Remedando
la magistral obra teatral de Arthur Miller, podríamos concluir que es confuso
el panorama que se divisa desde el puente. Por ejemplo: ¿hubo rebelión o más
bien hubo sedición el día del referéndum desautorizado? ¿Cuántos años tardarán
los tribunales europeos en dilucidar si se registró violencia por parte de los
convocantes o por las fuerzas policiales del Estado? ¿Quién será capaz de
soportar las soporíferas jornadas del juicio del año, las llamadas a los
testigos, las intervenciones de las defensas? ¿Y saldrá una opción clara y
viable de las urnas el 28 de abril o por el contrario será el nuevo comienzo de
las grandes dudas? Tantas cuestiones nos confunden. Los mesías están sueltos en
las calles, predican fieramente como si fueran gurús que se saben todas las
cosas, y recordamos la ocasión en que Artur Mas se tiró al monte pidiendo una
mayoría amplia para la autodeterminación, y lo que sucedió fue que en esa
ocasión su partido perdió 12 diputados en el parlamento catalán. Según todos
los síntomas, los líderes del “procés” tienen criterios bastante enfrentados a
la hora de analizar la situación creada y las posibles salidas del laberinto.
Todo esto viene a cuento respecto a la pregunta de si los partidarios de la
independencia ya cuentan con la mayoría suficiente para imponer su criterio
frente a quienes están callados o se reservan su voto si es que llega la
proclamación de un referéndum. Y es que ahora corremos tiempos de intolerancias
y posicionamientos poco dispuestos a establecer negociaciones que conduzcan a
fórmulas viables de convivencia. Abundan los políticos mediocres, sin otra idea
que permanecer en el cargo.
Alguna
vez hemos oído que España es un país de derechas y por lo tanto era previsible
que tarde o temprano llegara la confluencia de las tres formaciones de ese
signo que van a tratar de llegar a la presidencia del gobierno. Tras la muerte
del dictador hubo cuatro mandatos en que el Partido Socialista ganaba
holgadamente las elecciones, de aquella época perviven las figuras de Felipe
González y Alfonso Guerra, y luego vinieron etapas de sana alternancia, que
definitivamente en eso consiste la democracia. Honradamente, pienso que España
no es de derechas ni de izquierdas sino que buena parte de los votantes en
realidad andan buscando el espacio de centro, pues el centro significa
moderación y deseos de entendimiento. Es lo que supo ver Adolfo Suárez, el
político de alto nivel que tuvo mucha visión de futuro y sin embargo fue
sacrificado por sus propios delfines. Suárez permanece en la memoria colectiva
como un ejemplo de político honrado y puesto al servicio de nobles ideales. Está
claro que, ahora mismo, en un extremo y
en otro hay mucho voto del descontento social, son miles, acaso millones de votantes
radicalizados y por eso se dio en su momento el auge de Podemos y en el otro
extremo de la balanza se nos viene encima la estruendosa la irrupción de Vox en
el Congreso de los Diputados. Habrán visto la gran disparidad de las encuestas
que se están dando a conocer, en las que a la formación de extrema derecha
tanto le conceden 6 diputados como le asignan 20 e incluso algunas proyecciones
llegan a adjudicarle 45. Habría que preguntarse si tanta encuesta que circula
por ahí tiene base real o quienes las elaboran padecen algún síndrome. Es muy
aventurado adelantar las posibles coaliciones, porque la impresión más común
estima que el bloque de las derechas y el bloque de las izquierdas tendrían
difícil llegar a la mayoría necesaria para gobernar, y para ello van a
necesitar en cualquier caso el apoyo de los partidos nacionalistas como el PNV
y los independentistas catalanes, así como también precisan del apoyo de los
minoritarios como Coalición Canaria y Nueva Canarias.
Como
los líderes políticos son personas tocadas por la autosuficiencia y la soberbia,
manifiestan ya evidentes intolerancias. Además, parece arriesgado que un
partido anuncie desde ahora que nunca pactará con este o aquel, ya que después
de las generales vienen las locales y autonómicas, y en estas hemos visto
arreglos muy variopintos en función de cada circunstancia concreta. Por
ejemplo, el PSOE y Ciudadanos han conformado gobiernos locales y regionales
aunque ahora ya Ciudadanos anuncia que bajo ninguna circunstancia volverá a
pactar con Pedro Sánchez, lo cual en buena lógica supondría que se negará a
pactar con los socialistas allí donde lo necesite. En realidad, en nuestro país
no se da todavía la cultura del pacto que tan frecuente es en otros países,
acostumbrados a gobiernos de coalición en los que a veces se da el caso de que
el presidente de gobierno está adscrito a la fuerza más pequeña. La capacidad
de negociación todavía no está muy asentada entre nosotros y además están
asomando las proclamas de exclusión. Algunos partidos piden contundencia frente
a moderación, voto útil frente a dispersión del voto. Pero también se estima
que una buena parte del electorado se mantiene indeciso en cuanto a la opción
elegida, y son los últimos días de la campaña los que determinan que se decante
hacia un lado o hacia otro.
Como
estamos en tiempos de persianas bajadas –eso es lo que sucede cuando se produce
un adelanto urgente de las elecciones, y máxime en esta legislatura tan breve-
nos damos cuenta de que muchas cuestiones trascendentales se han quedado en el
alero: la reforma laboral, la reforma educativa, la muchas veces anunciada
reforma de la Constitución, el encaje del asunto territorial, y un largo
etcétera. Asuntos que requerirán pactos muy complicados para salir adelante o
ser definitivamente abandonados si del 28-A no salen mayorías claras. Hay temas
tan importantes como la educación que desde hace mucho tiempo deberían haber
sido motivo de un pacto de Estado, igual que la reforma laboral y tantas otras
cuestiones de mucho calado. Otra de las propuestas que se quedó sobre la mesa
fue la regulación de la eutanasia, que fue aprobada por el Congreso a finales
de junio del año pasado con el rechazo del PP y con el cambio de intención de
Ciudadanos a última hora, pasando de la abstención al voto favorable. La
proposición de ley del PSOE implicaba regular la eutanasia como un nuevo
derecho individual que se convierta en una prestación en la cartera de
servicios del Sistema Nacional de Salud. Los mayores de edad con una enfermedad
grave e incurable y los discapacitados graves crónicos podrían recibir ayuda
del sistema público para morir cuando la iniciativa superase los trámites
parlamentarios habituales.