¿Tenemos todavía los insulares aquellos viejos complejos de inferioridad y aplatanamiento que nos achacaban? Obviamente, no. Pero, a falta de ciencia y de filosofía, los poetas han iluminado el sentimiento de tradición y de identidad en esta tierra. Alonso Quesada cultivó todos los géneros literarios en los que dejó constancia de su amargura existencial y de su profunda ironía. El compañero de viaje de aquella edad de plata de la poesía grancanaria, junto con Tomás Morales y Saulo Torón, después del impulso previo de Domingo Rivero, fue un hombre taciturno, un pesimista, un hombre que expresó una y otra vez la magua de ser insular, la derrota. Si Tomás Morales fue médico, vicepresidente del Cabildo y, en definitiva, un patricio cuya poesía rezuma optimismo y vitalidad, Rafael Romero, es decir Alonso Quesada, fue su antítesis. Pues su vida fue difícil, no en vano tuvo que mantener a varias mujeres de su casa, su esposa, su madre y varias tías, y con su menguado sueldo de empleado de los británicos (lo llamaban Lord Byron mofándose de él) no pudo librarse de sus complejos, de su infelicidad, de su enfermedad que le condujo a una temprana muerte. Al también poeta y ensayista Lázaro Santana debemos el encomiable favor de habernos rescatado su obra y su figura, sus deliciosas Crónicas de la ciudad y la noche, sus colaboraciones en La Publicidad de Barcelona, toda su prosa, su poesía y su teatro. Platanópolis, remedo simbólico de la ciudad de Las Palmas en Banana Warehouse, era el escenario de seres de vidas y ambiciones diminutas.
En un artículo
titulado Regionalismo al fin, 17 de
agosto de 1918, dice “son los mercaderes los que se han sentido primeramente
los más hondos, los más íntimos regionalistas (…) ¿Pero los ciudadanos han
variado? No, no ha cambiado el ciudadano insular. Este ciudadano es crédulo y
aficionado al embrollo político (…) Nada que no sea esta metafísica del fraude
y el serpenteo del negocio oculto logrará enderezarlos. Sobre la ciudad
descargarán sus cañones las escuadras enemigas y el ciudadano dirá: ¡Caramba,
hay escuadras que tiran balas! Lo que es yo no quiero líos. Déjame esconderme
bien. –Pero ¿y el patriotismo? –nos aventuramos a preguntar nosotros. ¡Qué
patriotismo ni que niño muerto! El patriotismo es un pellejo.”
El poeta desliza su
mirada ácida sobre el paisaje y el paisanaje que le rodea. “A veces siento una
gran tristeza por el abandono espiritual de este pueblo. A veces, me llena de
alegría.” Y en su Brevísimo relato de mí
mismo dice “vivo irremediablemente en una lejana población de provincias
que tiene un casino lleno de andróginos y pisaverdes, de quienes me río con mi
más ordinaria risa, todos los días”. En los cien años transcurridos ¿qué
similitudes y qué diferencias observamos con el tiempo de este gran autor? En
primer término, la cultura sigue estando ausente de la cosa pública, continúa
siendo la niña tonta en los repartos de poder, se lee poco y la gente acude
poco a los actos, siempre somos la misma permanente minoría. En cuanto a las
diferencias, las islas han engordado en población, en nivel de vida y en lujos
cotidianos aunque las cosas del espíritu siguen siendo accesorias. Tras el
malditismo de Alonso Quesada, este archipiélago ahora recibe una enormidad de
turismo, aquí viven gentes de otras nacionalidades que disfrutan este clima y
este entorno; somos unos privilegiados hijos del sol atlántico, estas playas,
estos campos, estos volcanes. Internet es un gran invento, pero aun mejor ha
sido el invento de la aviación que nos permite conocer otros mundos, valorarnos
frente a otros mundos. Este es el mejor antídoto contra la ignorancia del
nacionalismo excluyente, de vía estrecha.
Claro que tras la
crisis económica resulta poco útil comprar un libro y mucho menos útil es
leerlo, a la gente le cuesta mucho menos gastarse veinte euros en unas cervezas
que visitar una de las pocas librerías que sobreviven. La difusión cultural
continúa siendo muy minoritaria. Ahora se lee de otra manera, se lee mucho a
través de las redes ¿pero es bueno lo que se escribe y se lee a través de
Facebook o Amazon? Existe una pequeña base de lectores de literatura seria, sí,
pero no se amplía de manera suficiente. Del mismo modo que a las funciones
teatrales, a las exposiciones de arte o al cine siempre acude el mismo tipo de
gente, público consumidor minoritario en una región como la nuestra que supera
los 2.200.000 habitantes. Como escritor, con 26 libros publicados hasta la
fecha, creo que he tenido la suerte de gozar una posición privilegiada. A los
31 años ya tuve éxito con una novela que me abrió puertas, y, como no le puedes
gustar a todo el mundo, tengo seguidores y detractores. Creo haber recibido
críticas y reconocimientos en cantidad suficiente, eso está bien. Para ser
feliz hay que leer mucho y escribir mucho reconociendo previamente que somos
escritores medianitos porque aquí no hay ningún Vargas Llosa. Además hay que
amar mucho y también hay que subirse a los aviones. Cambiar de isla ya libera
el espíritu, ir al norte siempre es estimulante porque allí está lo más grande,
pero si cualquiera de ustedes quiere curarse de la depresión momentánea les
invito a subirse a un avión para viajar a nuestro sur, al Tercer Mundo que
tenemos tan cercano, desde Marruecos a Senegal, desde Mauritania a Gambia nos
salen al paso las tribus de la pobreza, los mercados callejeros, los estigmas
de la marginalidad, los grandes ríos y las sabanas, los ritos ancestrales.
Desde edad juvenil
ejerzo el noble ejercicio del periodismo, que me ha mantenido, y escribo periodismo
y literatura con premura y con amor, unas veces con mayor acierto y otras con
menos inspiración. Nadie es genial todos los días, pero hay que intentar cada
día llenar la pantalla en blanco del ordenador dando testimonio de cuanto le
sucede a la gente e ideando historias que pueden haberle sucedido a la gente. A
fin de cuentas, el periodismo es un oficio notarial con una reflexión crítica y
escribir es crear otros mundos paralelos, mundos que despiertan la imaginación
y nos hacen disfrutar. El mundo rural de mi infancia está al otro lado de la
mirada, y la actividad vibrante y cosmopolita de la ciudad en la que vivo siempre
proporciona estímulos para vivir.