lunes, 20 de julio de 2020

La "nueva normalidad" es poco normal


Un mundo de calles vacías por el coronavirus Covid-19 | EL PAÍSLas ciudades vacías, el planeta parado. Da la impresión de que nos han quitado el futuro, de golpe y porrazo el enemigo está presente en tantos frentes que hemos de acostumbrarnos a convivir con él. De la misma forma que aprendimos a coexistir con la violencia del terrorismo y otros males, ahora tenemos que aceptar que ya no vamos a poder hacer planes, ni proyectos, ni tener pequeñas metas. Pues siempre estaremos en manos del virus, de lo que él imponga.
En las islas hemos pasado de los casi dieciséis millones de visitantes al cero turístico. En verdad da pena visitar las costas donde se juntan los hoteles, los centros comerciales, los bares y restaurantes y ver que está bajada la persiana. Playas con menos gente de lo habitual, chiringuitos que no pueden servirte ni una caña. Y sobre todo da pena contemplar el parón de la industria de los servicios, esos miles de puestos de trabajo, y la escasa garantía de que el panorama cambie a medio plazo porque esta pandemia ha llegado para instalarse, y los rebrotes auguran lo peor. Aquí el sol y la playa son los únicos pilares de nuestra industria, y los aviones tardarán en llenarse con aquellas riadas de visitantes que incluso ya nos molestaban. Algo parecido sucedía en Barcelona o Venecia, lugares donde ya se daba una proliferación turística casi insoportable para los naturales del lugar, que ahora claman por el regreso a la vieja normalidad. Es decir, a los cruceros atiborrados, a los aviones repletos, a los hoteles, los restaurantes y los bares a pleno rendimiento.
Si en estos momentos el debate consiste en dos únicas salidas, nos quedamos muy tocados. ¿Más mascarillas y más confinamiento son las soluciones mágicas, puesto que la vacuna va a tardar? Si ya pasamos tres meses de encierro, va a ser muy poco digerible volver a las cuatro paredes de cada casa con las únicas salidas al supermercado, los guantes, el gel desinfectante, el distanciamiento social hasta la exasperación. ¿Y cómo hacer para contener los brotes que se multiplican aquí y allá, si los ciudadanos ya están quemados con tanta renuncia a la movilidad? El virus nos ha quitado un año para viajes e ilusiones, pero lo peor estará por venir: el 2021 también está en peligro. Las vacunas tardarán en llegar, y el negocio será para las farmacéuticas.
Lo peor sería corroborar que, después de tanto sacrificio y de tanta renuncia, el esfuerzo ha servido para poco puesto que los rebrotes saltan sin que las llamadas a la responsabilidad individual y colectiva sean suficientes. La economía planetaria patas arriba, y los peores vaticinios. Ni los políticos ni los que gobiernan los grandes intereses se ponen de acuerdo en arbitrar soluciones, es como si cada cual emprendiera aquel lema de sálvese quien pueda. Es lo mismo que sucede en la Unión Europea: los ricos del norte, calvinistas ellos, elogiadores del trabajo y del ahorro, desconfían de los pobretones del sur, en su mayoría partidarios de la Contrarreforma y del Papado que no supieron fortalecer sus economías más allá del elogio de la política cortoplacista, la mala gestión y las corruptelas habituales. Un debate de difícil solución, como se verá en los próximos tiempos. Y nosotros aquí pendientes de la subvención.
El homenaje a las víctimas estuvo ubicado dentro del ideal constitucional del laicismo, ausente de los antiguos recursos, los inciensos y las liturgias. Austero y funcional, aunque nunca sabremos cuántos muertos hubo porque los sistemas de recuento se han quedado en babia. Ahora habrá que reencontrar la lucecita que nos lleve al otro lado del túnel. Y el maldito virus riéndose de todos, porque algunos dicen que viene por el aire, otros piensan que se esconde bajo la alfombra para atacar cuando estamos desprevenidos. Y siempre previendo el próximo rebote, la oleada de septiembre, la oleada de noviembre, todas las oleadas que –ojalá me equivoque– están por venir.

domingo, 19 de julio de 2020

El rey emérito y la dulce Corina (El Mundo)

Juan Marsé, odiado por escribir en español

Muere Juan Marsé a los 87 años, el escritor que desnudó a la ...Ha muerto el gran escritor catalán Juan Marsé, a los 87 años. Novelista de la Barcelona marginal y barriobajera, es autor de Ultimas tardes con Teresa, Encerrados con un solo juguete, Si te dicen que caí (Premio Juan Rulfo en México), La oscura historia de la prima Montse y su obra más floja: La muchacha de las bragas de oro, con la que ganó el Premio Planeta. Fue Premio Cervantes en 2008 y su obra tropezó con la censura franquista. En sus últimos años fue vilmente  combatido por los independentistas catalanes, que no admiten que escribiera en español.

jueves, 16 de julio de 2020

"Silencio", de Octavio Paz


Biografia de Octavio Paz
Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

(Texto leído en el homenaje a las víctimas del coronavirus, Palacio Real, Madrid)

sábado, 11 de julio de 2020

Tres microrrelatos sobre escritores, de Elvira Navarro (1978)


El falso Coetzee
Elvira Navarro: «Tendríamos que entender que ni las personas ni su ...El falso Coetzee era un hombre que entró en una farmacia igualito que Coetzee, el premio Nobel de Literatura sudafricano, pero vestido con una ropa de deporte desastrada e incluso sucia, unas zapatillas raídas y unas extrañas gafas con doble cristal que le habrían dado aspecto de guardia civil si no fuera porque el cristal más externo no era oscuro, sino marrón clarito, casi transparente y colorido. El hombre miraba unos estantes con potitos, parecía costarle mucho la decisión de escoger un potito que se comería él, eso lo tuve claro. Era un hombre que comía potitos, y por momentos también era Coetzee, que estaba en España promocionando Siete cuentos morales. Y aunque las fotografías de Coetzee en la prensa le mostraban como un hombre pulcro, con una camisa blanquísima, refulgente, recién sacada de la lavandería del hotel, y una exquisita americana negra, o quizás azul marino, a mí no se me antojó raro que ese mismo Coetzee limpísimo llevara días deambulando por Madrid, vestido con un chándal y lavándose como los gatos. No me extrañó que el verdadero Coetzee fuera casi un mendigo, alguien que dejaba de cuidar de sí mismo en cuanto sus editores y su agente le dejaban a solas. El potito de fruta que el hombre cogió de la estantería me pareció la prueba definitiva de que se trataba, en efecto, de Coetzee, un vegetariano militante que seguro que estimaba que un potito era una buena merienda, y no sólo eso, sino que además le gustaba. Me pareció, en fin, que casaba con Coetzee el gusto por los potitos de fruta, y que había demasiadas casualidades, pues el hombre era idéntico al escritor si este llevara días vagando por la ciudad y durmiendo en alguna pensión modesta.
La mujer perdida en la presentación de un libro de Marta Sanz
Era una mujer perdida en la presentación de un libro de Marta Sanz. Pequeña y perdida y como si pudiera estar en otra parte, en otra presentación, o en una biblioteca queriendo recuperar el motivo que la había arrastrado hasta allí, sin duda importante, aunque no recordaba bien los libros que leía, ni los nombres de los autores, y todo el rato me preguntaba que como veía yo el mundo, la crisis climática, qué soluciones había. Soy bipolar, me dijo. Ahora estoy en fase depresiva. No soy capaz de fijar mi atención en nada y compro novelas sin parar. Era delgada, tenía 68 años, y a la vez que estaba en la presentación de Marta Sanz, buscaba el motivo por el que había llegado hasta allí y a cualquier otro lugar. Parecía a punto de desaparecer, de perder el rumbo de su vida definitivamente o de hacerse diminuta, transparente. Incluso de acabar en la suela del zapato de alguien, como un chicle. Pero esperaba que Marta Sanz le dijera si hacía bien estando allí.
Cervantes
El anciano de cara redonda y ojos redondos y mirada redonda no era capaz de pedir ayuda con la maleta. Por dos veces le escuché quejarse de su mano izquierda cada vez que trataba de colocar su equipaje. A la segunda, contó en alto y a nadie en particular la historia de aquella mano atrofiada: resulta que había luchado en la batalla de Lepanto. También tenía, aseguró, cicatrices por impactos de flechas. Unas cicatrices arrogantes y hermosas incluso en su cuerpo de viejo. Aunque se trataba de un loco al que no debía hacer caso, me enfadé. Me creí interpelada y acusada, puesto que pasé junto a él en el momento en el que se dispuso a agarrar su maleta y no le ayudé. Luego traté de averiguar si no sería una persona cuerda que esquivaba la habitual manera de pedir socorro para que reparásemos mejor en su circunstancia.

jueves, 9 de julio de 2020

Los dos reyes y los dos laberintos (minicuento de Jorge Luis Borges)


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Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

jueves, 2 de julio de 2020

La Bajada de La Palma será en el 2021


Una víctima más del coronavirus ha sido la Bajada 2020, y La Palma bien que nota la ausencia de visitantes, aunque se rompa la tradición lustral seguro que la celebración en el año próximo será memorable. Las fiestas de la Virgen de las Nieves suponen el encuentro entre la raíz de la cultura rural que define todavía mayoritariamente la esencia palmera y la cultura urbana, es decir de una parte la isla agrícola que fue destacada en azúcar, vino y tabaco, y de otra la ciudad de funcionarios, propietarios, rentistas, obreros portuarios y comerciantes. Las fiestas muestran son señales del pasado, de cuando la pequeña ciudad de Santa Cruz de La Palma suponía el encuentro de dos pensamientos bien diferenciados: de una parte el poder de las tradiciones y de otra parte el sesgo avanzado de una minoría comprometida con el progreso, la innovación, el debate liberal y republicano. El cura Díaz, ejemplo de un clero que deseaba nuevos horizontes, es un prototipo de esos dos mundos que en la Bajada supieron armonizarse.
La Bajada es entrañable, es aristocrática y decimonónica, y es un muestrario de sabiduría e ingenuidad; de una parte fidelidad a los ancestros y de otra ventana abierta al espíritu cosmopolita, recuperación de las raíces y cultivo de un estilo esteticista y aristocrático de la práctica cultural. Hay un aporte de destreza en los números circenses y de los acróbatas, hay un efecto de ingenuidad en el desfile de las pandorgas, una reminiscencia barroca en las loas y los carros, el diálogo entre el Castillo y la Nave, una cita a la exquisitez de las élites europeas con el minué. Baja el trono de plata por El Planto, hay romería, costumbrismo, sentir del pueblo llano, vino de las bodegas que aquí abundan, exquisito mojo palmero, papas arrugadas, nuestro queso de cabra tan elogiado y mucho folklore. Hay mascarones, es decir los clásicos gigantes y cabezudos, con significativos personajes locales. La Danza de Acróbatas en la calle es un esfuerzo de jóvenes, mientras que el festival dieciochesco recrea el espíritu del rococó. El Carro Alegórico y Triunfal, de honda raíz barroca, pregona la celebración, el Diálogo entre el Castillo y la Nave homenajea la gran literatura española. Cómo no recordar los nombres fundamentales de Antonio Rodríguez López y Luis Cobiella, dos impulsores de la fiesta tal como se entiende hoy.
Lo popular y lo elitista se dan la mano, y el verdadero golpe de efecto que recoge el ingenio de la isla es el omnipresente baile de los Enanos, piedra angular sin la cual el edificio dejaría de funcionar. Los Enanos son el símbolo por antonomasia de la Bajada, y la polca que los acompaña es la musiquilla más reconocible. Los Enanos son magia y maravilla, por muchas veces que los veamos los Enanos nos seguirán dejando con la boca abierta. Hay que agradecer también a quienes impulsan la fiesta la recuperación de antiguos eventos, como el de las poesías murales en la calle, en el que siempre hay una nutrida representación de los talentos literarios.
Y ahora de lo que se trata es de aunar fuerzas para conseguir que la Unesco pronuncie la declaración como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, pues esta celebración –que se remonta al siglo XVII- procuró ser el bálsamo ante las sequías, los volcanes, las plagas de langostas y toda la incertidumbre que suponía la condición de isla muy alejada, mal comunicada y con escasos bienes materiales. Una isla que tuvo privilegios de comercio, una isla con astilleros que fabricaban los veleros más rápidos hacia el Caribe, una isla que fue ilustrada y que tuvo su Siglo de Oro cultural, con una activa minoría de intelectuales, con un pueblo sencillo, campesino y artesano que muchas veces tuvo que hacer el viaje a las Américas. Y que en temporales y agonías siempre llamó a su Virgen de las Nieves porque –en caso de extrema necesidad- el Cielo siempre desciende en forma de milagro. Y, en realidad, en una era en que las creencias se van desvaneciendo, en La Palma siempre se han sabido conservar las costumbres que vale la pena conservar. Por eso la Bajada es multitudinaria, qué tiempos aquellos en que los paisanos de Venezuela venían en verdadera muchedumbre. Qué pena da hoy en día pensar que los dos países a los que debemos tanto –Cuba y Venezuela- padecen unas circunstancias tan desfavorables. Y cómo no acoger ahora a los hermanos latinoamericanos que buscan un futuro mejor en nuestra tierra.
De cualquier modo, la Bajada de 2021 sin duda será la mejor de la historia.
(Publicado en el número 3 de Lustrum. Gaceta de la Bajada de la Virgen de las Nieves)