viernes, 29 de julio de 2016

Un cuerpo de mujer (cuento de Ryonosuke Akutagawa, Japón)

Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había una pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.
Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. “Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga…”
Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que en su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.
En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna.
Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.


“Nyotai”, 1917 – Cuentos obtenidos de www.narrativabreve.com, editada por Francisco Rodríguez Criado. Ilustración: Mujer leyendo, de Fernando Botero

En momentos de vacío de poder, la Marcha Verde y ahora Cataluña

Para el impertérrito Rajoy nada mejor que ir deshojando la margarita: me quieren, no me quieren, me quieren... En momentos de vacío de poder sucedió la Marcha Verde, noviembre de 1975, Franco agonizaba y así España salió malamente del Sahara. Ahora, mientras Rajoy deshoja la margarita, a la chita callando Cataluña declara su independencia y el impertérrito sigue adorándose a sí mismo:. Además, dice que ni siquiera está obligado a darse por enterado. Así nos va. Y a votar por tercera vez.

martes, 19 de julio de 2016

Jugando a la ruleta rusa

Resultado de imagen de fotos grandes mariano rajoy

Vivimos en el filo de la navaja, nadamos en un mar de perplejidades y sorpresas poco apetecibles, hemos de aprender a convivir con la violencia que puede estallar en cualquier esquina. Y también hemos de estar predispuestos a que nos golpeen algunas tragedias, como cuando ya a medianoche llegamos a casa y ponemos el canal 24 horas, y en unos segundos nos enteramos del último desastre, llámese el recuento del Brexit que al principio de la noche prometía fidelidad a Europa y en el transcurso de la madrugada cambió de rumbo, también dándole al mando sabemos de nuevas víctimas raciales abatidas por policías blancos mientras estaban lavando el coche, al día siguiente nos enteramos de que nuevos policías blancos han sido tiroteados por algún vengador de sus hermanos afroamericanos, asimismo se nos repite una y otra vez el recorrido sanguinario de un camión en Niza cuyo conductor hacía zigzag para atrapar al mayor número de víctimas, por si fuera poco añadimos un golpe o pseudogolpe de Estado en Turquía, recontamos las víctimas de la carretera y de la violencia conyugal en los fines de semana, y qué decir de las predicciones de las olas de calor, que aquí llegan atenuadas pero también llegan.
Además tenemos los ejercicios en la cuerda floja de nuestros políticos, incapaces de articular pactos estables y consistentes, pues en realidad unos y otros no paran de poner piedras en el camino. Con insistencia hablan algunos de la necesidad de ejercer la responsabilidad y la reflexión, aunque a quienes proponen eso se les eche también de menos el ejercicio de responsabilidad y reflexión que demandan a los otros. O yo o el caos, vienen a decir los cuatro líderes políticos que estamos disfrutando desde hace ya siete meses, y lo que te rondaré, morena. Pocos han sido capaces de hacer un examen de conciencia, como excepción Gaspar Llamazares escribió una frase que define su mea culpa ante el fracaso de la coalición Podemos-Izquierda Unida: “muchos no han depositado en nosotros su confianza porque no acaban de vernos como portadores de soluciones creíbles a los problemas ciudadanos. Ese es nuestro auténtico desafío pendiente. Conformarnos con ser un voto protesta alternativo a la abstención tiene un techo muy bajo.”
 Nuestros queridos hombres de la patria parecen estar jugando a una variante de la ruleta rusa: el disparo al pie. Arman sus estrategias, parece que van a confluir con este o aquel, lanzan alborozados la propuesta de conformar una mayoría que pueda constituir un gobierno y luego, cuando todos apreciamos que cuanto prometían era tan solo una fantasmada, no tienen otro remedio que dispararse al pie. Prometen negociar con seriedad y teniendo como meta los superiores intereses de la nación, argumentan que van a satisfacer a los ciudadanos que les han dado su voto y en realidad es como si estuvieran decididos a alargar el suplicio y condenarnos a una legislatura más que breve brevísima, o a unas terceras e incluso a unas cuartas elecciones. Y lo hacen pensando que en sucesivas convocatorias unos van a seguir subiendo en la estimación de los votantes mientras que todos los demás van a continuar en caída libre, como si todo fuera tan sencillo de predecir, como si las encuestas preelectorales fueran dignas de fiar, como si el voto útil, el voto del miedo no hubiera participado en la ceremonia de confusión en la que andamos convocados.
Cierto que en países tan serios como Bélgica o Dinamarca se han producido largos periodos de desgobierno, y que en Italia los mandatos duraban meses porque era muy fácil provocar una crisis tras otra, alianzas inestables siempre expuestas a un traspiés, a un cambio de chaqueta, a las maniobras de distracción, y a otra cosa mariposa. Pero aquí, con los déspotas de Bruselas y Alemania amenazando con multas y contraprestaciones, la cosa no se pone tan fácil. Claro que si la economía ha ido razonablemente bien sin tener un gobierno constituido, si la corrupción solo se ha incrementado en los niveles habituales, si la liga de fútbol va a empezar dentro de poco, si Cataluña todavía no ha declarado la independencia y por consiguiente el Barcelona seguirá jugando contra el Real Madrid igual que siempre, si todo eso ha venido sucediendo sin tener un gobierno con todos los pronunciamientos, es que la cosa no ha ido tan mal como podríamos imaginar.
Estamos en medio de un mundo de relativismos y anécdotas triviales. El nuevo y renacido Pokémon nos vuelve locos porque estos japoneses son expertos en vaciar los cerebros, que la gente piense poco. Y, con todas estas, hemos cumplido 80 años desde el inicio de la guerra civil. El exjuez Baltasar Garzón en su momento lamentó que la Justicia española no haya investigado ciertos crímenes del franquismo y que lo tenga que hacer una juez argentina que se ha tenido que desplazar para practicar unos interrogatorios que estaban más al alcance de las autoridades de aquí. El exjuez señaló que la restricción de la justicia universal como la que fue aprobada por nuestro Gobierno deja desamparadas a miles de víctimas como las 200 niñas secuestradas en Nigeria por el grupo Boko Haram.
En una entrevista en la cadena Ser en la víspera del I Congreso de Jurisdicción Universal en el Siglo XXI, se habló de que es necesario un debate sosegado sobre este asunto y se estimó que la educación en derechos humanos es una asignatura pendiente sobre todo para los responsables políticos. Baltasar Garzón advirtió de que progresivamente y de forma definitiva con la reforma legal aprobada en nuestro país "se ha renunciado a un arma política y diplomática contra la impunidad" y ha discrepado con que la aplicación de la justicia universal perjudique los nuestros intereses económicos.

Sobre la lucha contra la corrupción se ha comentado reiteradamente la dificultad de luchar contra la misma por las trabas que se ponen y la falta de recursos para proseguir hasta el fondo las investigaciones. A fin de cuentas no solo hay dinero en Suiza o en Panamá sino en multitud de paraísos fiscales muy cercanos que la propia Unión Europea consiente para que los ricos nunca lloren a la hora de pagar impuestos. Es lo que tenemos: el arte del disimulo, tan querido a los padres de la patria. Que tan pronto abandonan la vida política encuentran un sillón para reposar sus posaderas en cualquier empresa pública o privada que otorgue opíparos sueldos. Esa es la cuestión.

miércoles, 13 de julio de 2016

Los brahmanes y el león (cuento anónimo de India)

En cierto pueblo había cuatro brahmanes que eran amigos. Tres habían alcanzado el confín de cuanto los hombres pueden saber, pero les faltaba cordura. El otro desdeñaba el saber; sólo tenía cordura. Un día se reunieron. ¿De qué sirven las prendas, dijeron, si no viajamos, si no logramos el favor de los reyes, si no ganamos dinero? Ante todo, viajemos.

Pero cuando habían recorrido un trecho, dijo el mayor:
-Uno de nosotros, el cuarto, es un simple, que no tiene más que cordura. Sin el saber, con mera cordura, nadie obtiene el favor de los reyes. Por consiguiente, no compartiremos con él nuestras ganancias. Que se vuelva a su casa.
El segundo dijo:
-Mi inteligente amigo, careces de sabiduría. Vuelve a tu casa.
El tercero dijo:
-Esta no es manera de proceder. Desde chicos hemos jugado juntos. Ven, mi noble amigo. Tú tendrás tu parte en nuestras ganancias.
Siguieron su camino y en un bosque hallaron los huesos de un león. Uno de ellos dijo:
-Buena ocasión para ejercitar nuestros conocimientos. Aquí hay un animal muerto; resucitémoslo.
El primero dijo:
-Sé componer el esqueleto.
El segundo dijo:
-Puedo suministrar la piel, la carne y la sangre.
El tercero dijo:
-Sé darle vida.
El primero compuso el esqueleto, el segundo suministró la piel, la carne y la sangre. El ter-cero se disponía a infundir la vida, cuando el hombre cuerdo observó:
-Es un león. Si lo resucitan, nos va a matar a todos.
-Eres muy simple -dijo el otro-. No seré yo el que frustre la labor de la sabiduría.
-En tal caso -respondió el hombre cuerdo- aguarda que me suba a este árbol.

Cuando lo hubo hecho, resucitaron al león; éste se levantó y mató a los tres. El hombre cuerdo esperó a que se alejara el león para bajar del árbol y volver a su casa.

(De Cuentos Breves Recomendados)

domingo, 10 de julio de 2016

Saulo Torón y el mar

Saulo Torón tuvo una larga vida (Telde, 1885–Las Palmas de Gran Canaria, 1974), murió a sus 89 años siendo el decano de los poetas, el hilo conductor con la gran generación que conformaron Tomás Morales y Alonso Quesada, con la reminiscencia omnipresente de Domingo Rivero. Vivió en un chalet de Ciudad Jardín con su esposa, Isabel Macario, y su hija, la cantante y también profesora de canto María Isabel Torón Macario, se ha convertido en la principal difusora de su obra. Saulo fue un hombre de orilla, más bien fue de tierra adentro porque nunca viajó, nunca fue más allá de la punta del muelle, no necesitaba conquistar el mundo y así hizo su obra tranquilo y ensimismado, con un tono de contemplación, una mirada melancólica que no llega a constituir una elegía. Ciertamente, la labor de críticos como Lázaro Santana y Juan Manuel Bonet ha sido esencial para el rescate de este grupo de poetas, que protagonizaron la Edad de Plata de la poesía insular. Saulo Torón fue poeta humilde, cantor del hogar y del mar, con un verso “cadencioso y sereno”. Como decía en el preludio a su Caracol encantado, “El mar es a mi vida / lo que al hambriento el pan; / para saciar mi espíritu / tengo que ver el mar. / El mar me da la norma / y el ansia de vivir: / su majestad es ciencia / suprema para mí.” Hay un leve halo de claustrofobia, heredado del dramatismo de Alonso Quesada, pero marcado también por el sosiego de la aceptación del destino insular de su vida y de su obra. No es el suyo el mar grandilocuente y exultante de Tomás Morales, es el mar hogareño de la orilla, es el mar que ve desde la oficina, el mismo mar que contempla Domingo Rivero desde la silla en que trabaja. Y Saulo –igual que Alonso Quesada– trabajaba para los británicos, en la Casa Miller, en definitiva los británicos, que tanto marcaron la vida económica y social de las islas.
Hombre afable y tranquilo, en la extraordinaria Biblioteca Canaria de Bolsillo que dirigió Andrés Sánchez Robayna con el editor Aurelio Concepción, tres años después de su muerte fue recopilada su Poesía Completa, 1988, con portada del pintor Santiago Santana y prólogo del crítico Juan Manuel Bonet. Sin duda aquella aventura editorial de Interinsular estuvo marcada por la exigencia profesional, la estética y el rigor. Allí puede contemplarse su devoción por la poesía entrañable de Antonio Machado. Ya lo había dicho en sus Primeras Palabras: Mi verso es el sereno manantial de mi vida / donde fluyen acordes todas mis emociones; / cada emoción que pasa deja una estrofa urdida / con el lino invisible de las meditaciones. Ya hablaba allí de su verso cadencioso y sereno, sin reproches violentos, porque ha sido un hombre humilde y bueno. Es poeta del amor doméstico, de la sencilla vida del oficinista que –al igual que Rivero– va del trabajo a su casa sin aspirar a grandes objetivos, y luego marcha a la tertulia con sus amigos Tomás, Alonso y el pintor Néstor. El modernismo impregnando su vida, del mismo modo que la tranquila evocación del pasado y el disfrute de un mar benigno.
No existe en la obra de Saulo la exaltación urbana, burguesa y marítima del médico Tomás Morales ni aquel desgarro existencial que apreciamos en Alonso Quesada, porque a fin de cuentas él tuvo una vida serena y apacible, de trabajador bien colocado, feliz con su mujer y su hija, complacido en su casa, tertuliando con frecuencia con los amigos, fraternales todos en el cultivo de la poesía, en la escritura en los periódicos, en las publicaciones y en los recitales, disfrutando las veladas musicales con los suyos, viviendo como empleado sin mayores sobresaltos, guardando eso sí un prudente silencio durante la guerra civil y años posteriores, como dice Bonet, un periodo de reclusión en su casa de Ciudad Jardín. Según Ventura Doreste, incluso se negaba a leer las obras que se venían publicando en aquel tiempo. En su libro Frente al muro escribe: Tengo los ojos hundidos /de mirar siempre hacia adentro / para no errar el camino.
Saulo no sintió la angustia tan típicamente quesadiana, a fin de cuentas Alonso Quesada tuvo una vida difícil, tenía que mantener a las muchas mujeres de su casa, su vida estuvo marcada por la enfermedad y la muerte prematura. En los versos de Saulo leemos: Mi barca pequeña / no sale del puerto, / no tiene más velas que mi pensamiento. / Yo no sé de mares / de violencias bravas, / sino de este humilde / que duerme en la playa. / Ni el oro ni el triunfo / me llevaron lejos, / ni anhelé otras glorias / que las de mis sueños. / Por eso mi vida / modesta y sencilla, / la disfruto solo, / cantando en la orilla. Juan Manuel Bonet, en su buen prólogo, señala que Valbuena Prat clasifica a los poetas canarios de una manera peculiar. En efecto, señala que Tomás Morales es rubeniano, Alonso Quesada y Fernando González siguen a Antonio Machado mientras que Saulo Torón y Claudio de la Torre muestran la influencia de Juan Ramón Jiménez; por último Josefina de la Torre y Agustín Espinosa son discípulos de los poetas de la Generación del 27 y las vanguardias de comienzos del siglo XX. En 1936 el tinerfeño Ramón Feria dijo que en Saulo Torón se percibe por primera vez en las Islas Canarias la influencia poética juanramoniana. Sin embargo, Bonet matiza que Canciones de la orilla presenta un aspecto interior y exterior juanramoniano, aunque la tónica ya es diferente. El popularismo marinero de muchas de las canciones y las coplas está emparentado con los nuevos poetas, sobre todo Rafael Alberti.

Nacido en la ciudad de Telde, echamos de menos algún homenaje importante de su lugar natal. Hubo quienes opinaron que el teatro municipal de la ciudad debiera llevar su nombre, aunque todavía se está a tiempo de repararlo dedicándole algún espacio noble en el futuro Palacio de Cultura, una instalación muy ambiciosa para la que no va a ser fácil encontrar financiación. Pero Telde, con su población y con su historia poética, se lo merece. Tal como señala el cronista Antonio María González Padrón, la memoria de la Escuela Lírica de Telde bien merece un espacio significativo en el mundo literario del archipiélago.

sábado, 9 de julio de 2016

Ante la ley (cuento corto de Franz Kafka)


      Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita  que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
      —Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.
      La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
      —Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
      El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
      Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
      —Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
      Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
      —¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.
      —Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
      El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
      —Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para tí. Ahora voy a cerrarla.

martes, 5 de julio de 2016

El 4 de Julio y la ayuda española a la independencia de EEUU


 


constitution-1486010_640
El 4 de Julio, se celebra la Declaración de Independencia de Estados Unidos, (Filadelfia 1776). La liberación de las Trece Colonias Británicas en América del Norte, por el General George Washington, al mando de un valiente aunque reducido y mal preparado ejército, apoyado por una Francia empobrecida por las guerras, no hubiese sido posible en aquella época y en un relativo corto espacio de tiempo, sin la decidida contribución de España y de sus Colonias Americanas.
La ayuda española a la Guerra de Independencia Americana, aunque de manera secreta, (por el lógico temor al poderoso Imperio Británico), comenzó antes de la Declaración de Independencia de 1776, con un fuerte aporte económico, procedente de sus Colonias de México y Cuba, a través de La Luisiana Española, extensa Colonia propia en territorio Norteamericano, Al declarar España la Guerra a la Gran Bretaña, en 1779, la ayuda española a los rebeldes americanos se hizo abierta y abundantemente.
El primer aporte fue de un millón de libras de la época, con las cuales se compró una importante partida de pertrechos de guerra, continuando durante toda la contienda (1775-1783), siendo La Habana el centro de operaciones de la ayuda de España a los rebeldes norteamericanos. El Rey de España Carlos III, consideró que Cuba por su tamaño, su posición geográfica, sus recursos, su población, sus astilleros, sus arsenales e instalaciones navales, era el lugar idóneo para centralizar la ayuda a los patriotas norteamericanos.
Otra prueba: en La Habana, (que era la más poderosa Plaza Fuerte de las Américas y cercana a las Trece Colonias), eran reparados, artillados y equipados los buques de guerra norteamericanos. De la Habana partían las expediciones de ayuda a la Guerra, allí fueron a parar miles de prisioneros de guerra ingleses. En Cuba se reclutaban y adiestraban Milicias de blancos y negros, España usó también sus cercanos territorios de México, Santo Domingo y Puerto Rico, para apoyar la la Guerra de Independencia Norteamericana.
Mención aparte se merece la valiosa y heroica contribución humana española, en ayuda a los rebeldes norteamericanos, sirviendo de ejemplo el caso del Conde español Bernardo de Gálvez, Gobernador de la Luisiana Española en 1779, que juró dar su vida por defenderla de los ingleses, y organizó una abigarrada y entusiasta expedición de 667 hombres, con mexicanos, cubanos, venezolanos, dominicanos, puertorriqueños y guatemaltecos.
El decidido y bien dirigido Ejército de Gálvez, fue ganando todas las batallas, venciendo a las tropas británicas y liberando toda la Cuenca del Mississipi. En 1781 ya no quedaban fuerzas británicas en la Región, esto representaba la retaguardia de Pensilvania, de Virginia y de Georgia, lo cual fue muy importante en las decisivas batallas finales de la Guerra. Más tarde, Gálvez ya fuertemente reforzado, sitió y rindió Mobila y Pensacola, las dos principales bases navales británicas en el Golfo de México.
La toma de la importante Base Naval de Pensacola, por una flota española mandada por el intrépido Gálvez, un auténtico genio militar de la época, fue un hito en el desarrollo de la Guerra de Independencia. El Capitán Venezolano Francisco de Miranda, se encargó de las negociaciones de la rendición, y más tarde gestionaría en Cuba fondos para las tropas de Washington. Posteriormente De Miranda pasaría a la Historia como precursor de la Independencia de la América Hispana.
La Batalla de Yorktown, finalizó con la rendición de las fuerzas británicas, al mando del general Charles Cornwalls, el 17 de Octubre de 1781. No hubo negociaciones de paz, porque los victoriosas rebeldes norteamericanos, se negaron a hacerlas mientras no se reconociera la Independencia de las Colonias Americanas, lo cual finalmente hizo del Rey Jorge III de La Gran Bretaña, en el discurso de La Corona, el 5 de Diciembre de 1782.
Una Nueva Nación había nacido oficialmente: Los Estados Unidos de América, con la decidida y decisiva ayuda de España, impulsada por su Rey Carlos III, y ejecutada por ilustres Militares Hispanos como Bernardo de Gálvez y Francisco de Miranda, a ellos nuestro reconocimiento. A los que regaron con la vieja sangre española la Nueva Nación Americana, nuestro recuerdo y agradecimiento.
Y por último, a los Estados Unidos de América, que aprendan la verdadera Historia de su Guerra de Independencia, que la enseñen en sus Escuelas, y que todos los “4 de Julio”, se acuerden de la ayuda que España les prestó, cuando más la necesitaban: cuando estaban naciendo.
(por José Antonio Cabrera, Asopress, publicado en Crónica de Canarias. ilustración: declaración de independencia de EEUU, Filadelfia, 1776)

lunes, 4 de julio de 2016

Ahora a pactar (Montecruz, en La Provincia)

Antonio de la Nuez, mirada sobre la isla




Este fue un  personaje polifacético, abogado, ensayista, poeta, periodista, licenciado en Letras y profesor de Lengua y Literatura, Latín y Griego, gran conversador, siempre bien vestido y con su puro a cuestas. Una especie de gentleman tropical, discutidor apasionado que hizo congeniar la exuberancia americana con la limitación psicoespacial de la isla. Fue también generoso con los nuevos escritores de los años 70 y 80, en sus artículos periodísticos alentaba su obra. Además fue militar que vivió la guerra civil y salió con el grado de capitán, fue gran aficionado a la historia de Canarias y a la heráldica, hasta diseñó el emblema municipal de más de un ayuntamiento. Estudió las carreras de Filosofía y Letras y Periodismo, y en 1952 don Otto Kraus lo nombró director de La Provincia, cargo en el que permaneció dos años ya que su condición de militar le originó problemas con el capitán general, a quien no gustaba que ejerciera como director de un diario ni mucho menos como secretario del Museo Canario, que estaba llamado a ser un foco de agitación literaria, con la policía vigilando de cerca algún recital poético.

Cuanto tuvo problemas pidió la baja en el Ejército y marchó a Venezuela en 1955, donde permaneció durante casi veinte años. Antonio de la Nuez (1915-2004) fue un observador de la realidad con ironía y humorismo, merced a su gran conocimiento literario trascendió el mero apunte costumbrista y su prosa fue rica y versátil, contagiada por el lenguaje ancestral de la isla y por la efervescencia latinoamericana. Sus hijos Sebastián y Carmen Rosa de la Nuez fueron pieza esencial en el homenaje de la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE) con motivo del centenario, que incluyó una nueva edición del libro La isla, apadrinada la anterior por el Plan Cultural del Cabildo en la época de Lorenzo Olarte. Sebastián es profesor en una universidad caraqueña y Carmen Rosa se convirtió en el motor de los eventos.

Estimaba Yolanda Arencibia en el prólogo de la edición de Las Gaviotas (Interinsular Canaria, 1984) que en este autor pervivía el influjo del surrealismo, movimiento que estalló en muchos pintores, escultores y escritores de las islas tras la gran aventura tinerfeña de los años 30. Antonio era hombre con gusto por vivir, sabía extraer el jugo de las cosas, se proponía vivir intensamente y lo lograba. Fue también, recordaba Yolanda, un creador de impronta surrealista y juguetona, más allá de lo real y lo cotidiano. Su pluma podía ser lenta, a veces acariciadora, pero también podía ser punzante e hiriente. La universalidad y la amplia formación humanística, las experiencias castrenses y la convivencia americana generan en el autor una visión irónica, a veces sarcástica, de quien sabe que es mejor bromear que reflexionar con acritud. De este modo, revierten las influencias que formaron su pensamiento: Ramón Gómez de la Serna con sus juguetonas greguerías y las vanguardias de comienzos del siglo XX, los intelectuales de la Revista de Occidente y el venezolano Rómulo Gallegos, la visión de los clásicos, sobre todo la huella profesoral del jesuita Otazu, tan presente en su último libro, acerca de la pervivencia de signos y elementos de los templarios: Signos de los templarios en torno al Planeta en relación Canarias, que versa sobre los símbolos de los canteros, y su encuadre en la simbología general.

Recuerdo una entrevista que le hice en su chalet de Tafira Alta, su verbo fácil y apasionado, su versatilidad que le llevaba a disertar sobre una gran variedad de temas, pues múltiple fue su compromiso, siempre atento a la manera ingeniosa de ver al insular, tratando de articular una pequeña filosofía acerca de nuestra forma de ver el mundo. No había llegado la globalización que nos metió en el mundo, había un cierto complejo de inferioridad, un síndrome de aislamiento, Canarias no era todavía el pequeño edén para tantos millones de visitantes, la isla pobre y casi analfabeta, la gente modesta y entrañable de los campos. En su artículo “Alonso Quijano en Tirma” dice que “La noche de Tirma se extendía sobre el bosque, más allá de las últimas casas del pueblo, con su gran regadera, con su enorme ducha de estrellas. Un perfume de ilanes y jazmines venía del cercano jardín de don Alonso. El propio don Alonso, tres calles más allá, en el silencio de la noche, decía a Dulcinea melosamente: ­–La noche está orquídea. Como antes, junto al muelle, había dicho: –La tarde está vaporosa. –¿Por qué? –Porque están entrando muchos vapores…” Es el tic a veces burlón de Antonio, que había tenido como profesor de literatura al gran Agustín Espinosa, el mejor narrador del surrealismo español.

Como señaló Guillermo García–Alcalde en el prólogo de la reciente reedición de La Isla, cuya portada diseñó Arima García Santana, Antonio fue “artista de la palabra y sabía que el arte es sobre todo artificio” y “fue la suya una actitud intelectual inquieta, alerta y poliédrica. Este libro es como la vida misma: deslumbrante y opaco, entusiasta o desencantado, tan propenso a la exaltación como a la censura.” La isla bipolar, frontera que nos aísla y camino que nos comunica con el resto del globo. La isla melosa y la isla arriscada, la isla serena y la isla poco complaciente, las dos caras de la realidad que contemplamos cada día.

Fue bautizado como Antonio Moisés Primitivo de la Nuez  en la ermita de los navegantes de San Telmo, no en vano él habría de cruzar el océano que tantos miles de canarios surcaron hacia la querida Venezuela, la Octava Isla, la madre americana. En él se dio un dominio del lenguaje –tamizado sin duda por su experiencia de la otra orilla– y una gran capacidad de observación, sin duda ambos elementos están muy presentes en toda su obra. Agregado cultural de la embajada de España en Caracas en la época del embajador Matías Vega, ya en el año 1945 lanzó en la prensa la idea de una Universidad para Las Palmas de Gran Canaria. Conferenciante asiduo, fue director de la Revista del Zulia en Maracaibo, incluso se atrevió a escribir poesía que está a punto de ser recopilada. Además encontramos entre sus inéditos de diario de su experiencia en la guerra civil, documento en el que muestra su desgarro ante la violencia que contempló de primera mano. En definitiva, Antonio de la Nuez fue un testigo de excepción de tantas cosas.
 

domingo, 3 de julio de 2016

Los gobernantes desprecian la cultura porque son títeres del mercado (José Pedro Carrión, actor)


Por Emilio Martínez

 

 

 
 
Es uno de los grandes/grandes de la escena española en el último medio siglo, durante el cual ha protagonizado un sinfín de obras de todo tipo siempre a la perfección con su capacidad gestual, mímica y con esa voz inigualable que te cala hasta las entrañas. Además, José Pedro Carrión, que adorna su hoja de servicios a la Cultura -con mayúsculas- con innumerables galardones, entre ellos el Premio Nacional de Teatro, lleva dentro un filósofo, un profundo pensador de la vida al que le duelen muchas cosas de este país, como relata en esta entrevista. Eso sí, ha decidido bajarse de los escenarios para enfocar, desde su próximo retiro en Lanzarote, su aportación al arte de Talía en otras dimensiones, fundamentalmente con los niños. De modo que quien quiera disfrutarlo debe aprovechar la última oportunidad: su nueva gira con 'Páncreas', que va a significar algo así como su despedida.


- ¿Alguna vez se ocuparán los gobernantes de la Cultura -con mayúsculas, como te gusta- en general y del teatro en particular?

- Jamás lo harán, mientras sean títeres al servicio de los hilos enmarañados del mercado. La razón es fácil de comprender. Es preferible desarrollar la ignorancia supina y la opinión generalizada frente al criterio personal, que es un ejercicio de libertad y amenaza la seguridad establecida.

- ¿Y de algo tan básico como la educación?

- Son mentirosos por naturaleza y por oficio nuestros representantes políticos. Los mal educados favorecen la mala educación. Nosotros les elegimos y es mejor no olvidarlo. Hemos empezado el milenio con una mala inversión: seguridad por encima de libertad. El conocimiento nos hace más libres. Por el momento queda un tiempo largo, para soportarlo malamente, colaborando en lo queda de democracia, adormeciendo la conciencia individual y colectiva y alimentando nuestra propia idiotez. Creo en un Teatro, cada día más necesario, como valor y herencia de la humanidad, que haga responsable al ciudadano del crimen del que se queja. Vamos perdiendo la revolución de los derechos y creo que es urgentísima una revolución de nuestros deberes, como personas y ciudadanos, frente a la estupidez de la especie. Mi oficio enseña que nunca se acaba de aprender. Ni en el teatro ni en la vida. Quiero educarme día a día, practicando un magnífico antídoto: la ternura.

- O sea que los políticos son malos actores, ¿no?

- Son tan malos que utilizan el teatro fuera de sitio. Veo 'tablas', manipulando el Teatro y vuelvo a sentir indignación. Y esa indignación me lleva a votar contra un gran engañador y sus indignos lameculos.

- ¿Qué te parece que se hayan tenido que repetir las elecciones por falta de acuerdo? ¿Votaste el 20-D y ahora el 26-J?

- ¡Voté, ¡claro que sí! Lamentablemente, insisto, en contra. Y lamentablemente cada cuatro años, cuando podría hacerlo, día a día. Sería un mejor uso del móvil. Una aplicación para implicar al ciudadano en el Parlamento. Y espero que esta vez no haya dejación de funciones, vergonzosa y consentida. El teatro te enseña a discutir, es básico. Y es esencial llegar al acuerdo. Incluso estar de acuerdo en no estar de acuerdo. La palabra viene del latín: corazón. Sin corazón, no hay vida para los seres humanos. De nuevo, la ternura... contra la imbecilidad. Sin pelea no hay cambio.

- ¿Cómo un enamorado y profesional de la palabras valora que la sociedad actual cada vez apueste más por la imagen y lo inmediato en detrimento de la lectura y la reflexión?

- Lo valoro negativamente, claro. Es cierto que es así nuestra sociedad actual, sí, pero los que vienen, genéticamente llegan mucho más desarrollados y algunos de ellos, como siempre en nuestra Historia, encontraran un camino más humano y más justo. Más amable...

(De www.diariocritico.com)

sábado, 2 de julio de 2016

Domingo Rivero, en su "oficina del mar"

Por Antonio Puente
 
 
(*) Domingo Rivero continuó la tradición de Bartolomé Cairasco, único hasta el momento en la vinculación de su obra y su figura a la ciudad fundacional
 
           
 
Era lógico que sus jóvenes pupilos modernistas, todavía asdolescentes al finalizar el siglo, escoraran sus versos hacia el incipiente y pujante Puerto de la Luz. Tomás Morales, pionero en el cambuyón de las metáforas, le canta frontalmente, casi subido al noray y a las propias cubiertas. Y, más claroscúricos y agridulces en sus poemas, Alonso Quesada y Saulo Torón desempeñaron, incluso, su actividad laboral en torno al Puerto, en sendas compañías británicas. Pero al maestro y mentor silente, Domingo Rivero (Arucas, 1852 – Las Palmas de Gran canaria, 1929), “Don Domingo”, le cogió aquella modernez ya al borde de su cincuentena, la misma edad en la que se inicia a la escritura, y para él fue, más bien, un acicate inverso, que le condujo al repliegue en su barrio de Vegueta, a sembrar con más ahínco sus “espigas ideales” junto al Guiniguada, y repartiéndolas por el camino, desde su sombrero de hombre callado y alto, en su trayecto cotidiano al Muelle Viejo de San Telmo.
El escoramiento portuario de los jóvenes modernistas resultó ser, grosso modo, un viaje sin retorno en las letras insulares. También ellos le cantaron episódicamente a “la ciudad comercial” (Morales) o al “casco viejo” (Torón), o, de un modo más integral, Quesada puso a deambular su nocturno e implacable ojo escrutador por la ciudad al completo. Pero la semilla germinal que ellos mismos plantarían al otro lado del istmo, en Las Canteras, crecería irreversiblemente con el devenir del siglo, y especialmente en la segunda mitad, cuando, al rebufo del crecimiento turístico, el furor por ligar bronce daría al traste con el antiguo prestigio de preservar marfil… Se ha convertido ya en la playa de los voladores de las hogueras fundacionales de San Juan, que abarcan desde la luminosa Punta Brava, junto a la Peña de la Vieja, forjada por Manuel Padorno, a la nocturna Puntilla, que, pese a su tranquilidad aparente, tintinea en la inquietud de un posible apostamiento y naufragio –desde “el sumidero atlántico”- a la mirada de Eugenio Padorno. Dos maneras complementarias, en el fondo, como el yin y el yang (blanco sobre negro de las hogueras nocturnas en la playa) de enfrentar el indeleble verso incontestable de Quesada: “Y el mar como invitando a lo imposible…”.
Pero los voladores provienen del casco fundacional (tal vez desde la misma plaza de Santa Ana que, no en balde, al aire se echó a volar). Parten –antes de llegar a pasar el trébole portuario- de aquella resistencia veguetiana de Don Domingo, cuya obra y figura permanecieron prácticamente inéditas hasta los años 90 del siglo pasado -¡casi una vida entera más, tras su defunción!-, cuando las rescataron del olvido los mismos hermanos Padorno, con denodado esfuerzo de glosa y contextualización, para desembocar en la feliz creación de su Museo, de la mano de su nieto, José Rivero, hace apenas cuatro años.
Tan sólo Bartolomé Cairasco de Figueroa  (Las Palmas de G.C., 1538 - 1610), el poeta fundacional de la lírica canaria, había construido su hábitat personal y literario en torno al naciente Real de Las Palmas.  Y es curiosa esa exclusiva coincidencia, pues no es para nada ocioso afirmar que el mismo papel pionero que aquél desempeñó en el tránsito de los siglos XVI a XVII, lo desempeña Rivero para la renovación poética, en el tránsito de los siglos XIX a XX. Les asiste a ambos una misteriosa proyección innovadora, que se muestra (al menos desde la perspectiva isleña) como surgida ex nihilo; y sus tan opuestos talantes poéticos coinciden, sin embargo, en universalizar al máximo la estricta materia que les circunda y ciñe... No como una mirada superpuesta, sino, en ambos casos, como una necesidad de distensión, partiendo de una genuina concepción de lo universal como lo local sin paredes. Son los dos poetas fundacionales de la ciudad fundacional. Sus mismos oficios, como Canónigo de la Catedral y, cuatro siglos después, como Relator de la Audiencia, respectivamente, son una formidable metáfora de un proceso de secularización paralelo al de sus propias obras. Ambos desde Vegueta, Cairasco lanza sus campanas al vuelo, para, a vista de pájaro,  avizorar la totalidad insular; mientras que Rivero se repliega sobre sí y vincula la ciudad a su propio cuerpo… Pero, a la postre, ambos desembocan en el mismo mar de la bahía; pues las campanas de la catedral (poética) de Cairasco (como en la célebre letra de la canción de José María Millares) “repican, repican al mar”, y, en el caso del cuerpo (poético) de don Domingo, todo desemboca en su incólume verso “Mi oficina da al mar” (insuperable signo para nombrar al hombre-cuerpo insular encajado en el recinto isleño).
"Aquí mandé afirmar mi nao", dirá Cairasco de la Isla en su emblemáticoTemplo militante; "(En ti) hice mía mi parte...", señalará Rivero de y a su cuerpo, en su emblemático Yo, a mi cuerpo...  Son dos soportes perfectamente reversibles: Templo y Cuerpo, los dos hogares de máxima intimidad equivalentes en sus imaginarios respectivos, y que, en última instancia, remiten a la ciudad histórica misma.  Cairasco mira de arriba abajo, desde el campanario de la catedral; "... Aquí mandé lanzar al hondo piélago, / para afirmar mi nao, tenaces áncoras, / a la parte do está la peña cóncava"; y Rivero, por su parte -anónimo, inédito, postrero-, tal vez desde la sima seca del Guiniguada, sabe que no puede ya sino invitarnos a mirar lo mismo de abajo a arriba, en esenciales sinécdoques: "Piedra que tienes la tristeza austera / de las patrias montañas", dirá en su paradigmático poema “Piedra Canaria”. Se agacha a recogerla: la observa, la palpa; tiene los pies ("mis pobres pies cansados") clavados en el lugar exacto del mismo plano de Cairasco: la hondonada de la peña en el piélago, y reconoce en ella al humilde pero certero canto con que prolongar ("Oscura piedra; fibra duradera / de robustas entrañas", se inicia ese poema) el Templo de la tradición poética cimentada por Cairasco. Y, genuflexo en él, dará cuenta del cuerpo escindido del alma como un caro signo contemporáneo.
Tan sólo un zoom en el visor, o en el ojo avizor, separa, en conclusión, la mirada sobre el objeto poemático del fundador de la lírica insular de la de quien la refunda para su modernidad (no sólo el Modernismo). El Cuerpo del relator (escindido, a la interperie) se cobijará, finalmente, en el Templo del canónigo, y ambos espacios habitables son trasuntos de la Ciudad y la Isla (de la Poesía, también). Para decirlo con sus imágenes respectivas, ha ocurrido que "el promontorio del mar cerúleo" se acota ahora en que "mi oficina da al mar"...  "Dios es conversable", señaló Cairasco; pues "mi cuerpo" también: debe de ser parte de Dios, parece apostillarle Rivero....
No es lo mismo, desde luego, erigirse en un precursor muy tempranero de todo un Movimiento poético, como hace Cairasco con el barroco, que asistir a un y silente y apesadumbrado cierre de compuertas, como hará Rivero con la retórica romántica y regionalista que dominan el ambiente, y acometiéndolo, además, a una propia edad tardía... Los diversos tomos de El templo militanteven la luz, a principios del XVII, en las mecas editoriales de Valladolid y Madrid, mientras que Rivero no publica un solo libro en vida...  Y frente a las grandes gestas biográficas documentadas en Cairasco, uno de los atributos recurrentes para designar a Rivero es el de "poeta sin biografía". Sus poesías coinciden, sin embargo, en sus respectivas procedencias de un bagaje europeo, que les acrisola la reflexión sobre el entorno insular, tras el retorno. Ambos afinan sus catapultas desde un rotundo Yo poemático que, paradójicamente, se afirma en el espacio de un modo impersonal... Aunque mucho más arduo resulta seguirle los pasos, desde luego, por la única senda de la escisión (poética) y el silencio (militante), a quien no nos ofrece muchas más pistas que esta somera conclusión: "Sólo mi sombra caminó conmigo"...
Probablemente, esa última sentencia es su más cabal relato biografíco. Pues, tan sólo en su ahora centenario poema “Viviendo” (1916) agrega una sumaria y sucinta cuenta de algunos datos de su vida. El funcionario Relator de la Audiencia Territorial de Las Palmas, nombrado después,  precisamente por su condición de decano, Secretario de Gobierno, nos explica: “Mi oficina da al mar. Desde la silla / donde hace 30 años que trabajo / las olas siento en la cercana orilla / de las ventanas resonar debajo”. En ese escueto poema, muy inusualmente, nos ofrece alguna anecdótica información autobiográfica: 30 años en la misma silla cercana al mar. No hay más, salvo el hall del mar y Vegueta misma, la ciudad orgánica en que se mira.
Con el sumo desconsuelo de albergar ya más preguntas que respuestas, el maduro poeta se refugiará en el canto a sus enseres predilectos, devenidos en humanos amigos: "Los muebles de mi cuarto", "la silla", "mi oficina", "mis versos"... Son el corolario de la devoción que rendirá, a la par, a sus seres queridos, a quienes mira, a la postre, con compasión, enhebrados, como están, de incomprensible carne marchita, y vivaqueantes, al igual que él mismo, por la hondonada de la peña en el piélago, que si en el origen fue el fértil valle selvático de Cairasco, ahora es "el páramo africano" (en el poema "Unamuno").
En resumidas cuentas, su repliegue veguetiano, en torno a su cantado Muelle Viejo,  junto al escepticismo que le inspira el incipiente Puerto de la Luz, es un aspecto que nos hace profundamente cercano a Domingo Rivero. Son sus peculiares reticencias al mito del progreso, que lo convierten en precursor de una cierta conciencia crítica para la preservación del medio. Mira con cierta ojeriza la rápida e incesante transformación. No vive el entusiasmo de aquellos jóvenes, sino que, más bien, percibe como una amenaza ese nuevo boquete mastodóntico por el que presiente la inminencia de un fraudulento carrusel en el vacío; desde el cual, o bien partirá "la nave" hacia "el horizonte que jamás alcanza", o hacia el cual, de llegar a puerto la nave, "lo mezquino / podrá el hombre alcanzar sobre la tierra / si logra abrir a su ambición camino"...
Como nos previene en su poema "El hidroavión", "El riesgo hacer más pequeño / mañana será el problema". Pero, cada vez más explícito, en su homenaje “A la memoria de don Juan León y Castillo”, el insigne ingeniero que llevó a cabo la obra del Puerto de la Luz, Rivero representa el majestuoso dique como el lomo de un mastín que, entristecido, se despide de su amo moribundo lamiéndole la mano. Es la escisión del hombre y su obra -y en última instancia, su sí mismo- en aras del progreso. En otro de sus sonetos emblemáticos, “La victoria sin alas”, el anciano don Domingo que, durante décadas, ha caminado cotidianamente hasta el pequeño Viejo Muelle de San Telmo buscando inspiración, definitivamente subraya: “Y surge sobre la roca el Puerto de Las Palmas. / ¡Es la victoria! Pero... las alas que arrancamos / a la Diosa han caído también de nuestras almas”. El resto es su archiconocida humildad, por estos lares inusitada: “Soy el mejor poeta de mi calle, aunque, / la verdad, mi calle no es larga”.
 
(Texto enviado por el Museo Domingo Rivero, Las Palmas de G.C.)