jueves, 27 de junio de 2013

Sexo, vida y muerte: 13 poemas de Gonzalo Rojas


Gonzalo Rojas, chileno descomunal, a los 60 solo había publicado dos libros. A los 86 recibió el Cervantes, murió a los 93. Se dijo que “encarna el prototipo del poeta buscador, alguien que está siempre indagando el sentido de las cosas. Su poesía no admite prisas, requiere un paso tranquilo y sereno". Rojas agradeció el premio con un discurso en el cual defendió la espontaneidad, por ser la poesía un género literario que nace como por azar. “Los verdaderos poetas surgen de repente", afirmó. Y añadió: “Creo en la doble parentela, la sanguínea y la imaginaria, como dijo Cervantes". Criticó el ritmo acelerado, en estos tiempos acelerados, de algunos escritores, y el sinsentido de la simple "vitrina publicitaria": "Demórate demorándote todo lo que puedas. Prisa para qué. Este oficio es sagrado y no se llega nunca. Se escribe y se desescribe todo el tiempo".
Los surrealistas, Catulo, los místicos y César Vallejo son algunos de sus inspiradores. En su obra –erotismo y reafirmación de la vida- la poesía entabla diálogo con el misticismo español, con lo oscuro; contempla la mujer hecha cántico, plasma la carnalidad, la exacerbación de los sentidos, la vida frente a la muerte. Combate la injusticia social, condena el golpe de Pinochet de 1973, (su gran poema “Sebastián Acevedo”) se consolida como visionario lleno de energía, con un ritmo que no desdeña lo coloquial.

LOS AMANTES

París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, París, y esto es un día del 59 en el aire.
Por lo visto es el mismo día radiante desde entonces.
La primavera sabe lo que hace con sus besos. Todavía te busco
en ese taxi urgente, y el gentío. Está escrito que esta noche
dormiré con tu cuerpo largamente, y el tren interminable.

París, y éste es el fósforo de la maravilla violenta.
Todo es en el relámpago y ardemos sin parar desde el principio
en el hartazgo. Amémonos estos pobres minutos.
De trenes y más trenes y de aviones errantes nos cosieron los dioses,
y de barcos y barcos, esta red que nos une en lo terrestre.

París, y esto el oleaje de la eternidad de repente.
Allí nos despedimos para seguir volando. No te olvides
de escribirme. La pérdida de esta piel, de estas manos,
y esas ruedas terribles que te llevan tan lejos en la noche,
y este mundo que se abre debajo de nosotros para seguir naciendo.

París, y vamos juntos en el remolino gozoso
de esto que nace y nace con la revolución de cada día.
A tus pétalos altos encomiendo la estrella del que viene en los meses de tu sangre,
y te dejo dormir en la sábana. Pongo mi mano en la hermosura
de tu preñez, y toco claramente el origen.

SEBASTIÁN ACEVEDO

Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.

Sólo veo ahí llamear a Acevedo
por nosotros con decisión de varón, estricto
y justiciero, pino y
adobe, alumbrando el vuelo
de los desaparecidos a todo lo
aullante de la costa:  sólo veo al inmolado.

Sólo veo la bandera alba de su camisa
arder hasta enrojecer las cuatro puntas
de la plaza, sólo a los tilos por
su ánima veo llorar un
nitrógeno áspero pidiendo a gritos al
cielo el rehallazgo de un toqui
que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.

Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar
al muerto: curandero
de nuestras heridas desde Arauco
a hoy, casi inmóvil en
su letargo ronco y
sagrado como el rehue, acarrear
las mutilaciones del remolino
de arena y sangre con cadáveres al
fondo, vaticinar
la resurrección: sólo veo al inmolado.

Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o sosa
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla
por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.

EL HELICÓPTERO

Ahí anda de nuevo el helicóptero dándole vueltas y vueltas a la casa,
horas y horas, no para nunca
el asedio, ahí anda
todavía entre las nubes el moscardón con esa orden
de lo alto gira que gira olfateándonos
hasta la muerte.  Lo indaga todo desde arriba, lo escruta todo hasta el polvo con sus antenas
minuciosas, apunta el nombre de cada uno, el instante
que entramos a la habitación, los pasos
en lo más oscuro del pensamiento, tira la red,
la recoge con los pescados aleteantes, nos paraliza.  

Máquina carnicera cuyos élitros nos persiguen hasta después
que caemos, máquina sucia,
madre de los cuervos delatores, no hay abismo
comparable a esta patria hueca, a este asco
de cielo con este cóndor venenoso, a este asco de aire
apestado por el zumbido del miedo, a este asco
de vivir así en la trampa
de este tableteo de lata, entre lo turbio
del ruido y lo viscoso.

LA LOBA

Unos meses la sangre se vistió con tu hermosa
figura de muchacha, con tu pelo
torrencial, y el sonido
de tu risa unos meses me hizo llorar las ásperas espinas
de la tristeza. El mundo
se me empezó a morir como un niño en la noche,
y yo mismo era un niño con mis años a cuestas por las calles, un ángel
ciego, terrestre, oscuro,
con mi pecado adentro, con tu belleza cruel, y la justicia
sacándome los ojos por haberte mirado.

Y tú volabas libre, con tu peso ligero sobre el mar, oh mi diosa,
segura, perfumada,
porque no eras culpable de haber nacido hermosa, y la alegría
salía por tu boca como vertiente pura
de marfil, y bailabas
con tus pasos felices de loba, y en el vértigo
del día, otra muchacha
que salía de ti, como otra maravilla
de lo maravilloso, me escribía una carta profundamente triste,
porque estábamos lejos, y decías
que me amabas.
Pero los meses vuelan como vuelan los días, como vuelan
en un vuelo sin fin las tempestades,
pues nadie sabe nada de nada, y es confuso
todo lo que elegimos hasta que nos quedamos
solos, definitivos, completamente solos.
Quédate ahí, muchacha. Párate ahí, en el giro
del baile, como entonces, cuando te vi venir, mi rara estrella.
Quiero seguirte viendo muchos años, venir
impalpable, profunda,
girante, así, perfecta, con tu negro vestido
y tu pañuelo verde, y esa cintura, amor,
y esa cintura.
Quédate ahí. Tal vez te conviertas en aire
o en luz, pero te digo que subirás con éste y no con otro:
con éste que ahora te habla de vivir para siempre
tú subirás al sol, tú volverás
con él y no con otro, una tarde de junio,
cada trescientos años, a la orilla del mar,
eterna, eternamente con él y no con otro.

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

CONTRA LA MUERTE

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa.
No quiero ver ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día.
Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad
en mitad de la calle y hacia todos los vientos:
la verdad de estar vivo, únicamente vivo,
con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo.

¿Qué sacamos con eso de saltar hasta el sol con nuestras máquinas
a la velocidad del pensamiento, demonios: qué sacamos
con volar más allá del infinito
si seguimos muriendo sin esperanza alguna de vivir
fuera del tiempo oscuro?

Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.
Pero respiro, y como, y hasta duermo
pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme
de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo.

No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,
pero no puedo ver cajones y cajones
pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto
llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver
todavía caliente la sangre en los cajones.

Toco esta rosa, beso sus pétalos, adoro
la vida, no me canso de amar a las mujeres: me alimento
de abrir el mundo en ellas. Pero todo es inútil,
porque yo mismo soy una cabeza inútil
lista para cortar, pero no entender qué es eso
de esperar otro mundo de este mundo.

Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.

¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?

 ¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

DAS HEILIGE

Raro arder aquí todavía. ¿Vagina
o clítoris? Clítoris por lo esdrújulo
de la vibración, entre la ípsilon
y la iod delicada de las estrellas
gemidoras, música
y frenesí de la Especie.

Pero además
vagina sagrada, punto G, punto
de la puntada torrencial del
que se ama cuando se ama. Raro
arder aquí todavía

OSCURIDAD HERMOSA

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.

Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.

Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.

EL FORNICIO

Te besara en la punta de las pestañas y en los pezones, te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis, ¿qué más
te dijera por dentro?
                            ¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
                    ¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
                                          tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?

Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
                                riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas
estallantes como Pitágoras, te
lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
parara el sol,
fálicamente mía,
                                                            ¡te amara!
POR VALLEJO

 Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía.
Y le arrancó esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.

Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.

Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.

Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: —Todavía.

 RETRATO DE MUJER

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte. Por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que no me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz arcángel y una boca animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.

SIEMPRE EL ADIÓS

Tú llorarás a mares
tres negros días, ya pulverizada
por mi recuerdo, por mis ojos fijos
que te verán llorar detrás de las cortinas de tu alcoba,
sin inmutarse, como dos espinas,
porque la espina es la flor de la nada.
Y me estarás llorando sin saber por qué lloras,
sin saber quién se ha ido:
si eres tú, si soy yo, si el abismo es un beso.

Todo será de golpe
como tu llanto encima de mi cara vacía.
Correrás por las calles. Me mirarás sin verme
en la espalda de todos los varones que marchan al trabajo.
Entrarás en los cines para oírme en la sombra del murmullo.  Abrirás

la mampara estridente: allí estarán las mesas esperando mi risa
tan ronca como el vaso de cerveza, servido y desolado.

miércoles, 26 de junio de 2013

¡Basta ya a las energías deplorables!

José M. Balbuena Castellano

Frase, o sentencia: "España va a pagar caro esta "vendetta" contra la eólica". Esto lo decía hace poco, en una entrevista que le hacía Thiago Ferrer en El País al consejero delegado de la Asociación Europea de Energía Eólica (EWEA) el danés Thomás Becker. Señalaba  que las energías fósiles (petróleo, gas) reciben ayudas "más que las renovables". Añadía que no entendía como la Unión Europea no aprecia que la energía eólica es una fuente de empleo y que Europa tiene un producto verde que puede exportar. Se  preguntaba:  "¿A qué esperamos".
Yo, modestamente, formulo la misma pregunta. Resulta que Canarias y España puede exportar tecnología relacionada con energías renovables y, sin embargo, determinados políticos del actual gobierno apuestan más por energías que se consideran, no sólo  obsoletas, sino, además, contaminantes y esclavizantes. Las mismas empresas automovilísticas no se atreven a fabricar prototipos que no utilizan combustibles polucionantes,  aunque algunas de ellas ya cuentan con vehículos propulsados por energía eléctrica, solar,  o de otros combustibles inocuos para el medio ambiente. La actitud de ciertos políticos de nuestro país no nos extraña nada porque están habituados a amoldarse a sus propios intereses o compromisos y contra la desfachatez de algunos, no hay quien pueda luchar. Además,  nuestra legislación no contempla  el castigo para quienes actúan de esta forma. Para los que prevarican, para los que utilizan el nepotismo, o el tráfico de influencias y demás irregularidades. De ahí su impunidad.
En Canarias, por ejemplo, hay gente que se opone a que haya tranvías o trenes de cercanías movidos por electricidad. Preferimos las guaguas o taxis que utilizan el dañino gasoil o la gasolina  y dejan su fatal secuela en nuestros pulmones, en nuestra salud y entorno. Nos cuesta trabajo desprendernos de  ciertas tradiciones, especialmente cuando son rentables para determinadas empresas o industrias. Lo más curioso es que el argumento que exponen, generalmente, los que se oponen al ferrocarril, se refiere al impacto medioambiental, cuando aquí nadie se ha preocupado casi nunca de preservar el entorno y la naturaleza.
Volviendo al asunto de las energías alternativas el señor Becker manifestó que el sector eólico está en crisis, porque se tiene la idea "preconcebida de que las energías renovables son algo en lo que se debe invertir en los buenos años, mientras que cuando vienen mal dadas hay que recortar e ir a lo seguro". Sin embargo, asegura que la industria eólica es casi tan competitiva como la tradicional, ya que le está arrebatando cuota de mercado a los combustibles fósiles.
Por otro lado,  señaló que las energías fósiles y la nuclear reciben seis veces más ayudas que las renovables, cuando debería ser al revés. Se está subvencionando a las que más contribuyen  al peligroso calentamiento global,  o atentan contra nuestra salud,  mientras que las de vanguardia, son marginadas. El mundo al revés.
 Precisamente, hablando de Canarias, el señor Becker  indicó que  traer combustible aquí "es mucho más caro que instalar una central eólica". Añadió que "si hay una malla eléctrica desarrollada, la eólica puede resultar más barata que el gas o el carbón". Actualmente los países que han desarrollado más las energías alternativas son Argentina y Suráfrica.

martes, 25 de junio de 2013

Murió Luis Cobiella

A los 88 años ha muerto Luis Cobiella Cuevas, intelectual de primer orden: profesor, músico, poeta, compositor, químico. Un hombre comprometido con su isla, La Palma, con sus fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen de las Nieves. Un Premio Canarias, el primer Diputado del Común que hubo en esta tierra. Un espíritu renacentista e ilustrado, un hacedor de cultura. Un hombre generoso y atento. Las referencias a un hombre del Renacimiento son constantes a lo largo de su vida. "El último humanista", dijo el alcalde de Santa Cruz de La Palma, Sergio Matos, que “supo unir en su persona, como los antiguos hombres del Renacimiento, la pasión por las ciencias, las artes y las letras”. “Un gran estudioso de todo y un pensador impregnado del espíritu universal que poseían los intelectuales del Renacimiento”, dijo de él, en su ingreso como Académico Numerario de la Real Academia Canaria de Bellas Artes, Lothar Siemens. Su trayectoria vital así lo confirma. Sus intereses fueron desde su licenciatura en Ciencias Químicas por la Universidad de La Laguna a sus estudios de Música, de Historia y Humanidades o de Idiomas a nivel particular. Al margen de sus conocimientos, todos los que tuvieron la oportunidad de compartir y disfrutar su amistad, también parecen coincidir al destacar su afabilidad, sencillez, bondad y honradez en su carácter y comportamiento, así como su enorme generosidad y su continua labor pedagógica.

El monasterio de Silos y la eternidad del gregoriano

Recorriendo Castilla estábamos escuchando la radio. Castilla es seca y profunda, está hecha de batallas, solajeros y nieves. De Castilla me gustan sus viejas ciudades, sus catedrales y monasterios, el enorme patrimonio artístico, sus ruinas de otro tiempo, su gastronomía. Íbamos por carreteras secundarias y el locutor dijo que dentro de cinco mil millones de años el sol estallará sobre sí mismo y engullirá al planeta Tierra y al resto del sistema solar. Quizá sea entonces el instante supremo del Juicio Universal que nos cuenta la Biblia. Cinco mil millones de años es una cifra tan pavorosa que resulta inimaginable. ¿Cómo sería la Tierra un minuto antes de la gran explosión que la volvería a convertir en un agujero negro, en un pozo sin medida, en la nada más absoluta, en el instante previo al Génesis? ¿Todavía quedará aliento antes de que la vida conocida se extinga para siempre jamás? ¿Habrá una nuevo gran estallido similar a la que presuntamente originó la vida en el universo hace también varios millones de años, el llamado Big Bang? Preguntas y respuestas que parecen de ciencia ficción.
Todo esto puede llegar a ser poco inteligible. Igual que la famosa relación espacio-tiempo que manejan los matemáticos. El espacio y el tiempo son también relativos, y esa posibilidad de viajar a otros espacios y a otros tiempos se nos antoja algo tan sobrehumano que nuestra mente –algo fatigadilla por tal cúmulo de posibilidades- no logra entenderla. Pensando todo esto un anochecer Rosario Valcárcel y yo llegamos a Santo Domingo de Silos, provincia de Burgos, un monasterio con el claustro románico mejor conservado de España y una treintena de monjes que interpretan el canto gregoriano con una perfección que da gusto oírlos. Por Aranda de Duero se come un lechazo espléndido en cualquier mes del año, y también da gusto caminar estas carreteras, con la única tristeza de observar que algunos años se marchitan los cultivos.  Aquí en Silos el paisaje es sobrio y severo, aunque la arboleda dibuja los bordes de su cauce el río Mataviejas lleva cuatro gotas mal contadas. Desde arriba hacia abajo y de un costado hacia el otro hay iglesias medio derruidas, pueblos abandonados y otros que se mantienen gracias a la inmigración. Escuchamos los últimos cánticos de la noche, Completas, sombras, espectros, una conjunción perfecta de voces. A  la mañana siguiente madrugo para percibir el modo en que –en la iglesia en penumbra– los monjes de Silos afrontan el nuevo día. A ellos seguramente no les preocupa que dentro de unos cuantos millones de años no quede ni una mota de polvo de este instante sublime y etéreo en que elevan sus voces suaves, acompasadas, casi femeninas. Hace un tiempo una multinacional extranjera decidió grabar un disco con esas mismas voces y fueron hasta número uno en varios países. Pero a estos monjes les da igual, tal vez porque ellos mismos son eternidad.

lunes, 24 de junio de 2013

La monarquía, poco edificante

La Casa Real no es tan popular como se pensaba. El comunicado oficial de La Zarzuela señala que los silbidos y otras recientes manifestaciones de repulsa cuando aparecen en público sus miembros son producto de la crisis económica. Pero debe ser que hay algo más: entre la castigada ciudadanía poco a poco se va manifestando un sentimiento de distancia y hasta de olvido. Y es que resultaría obvio que la monarquía está lejos de la gente. Y que no se solidariza con los que sufren. Y que es poco transparente. Y que da poco ejemplo ético. Y que la justicia la protege hasta límites insoportables, ya que últimamente en nuestro querido país los fiscales son aliados de los presuntos delincuentes, sus mejores abogados defensores. En definitiva: la monarquía empieza a ser percibida como un problema.

Con la crisis, menos sexo

La crisis económica afecta a muchas cosas. Las estadísticas más recientes señalan que la esperanza de vida está disminuyendo en España, nacen muy pocos niños, se incrementa la mortalidad, que casi iguala a los nacimientos, y es que en el actual estado de depresión colectiva están descendiendo las ganas de vivir de parte de la población. Éramos líderes en fracaso escolar y con las medidas del ínclito ministro Wert nos aseguramos el fracaso para varios años más. Los desahucios han forzado al suicidio a personas en riesgo, aunque no hay estadísticas el fenómeno no habrá llegado a los suicidios de Grecia. Claro que la Troika no se está quietecita, y sigue amenazando con la necesidad de recortar las pensiones, privatizar la sanidad, eliminar las becas, rebajar los salarios y todo lo demás. Debe ser que los jubilados de aquí cobran demasiado, que nuestro salario mínimo es demasiado elevado y que los seguros médicos han de consolidarse como excelente negocio. A este respecto, el filósofo Emilio Lledó ha dicho que lo que estamos viviendo actualmente es una tercera guerra mundial sin fusiles. Hasta en Turquía y Brasil, países emergentes con abundante mejora en la economía, han llegado las protestas y la insatisfacción de quienes se ven privados de derechos sociales y de derechos políticos.
También parece que, pese a la permisividad de las costumbres y al incremento de los denominados “juguetes sexuales”, la crisis afecta de manera clara a las relaciones sexuales de las parejas y son cada vez más frecuentes las personas que acuden a las consultas de los sexólogos por sufrir falta de deseo sexual, disfunción eréctil o anorgasmia. Así lo asegura el médico de familia y sexólogo Froilán Sánchez, que preside el Comité Organizador de las primeras Jornadas Nacionales de Salud Sexual de la Sociedad Española de Atención Primaria, en Valencia. "Hay una clara evidencia científica de que una vida sexual satisfactoria redunda de forma muy positiva en la vida de una persona", ha afirmado Sánchez, quien además ha destacado que las personas con una vida sexual sana "gozan de mejor salud". A juicio del especialista, tener relaciones insatisfactorias por problemas sexuales o de pareja "redunda en problemas físicos tanto de la área de la salud mental como de la cardiovascular".

domingo, 23 de junio de 2013

Fantasmas

Aquella mañana de lunes, al director del programa de Radio Nacional le dio por formular un reto extraño: quería llamadas de los oyentes sobre los sucesos más raros e inexplicables de sus vidas.
Era un propósito confuso, pues generalmente es durante la programación nocturna cuando se convoca a los misterios.
Pero pronto empezaron las llamadas de gente que contaba hechos insólitos: accidentes que debieron ser mortales sobre los que descendió la mano de algún ser protector. Sombras de niños fallecidos que alguien lograba divisar en una función de teatro al lado de adultos que no podían reparar en ellos. Ánimas que volvían del Purgatorio para pedir las misas gregorianas. Percepción súbita de la muerte de un familiar a miles de kilómetros.
La centralita de la emisora se bloqueó rápidamente. Gracias a la pericia de las telefonistas logró entrar la voz de una anciana guiada por la desesperación. Como siempre, los oyentes efectuaban una llamada, explicaban su caso y las secretarias hacían una rápida valoración sobre el interés de lo narrado para pasarlo a antena. El número desde el que cada cual efectuaba la comunicación quedaba registrado para proceder en su caso a la rellamada.
─¡Necesito localizar urgentemente a mi hijo Lorenzo, al que no veo desde hace mucho tiempo. En la policía me han quitado las ilusiones, y si me está escuchando le pido que por favor me mande una señal de que está bien!
La chica dudó; en realidad no se trataba de un programa sobre personas desaparecidas. Pero algo le dijo que debía hacer la comprobación, y tal vez darle entrada.
Lo más extraño vino casi cuando terminaban. Era la voz de un chico de unos veinte años que había puesto la emisora mientras se dirigía hacia Bilbao. Su enfado era evidente: estaba muy molesto porque alguien había llamado a la radio imitando la voz de su madre, que había fallecido cuatro años atrás.
Entonces el locutor palideció, pues cuando de nuevo desde la centralita marcaron el número saltó una grabación automática explicando que no correspondía a abonado alguno.
Supo que hay voces capaces de salir a la luz sin que ellas mismas sean conscientes de cuanto les sucede. Igual que de pronto en pleno cruce de caminos te abordan rostros que ya creías olvidados. Los recuerdos se impregnan en la mente, y nadie los puede arrancar de allí, y viajarán contigo incluso cuando salgas de este lado del espejo.

sábado, 22 de junio de 2013

Ginés Lao Mendoza dirigirá la película sobre la poeta palmera Leocricia Pestana Fierro

Ginés Lao Mendoza, de profesión vigilante de seguridad privada, compañero de Intersindical Canaria de Gran Canaria, ha escrito cuatro libros de los que hasta el momento ha conseguido publicar ya dos de ellos, bien acogidos.
Aunque él se considera fundamentalmente un vigilante de seguridad más, el oficio de escribir ha calado tan hondamente en su personalidad que ya se define a sí mismo como “el vigilante escritor”. No en vano, dedica gran parte de su tiempo de descanso a emborronar papeles, que luego transforma en libros como: “Desde mi ansiedad”, su primera obra literaria, así como “Ansiedad. Más allá de la frontera”, que ha presentado en diversos locales culturales.
Su deseo de escribir surge cuando, tras largos años sufriendo de ansiedad, se considera curado de este síntoma o enfermedad, al que se enfrenta y supera como si de un reto vital se tratase, con el deseo de que, con la relación de sus vivencias, pudiera ayudar a otras personas que estuviesen pasando por los mismos o parecidos trastornos.
La vivencia de su “enfermedad” alteró profundamente su vida, afectando no sólo a su estabilidad emocional sino que también, con ello, se trastornaba su relación con las personas de su entorno, que sufrían con él. Por esto, se lo planteó como una lucha personal, como una barrera a vencer, a superar, asumiendo la parte de su contribución en la génesis de sus problemas, aprendiendo a “cambiarse a sí mismo” para poder mejorar.

También en la escritura encontró refugio y remedio a su ansiedad, la que da título a su libro. Finalmente ha conseguido publicar su obra, pasando por todas las dificultades que cualquier escritor novel transita hasta que ve cumplido su sueño: visitar editoriales, recibir buenas palabras que esconden negativas, largas esperas y decepciones, buscar salida en la autoedición, asumiendo los costes que ello implicase y, finalmente, distribuir su obra artesanalmente, de librería en librería, de local en local, superando así las dificultades de cualquier escritor que empieza.
La lucha por el reconocimiento de su obra tiene éxito al fin, siendo presentada en lugares representativos de nuestra sociedad como en El Círculo Mercantil o en La Casa de la Orden del Cachorro Canario. En la isla de La Palma conoció al también escritor y hombre de teatro Juan Calero en el Teatrino de San Andrés y Sauces, y también desarrolló un acto de presentación en el Centro de Día de Barlovento.

Felizmente, Ginés Lao -conocido también como El Vigilante Escritor- se dispone a rodar la película sobre Leocricia Pestana (Santa Cruz de La Palma, 1853-1926) ya que es el autor, director y guionista de este proyecto cinematográfico titulado “Leocricia, la poetisa blanca” que será puesto en marcha en La Palma en los próximos meses. Él es quien prepara este proyecto.

viernes, 21 de junio de 2013

Ritos y supersticiones en la noche de San Juan

Plomo al fuego derretido
en el agua lo echarás,
con la figura que forme
 lo que ha de ser te dirá (...

Salten niñas, saltaderas,
fuego del señor San Juan,
la que no se salte el fuego
soltera se quedará. (...)

En esta canción, “Sanjuanito”, de Juan del Río Ayala, cantada por el grupo Los Sabandeños, se recogen las principales supersticiones amorosas de la noche de San Juan.
¿Por qué en Canarias existe una cierta inclinación hacia lo mágico? Por nuestros cruces culturales, por ser una sociedad de mestizaje. Además se constata que históricamente tuvimos pocos médicos –en la ciudad de Las Palmas sólo lo tenía la gente principal: el obispo y los corregidores, el inquisidor y los aristócratas de los mayorazgos- por esta circunstancia florecieron los curanderos que conocían los rudimentos del arte de la sanación. La noche de San Juan incorpora prácticas de adivinación sobre la vida, los amores y la muerte. Se observa el agua de un estanque o un aljibe, de una palangana o de un vaso para concluir –según esté clara o turbia- si el futuro será bueno con nosotros. Se pone agua con pétalos de rosas y se deja al sereno, o para pronosticar si habrá lluvia en el siguiente año se escriben los nombres de los doce meses, se les echa sal y se dejan al aire libre para que la humedad nos indique cuáles serán los meses de lluvia. Las predicciones relacionadas con el amor se utilizaban para saber si el futuro esposo será pobre o rico, conocer su profesión o desvelar si sus intenciones son las de casarse o sólo divertirse. Para ello las jovencitas usaban elementos cotidianos, como papas, frutos, granos de trigo, bolas de pan, claras de huevo, etc. San Juan era, asimismo, propicio para rituales de curación, y las plantas medicinales debían ser recogidas justo esa noche. Los niños herniados debían ser curados al alba de cada 24 de junio, mediante la ceremonia de pasarlos por el mimbre. Los curanderos conocían las plantas, manejaba los objetos y ejecutaban las ceremonias invocando siempre la fe religiosa, la vida de Cristo y los santos, el evangelio, las oraciones y el apoyo de los apóstoles, de los cuales San Juan era el predilecto.
Por otro lado nuestro lenguaje tiene ecos de poesía y de simbolismo, porque muchas veces hablamos por ocultación, lo cual en cierto modo supone un ejercicio mágico. Aunque constituimos una sociedad en rápida transformación nos queda cerca el mal de ojo, el arreglo del pomo, la isla de San Borondón, supuestas casas poseídas por ánimas como la de Tacande en La Palma, las leyendas de la luz de Mafasca en Fuerteventura y la luz de El Time, también en La Palma, el sorteo de los santos cuando no llueve, etcétera. Hemos carecido de ciencia y por ello recurrimos a una cultura popular en la que aparecen arcaísmos. Nuestra configuración como sociedad que nació de diversos aportes, hace pervivir creencias y usos aborígenes, como las tibicenas o perros de la noche, la sangre de drago, los ritos de invocación al sol o las ceremonias dedicadas a propiciar la lluvia, como la fiesta de La Rama de Agaete. A las islas llegó también el influjo de judíos y moriscos expulsados de la Península, de los esclavos negros traídos del Golfo de Guinea y Cabo Verde y de los artesanos portugueses que dirigían las labores en los ingenios; vinieron agentes del comercio de toda Europa y familias que trajeron costumbres mediterráneas, y otras de Galicia que añadieron elementos celtas; además de todo ello, hicimos el camino de ida y vuelta con América.
En esta época del año los pueblos primitivos configuraron ritos relativos a la luz, la fecundidad y la resurrección de la naturaleza. El verano supone el estallido de la vida, la recolección de las cosechas. Hacia el 21 de junio la declinación del sol con respecto al ecuador es la máxima y los días pasan a ser más largos que las noches. Sabemos que los guanches tenían ceremonias de adoración al sol, al que ofrecían vísceras de animales para propiciar la buena fortuna en la recolección del cereal. El pueblo llano ha ido conservando ciertos procedimientos que incorporan el subconsciente de la tribu, la liturgia desarrollada en la cueva neolítica cuando el primer hombre, para propiciar la caza, dibujaba las piezas que deseaba obtener, pensando que de este modo le sería más fácil apresarlas.
La posesión del fuego, junto con la fabricación de herramientas, marcaron el inicio de la humanidad. Prometeo lo robó para darlo a los hombres. Prometeo fue, pues, el primer dios humanizado, que impartió el conocimiento y sobre todo enseñó a moldear, a construir, esculpir, trabajar los metales.

El humo que produce la hoguera en la que arden muebles, vestidos viejos y desechos de la casa tiene –al igual que el aroma del incienso de los hindúes, los budistas y los cristianos- una acción positiva: es como si se desvanecieran los malos recuerdos y quedasen protegidas las casas, los sembrados, los animales domésticos. San Juan era, en el Tenerife rural, el tiempo de iniciar los baños de mar, no sólo para las personas sino también para los rebaños de cabras, los caballos, mulos y otros animales, que eran purificados en tal fecha. Viera y Clavijo dice que en El Charco Verde de La Palma acudían los enfermos a bañarse justo por San Juan. En Icod, Tenerife, existe la tradición de los “hachitos” de trapo empapados en petróleo, una procesión nocturna con danzas y la imagen de San Juan, mezcla de paganismo y cristianismo ya que se funde la llegada del verano con el ceremonial católico. En Agulo, La Gomera, existe la tradición de los “piques” o pugna verbal entre los barrios, también en la noche de San Juan.
Para los cronistas, la recogida de las cosechas o Beñesmén aborigen sería algo más tardío que San Juan. Según Mármol Carvajal, en 1573, “los antiguos africanos de Berbería fueron todos ydólatras y adorauan el sol y el fuego”. En opinión de Hermógenes Afonso de la Cruz, las hogueras que los guanches practicaban a finales de junio en honor al sol, fueron cristianizadas tras la conquista. Según el historiador Marín y Cubas, “entre el 21 y el 22 de junio, los  primitivos canarios hacían fogaleras y llamaban a los magos, que eran los espíritus de sus antepasados.” Para Pedro Gómez Escudero, citado a su vez por Francisco Morales Padrón, los canarios “llamaban a los magos, que eran los espíritus de sus antepasados, que andaban por los mares y venían allí a darles aviso cuando los llamaban, y veíanlos en forma de nubecitas” En el Atlas de Marruecos hombres y mujeres realizan la misma ceremonia: rodean la hoguera, saltan la primera humareda que se eleva y exclaman: ¡Cualquiera que sea el lado hacia el cual tú deseas inclinarte, oh humo, muéstralo” Se observa la dirección en la cual el viento conduce el humo y sacan los presagios; el año será malo si se inclina hacia el oeste y el norte, bueno si se dirige al Este, al poniente. En relación con esto ciertos sectores de las islas conmemoran el llamado Achún Magek, con que se iniciaría el nuevo año en la noche del 21 de junio. Se rompe un gánigo y se queman frustraciones, se salta sobre las cenizas y se pide que el año venidero traiga salud, progreso para rebaños y cosechas. Luego se realiza un baño en el mar.
La noche de San Juan, con todo el ritual del fuego, sigue vigente entre nosotros.

Inch Allah: cine sobre Palestina

Inch Allah es una película canadiense que obtuvo el premio de la crítica en una reciente edición del festival de Berlín. Una joven médico atiende a mujeres embarazadas en Cisjordania. El muro construido por Israel oculta una realidad difícil: mucha gente ha de vivir removiendo la basura para obtener algo. Esta cinta nos habla de las dificultades de la convivencia, el mundo de los perdedores. Hecha con dinamismo y sensibilidad es mucho más que un documental al uso. Por ejemplo, nunca la violencia es mostrada en directo. Tan solo se insinúa. La propia protagonista vive un asomo de relación amorosa con una joven israelí, alistada en el ejército. Una película inteligente sobre un drama de difícil solución, interpretada por personajes que viven en su vida cotidiana este conflicto tan viejo, tan eterno. (Multicines Monopol)

jueves, 20 de junio de 2013

El monstruo iluminado

En estos mismos días hay una imagen que se repite en los telediarios y que suele producir pavor: se trata de la mirada del presunto monstruo José Bretón. Presunto porque hasta que el jurado no dé su dictamen hay que aplicarle la presunción de inocencia. Pero es tal su frialdad, es tal la arrogancia de su voz y tal es la altivez de su mirada que produce escalofríos. Dicen que la defensa va a alegar inválida la prueba de que los huesos hallados en la finca son los de sus hijos; se basará en cualquier triquiñuela legal. Por ejemplo: asegurar que los huesos fueron manipulados y que no son los reales. Pero ya solo ver esos ojos fieros produce escalofríos. Realmente, hay gente perversa caminando por la calle todos los días. Pero es difícil reconocerla de antemano. ¿Y si le caen 40 años? ¿Y si lo dejan libre? Nadie olvidará todo el daño que ha hecho. Como en el caso Marta del Castillo, igual que en tantos otros.

Dos poemas y un gran relato de Anelio Rodríguez Concepción

Anelio Rodríguez Concepción es uno de los valores más sólidos de la literatura escrita en Canarias. Doctor en Filología Hispánica y profesor de lengua y literatura en secundaria, es poeta, autor de libros de relatos cortos, ensayista y pintor. Entre 1995 y 2005 dirigió la revista La Fábrica (Miscelánea de arte y literatura). En los últimos años ha compaginado esporádicamente la escritura con la pintura, no en vano es sobrino de Francisco Concepción, el retratista de La Caldera de Taburiente. Entre otros reconocimientos, ha ganado el premio Ciudad de Santa Cruz de Tenerife con un libro de cuentos y el Tiflos, convocado por la ONCE, con su libro El perro y los demás. Recientemente ha publicado Vigilias, en la colección Atlántica de Ediciones Idea. La iniciación de Anelio en el mundo de la literatura fue muy significativa: de chico ejercía de lector en una fábrica de puros. Ya se sabe que La Palma es casi Cuba, por la intensa emigración del pasado, por la agricultura, por la gastronomía, por el lenguaje y la querencia poética incluso. Los textos de Anelio son incursiones en lo fantástico, un derroche de imaginación, el reino de lo sutil, lo inteligente y lo emotivo. Y la poesía de Anelio, en su último libro, es una crónica de la ausencia, de lo que se fue. La lluvia / parda de mis abuelos, / ese gozo del agua / cayendo hasta la boca del patio (…) no existe, / ya jamás / sino aquí / adentro. La sombra de la memoria, el regusto de la infancia. La poesía de Anelio parece sencilla, directa, pero encierra muchos mensajes. La fugacidad de la vida, el pragmatismo urbano: ¿Pero quién se llevó y adónde / el terrible redoble de los gallos / y el cruce de sus ecos en cascada / contra la madrugada imperceptible? La vigilia esencial, ese conjuro casi religioso, es por el gran ausente, el protagonista del epílogo: Mi padre solía soñar que volaba / sobre las casas y los bosques, / y yo ahora suelo soñar que vuela / y vuela a cada instante, / con su batín de cuadros… Poesía como torrente necesario, respiración del alma, alimento emocional. El libro, pese a su humilde aspecto, contiene mucho material. El insomne contempla su alrededor, se ve a sí mismo, radiografía sus desolaciones, los sueños y las pesadillas. Un hombre, / según refieren viejas crónicas, / sueña que toma impulso / y se arroja a los vientos / llevado por las alas del pájaro de barro / que cada cual arrastra como puede. Como era de prever, los cuadros de Anelio son muy literarios en sus azules, en sus cumbres, en sus perfiles de la naturaleza insular. Ese mar hondo que nos sepulta y nos saca a flote de vez en cuando nos remite a su verso: Y la gaveta de la mesilla está llena de mar, / de aquel mar, / aquella negra playa de la infancia…




ERA UNA TARDE pobre
en la que se hizo ópalo
el lunar de tu cuello.
Y tú, una ciruela tan madura,
que te picotearon todos los pájaros.
Y cuando partiste
y yo partí el cielo en dos,
y la calle era una feria
de anuncios y guaguas gestantes,
se hizo una noche rica.
Así de sencillo.

                          SUEÑO

Mi padre solía soñar que volaba
sobre las casas y los bosques,
y yo ahora suelo soñar que vuela
y vuela a cada instante,
con su batín de cuadros,
ah,
su bonhomía,
su diabetes,
papá,
ven,
lo llamo,
sueña que lo sueño
y sonríe
sobre la almohada doblada,
sobre las casas,
mi padre,
ven,
sobre los bosques,
a la luz de una bombilla lee, página
tras página, hora
tras hora, lee
El rayo verde, lee
El coronel no tiene quien le escriba,
las Memorias de Chaplin,
qué sé yo,
y le paso la hoja,
y huelo su almohada,
qué prodigio,
nada huele tan bien como su almohada,
nada en el mundo.



                 El perro
  
                            A Víctor Erice

 
De repente, desde la penumbra, aquella insólita vaharada. Aquel tufo a saco húmedo.
   Aún acogotado por el frío de la noche, no pudo evitar que el corazón diera una vuelta de campana. Antes de sacar el llavín de la cerradura, notó la congoja en su propia voz al mismo tiempo que le sobrevenía un escozor punzante en todas y cada una de las raíces del cabello.
   Pero qué es esto, dijo.
   Otro en su lugar hubiera vuelto a la acera con un portazo. Pero si se mantuvo clavado en el umbral no fue por valentía, ni por curiosidad. En un gesto inconsciente alimentado por la costumbre, tanteó la pared con la mano izquierda hasta pulsar el interruptor de la luz. Entonces lo vio.
   Echado en medio del zaguán, con la cabeza inmóvil sobre el suelo, el perro resoplaba una baba blancuzca mientras su lomo trepidante crecía y decrecía como el fuelle que aviva un rescoldo.
   Transcurrieron dos o tres minutos de silencio compartido, frente a frente. Al principio no se atrevió a pasar por encima del animal, no fuera a revolvérsele con rabia o con temor. Esperó a que la bombilla se apagase sola y volvió a encenderla. Daba la impresión de que el temporizador de la luz, en el arranque de su estrepitoso tictac, había empezado a tocar a rebato, del sótano a la azotea.
   Socorro, murmuró con amarga ironía.
   Era muy tarde para esperar la llegada de ningún vecino. Por asco más que por precaución, jamás se hubiera atrevido a mover, ni tan siquiera a tocar, aquel despojo maloliente. Además, sin duda al menor esfuerzo se reproducirían las molestias en el estómago, esas certeras punzadas que desde hacía unas semanas le recordaban de forma intermitente cómo y por dónde se ensañan los achaques de una edad incierta.
   El perro lo miraba con párpados cansados, enarcando sus cortas y anchas cejas de viejo fumador de pipa, como queriendo decirle que no podía más, que le echase una mano, que le diese el tiro de gracia, por favor.
   Alzó el codo para fijarse en el reloj de pulsera. No iba a quedarse allí toda la noche. De cualquier forma, tarde o temprano tendría que subir y al fin y al cabo resultaría inútil salir en busca de ayuda. Los coches pasaban de largo sobre los charcos del pavimento.
   Ya sé que no puedes más, le dijo al perro y se le acercó con cautela.
   Tras un infinito instante de titubeo, sin perderle la cara dio dos pasos hacia atrás. Pegando los omoplatos al panel de los buzones, levantó la rodilla derecha despacio, muy por encima del rabo tembloroso, para desplazar y asentar la planta del pie, como un péndulo, al otro lado, junto a la esquina del ascensor. Luego repitió la operación con la pierna izquierda, igual que un equilibrista que demora su tránsito sobre la cuerda floja sin inclinar la cabeza. En el trance llegó a susurrar la palabra “tranquilo”.
   Superado el obstáculo, apretó varias veces el botón del ascensor, como si le fuese la vida en ello. Al apagarse de nuevo la luz, el aliento entrecortado del perro se tornó fosforescente.
   Una gota de sudor cuello abajo redobló la desgarradora sensación de suciedad en su propio cuerpo. La cabina traía en el parsimonioso descenso un fulgor de ángel custodio.
   Mierda, dijo al sentirse a salvo.
   El perro gris, derrumbado en la misma posición, sólo intentaba mover la oreja en señal de algo que escapaba a la lógica del miedo. Era un bicho imponente, por su tamaño y por su pelambre de rata.
   Con un ligero temblor en la papada, hizo sonar las llaves para que Marta le respondiese, como siempre, desde el cuarto de la tele. En cambio se oyó un repiqueteo de agua en el fregadero de la cocina.
   Ha llamado Luis, le dijo Marta con tono suave.
   ¿Y qué tal?, preguntó de lejos, doblando el abrigo sobre el respaldo de un sillón.
   Hoy expulsó a un chico de clase y el director lo llamó a capítulo.
   Ah.
   Llamó a capítulo a Luis, sabes.
   ¿A Luis?
   Resulta que no se puede expulsar a ningún chico del aula.
   ¿No?
   Está prohibido. Por ley.
   Pues sí que.
   Envuelta en la bata rosa, sentada junto a un lateral de la nevera, Marta fumaba uno de sus insípidos Fortuna Lights. Marta es de las que cuando se ensimisman con el cigarrillo en los labios emiten un grave y granuloso zumbido nasal de afirmación. Él nunca ha sabido qué encuentra de repulsivo en ese dulce tic, ese dulce y breve zumbido de quien saborea a gusto cada bocanada como si retuviese un caramelo blando entre la lengua y el velo del paladar.
   ¿Hay café?, le preguntó desde el cuarto de baño.
   Quedará una taza.
   Marta apretó la colilla contra el fondo del cenicero y, sacudiendo los fósforos en su cajita, anunció que se iba a la cama y que en la despensa había bizcocho fresco, y le pidió que se acostara pronto y no dejara nada encendido como la otra noche, que así vienen luego los recibos de la luz, como los de un palacio.
   Él no se enteró porque en ese momento, absorto sobre el lavabo, se enjabonaba las manos a conciencia. Temiendo que aquel olor del zaguán se le hubiese adherido a la piel y a los huesos, e incapaz de encender el ruidoso calentador sólo por no molestar a los vecinos del a y del ce, se lavó los brazos y la cara con agua fría.
   ¿Me sirves una tacita?, preguntó al otro lado de la puerta, pero Marta ya se había metido bajo las sábanas, con los ojos abiertos, fijos en las vetas de la madera del armario. Suele dormirse buscando en esos caprichosos dibujos el contorno de alguna figura emparentada con las sombras de las paredes.
   ¿Marta?
   Ella seguía despierta, aunque para el caso daba igual. Una vez acostada, ya puede el mundo venirse abajo. A esa hora exacta reposa la mirada sobre la puerta del armario como lo haría una recién nacida. Como un pez.
   Marta, insistió él, ahora en la cocina y sin esperar respuesta.
   La cafetera se había enfriado a un lado del fregadero. Sobre el café flotaba una lámina de espumilla ácida.
   Sin ánimos para prepararse nada, comió una teta de pan con mermelada de limón y volvió al lavabo para cepillarse los dientes.
   Siempre espera delante del televisor encendido, con las pantorrillas en alto y los talones unidos sobre un taburete. Al acabar la última edición del telediario, se engancha a una película de detectives o a un programa presentado por personajes extravagantes que levantan la voz más de la cuenta. Luego no le queda otro remedio que retirarse al dormitorio. Para entonces Marta anda sumergida en el primer sueño, resollando sin energía. Aunque por fuerza se ha habituado al compás de sus suaves bufidos, a veces en un arranque de inexplicable maldad la toca con el dedo en el hombro para que calle o cambie de ritmo o se voltee. Ella no se entera pero acata la orden con un murmullo que desprende olor a jarabe.
   Esos Fortuna Light…, le dice en tono de reproche, aprovechando que no lo escucha ni está para chácharas. La palabra “light” la pronuncia con un lado de la boca levantado. Nadie odia tanto el rastro de tabaco como un antiguo fumador.
   Dobló la almohada y ladeó la cintura apenas medio palmo por si volvían las molestias en el estómago. A pesar de no tener a mano las gafas, le hincó el diente a un crucigrama blanco. No le importa dejarlos a mitad, ilegibles por el exceso de tachaduras, en el mejor de los casos para retocarlos a lo largo de la mañana siguiente. En cuanto la cosa se complica, los abandona y los cambia por la lectura del suplemento dominical del periódico. Como buenamente puede dosifica el suplemento a lo largo de la semana, página a página, madrugada a madrugada; tanta variedad de temas e imágenes aturde un poco pero por eso mismo ayuda a pasar la noche en blanco. Sin embargo este crucigrama parecía asequible y mal que bien le iba saliendo. El crucigrama blanco no es ninguna bagatela. Desde el principio hay que averiguar por dónde acaba, más o menos, la palabra en horizontal para ver si la supuesta casilla negra que la acota coincide con la de la columna vertical que se le acerca perpendicularmente. Eso requiere su técnica y su tiempo. En cualquier caso cuenta la intuición, más incluso que la experiencia. La intuición o la sagacidad de quien simula no tomarse muy en serio el potencial de su propia memoria.
   De pronto, antes de aceptar que ya se hacía inevitable la primera tachadura, entrecerró los párpados un instante para recrear en la mente la figura escuchimizada del perro. Del rabo al ancho hocico. No se le había ido de la cabeza. Imposible. Aquella especie de fardo húmedo acalorando y volviendo irrespirable la entrada del edificio.
   Mal rayo lo parta, ¿hasta cuándo podrá resistir con ese jadeo?, se preguntó apoyando la palma de la mano izquierda en el enrejado de las costillas.
   Recordó el pelaje gris verdino, y el iris de los ojos, color caoba.
   Como los del Coronel, se dijo con un respingo.
   Ah, el viejo Coronel, caramba, cuántos años.
   Sí.
   Dios mío.
   Coronel, aquí, aquí, le ordenaba Paquito (eso es, Paquito, Paquito Porrúa), y el Coronel se le acercaba con sumisión. Por eso en el barrio todos, chicos y grandes, llamaban mi general a Paquito, a sus órdenes mi general, vamos al cine mi general, hasta mañana mi general, y Paquito siempre respondía con un punto de orgullo que en el fondo era rechifla, si no con un punto de rechifla que en el fondo era orgullo. Y cuando silbaba parecía silabear con fuerza “Coronel, aquí, aquí”, por lo que enseguida, qué envidia, desde no se sabía dónde, acudía el Coronel por el centro del callejón, con la lengua de fuera. Qué habrá sido de Paquito Porrúa, mi general. Qué rumbo tomaría. Un verano su familia se trasladó al sur, eso comentaban, y desde entonces, hace cuarenta y tantos años, no, no puede ser, la Virgen, claro que sí, a ver, veinte, treinta y cuarenta largos, parece mentira. Mi general. El padre de Paquito llevaba el reparto del mercado en una Austin con volquete de madera. El padre de Paquito. Con una colilla de puro debajo del bigote fino. De cuando en cuando nos subíamos al volquete de la furgoneta en marcha y nos manteníamos agachados, para que el padre no nos viera, y antes del cruce de la avenida saltábamos. Mientras tanto, el Coronel nos perseguía al trote.
   De derecha a izquierda, ciudad amurallada de Cataluña. Llamados así por su poco amor al trabajo. Conjunción copulativa y, más allá, otra.
   Una Austin con los faros delanteros ahuevados. El volante de casi un metro de diámetro. Cómo tronaba al arrancar con su nube negra. A un lado del cuentakilómetros empezaba a despegarse la estampa de la Pilarica y al otro la foto de Sara Montiel con medio rostro tapado por aquel paipai ribeteado de plumas.
   Le costó incorporarse. Con los dedos de los pies buscó las zapatillas en el suelo y a tientas se dirigió al cuarto de baño para mojarse los párpados y enjuagarse la boca con un buche de agua que sabía a cloro y demás demonios. De vuelta al dormitorio, guiado por el lejano aplique del pasillo, se puso la camisa y los pantalones por encima del pijama. Después, con el abrigo sobre los hombros, salió al rellano de la escalera. Para que la puerta no crujiese al cerrarse, en un mismo impulso giró el llavín y la atrajo hacia el tope del marco de madera hasta dejar el pestillo a la altura del cerrojo, donde lo encajó despacio. Obviamente hacía mucho tiempo que este tipo de operaciones había dejado de ser una novelería para él. Tanta discreción, sin embargo, resultó inútil porque al momento el ascensor deshizo el silencio con su rechinar de cadenas.
   Mientras bajaba, encandilado por el tubo de neón de la cabina, frotó la palma de la mano contra el pecho, intentando frenar los latidos del corazón.
   Esto es ridículo, se reprochó a sí mismo, observándose las ojeras en el espejo del ascensor, e imaginó qué le diría Luis si se lo encontrase a esas horas y con esa pinta, no entrando sino saliendo de casa. Venga ya, papá, por favor, pero a qué estás jugando.
   Abajo el zaguán seguía a oscuras. Al pulsar el interruptor, sólo se escuchaba, en su cuenta atrás, el metrónomo de la caja registradora de la luz.
   Pero bueno, exclamó contrariado.
   Allí no había ningún perro. Ni tumbado ni de pie. Ni en el hueco de la entrada ni en los primeros peldaños de la derecha.
   El aire cargado podía evocar la presencia y aun la ausencia de un ser inquietante e innombrable, pero eso tampoco sorprendería a nadie en aquel sombrío espacio de tres metros cuadrados donde lo normal es que el ambiente se vicie cada vez más a lo largo del día. La señora de la limpieza se hace cruces y jura por su madre que no hay nada que pueda contra la humedad de esa atmósfera corrompida, y para que la crean todos, el primer viernes de cada mes deja en un rincón del zaguán una botella de lejía vacía. Quizá haya caños defectuosos bajo las baldosas. O en el hueco de la pared. Quién sabe.
   Cuando se disponía a abrir la puerta de la calle, sintió frío en los tobillos: llevaba puestas las zapatillas del dormitorio. Dio media vuelta y tomó de nuevo el ascensor.
   Esta vez rebuscó en la zapatera hasta encontrar las botas de suela de goma. Se manchó la mano con el exceso de grasa de caballo en las punteras. Por dentro estaban cálidas, como las de un excursionista recién llegado del monte. Se las calzó haciendo doble lazo en los cordones para reforzar la presión de los calcetines de lana. Luego se puso el jersey de pico y se abotonó el abrigo hasta el cuello.
   Bajo un momento, le dijo a Marta en voz baja, desde el recibidor, a punto de salir de puntillas.
   Por toda respuesta resonó desde el cuarto un ronquido tenue e irreal.
   Enseguida estoy aquí, añadió a modo de vieja fórmula de superstición doméstica, convencido de que ella no se iba a enterar de nada.
   De no volver a tomarlo, seguramente el ascensor hubiera quedado allí, de guardia, hasta el amanecer. En el edificio ya casi nadie trasnocha y, que se sepa, el único que se levanta temprano, lo que se dice temprano, es el hijo de doña Nieves, que trabaja en el aeropuerto.
   Volvió a mirarse en el espejo de la cabina. Ahora se palpaba los cachetes. Su flacidez contrastaba con la aspereza de los ángulos de la barbilla sin afeitar.
   Le brotó de los labios una palabra suelta, escupida como un chicle:
   Coronel.
   Por una perversa asociación de ideas, primero buscó entre los contenedores de basura en la esquina de la primera calle que baja, y luego entre los de la siguiente, y más allá en los otros. Así hasta donde acaban los cruces, frente a la puerta trasera de La Dolores. No sin mirar antes a todas partes, en especial a las ventanas de los edificios más cercanos, al llegar a la altura de los contenedores se agachaba agarrando el faldón del abrigo para que no rozase la mugre de la acera y el asfalto, y sin demasiada convicción, de cuclillas, con el cuello torcido, pretendía hacer audibles unos besos al aire y un silbido de llamada que por supuesto no transmitían confianza ni familiaridad.
   Cuando por fin hubo acabado el itinerario y sus escalas, de pie al fondo con los brazos en jarras concibió la posibilidad de repetir la estrategia husmeando, en sentido contrario, entre los coches aparcados al otro lado de la calle en una interminable fila india. Pero lo que en realidad hizo fue darse media vuelta y entrar en La Dolores convocado por la neblinosa música que superaba una doble hoja de madera y cristal entornada.
   Bajo el estruendo de los altavoces, la clientela se maceraba ajena al frío exterior. Rozándose los hombros todos con todos, cada cual se aferraba a su vaso medio empañado. A medida que avanzaba a trancas y barrancas, se sintió observado con indiferencia. Antes de alcanzar la barra, apuntó con el índice hacia donde se encontraba una insignificante hilera de botellas de vino. Al verlo acercarse en medio del barullo, la chica del delantal sirvió Marqués de Cáceres en una copa helada.
   Gracias, dijo, y tomó el contenido completo de la copa con dos únicos tragos.
   Antes de sentir ningún síntoma de acidez en el estómago, levantó el mismo índice y la chica, comprendiendo, volvió a servirle.
   Tomó de golpe otros dos tragos y recorrió la dentadura con la punta de la lengua.
   Lo soliviantaba la cercanía de tanta muchachada pródiga intercambiando sílabas, riendo porque sí, removiéndose el flequillo.
   Otra, pidió.Los botellines de cerveza entrechocaban en algún rincón ominoso, acaso detrás del mostrador.
   Sin esperanza buscó alrededor el gesto de un cara conocida. Al menos podía encontrarse con algún amigo de Luis. El recorrido de su mirada sólo se detuvo en las facciones de cera de las chicas más guapas. Una de ellas tenía los agujeritos de la nariz como dos marcas inverosímiles, de tan cortas y estrechas.
   Por favor, volvió a pedirle a la camarera, que andaba de un lado a otro.
   Se maravilló con la variedad de rojos que titilaban dentro de la copa mientras volvía a llenarse de vino.
   Empezaba a sentir, allá a lo lejos, un eco del dolorcillo expandiéndose bajo los huesos del tórax. Podía tratarse de un amago breve, como tantos otros. O no. A lo peor la cosa se recrudecía. El viernes anterior había estado a punto de ir en taxi a Urgencias, pero si no se decidió fue porque, de todas formas, conserva un arsenal de calmantes en la gaveta de la mesilla de noche.
   Oiga, llamó a una pareja de municipales que se le acercaban lentamente en su coche azul.
   Buenas noches, qué se le ofrece, le dijo el que conducía.
   Verá, es que busco un perro.
   ¿Perdón?
   Que busco un perro.
   Un perro.
   Sí, un perro pitañoso, gris, grande, más o menos grande. Quizá usted sepa…
   El guardia percibió los efluvios del alcohol y miró de reojo al compañero, que permanecía ausente, vuelto hacia su ventanilla, leyendo la letra pequeña de un bloc de notas.
   Lo siento pero la verdad es que llevamos una hora larga dando vueltas por toda esta zona y no hemos visto ningún perro, señor.
   Vaya.
   ¿Es suyo el perro?
   No.
   No es suyo.
   Seguramente no tiene dueño. Supongo que es un perro vagabundo.
   Ah, bueno, en ese caso tendría que llamar mañana a la oficina de servicios sociales.
   ¿Mañana?
   Por la mañana.
   Esta noche debí haber llamado a algún veterinario. Pero no lo hice, no me pregunte por qué. El perro estaba enfermo, tumbado en el zaguán, soltando una baba extraña.
   Comprendo.
   Una pena.
   ¿Quiere que lo acompañemos a su casa, señor?
   No, no. Muy amable. Vivo aquí cerca.
   Bien.
   Buenas noches.
   Buenas noches.
   Se dio cuenta de que unos metros más adelante, con el coche en marcha a paso de tortuga, el guardia que iba al volante lo espiaba con insistencia por el espejo retrovisor.
   No eres mi niñera, le dijo con la mirada al policía, que enseguida dobló hacia la derecha.
   Tanta explicación para nada. A los municipales les traen sin cuidado estas cosas, dedujo. Jamás se ha visto a ningún municipal cargando un perro de esos, ni un gato, ni nada. Qué sabrán ellos.
   Tomó por el centro de uno de los callejones transversales, revisándolo todo, como un barrendero que se deja la escoba por detrás y no da con ella y arrastra los pies y maldice en voz baja.
   No debe andar muy lejos, apenas podrá moverse, pensó, de regreso al portal de su edificio, con la palma de la mano, aprensiva, sobre el vientre.
   Eh, cuidado, le gritaron unos jovenzuelos que venían hacia él en un Golf geteí dando inútiles acelerones, rumbo al infierno.
   Asustado, tropezó de espaldas con el escaparate de una pequeña librería. La misma música estridente de La Dolores retumbaba desde el interior del Golf.
   Cuidado ustedes, les respondió.
   De popa parecía un Renault de dos puertas o cualquier otro por el estilo, desde luego más pequeño y más estrecho que el Golf. El de Luis es más ancho, y tiene los cristales ahumados. Y el tubo de escape lleva como remate una ostentosa pieza de acero que reluce bajo el parachoques.
   Eso sí es un Golf, dijo.
   A pocos metros, alguien había dejado entreabierta la puerta de otro local lleno de humo y gente. Al reconocer el dibujo del letrero, se metió las manos en los bolsillos y escupió sobre la acera.
   El camarero lo recibió con sorpresa y desgana:
   Usted a estas horas.
   Vengo de una fiesta familiar, dijo, sin importarle que se notara que estaba mintiendo.
   Tomó una copa de tinto levantando arrogante el meñique. Al momento, sólo con dirigir los ojos hacia la botella de Paternina, exigía más de lo mismo.
   A la tercera o a la cuarta copa se le enrojecieron las orejas e indicó, poniendo un punto y aparte:
   Vale así.
   Mientras por los altavoces crecían los traqueteos de una rumba, salió a paso corto, entre involuntarios empujoncitos, sacudiendo el monedero en la mano, para marcar ritmo, como si fuera una maraca llena de perdigones.
   Las corrientes de aire gélido de la calle lo ayudaron a recordar que por la tarde, en vez de vino, había tomado un par de güisquis con soda.
   Oye, perdona, no habrás visto por aquí un perro gris, le preguntó a un muchacho que pasaba solo, con el cuello de la trenca levantado.
   ¿Cómo dice?
   Gris, y grande, lo menos me llega a la altura de la rodilla, añadió.
   Con la suficiencia de quien desentraña un acertijo, el muchacho se limitó a parpadear y siguió andando.
   Oye. Pero oye.
   De nuevo a solas, girando sobre sí mismo entre dos coches aparcados en batería, supuso que Luis habría reaccionado igual que este cantamañanas de la trenca. Venga, papá, pero qué perros ni qué gaitas.
   Y tiene los ojos de un marrón claro, especificó tambaleante, vuelto hacia un muro, buscando en los bolsillos del pantalón y del abrigo una tarjetita con el número del móvil de Luis, ¿por qué no?, tampoco era tan tarde y por allí cerca había una cabina bien iluminada.
   ¿Dónde la habré puesto?, repetía, estrujando el fondo de los bolsillos, simulando no sentir esa molestia en el estómago, siempre la molestia, la punzada en el mismo punto, dale que dale.
   Con el abrigo desabotonado, notó que todo el viento húmedo del mundo se le agarraba al pecho como una planta trepadora. Empezaba a dudar si en verdad no estaría soñando o incluso si no se habría perdido en uno de los sueños de Marta, cuando por sorpresa entreabre los párpados y dando vueltas bajo las sábanas suelta lastre en un azaroso fraseo con sordina.
   Otros tres coches pasaron casi pegados en dirección a la rotonda, haciendo rugir infantilmente sus motores. A contraluz empezaba a llover sobre los árboles de la plaza.
   La vena gruesa del cuello le latía y le latía. Se llevó dos dedos a la boca. Quería silbar con fuerza.
   Ya ante la puerta abierta de la calle, un pie dentro y otro fuera, con su mirada hendió aquella penumbra que se apretaba al otro lado del umbral. Y al fin dijo balbuciente:
   Coronel, aquí, aquí.
  
[El perro y los demás, 2004]
 
 
 
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