Para mí las primeras novelas de Mario Vargas Llosa constituyeron un
equipaje imprescindible en aquella etapa iniciática en la que también devoré
todo lo que pude de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes,
Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Bioy Casares,
Donoso, etcétera. La riqueza del idioma latinoamericano, la vitalidad de un
continente abrasador, un Macondo que se expansionaba en nuestros corazones, y admirábamos aquella claridad
verbal, el entusiasmo descriptivo, la vitalidad americana. Nos creíamos capaces
de capturar la utopía. Era lógico que así fuera, pues los vínculos
Canarias-América Latina han sido muy intensos por las emigraciones, por el
idioma, por la gastronomía, por la agricultura que los palmeros ejercieron en
Cuba, en Venezuela, en la República Dominicana, en tantos sitios.
Devoré sus
primeras novelas, desde La ciudad y los
perros, La casa verde y Conversación en la catedral: una tríada poderosísima, sorprendente. También fue
lectura temprana aquella monumental Historia
de un deicidio, de 1971. Luego vinieron otros títulos, Pantaleón y las visitadoras
y La guerra del fin del mundo. Más
tarde hemos leído Lituma en los Andes,
del 93; Elogio de la madrastra, en
el 88, y La fiesta del Chivo, del
2000.
En MVLL siempre
destacó su gran rigor, el afán de trabajar como un obrero muchas horas diarias.
Carlos Barral contó que aunque se fuera de vacaciones unos días a la playa en
Calafell, Tarragona, siempre llevaba la máquina de escribir con él y nunca
dejaba de ejercitarse. Gabo con su mono de mecánico en las noches de Barcelona.
·
A través de los grandes autores latinoamericanos
chupábamos la novela francesa del XIX, la Generación Perdida
norteamericana, los guiños de Kafka y Beckett, el clasicismo decimonónico desde
Flaubert a Tolstoi y Dostoievski, la modernidad desde Dos Passos a Faulkner, desde
Hemingway a Scott Fitzgerald. Impresionante caudal nos brindaban los autores
del llamado “boom”.
Tuve un
conocimiento temprano de la obra de Vargas Llosa. En la ciudad de Las Palmas se
publicó Agresión a la realidad,
libro editado por Inventarios Provisionales a raíz del entusiasmo de J.J. Armas
Marcelo. El propio Mario se sorprendió de que tuviéramos referencia de esos
ensayos que constituían aquel libro.
Al comienzo de
los años 70, en el periódico La
Provincia le hice una entrevista a Mario Vargas Llosa donde
se solidarizaba conmigo porque la censura me había prohibido Estamos abriendo caminos en la noche,
novela finalista del premio Sésamo en 1970 que nunca fue editada pero que dio
pie a mi primera novela publicada, Ulrike tiene una cita a las 8, Akal Editor,
Madrid, 1975.
JJ Armas Marcelo
era la punta de lanza, Inventarios era un grupo fantástico que rompimos por
errores juveniles. Se distribuyó La
canción del morrocoyo, de Alberto Omar, a nivel nacional, Distribuciones de
Enlace. Con el apoyo de Carlos Barral se hicieron cosas importantes, por
ejemplo fue convocado el Premio Canarias de novela, donde fue accésit Carlos
Edmundo de Ory. Hubo en aquella ocasión un jurado excepcional: Artur Lundkvist,
Mario Vargas Llosa, Barral, etcétera.
En aquellos primeros
años setenta hicimos varias visitas a Barcelona, curiosamente aquella Barcelona
era una ciudad más próxima a nosotros que Madrid, era una ciudad más abierta,
más burguesa, más liberal, más europea que Madrid, la viva imagen de la gris
dictadura. Proximidad a París, a Milán. Ambiente más evolucionado. La
progresía, la Gauche Divine,
el Boccaccio. El Mediterráneo era un lugar prodigioso.
En aquellas
fechas tuvimos encuentros con Gabriel García Márquez, Ana María Moix y Colita,
Juan Marsé y otros intelectuales de primer nivel.
Recorrimos el
Barrio Gótico, los lugares de diversión en que Picasso se había inspirado
Nosotros, como
Generación de los 70, estábamos creciendo. Sin haber firmado manifiesto alguno,
convergíamos en la necesidad de cambio, de luchar contra la censura.
Descubríamos Canarias como espacio literario, su paisaje, su historia, su
eclecticismo, su mestizaje, su identidad ambigua. Con afán épico, con ironía,
con perspectiva fundacional.
Como novelista,
Mario Vargas Llosa está ahí. En la primera fila. Su evolución ideológica ha
sido notable, y la he compartido con menor entusiasmo. El es un clásico de la
literatura universal, y supongo que cualquier año le darán el Nobel. Si no se
lo dan, peor para la propia historia del Nobel, que está guiada por
acontecimientos sorprendentes. En los últimos años, parece que la Academia Sueca va a remolque de
la literatura Light, por eso quizá han premiado a gente como Elfriede Jelinek,
Darío Fo, Saramago, Günter Grass, Coetzee, Harold Pinter. La vuelta al compromiso
en tiempos en el compromiso está fuera de toda onda.
Mario Vargas
Llosa es el rigor y el hipnotizador a través de la palabra.
Para la
literatura universal, fue una suerte que Mario perdiera su aventura política,
que no lograse su aspiración de presidir su país. Este aparente fracaso rescató
al mejor Vargas Llosa, capaz de darnos después de su incursión en la política
obras tan inolvidables como La fiesta del Chivo.
(Foto: en los años 70, en una entrevista de Vargas Llosa y LLB, periódico La Provincia)