Querido Miguel:
Disculpa que me dirija a ti con tamaña familiaridad, pero –por llevar cuatro siglos en el Parnaso- te has
convertido en un ser inmaterial, una especie de maestro o tutor que nos
contagia a todos de una inusitada fuerza, de una razonable locura. No en vano
ya perteneces al mundo superior de los espíritus iluminadores casi en la misma
medida que los santos, y por lo tanto puedes ser invocado con la misma devoción
que ellos.
En La Mancha tenía que ser donde
te figuraras las andanzas trágicas, filosóficas y cómicas de Don Quijote y
Sancho con su Dulcinea y su boticario, la biblioteca de caballeros andantes,
una buena tropa de barberos y clérigos. En ese páramo horizontal a las que les
cuesta trepar hacia las serranías y rectas larguísimas a través de las cuales
apenas contemplas planicies de secanos, cultivos de cereal, viñas y olivos;
allí donde los arroyos van secos y los ríos no tienen cauce, en esa enorme
planicie que va desde Consuega a Campo de Criptana, de Puerto Lápice hasta El
Toboso, de Argamasilla de Alba a Las Lagunas de Ruidera, desde Almagro a
Villanueva de los Infantes, donde algunos ubican el lugar de tus héroes. Hemos
recorrido algunos de tus caminos, atravesamos pueblos blancos, tan silenciosos
y despoblados que parecen muertos, nos apartamos de las rutas principales para
indagar desde la cueva de Montesinos hasta la de Medrano, donde dicen que
estuviste preso y concebiste la genial idea de echar a andar al Caballero de la Triste Figura con la
increíble intención de deshacer entuertos, defender a los débiles y combatir la
ignorancia que en aquella España originaba episodios de vergüenza, de algunos
de los cuales no nos hemos alejado del
todo a pesar de los siglos transcurridos.
En La Mancha , en esa especie de
isla agachada y casi invisible como San Borondón, donde los humanos casi no
están, donde incluso los perros parecen dormitar a la entrada de los caseríos,
donde las mujeres cruzan sin querer observar al forastero, donde la España rural sale al encuentro
con su carga de crueldades y renuncias. En la vastedad de un territorio donde
palpas la insularidad de una forma impensable, una sensación de estar fuera del
mundo que resulta sorprendente. En la famosa Venta donde Don Quijote fue armado
caballero, y te encuentras una pareja de profesores norteamericanos de español,
tan empeñados en seguir tus huellas y las andanzas de tus personajes que
percibimos tu universalidad a la vez que un cierto complejo de ignorancia. Pues
estas gentes algo rudas pero sabias en refranes y usos populares que viven en
los pueblos y las aldeas de Castilla-La Mancha están contagiadas de tu
espíritu, poseen tu misma vibración pero ¿acaso han leído tus aventuras y
desventuras?
Mucho me temo, querido Miguel de Cervantes, que unos
y otros no estemos a la altura. Una vez más han inflado presupuestos para
saraos y divertimentos sin saber muy bien para qué. Mejor dicho: para salir en
el telediario e inmortalizarse en la foto, que tanto les encanta a los
profesionales de estas cuitas de la apariencia. Pues los anglosajones, más
prácticos y aplicados, conocen al dedillo las citas de ese otro gran escritor
del universo que es William Shakespeare, quien por cierto entró en el paraíso
de inmortales el mismo 23 de abril que tú lo hiciste. Con la diferencia de que
ellos manejan las citas de su gran autor como si fuesen salmos de la Biblia. Y en cambio
¿cuántos de nosotros hemos tratado de penetrar en ese mundo tuyo, más rico y
abigarrado de lo que parece?
Los
territorios de La Mancha
son páramos de escasos encuentros, vacíos cruces de caminos pues sólo andan por
estos lugares criaturas de ficción, seguramente más sabias que las de carne y
hueso pero más difíciles de localizar. En Argamasilla de Alba, por ejemplo, nos
costó Dios y ayuda ubicar tu huella. Nadie estaba enterado, hasta el punto de
que nos decían que preguntáramos en el ayuntamiento. Y así nos ha ocurrido en
otros senderos, poco señalizados. En definitiva: La Mancha aguarda su
redención, que ojalá también sea la tuya, y a partir de entonces puedas crecer
en las conciencias de este pueblo sufrido, resignado, tosco y levantisco,
desconfiado pero amigo de vivir la calle en cualquier momento del día y de la
noche, con ganas de dormir la siesta pero también de comunicarse hablando hasta
por los codos con el prójimo que acaba de conocer, un pueblo de hidalgos
venidos a menos y de Sanchos enriquecidos por los servicios turísticos de
la noche a la mañana, un pueblo de
insolidarios en el que cada cual que se las ventila como puede, sangres mezcladas
con el ardor de invasores fenicios y griegos, romanos, visigodos, árabes,
judíos y cristianos viejos. Un pueblo que muchas veces se dejó seducir por
intolerancias pero con brotes de genialidad creativa, como tú mismo pudiste
demostrar.