Por
tantas cosas pendientes, eligió cuidadosamente el día y la hora. El treinta y
uno, a las siete.
Siempre
de buen humor, a punto para cumplimentar las órdenes. Pues el secreto está en
cultivar los pensamientos positivos. Lo fundamental consiste en retrasar los
días críticos, y cuando éstos llegan continuar con nuestra vida cotidiana,
procurando eludir las situaciones de confusión. Relajarse al máximo para el
trabajo, ser energético y eficiente.
A media mañana preparó la limusina para
dirigirse al aeropuerto. Tras una limpieza a fondo con la aspiradora repasó los
cromados y conectó la cafetera. Mucho ambientador por los rincones: no
consentiría ni el más mínimo rastro de nicotina, quién sabe si podría ser
motivo de despido.
Casualmente,
le encantaba darse una vuelta por los bares desde donde contemplar el devenir
del mundo en aquellas pistas. Si fuera tarea más sencilla, habría sido ayudante
de piloto, su gran pasión, de la misma forma que convertirse en guía turístico
fue otra de sus vocaciones frustradas. Menos mal que la vida da muchas
oportunidades: ahora era conductor, guardaespaldas, hombre para todo, y no le
iba mal.
El
vuelo de Nueva York llegaría a tiempo, pero con la conexión de Barajas ya
veremos. Ensimismado en sus pensamientos, la reconoció por la foto. Vaya titi
impresionante, una yanki de pura sangre, no le faltan sino el sombrero y
camiseta con la banderita. La sobrina de la mujer del jefe se propone estudiar
un año de español, pronto se hará cargo de supervisar Latinoamérica. No puedo
escurrir el bulto, así que la llevaré a su hotel, le mostraré el barrio de
Santa Cruz y andaré al quite en los primeros momentos. Typical spanish y olé. Ha
venido con días de sobra para disfrutar, dice el jefe que es de hierro, ni le
afecta el cambio horario y se pondrá protector de bebé para el sol. Esta misma
noche la acompañas a cenar pescaditos fritos, una mariscada, paella, jamón
patanegra, lo que se le apetezca. Y si quiere marcha, derechito al tablao.
Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla. Tú aguanta mientras ella te
siga el hilo, espero que me dejes a buena altura, eh.
Ya se había fijado en sus labios
carnosos y el hoyuelo de su barbilla, los ojos azules y la melena peligrosa.
Una figura de gimnasio y muy buen color de piel, no tanto deporte acuático como
imaginé sino muchas sesiones de bronceado artificial. Un cuerpo casi perfecto
sin prescindir de sus cachitos de silicona, naturalmente. Claro que ante gente
importante se necesita precaución; el patrono sabe que me controlo más que los
otros, no es raro que me encargue más cometidos y así nos pudimos comprar el
adosado con su trocito de césped y su barbacoa. Soy legal, está claro; cuando
trabajo ni pruebo el alcohol. Tampoco ella ha querido las copitas de jerez, se
conformó con olerlo, tal vez sea por el aire caliente de estos días. Vaya
suerte tienes, condenao –me soltó Crispi, el nuevo camarero de Sanlúcar.
Cuidadito chiquillo, somos gente de ley -le corregí. Y eso que le he dejado
buenas propinas, pero abunda la chusma sin categoría, les das la mano y se
cogen hasta el codo. Me cabrea tanto mal profesional que anda por ahí, si todo
quisque se aplicara más a su trabajo, si cada uno currase a conciencia en su
parcela, el país sería otra cosa. Mi padre, que fue guardia civil, me lo
repetía muchas veces: es increíble pero cierto, España ha salido adelante con
cuatro profesionales y cuatrocientos mil chapuceros. Debería estar relajado, no
sé qué me sucede esta noche, apenas logro disfrutar el momento. Esta miss
resulta oro de ley, mi inglés es de garrafa pero ella chapurrea nuestra lengua
con mucha gracia. Qué numerito verla devorar langosta con sangría, vamos que
sólo le habría faltado el vaso de leche para darle las buenas noches.
Tras dejarla en recepción un
pinchazo en las sienes le hizo recobrar la realidad. Después de poner tanto
empeño en sus acciones, estaba cometiendo un error. Como buen perfeccionista
cuidaba al máximo los detalles, todo había sido bien urdido. Así pues utilizó
desinfectante con olor a pino, pasó la fregona con lejía y no se olvidó de
arrancar la línea de teléfono. Aún estaba como una marmota, la medicación se
adueñaba de su ánimo y le costaba mucho ponerse en pie. Se pasaba el día
haciéndole descafeinados para espabilarla sin mucho daño a su delicado
organismo. Siempre le daba un beso en la frente con los buenos días, a los
pocos minutos le llevaba el zumo recién exprimido, acompañado naturalmente de
su platito con tostadas, su margarina vegetal y su sacarina. Más tarde le
servía otro café, y como nunca lo había tomado caliente se lo enfriaba con un
chorrito de agua de la botella de la nevera. No esperaba excesiva dificultad;
sin embargo, forcejeó más de lo previsto. Ahora recuerda cómo se aproximó, de
qué forma le clavó los ojos y se le apagó el aliento. Lo peor fue que mostró
una resistencia impensable, definitivamente era una cerda hasta el final de sus
horas, imposible perdonarle el mal causado. Y menos ahora que anunciaba un
proceso de separación, no lo soportó al conocer que ya se había entrevistado
con la abogada feminista. Créeme: será lo mejor para todos, eso le había dicho
la muy zorra. Agradéceme que nunca te haya denunciado por malos tratos, añadió.
Ya concretaremos la pensión por alimentos. Y la abogada le prepararía la
documentación para el uno de septiembre, porque en agosto cierran los
tribunales. Fue mucho más sencillo con el pequeño Marcos, dormía en su cuna
como un bendito, ni se enteró. Y, a pesar de todo, con tanta rabia por dentro
lo habría hecho diez veces, estrujaría sus cuellos hasta el fin del mundo.
Se despidió con gentileza y aparcó ante la comisaría, un guardia lanzó un
silbido ante el Cadillac.
-Buenas tardes ¿deseaba algo?
-Vengo a entregarme –anunció.
Con mucha serenidad lo puedo
explicar ahora. Había estado nervioso con la americana, en el fondo quería
matar el tiempo pero no paré de sentir un agobio en el estómago, tal vez me
hayan vuelto los gases pero ahora que esto se resuelve por completo experimento
un gran descanso. No tema, estoy dispuesto a contarlo con pelos y señales:
sucedió hace exactamente dieciocho horas. No fue una decisión sencilla, me brotaron
lágrimas por tantos años perdidos. Ah: comuniquen a Maggie que no podré
llevarla a la Giralda
ni a los toros. Lo lamento de veras, es tan simpática.
(De ¡Mamá, yo quiero un piercing!, Anroat, Ediciones Idea. Ilustración: Marc Chagall)