Hemos empezado el
año con un reguero de mujeres asesinadas por sus antiguas parejas, y eso crea
alarma social. Cada vez que en los medios de comunicación se da cuenta de la
muerte violenta de una mujer, joven o mayor, y en la misma información se
reproduce la cara del maltratador, nos damos cuenta de que ellas no se merecían
a esos personajes. Y su gran error debió ser la falta de perspicacia, la escasa
lucidez que tuvieron para entablar relación con tales sujetos y el no haber
podido cortar sus relaciones a su debido tiempo. En las fotografías difundidas
por los diarios, entre otros muchos casos hemos tenido amplia información de
David Batista, el asesino ya juzgado de Laura González, a la que quemó en una
tienda de la Calle Real de Santa Cruz de La Palma, y, más recientemente, el de
Ayoze Gil, el que presuntamente quitó la vida a su preciosa novia de 23 años,
Yurena López, en Telde, cuando esta ya estaba consiguiendo reorganizar su vida,
con trabajo fijo, coche nuevo, una joven de hoy con las ideas claras de lo que
le convenía para su futuro.
En mis estudios de
Derecho en la Universidad de La Laguna (hice la mitad de la carrera, porque el
periodismo me llamó con más urgencia y me permitió autofinanciarme desde los 19
años) supimos en Derecho Penal que el jurista italiano del siglo XIX Cesare Lombroso
señaló que las causas de la criminalidad están relacionadas con factores
físicos y biológicos, como si ciertos delincuentes estuviesen predeterminados a
ser malos. Así, concebía el delito como el resultado de tendencias innatas, de orden
genético, que pueden ser observadas en ciertos rasgos corporales de los
delincuentes habituales (asimetrías craneales, determinadas formas de mandíbula,
mirada amenazadora, forma de las orejas, etc.) En sus obras se mencionan también
como factores desencadenantes el clima, la orografía, el grado de civilización,
la densidad de población, la alimentación, el alcoholismo, la instrucción, la
posición económica y hasta la religión. Venía a significar que en determinadas
personas ya nacen con inclinación para ser delincuentes. Evidentemente, la
jurisprudencia no acepta este determinismo, esta especie de fatalismo. Pero a
mí particularmente me parece que algunos matadores de mujeres tienen cara de
asesinos natos, y en las fotografías que conocemos de ellos los delata el
perfil donde asoma la ira, el orgullo machista, el ambiente: la maté porque era
mía, o la maté porque ya no quería ser mía. Como si la mujer fuese un objeto de
su propiedad, incapaz de rebelarse, un juguete al que ya no se desea, al que
hay que eliminar. Y esta ola de muertes por violencia conyugal tiende a crecer,
acaso porque cuando se publica uno de estos tristes sucesos se está efectuando
un efecto llamada.
Creo que como hombre
no me queda otro remedio que pedir perdón, una y cien veces. Perdón por las
discusiones que a veces llegan a mayores, en el transcurso de las cuales suele
haber ofensas físicas y verbales, perdón por no haber sabido apreciar la
perspicacia de la mujer, su paciencia, su observación de la vida, su sexto
sentido. ¿Cómo se genera el machismo en nuestra sociedad? Creo que por una
serie de prejuicios que vienen de lejos, también por la actitud de algunas
madres que malcrían a los varones. Las mujeres han estado más condicionadas que
nosotros y algunas de nuestras madres nos han creado machistas, por regla
general desde chicos nos han preferido frente a nuestras hermanas. El mito de
la virginidad, vigente hasta hace poco, glorificaba las hazañas masculinas y
creaba un gran sentimiento de culpa en las mujeres. Aquí también ha tenido su
papel represor la educación recibida, la impregnación religiosa.
Además, las parejas
hoy en día tienen muchos riesgos de fracaso, los datos señalan que las parejas
jóvenes suelen romperse con una precipitación que antes no se daba. Vivimos en
un mundo de libertades, un mundo en el que la mujer reclama las mismas
posibilidades de realización personal de las que suelen alardear los hombres.
Tampoco la mujer de hoy, más preparada y más luchadora que nunca, resiste
indefinidamente las provocaciones ni las agresiones verbales o físicas de quienes
han sido sus parejas. Por tanto, a los hombres no nos queda otro remedio que
hacer examen de conciencia y seguir pidiendo perdón. Por otra parte, creo que
una parte de las mujeres no se han librado apenas del síndrome de culpa cuando
cometen algún error; por ejemplo, en un caso de infidelidad el hombre no solo
no se siente culpable sino que se vanagloria de su conquista, mientras que hay
un tipo de mujer que sufre hasta la exageración, seguramente los factores
educativos, religiosos y sociales influyen mucho más en su conciencia, generan
depresiones que pueden convertirse en crónicas. En su beneficio, la mujer suele
llevar mejor la soledad cuando se da un divorcio porque está más capacitada
para una serie de habilidades sociales y domésticas ante las que el hombre se
desconcierta con mayor frecuencia.
Vivimos en un mundo
en el que crece el individualismo, se pierden los referentes éticos y los
comportamientos violentos se extienden. Con el déficit de valores cívicos, cada
cual va a lo suyo sin importarle el resto. Y en los institutos y en las
universidades se advierte un nuevo machismo, hay un lote de jóvenes machos agresivos
que controlan a sus novias hasta la exageración, conductas que llegan al acoso.
Para solucionar toda esta gama de conflictos no solo es necesaria la labor de
los padres y de los educadores, también es precisa una evolución del conjunto
social, de los medios de comunicación que a menudo frivolizan y deforman el
mundo de la pareja. Pocas cosas más lamentables que ver los programas de
telerrealidad en los que abundan los forcejeos, las acusaciones, la
frivolización de las malas conductas, los insultos, la banalidad. Hacen falta
códigos éticos de los que carecen no solo las televisiones en nuestro país sino
también una parte de los ciudadanos.
(Fotos de Laura González, quemada en La Palma, y de Yurena González, 23 años, asesinada en Telde)
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