lunes, 22 de agosto de 2022

Francisco Juan Quevedo y su Teatro en medio del océano


Este profesor universitario es autor de una novela que tuvo el mérito de ser finalista del último Premio Nadal, y fue recomendada vivamente su publicación por el jurado. Acaba de aparecer en la Editorial Destino, número de serie 1581 en la muy prestigiosa colección Áncora y Delfín. Doctor en Filología y profesor titular de Literatura en la ULPGC, ha escrito libros de investigación sobre Pérez Galdós y Carmen Laforet, y en el ámbito de la creación literaria tiene cuatro novelas, otras dos dirigidas al público infantil y juvenil, así como un libro de cuentos. Sus líneas de investigación se han centrado en el estudio de la novela española, desde el siglo XIX hasta la actualidad, la literatura canaria y la aplicación de la literatura en la enseñanza. Fruto de ello son muchos de sus libros. Ha publicado obras con un toque de novela negra y fue premio Benito Pérez Armas de 2005 con su obra “El dulzor de la tierra”. Hombre generoso, con su dedicación al rescate y valoración de las letras canarias y su predisposición para apoyar a los escritores que van surgiendo nos recuerda a otros personajes que apoyaron con decisión a los nuevos autores, nos referimos al profesor lagunero de origen grancanario Sebastián de la Nuez, Premio Canarias de Literatura, así como también al profesor tinerfeño Juan José Delgado, tempranamente fallecido, y al chileno Osvaldo Rodríguez, de la ULPGC, que también murió tempranamente.

Este libro está escrito al modo clásico, una prosa exacta y unos personajes bien definidos al servicio de una historia de época que es también una radiografía de toda una sociedad, y lo hace con una prosa depurada, una reconstrucción impecable, unos personajes vigorosos, en definitiva una historia bien urdida que nos habla de la ciudad de Las Palmas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Ambiciones personales, sexo, contubernios: en estas 363 páginas hay de todo, nada es ausente. Su protagonista es un hombre del pueblo llano que llega a alzarse a los puestos de privilegio en su sociedad. He aquí un ejemplo de novela histórica que va más allá del mero anecdotario sociopolítico del momento, por cuanto nos habla más bien de la lucha por la superación personal, de la lucha de clases, de la forma de superar las maldiciones del destino para llegar a ser todo un personaje importante y decisorio. Y en medio el episodio del incendio que consumió el teatro, y la reforma que consiguió reabrirlo en 1928, con la ópera Aida. Y para siempre Miguel y Néstor de la Torre derramaron arte y colocaron fastos por todas partes.

Francisco J. Quevedo ya figuró en aquella iniciativa de Plácido Checa dedicada a cinco autores a los que denominó “clásicos” y que fueron Víctor Ramírez, Emilio González Déniz, José Luis Correa, el propio Quevedo y quien suscribe. Distintas generaciones de una narrativa que comenzó a crecer en los años 70 del pasado siglo con distintos registros, y que tuvo éxito de crítica y de público. Y este autor, aunque ha empezado a publicar un poco tardíamente, aporta vigor y sensibilidad, con un estilo realista bien afianzado, un dominio del idioma y unos protagonistas bien definidos. En definitiva: un libro que se lee con interés, y que no decepciona, por cuanto contiene una buena documentación acerca de las circunstancias sociales y políticas que tuvieron lugar en España y particularmente en las islas desde finales del XIX a las primeras décadas del XX.

Feliciano Silva es el personaje que se queda huérfano a los 9 años y que desde entonces emprende una lucha personal para convertirse en un hombre con poder. Es el Guirre, que fue vendedor de pescado y luego hombre temido. Están bien definidos los ambientes portuarios, la evolución urbana de la ciudad, el papel de las mujeres, las funciones de ópera, el desarrollo de una sociedad dinámica y cosmopolita. Un buen libro.

lunes, 15 de agosto de 2022

Morir para salir en las redes

 


Con la cultura del exhibicionismo que rige en estos momentos entre algunos sectores de la población de adolescentes y jóvenes no es raro que alguien muera por hacerse un selfie junto a un animal salvaje, o al borde de un peligroso acantilado, o en la azotea de un rascacielos o por hacer saltos atrevidos de balcón en balcón, como es frecuente entre turistas británicos, particularmente en Baleares. Un niño de 12 años ha fallecido después de someterse a una de esas pruebas extremas que algunos afrontan por apuestas en las redes sociales. La madre del niño inglés que ha sido desconectado de las máquinas que lo mantenían con vida lo encontró inconsciente con una soga al cuello, un reto de Tik Tok que ha matado a varios adolescentes en distintos países. Los padres lucharon hasta el final para que los médicos no lo desconectaran, pero estos consideraron que prolongarle la vida era inadecuado, ya que llevaba semanas en muerte clínica.

Los especialistas advierten de que la viralización de desafíos peligrosos en las redes es una preocupación alarmante en distintos lugares del mundo. Así el «blackout challenge», desafío del apagón en español, está causando estragos. Como decíamos, el reto consiste en aguantar la respiración hasta no poder más y desmayarse, un desmayo que en ocasiones llega a ser letal. Según los expertos, esta actividad no es nueva y los primeros casos ya aparecieron en 2008, pero lo cierto es que la abundancia de videos en Tik Tok ha hecho aumentar mucho el número de quienes intentan superar la prueba.

No queremos ser seres insignificantes sino que aspiramos a la genialidad, a mostrarnos como si fuéramos pequeños genios en este circo de nuestra época. El drama de Archie es solo un ejemplo de los excesos a los que nos puede llevar la exposición mediática. Y los padres de algunos niños afectados han interpuesto una demanda contra TikTok acusando a la plataforma de haber incitado a los menores a hacer el reto, mostrando constantemente la importancia del desafío. Los padres emprenden acciones legales que difícilmente van a llevar a un buen término. De cualquier modo, un informe reciente encontró que más de cien jóvenes han fallecido mediante este juego.

¿Deben los menores tener un móvil a su entera disposición sin control alguno de sus progenitores? Los psicólogos piensan que los menores de 12 años no deberían disponer de este dispositivo. ¿Y qué dicen los señores de TikTok al respecto? Simplemente, que el reto es anterior a la red social. «Seguimos atentos a nuestro compromiso con la seguridad del usuario y eliminaríamos inmediatamente el contenido relacionado si lo encontráramos», ha señalado sin hacer ninguna declaración sobre la demanda que ha recibido. A pesar de los comentarios, lo cierto es que antes de que la plataforma tomara cartas en el asunto sí existía un enlace con más de un millón de visitas en todo el mundo. 

Cada cual defiende su particular verdad: los promotores hablarían de la libertad de los usuarios, y los padres de los niños estiman que ha habido perversidad en el reto. Todo ello conllevará procesos largos y prolijos.

Sergio Roncallo, filósofo y experto en comunicación dice que actualmente estamos en un espejismo ontológico, la gente cree que si no está en redes sociales no existes. Es un espejismo porque realmente no tiene que estar en una red social para existir. Pero lo extraño ahora es no pertenecer a una red social. Lo más interesante es que las personas tienen la necesidad de hacer pública su vida. Si no públicas que vas a un restaurante de lujo o que viajas es como si nunca hubiera pasado.

Son los excesos de una época vertiginosa en la que no controlamos, sino que somos controlados por una tecnología que nos recuerda al Gran Hermano. Orwell y Huxley, qué grandes vaticinadores de este futuro que ya es presente.

lunes, 8 de agosto de 2022

La cultura languidece, no solo en verano

 


La larga pandemia nos acostumbró a quedarnos en casa, devorando los cientos de canales, con sus series y su enorme oferta de películas, con los videojuegos, con esa oferta imparable de ocio pasivo. En aquellos tristes 2020 y 2021 los escritores estaban a buen recaudo, escribiendo, leyendo, consumiendo ese tipo de entretenimiento. Y ahora, con la mejora de las circunstancias están saliendo a la luz docenas y docenas de libros que fueron gestados en aquellos años. Hay una multiplicación de publicaciones, ya hemos dicho mil veces que está bien el hecho de que la escritura se haya democratizado. Claro que los lectores no han crecido en la misma proporción, ni mucho menos. La caída ha sido apreciable en la asistencia al teatro, al cine, a los conciertos. Muchos de estos últimos han tenido que ser anulados por falta de espectadores.

En resumidas cuentas: ahora es muy frecuente que se presente un libro y que la asistencia sea mínima. Apenas quince o veinte personas, si acuden treinta ya es una plusmarca digna de un record Guinness. La baja asistencia debe ser también el recuerdo de aquella práctica de los aforos controlados, cuando había que pedir cita previa para poder estar en una exposición de arte o en la presentación de un libro, y luego nos encontrábamos que de las 21 personas autorizadas solo habían acudido doce.

Con tanto ocio pasivo como existe ahora, la gente está desmotivada. Hay una vieja leyenda que circula ampliamente: la cultura es aburrida, y como tal prefiero quedarme en casa viendo la reposición de un partido de fútbol. No somos un país que tenga una apetencia cultural significativa, cuesta mucho que la gente se mueva para acudir a un acto. Casi siempre preferimos quedarnos en casa y lanzar cualquier excusa: hace mucho calor, estoy cansado, no me interesa mucho el autor, etcétera.

Si la cultura languidece por falta de audiencia en los actos se debe también a que se ha ido perdiendo el interés entre los nuevos escritores, por ejemplo hay una enormidad de autores dedicados a la poesía, el género más abundante en Canarias desde siempre, siendo los más minoritarios el ensayo y la narrativa breve, hay muchos grupos poéticos organizados, sin que eso suponga que sus miembros acudan a las presentaciones de los colegas. También se da un exceso de presentaciones, pues, como decíamos, este año 2022 está recogiendo el fruto de los textos que no pudieron salir a la calle en los dos últimos años.  En México se han publicado estadísticas que señalan que en los últimos meses el 82.7 por ciento de personas mayores de 18 años no asistió a obras de teatro, conciertos o presentaciones de música en vivo, espectáculos de danza, exposiciones y proyecciones de películas o cine.

El diario El Mundo comenta que la asistencia a museos ha caído un 70% a nivel mundial. En abril de 2020, el 89% de los aproximadamente 1.100 sitios designados Patrimonio Cultural de la Humanidad estaban cerrados. Incluso pese a los avances en la lucha contra la pandemia, todavía no se habían abierto al público el 50% de ellos. Ése no es solo un problema cultural. Lo es, también, económico. La pandemia causada por el coronavirus tuvo un importante impacto en las artes escénicas españolas durante el año pasado, con una reducción de su actividad del 48,4 por ciento en recintos y salas que, además, sufrieron una pérdida de ingresos en taquilla de unos 270 millones de euros.

El estudio ha sido presentado en Valladolid en el IX Mercado de las Artes, se basa en una encuesta realizada a una muestra de dos centenares de salas y en los datos recogidos en la plataforma "Chivatos", en la que los recintos profesionales del país pueden colgar semana a semana sus datos de recaudación. Es preciso, por tanto, regresar a la normalidad, y convencer a la ciudadanía de que la cultura no es aburrida sino que es enriquecedora.

lunes, 1 de agosto de 2022

Los incendios que siempre regresan





Ahora nos enteramos de que la covid fue una bendición. Al menos para nuestros bosques, para esa deteriorada naturaleza nuestra, en permanente proceso de desertificación. Por la en la que nos encontramos está claro que el régimen de lluvias disminuye de año en año, así como del mismo modo tienden a incrementarse las olas de calor. La España Vaciada ha abandonado muchos cultivos agrícolas, y ahora los capos están con maleza, están muy propicios para que el fuego se extienda en cada periodo estival. Pero como en aquellos dos largos años de la pandemia las actividades sociales estaban restringidas, debió suceder que los pirómanos no salían de casa de madrugada, siempre con su furgoneta bien cargadas de los pertrechos necesarios: las garrafas con gasolina, las mechas, los ingredientes que saben manejar como nadie para que el bosque arda por los cuatro costados. Es muy difícil identificarlos y es muy complicado que vayan a juicio. Que recordemos, hubo el caso de un contratado por el servicio contraincendios del Cabildo de Gran Canaria que, como despecho, en cuanto lo echaron se fue a la cumbre e incendió los pinares que sobreviven difícilmente. Fue un fuego terrible, que duró muchos días e hizo un daño tremendo en la pequeña masa forestal grancanaria, tan devastada en el pasado y que solo se ha ido recuperando con mucha paciencia y muchas repoblaciones. El pirómano dejó pistas y lo detuvieron, fue a juicio y recibió una condena más bien suave, estuvo en la cárcel unos pocos años pero la huella destructiva que dejó tuvo difícil arreglo. Pues bien: el señor Feijóo, presidente que fue de Galicia en una larga etapa de mandato, no consiguió desmantelar las tupidas redes de pirómanos que, verano tras verano, incendian aquella verde región de España. Hay que reconocer que es difícil combatir a las mafias de todo tipo, y, en particular, las mafias del fuego. Este año, para no ser menos, las llamas han regresado de manera virulenta a Galicia, pero también a Zamora, a Murcia, incluso a Canarias. España será uno de los países más perjudicado por el cambio climático, que trae largos periodos de sequía, junto al hecho de que las aguas del Mediterráneo se han calentado sobremanera, con la posibilidad de que en otoño e invierno se produzcan lluvias torrenciales de gran intensidad, que generan inundaciones y graves pérdidas. Y a pesar de la gravedad y de la urgencia que conlleva este tema, nos da la impresión de que los funcionarios de la Unión Europea están entretenidos en un blablablá incongruente sin que se tomen las debidas medidas. Una política de gestos vacíos de contenido, con muchas cumbres internacionales, con muchas declaraciones que luego se quedan inútiles al cabo de pocos años. Sin olvidar la actitud negacionista de Donald Trump, Bolsonaro y otros líderes mundiales que practican el no a todo, el regreso a aquella norma de sálvese quien pueda. Ni los Estados Unidos, ni China, ni la India, ni Rusia, que son los principales contaminantes a nivel planetario tienen políticas eficientes frente al cambio climático. Es como si estuvieran a verlas venir, mientras hacen planes para mandar gente a Marte, a la Luna o a futuros planetas habitables. Como si ya se diera por descontado que la Tierra carece de solución. Parece que todo se reduce a emitir declaraciones complacientes de vez en cuando, anunciando esto y lo otro. Y una de las consecuencias de la guerra de Ucrania es que se vuelven a utilizar combustibles fósiles, de una parte el gas, de otra parte el petróleo, y de otra parte, ante las urgencias planteadas, se considera que la energía nuclear es energía “verde”. Esa terrible guerra tampoco hace ningún favor a la lucha contra el cambio climático. En definitiva: todavía tenemos mucho verano por delante y ojalá nos equivoquemos pero podría resultar devastador.