista. Como anécdota, he de mencionar que
–teniendo yo unos 13 o 14 años- acudí a confesarme con la grave duda de si
había hecho bien en leer un texto unamuniano. No recuerdo si era Niebla o acaso
Del sentimiento trágico de la vida, lo cierto es que tuve la suerte de ir a dar
con un cura joven, impregnado del espíritu renovador que trajo aquel papa bueno
que fue Juan XXIII y del concilio Vaticano II. Y este cura joven me dejó
tranquilo cuando me dijo que no era malo leer a Unamuno. Menos mal, pensé. Pues
en aquellos tiempos de los primeros años 60 pesaba sobre la conciencia de los
jóvenes más de cien maldiciones.
Existe otra razón por la cual
Unamuno es tan querido en las islas. Y es el hecho de haberse preocupado por
nuestra realidad geográfica, social y creativa. Los 2000 kilómetros que
nos separan de Madrid eran en el primer tercio del siglo XX muchos más en la
vida real. Muy pocos se ocupaban de reconocer y de divulgar en la Península lo que aquí
hacían los poetas, los artistas, que trabajaban recibiendo el escaso eco que su
propia sociedad les proyectaba, y sin tener proyecciones en el exterior.
La
superación de este malditismo, y el reconocimiento posterior que han tenido
figuras como Tomás Morales y Alonso Quesada, ha sido un hecho muy positivo que
ha afianzado la a posteriori confianza de los creadores de las islas.
Por
lo demás, admiramos profundamente ciertas actitudes vitales y estéticas de don
Miguel. Su inconformismo, sus contradicciones incluso. Su angustia espiritual y
el dolor que le provoca el silencio de Dios, el tiempo y la muerte.
El
escritor sigue siendo polémico, pues cada año con motivo del homenaje que el 31
de diciembre rinde la corporación municipal de Salamanca frente a la estatua
del intelectual se ha visto alterado por diversos incidentes. Y es que Unamuno
nunca fue ajeno a la polémica; se opone a la monarquía de Alfonso XII y al
dictador Primo de Rivera, apoya inicialmente a la República y se va
desengañando ante la deriva de España que le lleva a ver en Franco a un
regeneracionista duro. “No me he convertido en un derechista”, dice. “No he
traicionado la causa de la
Libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que
el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré –pronto- y me lanzaré
a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un
solitario.”
“Venceréis,
pero no convenceréis”. Fueron sus últimas palabras en público, grabadas para la
historia. Condenado a arresto domiciliario, no pudo salir de casa hasta su
muerte. Pero los verdaderos creadores no mueren del todo, sino que su obra y su
ejemplo se prolongan en el tiempo, y por ello –de alguna forma- son inmortales.
Igual que le ha sucedido a Saramago, otro gallito de pelea, otro
inconformista.
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