viernes, 1 de junio de 2012

Menos mal que cobré la indemnización por lo de Bankia

En su portal de siempre, delante de una agencia de viajes de la calle Princesa, permanece el mismo hombre todas las noches del año. Con su cara afilada y su barba tersa, limpio y con un libro en la mano. Su casa es un envoltorio de cartones y periódicos.
-Hola ¿puedo hablar con usted?
El hombre mira un instante, arruga la expresión, le brillan los ojos y responde:
-No.
El hombre de pocas palabras suele estar leyendo. Con frecuencia se acerca una vecina y le deja un melocotón y dos bocadillos envueltos en papel de aluminio.


En las noches de enero, a cinco bajo cero, el hombre que ya no tiene nombre se sumerge en su trinchera de cartón, su anorak y sus mantas. Es cruel el aire de la sierra de Madrid, tanto que el ayuntamiento recluta a los mendigos y a los sin techo para obligarlos a dormir a cubierto. ¿Aceptará el forzoso encierro entre cuatro paredes? De él no sabemos sino que permanece ahí, en el portal de siempre. Donde lleva años leyendo, sin mirar a la gente que pasa. Ni a los jóvenes que el fin de semana hacen cola para entrar en una discoteca próxima, tampoco mira a los que salen o entran de los aparcamientos, ni a quienes van al cine o a las hamburgueserías.
-Ya veo que es un buen lector. Por eso había pensado en traerle algún libro. Veo que está con una novela policiaca. ¿Le traigo de ésas?
-No, si todavía me quedan cuatro o cinco.
Aunque intente aparentar lejanía, es un hombre más cercano de lo que parece. ¿Cuál es su historia? La de tantos expulsados de sus caminos, o la de quienes los han abandonado voluntariamente. Este hombre debió tener un trabajo, una mujer y unos hijos. Tal vez todo se inició por el desamor y el alcohol, quizá no supo o no quiso actuar.
Algún tiempo después he vuelto a cruzar por su portal, y ya no lo he visto. Dicen que era Rodrigo Rato de incógnito, y al fin cobró la indemnización.      

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