En su portal de siempre, delante de
una agencia de viajes de la calle Princesa, permanece el mismo hombre todas las
noches del año. Con su cara afilada y su barba tersa, limpio y con un libro en
la mano. Su casa es un envoltorio de
cartones y periódicos.
-Hola ¿puedo hablar con usted?
El hombre mira un instante, arruga la
expresión, le brillan los ojos y responde:
-No.
El hombre de pocas palabras suele
estar leyendo. Con frecuencia se acerca una vecina y le deja un melocotón y dos
bocadillos envueltos en papel de aluminio.
En las noches de enero, a cinco bajo
cero, el hombre que ya no tiene nombre se sumerge en su trinchera de cartón, su
anorak y sus mantas. Es cruel el aire de la sierra de Madrid, tanto que el
ayuntamiento recluta a los mendigos y a los sin techo para obligarlos a dormir
a cubierto. ¿Aceptará el forzoso encierro entre cuatro paredes? De él no
sabemos sino que permanece ahí, en el portal de siempre. Donde lleva años
leyendo, sin mirar a la gente que pasa. Ni a los jóvenes que el fin de semana
hacen cola para entrar en una discoteca próxima, tampoco mira a los que salen o
entran de los aparcamientos, ni a quienes van al cine o a las hamburgueserías.
-Ya veo que es un buen lector. Por
eso había pensado en traerle algún libro. Veo que está con una novela
policiaca. ¿Le traigo de ésas?
-No, si todavía me quedan cuatro o
cinco.
Aunque intente aparentar lejanía, es
un hombre más cercano de lo que parece. ¿Cuál es su historia? La de tantos
expulsados de sus caminos, o la de quienes los han abandonado voluntariamente.
Este hombre debió tener un trabajo, una mujer y unos hijos. Tal vez todo se
inició por el desamor y el alcohol, quizá no supo o no quiso actuar.
Algún tiempo después he vuelto a
cruzar por su portal, y ya no lo he visto. Dicen que era Rodrigo Rato de incógnito, y al fin
cobró la indemnización.
No hay comentarios:
Publicar un comentario