Ahora nos enteramos de que la covid fue una bendición. Al menos para nuestros
bosques, para esa deteriorada naturaleza nuestra, en permanente proceso de
desertificación. Por la en la que nos encontramos está claro que el régimen de
lluvias disminuye de año en año, así como del mismo modo tienden a incrementarse
las olas de calor. La España Vaciada ha abandonado muchos cultivos agrícolas, y
ahora los capos están con maleza, están muy propicios para que el fuego se
extienda en cada periodo estival. Pero como en aquellos dos largos años de la
pandemia las actividades sociales estaban restringidas, debió suceder que los
pirómanos no salían de casa de madrugada, siempre con su furgoneta bien cargadas
de los pertrechos necesarios: las garrafas con gasolina, las mechas, los
ingredientes que saben manejar como nadie para que el bosque arda por los cuatro
costados. Es muy difícil identificarlos y es muy complicado que vayan a juicio.
Que recordemos, hubo el caso de un contratado por el servicio contraincendios
del Cabildo de Gran Canaria que, como despecho, en cuanto lo echaron se fue a la
cumbre e incendió los pinares que sobreviven difícilmente. Fue un fuego
terrible, que duró muchos días e hizo un daño tremendo en la pequeña masa
forestal grancanaria, tan devastada en el pasado y que solo se ha ido
recuperando con mucha paciencia y muchas repoblaciones. El pirómano dejó pistas
y lo detuvieron, fue a juicio y recibió una condena más bien suave, estuvo en la
cárcel unos pocos años pero la huella destructiva que dejó tuvo difícil arreglo.
Pues bien: el señor Feijóo, presidente que fue de Galicia en una larga etapa de
mandato, no consiguió desmantelar las tupidas redes de pirómanos que, verano
tras verano, incendian aquella verde región de España. Hay que reconocer que es
difícil combatir a las mafias de todo tipo, y, en particular, las mafias del
fuego. Este año, para no ser menos, las llamas han regresado de manera virulenta
a Galicia, pero también a Zamora, a Murcia, incluso a Canarias. España será uno
de los países más perjudicado por el cambio climático, que trae largos periodos
de sequía, junto al hecho de que las aguas del Mediterráneo se han calentado
sobremanera, con la posibilidad de que en otoño e invierno se produzcan lluvias
torrenciales de gran intensidad, que generan inundaciones y graves pérdidas. Y a
pesar de la gravedad y de la urgencia que conlleva este tema, nos da la
impresión de que los funcionarios de la Unión Europea están entretenidos en un
blablablá incongruente sin que se tomen las debidas medidas. Una política de
gestos vacíos de contenido, con muchas cumbres internacionales, con muchas
declaraciones que luego se quedan inútiles al cabo de pocos años. Sin olvidar la
actitud negacionista de Donald Trump, Bolsonaro y otros líderes mundiales que
practican el no a todo, el regreso a aquella norma de sálvese quien pueda. Ni
los Estados Unidos, ni China, ni la India, ni Rusia, que son los principales
contaminantes a nivel planetario tienen políticas eficientes frente al cambio
climático. Es como si estuvieran a verlas venir, mientras hacen planes para
mandar gente a Marte, a la Luna o a futuros planetas habitables. Como si ya se
diera por descontado que la Tierra carece de solución. Parece que todo se reduce
a emitir declaraciones complacientes de vez en cuando, anunciando esto y lo
otro. Y una de las consecuencias de la guerra de Ucrania es que se vuelven a
utilizar combustibles fósiles, de una parte el gas, de otra parte el petróleo, y
de otra parte, ante las urgencias planteadas, se considera que la energía
nuclear es energía “verde”. Esa terrible guerra tampoco hace ningún favor a la
lucha contra el cambio climático. En definitiva: todavía tenemos mucho verano
por delante y ojalá nos equivoquemos pero podría resultar devastador.
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