domingo, 29 de septiembre de 2019

Prostitución, pedofilia y feminicidio a cielo abierto



Eduardo Sanguinetti, Buenos Aires
Alguien tiene alguna duda de que, sin el aval del poder político, financiero-corporativo, farándula mediática y las denominadas fuerzas de seguridad, con sus vasos comunicantes con "pedófilos", “proxenetas” y "femicidas habilitados", se podría evitar el asesinato de mujeres de todas las edades, el comercio, la “trata de blancas” o como se prefiera denominarlo.
Con total impunidad, desde sus simuladas empresas de contratar mujeres, muchas menores de edad, con la promesa de un futuro de éxito y trascendencia mediática estelar en televisión, cuando en definitiva, no se ignora que estas víctimas de la sodomía son mercadeadas a empresarios, turistas, milicos habilitados para negociar mujeres, políticos preñados de sodomía y toda la fauna que compone el patriarcado que manipula la existencia de una comunidad bestial; padres que venden a sus hijas para explotación sexual, justificándose en la miseria atroz en la que están inmersos: solución temporal para comer un poco más, pues en definitiva, nada modificará el rumbo de esas vidas sumidas en el espanto.
Los pre-púberes son vendidos como mercancía para explotación sexual, terminando sus vidas apestados con HIV y demás enfermedades o vendiendo sus órganos para trasplantes, crudísima realidad que pareciera el ciudadano medio prefiere ignorar, un tema que puede afectar su inmunda vida de burgués infecto.
En el último gobierno del Partido Colorado, en Uruguay, hace una década y media, un promotor de modelos argentino recibió una distinción de manos del Presidente en ejercicio, una exageración megalómana y delirante, conocida su chacra donde convivía las temporadas veraniegas en Punta del Este con las modelos, chicas menores de edad, con permiso de sus padres y madres para que estas mujeres y niñas desfilaran cual hacienda en pie por las pasarelas a la vista de empresariuchos, politicastros y turistas sexuales, de bolsillos profundos.
Devenían las macropartuchas que ofrecía este malparido, concurridas por los denominados "ricos y famosos", que se publicitaban en pasquines semanales, legitimando lo ilegítimo. ¿Nadie lo recuerda?, si los conductores de programas basura siempre presentes, filmaban todo.
Este acontecimiento llevado a cabo marca una bisagra, un punto de inflexión de un sistema decadente y disfuncional, en fin, un llamado de atención, pues queda un sedimento de memoria que nos lleva a meditar con huellas.
En el núcleo de este tema, la prostitución está asimilada al modo de vida de una nación y del mundo, devenida en una enorme organización con ramificaciones internacionales que imponen códigos de comportamiento que deberían ser evaluados con urgencia por grupos interdisciplinarios, idóneos y comprometidos con la mujer y su circunstancia.
Es la única ley no escrita, que las prostitutas, sus explotadores, la clientela, conformada por todos los integrantes que conforman una sociedad hipócrita, que acepta y es cómplice en silencio, de todo el infecto negocio de mujeres, sujetos-objetos, comercializadas a “cielo abierto”, al turismo de todo origen, un negocio inimaginable en entradas de dinero millonarias.
Como “Indignado de la Cruz del Sur”, denuncio la ausencia de políticas puntuales y severísimas, para intentar terminar con la prostitución de nuestras niñas y jóvenes, del mercadeo de estas mujeres, del femicidio a repetición que día a día se sucede en Argentina y de la aplicación de una ley penal especial y sin apelación posible para quienes de una manera u otra estén ligados a la red, ya sea como consumidores o vendedores de estas esclavas bajo presión, que pierden todo destino de vida, devenidas en convertirse en objeto de uso y abuso, en las prácticas sexuales de bestias que habitan en nuestro mundo, que pareciera ya no tiene límites en instancias escatológicas, como lo es la prostitución, con la indudable anuencia del poder empresarial, político y cultural, sin los cuales no podrían prosperar estas tendencias degradantes hacia nuestra especie.
Contra la bestialidad de un sistema enfermo patriarcal, al que se antepuso con rigor el empoderamiento de las mujeres, que devino en el brote psicótico de los "machistas argentos", impotentes ante la posibilidad de encontrarse con mujeres dueñas de sí y sus vidas en acto y conocimiento.
Con sumo placer y deseo, reivindico al amor y la pasión hacia la mujer, denunciando a este sistema como cómplice de un holocausto en las sombras, donde se manipulan a sus antojos las existencias de miles de niñas y mujeres, devenidas en víctimas fatales de un sistema patriarcal machista, hipercorrupto y criminal.
(*) Filósofo y poeta

domingo, 15 de septiembre de 2019

La clase política más infantil de Europa

Los cuatro líderes en sede parlamentaria. (EFE)




No deja de ser una paradoja que a medida que el país envejece -la edad media de los españoles se sitúa ya en 43,39 años- la política se infantiliza. No solo por razones biológicas -la edad media de los cuatro principales líderes nacionales es de 41,25 años-, sino, también, por causas políticas o, incluso, culturales. En particular, por la eclosión de nuevas redes de comunicación que han favorecido discursos simplistas y liderazgos mediáticos que tienen más que ver con el 'marketing' que con la cosa pública. Es un hecho que SánchezCasado, Rivera y Pablo Iglesias han pateado durante años muchas tertulias antes de dirigir sus respectivas organizaciones, y eso ha contribuido a que la ‘nueva política’ se haya convertido en un plató de televisión donde prima el espectáculo y la superficialidad, como bien sabe Donald Trump, que mueve el mundo a golpe de tuit. Aunque la puerilización de la política no tiene nada que ver con la edad, se puede ser anciano e irresponsable en el sentido más literal del término, y, al revés, joven y estar en la edad adulta, sí existe una rara coincidencia en la España de hoy con solo echar un vistazo a la fecha de nacimiento de los líderes políticos. En 1977, el año de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, la edad media de los españoles era de apenas 33,20 años, pero los cuatro dirigentes principales (Suárez, González, Carrillo y Fraga) contaban aquel 15 de junio con una edad media de 48,75 años. Es decir, alrededor de 15 años más de los que tenían los españoles de aquel tiempo. Hoy, con una población diez años más envejecida, los líderes políticos tienen dos años menos que la población, probablemente, por primera vez en la historia de España, y eso que en aquel tiempo hubo una ruptura generacional con los dirigentes de la dictadura.
Felipe González, que por entonces contaba con 35 años, era el único que carecía de una sólida carrera política detrás antes de convertirse en un dirigente nacional, pero pudo capitalizar electoralmente unas siglas históricas, aunque con escasa influencia durante la oposición al franquismo. La edad, en todo caso, lo contrario sería absurdo, no es totalmente determinante en la acción política, pero si la ausencia de contrapesos generacionales dentro de las propias organizaciones o, en general, dentro del sistema político, lo que hace que un dirigente que ronde los 40 años tenga más interés en continuar su carrera política a cualquier precio, incluso dentro del mismo partido tragando todos los sapos que sean necesarios hasta que llegue su hora, que otro de edad más avanzada con una trayectoria detrás. Algo que exige enterrar el pasado acuchillando, si es necesario, a los anteriores. Eso que se ha llamado el adanismo, que ha inoculado al país hasta colapsar el sistema político a nivel nacional.
Churchill y Adenauer
Es muy conocido, sin embargo, que Adenauer fue nombrado canciller con 73 años, mientras que Churchill, tras la guerra, fue elegido primer ministro con 77 años. El propio Trump llegó a la Casa Blanca con 71 años, mientras que Macron alcanzó el Elíseo sin haber cumplido los 40 años. Existen, por lo tanto, todo tipo de ejemplos, pero lo que hoy se sabe es que la edad media de los políticos españoles (los cuatro principales) es la segunda más baja de la UE, tras Croacia. Sobre las causas políticas de la infantilización de la acción del gobierno, y, en general de las sociedades postindustriales fascinadas con las nuevas tecnologías y el hiper consumismo, no hay mucho que decir. Un país que se encamina a las cuartas elecciones generales en cuatro años tiene un grave problema con su clase política por su incapacidad de encontrar soluciones.

La política española se mueve hoy entre la lucha por el poder en estado puro, sin matices, y el idealismo estéril alejado de la realidad
Algo que conecta con la reflexión que hizo hace poco más de un siglo Max Weber en una famosa conferencia, en la que el pensador alemán criticó tanto al político realista que “se complace vanidosamente en el sentimiento de poder”, como al idealista que se olvida de ejercer sus “responsabilidades de poder”.
Entre una cosa y la otra, la lucha por el poder en estado puro, sin matices, y el idealismo estéril alejado de la realidad, se mueve hoy la política española, convertida en el nuevo enfermo de Europa, como llamó el zar Nicolás I al imperio otomano, y que, posteriormente, se ha utilizado en muchas ocasiones para retratar no solo a países con problemas estructurales de carácter económico, sino, también, de naturaleza política.

Vanidad e idealismo

Esa vanidad de los líderes es la que favorece, precisamente, una política de tierra quemada con el pasado para acreditar la supremacía del guía, mientras que el idealismo un tanto pueril tiende a alejar a los dirigentes de la noción de responsabilidad, que nunca puede ser una de las características propias de la infancia. Paradójicamente, como decía Raymond Aron, cuando la política es el terreno de la acción cotidiana. Lo pueril, de hecho, es lo contrario, a lo adulto, a lo complejo. Como son, por cierto, las sociedades a medida que se desarrollan. La nueva política, que ha envejecido prematuramente, forma ya parte, sin embargo, de la industria del espectáculo, que por esencia es lo trivial, y que necesita la construcción de enemigos imaginarios para sobrevivir. Se dice a los electores lo que quieren oír con mensajes pueriles, lo que es incompatible con la noción de responsabilidad, que exige en determinados momentos no solo cantar las verdades de Caronte, sino, al tiempo, promover el aprendizaje social y la educación, lo que necesariamente tiene que ver con el ejercicio de la conciencia individual, que, por definición, es indivisible.
Carlos Sánchez, en El Confidencial

Ya no somos viajeros sino turistas atropellados



Aunque todavía hay mucha gente que no se ha subido a un avión, cada vez que uno emprende un viaje –aunque sea a la isla de al lado, aunque sea a un lugar de Extremo Oriente- tenemos la sensación de que toda la humanidad se ha convertido en viajero impenitente, pues, vayan donde vayan, los barcos y los aviones van llenos a reventar. Y eso que los aviones ofrecen cada vez menos espacio para ajustar las rodillas, y eso que esta humanidad viajera de manera masiva le ha quitado misterio a la propia idea del viaje, antes limitada a las clases más pudientes del mundo.
Nos convertimos en turistas tal vez siguiendo una compulsión que consiste en el deseo urgente de salirse de lo cotidiano, escapar de los límites de la vida que tenemos, convencidos quizá de que en otra parte vamos a encontrar algún viejo paraíso perdido, en el que no vamos a tener los problemas que tenemos sino que vamos a renacer.
Viajar se ha convertido en una actividad de muchos, y los operadores, las agencias, las aerolíneas se han dado cuenta de la dimensión del negocio. Dicen las estadísticas que en 1950 circulaban unos 25 millones de viajeros al año mientras que en 2018 hubo 1.400 millones, lo que equivale a decir que viajaron 1 de cada 7 habitantes del planeta, la séptima parte de la humanidad. Y esta actividad mueve 1,4 billones de euros al año, y no se detiene sino que va en aumento constante. Viajes de larga distancia, cruceros, viajes también en ferrocarril o en coche: lo importante es moverse. Muchas veces el estímulo de viajar es consecuencia de oportunidades de última hora, rebajas importantes en las tarifas, ofertas irresistibles para conocer países remotos o para ir a playas atractivas o incluso para escalar las más altas cimas del Himalaya. Hace poco se hizo famosa una foto que contemplaba una escalada multitudinaria en el Everest, había tal cantidad de escaladores que parecía imposible moverse. De hecho algunos fallecieron por caídas y tropiezos que parecían inevitables en medio de tal marasmo.
Todo esto supone también un impacto nada desdeñable en el cambio climático, pues los expertos estiman que la actividad turística global genera 5.500 millones de toneladas métricas de CO2. Tenemos que considerar asimismo que ciudades como Venecia o Barcelona se han visto tan saturadas de visitantes que comienzan a haber protestas serias de sus habitantes. Canarias el año pasado tuvo unos 16 millones de turistas, una cantidad tan importante que en ciertos momentos parecíamos ser extranjeros en nuestras propias calles.
Los modernos viajes, con tantísimas ofertas de las agencias, con tantísima publicidad emitida en los medios, tienen poco que ver con las peregrinaciones medievales, tan incómodas y lentas. Ahora, en cambio, los vuelos de bajo coste de 10 o más horas encajados en asientos mínimos pueden darnos algún susto por los problemas en la circulación sanguínea, trombosis, jet lags, etcétera.
Viajar hoy en día es un frenesí al alcance de muchos. En el siglo XIX asomaron por las islas algunos viajeros y exploradores europeos que venían con el deseo de conocer nuestra naturaleza, el exotismo de este clima. Eran británicos, franceses o alemanes que no tenían prisa por llegar. Parece que fue bien avanzado el siglo XIX cuando los hijos de la aristocracia británica hacían un paseo educativo por París, Roma o Sicilia, que incluía la visita a los museos y a los burdeles en los que reinaba la sífilis y todo tipo de enfermedades venéreas. Los empresarios británicos, en plena época expansiva del imperio, organizaban visitas a Egipto, cruceros por el Nilo o por las islas griegas. Hoy cada cual va buscando capturar el selfie más original delante de la gran muralla china, el Muro de las Lamentaciones o el Taj Mahal de la India, y el resultado es la reiteración hasta el infinito de imágenes idénticas.
A veces el viaje es una ilusión tan evanescente como la esperanza de alcanzar la gloria eterna. Llegas a Islandia pensando que va a contemplar ciento y pico géiseres, y que vas a poder escalar infinidad de glaciares. La decepción puede ser más completa todavía si en esos mismos días se ha extinguido uno de los glaciares más famosos, y para conmemorarlo colocan una placa que recuerda las placas funerarias de los cementerios. Otro ejemplo: Santorini es un lugar célebre a nivel mundial, quién puede resistirse al embrujo de esas islas griegas sembradas en el Mediterráneo, captadas de modo tan seductor por los fotógrafos especializados que todos deseamos ir allá. En un crucero italiano con cuatro mil personas a bordo llegas a Corfú, donde el palacio de la emperatriz Sissí, desembarcas en Mikonos y ves que solo quedan tres o cuatro molinos en funcionamiento,  aterrizas en Santorini para asimilar que la escena de las múltiples cúpulas azules de los templos es ficticia, ya que en todo el poblado de Oia apenas hay un par o tres de cúpulas, capturadas, eso sí, con mucha perspectiva, o desembarcas en Dubrovnik en un día de intensa lluvia que te quita la imagen soleada que aguardabas.
Hoy en día todos somos turistas, que no viajeros. Pues quemamos etapas en pocas horas y las visitas pueden ser tan ultrarrápidas como en las escenas de una película de Charlot. Los viajes se han democratizado, y eso está muy bien, porque el acceso a una sociedad de servicios viajar es más barato que nunca, se puede pagar a plazos, se puede alcanzar una oferta de 2 por 1, etcétera.
Hoy todos queremos movernos sin cesar por cualquier lugar del mundo, desde las aguas cálidas del Caribe a las atestadas calles de Tokio o los paseos en safari por Kenia. Hasta los psicólogos recomiendan que nos movamos, porque muchas profesiones viven de nuestros desplazamientos, desde los pilotos de aviación a los camareros de un crucero o las fatigadas camareras de pisos que han de trabajar contrarreloj. Ha dicho el sociólogo Rodolph Christin que “la movilidad se ha vuelto un modelo de conducta que coloniza masivamente el imaginario social”, en el libro Mundo en venta. Crítica de la sinrazón turística. Añade: “No es ya la libertad de ir y venir, más bien es una orden dictada por el funcionamiento del sistema…”  Y un profesor de la Universidad catalana Rovira i Virgili añade que “todo el mundo tiene la sensación de que si no se mueve, se pierde algo.” Qué lejos el poema de Kavafis, cuando decía que lo importante no era llegar a Ítaca sino disfrutar el viaje.

 Blog La Literatura y la Vida

sábado, 14 de septiembre de 2019

La imposición del olvido en el mundo actual



Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA

“Estamos aquí, todos nosotros, con un pasado que nunca cesa, un futuro que nunca empieza, un presente que nunca acaba”. (De mi ensayo “Morbi Dei”, Capítulo I, Editorial Corregidor, 1985) Frente a la imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder, muchas de las mejores novelas de las últimas décadas en el siglo XX, en Argentina ejercieron una obstinada interrogación sobre la historia nacional y polemizaron, en muchos casos, en el momento en que no era posible decir.
La narración histórica en este presente bastardeado, escrita por rentados escribas vacuos e ignorantes, en la arena sinuosa de la gran tradición del drama isabelino, la historia, entra en escena como una genealogía del poder. Historia en la que tiene lugar, cual doble tradición, el interrogante de si los hombres son, se hacen o deshacen, al andar en un mundo materialista, economicista, con efecto placebo inmediato.
A partir de allí, cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y establecer una nueva lectura de la historia: estamos ante una realidad compleja y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de lado. Por otro lado, los textos de la historia articulan, desarrollan y amplifican los núcleos básicos de la ficción política nacional: la historia es, por lo tanto, un laboratorio epistemológico que permite pensar las lagunas ficticias, las causas ausentes y las escenas no dichas por la historiografía oficial.
La historia es algo menos que la interpretación que hasta hoy declara la unicidad del conocimiento humano, al devenir de las más disímiles comunidades, tan proclives en este presente a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo inmediato, en beneficio de disolver la poética de la historia, elaborando formas narrativas, cercanas a la alegoría y el fragmento.
La clausura de sentido está legitimada por decreto hoy en el relato de la historia devenida, a lo que en un tiempo se denominó “inmortalizar lo trascendente”. Hombres-símbolo, legitimados en actos de vida y que han brindado a sus comunidades una alegría y un horizonte a alcanzar, merecerían sus nombres e imágenes replicadas en monumentos y calles, símbolos de agradecimiento y fraternidad de las comunidades que los han visto nacer y hacer, sin pedir nada a cambio…una inversión de ¿causalidad y de casualidad?, una trampa, un trueque de trascendencia por una obra, una vida.
 La trampa se flexibiliza, se disfraza, se desnuda, y nada por debajo del éxtasis, de un mundo donde el ocultamiento de la verdad es el destino al que pareciera nos han condenado las fuerzas de la destrucción y de quienes desdramatizan, dramatizando acerca de apocalipsis cotidianos que solo son llamados en sus deseos de permanecer, a cualquier costo, incluso cobrando la vida de nuestras comunidades, al borde del camino de la vida.
El mundo hoy es una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y hago mención puntualmente a la relación político-cultural que divide y desorienta a los pueblos mediante la especulación y la perversión del simulacro de ciudadanos, en aparente ejercicio de sus derechos y garantías.
Las nociones de tiempo, de espacio, de intereses, en fin, de existencia se hicieron diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este planeta ha sido sufragada en base a esclavitud a las tendencias imperiales, al tráfico de tradiciones ajenas e impuestas bajo presión, responsables absolutas de la pérdida de todo referente de una historia donde instalar a las nuevas generaciones, una historia que tuvo espacio de trascendencia en la “Imagen del Mundo”. Pertenecen al pasado abolido, la tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales.
La Aldea Global no es otra cosa que egoísmo, avidez, intemperancia, dilación, psicopatías, grandes expectativas de fama y éxito devenidas en prostitución y delito perpetrado por “los peores”. La riqueza cultural se defenestró por varias vías: una, la del saber universitario y trascendente, presentido, seducido y deglutido por las corporaciones macro económicas; y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes. Por eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo sin resistencias de pueblos sometidos y esclavizados, expulsados del “régimen” de la historia.
El homo sapiens en franco retroceso a homo primates ha devenido en empresa, en rédito y materia concreta de intercambio financiero, segregando su propio ser, que sería actuar como motor de la historia en favor de la vida. Pero hay otro lazo disociativo en la narración literaria de la historia: la mecánica económica que impone el desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En ese conjunto los hombres, como los animales, dan libre curso a su naturaleza sin advertir sus metas.
“Llegan a fines que no son capaces de prever”. La resistencia no tiene espacio alguno, salvo la que reivindica todo el planeta, para la economía de mercado, hoy triunfante, y que por cierto posee una lógica propia a la cual no se enfrenta ninguna otra. Todos parecen participar de estas ceremonias fúnebres, considerar que el estado actual de las cosas es el único viable y posible, que el punto al que ha llegado la historia es el que aparentemente la humanidad adormecida esperaba, deseaba y anhelaba.
La alternativa, la alteridad, sería el ensayo admirable del homo plus (el hombre por venir, asimilado a los más diversos entornos, en las más disímiles circunstancias), de crear confusión en las filas de la confusión, con un orden sutil, poniendo en ridículo al ridículo, cual ensayo de entendimiento. Llevo a cabo, así, desde el exilio de mi discurso de la verdad, la creación de un espacio textual, cual "Blues Circunstancial" que, a partir de la lectura de los textos invertidos de la cultura Prêt-à-porter hegemónica y homogénea, asumo los silencios de la historia oficial argentina intentando generar una resistencia al olvido obligatorio de la historia y su devenir, al que está sometido el individuo de este tercer milenio.
Si la historia, entonces, es un teatrum mundi, un escenario donde se produce la mutación de las identidades y los roles cual protagonistas, sólo podremos reconocernos cuando habremos salido de ella, observándonos en las escenas de nuestra historia, como extranjeros o turistas, los que hemos sido expulsados de la misma, por decir y actuar acorde a nuestras verdades, en compromiso con lo “real” y su alegoría, en conocimiento, que deviene en responsabilidad.
¡Bienvenidos a este Blues Circunstancial! Y no olvidemos que como he escrito como final ordenado en mi libro “Alter Ego”: "La ilusión mientras dura es una realidad por derecho propio".
(*) Filósofo y poeta

domingo, 8 de septiembre de 2019

Bienvenidos al reino de la Incertidumbre




El día en que, estando de viaje, contemplé por la televisión el destrozo físico y anímico de aquellas llamas gigantescas y devastadoras que con tanta saña devoraban memoria y paisaje pensé que estamos marcados por una evidente impotencia ante el futuro, esa edad que les espera a las nuevas generaciones, bendecidas por la robótica, el progreso de las tecnologías, la completa globalización y ojalá que la estabilización de la economía universal, la supresión del hambre, la conquista de otros planetas para cuando la Tierra ya sea inhabitable. Pero no cabe hacer predicciones a tan largo tiempo, ya que dentro de 30 o 50 años el mundo se parecerá poco a lo que ahora contemplamos.
Esta ruina tan repetida de los montes equivale a un ejercicio de plena impotencia. Bien sea la acción de uno de esos desalmados que están dispuestos a sembrar fuego cuando viene una ola de calor, bien sea la generación de chispas por el tendido eléctrico, bien sea una acción imprudente de alguien que maneja un soplete cerca de la masa forestal, bien sea porque alguien tiró una colilla o porque un cristal generó el efecto lupa sobre la pinocha en días de ardiente sol, el resultado es el mismo y lo peor es que se repite y se vuelve a repetir con excesiva frecuencia, sin que podamos hacer otra cosa que contemplar los noticiarios y ver las consecuencias para el entorno. Eso sí: resulta muy complicado identificar y detener a los que siembran fuego con el deseo de hacer daño. Se repiten los episodios en las mismas zonas, verano tras verano golpean con alevosía, pero parece como si a los presuntos autores los envolvieran las sombras.
Como todas las tierras, nuestro archipiélago ha conocido devastaciones, hambrunas, epidemias, volcanes, ataques piráticos, emigraciones forzadas pero también hemos recogido el fruto de estar en el camino del océano que ha generado un sentimiento de cosmopolitismo, de tolerancia, de mentes abiertas. Nuestros pinos han ardido cientos de veces y, de esta forma, saben sobrevivir. Pocas especies tan resistentes como el sagrado pino de la tierra insular, cuyo corazón ha aprendido a seguir adelante luego de los episodios más adversos. Pero este enorme incendio, que nos recordó tantos otros, deja nuevamente preguntas sobre la gestión de nuestro patrimonio forestal: montes repletos de material combustible, áreas agrícolas abandonadas, poco eficiente trabajo con las medidas preventivas, insuficientes dotaciones humanas y técnicas… Los hidroaviones tardan dos días en llegar, y sin embargo todos intuimos que a los incendios hay que pararlos en los primeros momentos.
Ni tenemos gobierno ni se le espera, porque le hemos dado nuestra voz a una clase política egocéntrica, que solo sabe mirarse al espejo de sus egos y que es incapaz de hacer política. Recordemos que la política es el gobierno de la polis y es también el arte de lo construir lo posible, pero unos y otros lo han olvidado. Los vaticinios no son muy halagüeños si proliferan nuevos líderes mundiales que tienen por bandera el enfrentamiento en vez de la construcción. Unos y otros juegan a defender con las más aviesas estratagemas, y con sus maniobras de enfrentamiento comercial, con amenazas de todo tipo frente a las posiciones del adversario, pueden parecer un anticipo de conflictos más graves, ya que por supuesto las guerras siempre empiezan por la economía. ¿Qué podemos decir de la plaga de populismos por aquí y por allá, de ese líder británico que es capaz de hacer cualquier cosa emulando a su primo americano Donald Trump? Desafortunada Europa acechada por un Putin que sigue pareciendo un taimado espía de la KGB y por un Boris Johnson decidido a llegar hasta el final del despropósito, aunque genere un cataclismo para su gente y para el resto, y por un Donald Trump que, al igual que los viejos dictadores, piensa que el planeta es un negocio exclusivamente suyo, y por eso con su modelo de nacionalismo de pata estrecha humilla al resto del globo, por eso tenía una visita a Dinamarca pero antes de llegar advirtió que quería comprar Groenlandia, quiere comprar Groenlandia porque sabe que allí hay petróleo y muchas otras cosas, menudo negocio para su imperio. Es tan maleducado que, al recibir la negativa por respuesta, anuló la visita al pequeño pero pujante país nórdico. En una película antigua de Woody Allen titulada Celebrity salía el prepotente Trump sentado en una mesa con otros tertulianos, y uno de ellos le preguntaba en qué proyectos andaba metido por entonces, cuáles eran sus proyectos. Ni corto ni perezoso respondió que a él lo que le gustaría es derribar la catedral de San Patricio en la 5ª Avenida de Nueva York y levantar en su lugar un bloque de apartamentos. A fin de cuentas ya hay demasiadas catedrales, pensaría, y qué buen servicio prestaría a la ciudad de los rascacielos un buen edificio de apartamentos lujosos en plena 5ª Avenida.
Hemos tenido un mes de agosto con episodios de inquietud, de zozobra, de preocupación. El mundo que vivimos en este comienzo del siglo XXI no es solo un mundo líquido que se derrama y se agita de aquí para allá, no solo es un mundo inconstante y en el que los referentes ya no sirven, sino que es un mundo gaseoso, evanescente, en el que nada va a resultar ser como estaba previsto pues aquí y allá soplan fuerzas contrarias. Hay monedas virtuales, hay robots que dirigirán el mundo, hay ambiciones desmesuradas y paralelamente habrá inundaciones, tornados, sequías extremas que vaticinan un gran conflicto por el agua, desastres que se llevan el patrimonio natural de generaciones, incertidumbres políticas a nivel global, un clima extraño marcado por los episodios del cambio climático que algunos todavía niegan. Bienvenidos al Reino de la incertidumbre, en el que el ciudadano ya no sabe qué papel va a tener si ahora los referentes son muy distintos a los que conoció, si los valores han cambiado, si por añadidura sus políticos no son capaces de representarlo adecuadamente, si da igual que las provisionalidades se alarguen hasta el infinito aunque ello suponga que no se van a poder librar unas cantidades de las que dependen servicios básicos, casi todas las autonomías no se cansan de pedir partidas que no han podido ser libradas por la provisionalidad permanente. A fin de cuentas, la provisionalidad es nuestra manera de estar en el mundo, ahora y siempre somos y seremos simples sombras en la noche, criaturas insomnes, seres desorientados en medio del fuego y la tormenta.