lunes, 30 de enero de 2012

No habrá apocalipsis en el 2012

No hay que hacer caso a los augurios
El miedo siempre extendió sus zarpas y los humanos estuvieron esperando el infierno, la condena eterna, el fin del mundo. El 2012 ha venido con pésimas noticias, recortes, apretones, impuestos, copago sanitario, más de 5 millones de parados. Pero el 2012 no se va a terminar el mundo si echamos mano de un buen libro, una buena música, una buena obra de teatro, una buena película o una buena exposición de arte. No nos salvarán Rajoy, Angela Merkel ni Obama. Solo con la cultura y con la mente libre sobreviviremos.

jueves, 26 de enero de 2012

Vikram Chandra, la India

Por lo que nos cuenta el novelista Vikran Chandra, la ciudad de Bombay es el cóctel explosivo de la India. No conocíamos la obra de este joven escritor nacido en Nueva Delhi en 1961, autor de algunos libros muy difundidos, el penúltimo de los cuales es Juegos sagrados, una novela de más de 1200 páginas en la cual traza una panorámica de ese caos integral que es su país. Chandra es un ejemplo de esos nuevos talentos de oriente que germinan en universidades norteamericanas, vive entre Bombay y California, ya que en Berkeley enseña escritura creativa. El libro ha sido reconocido como mejor libro del año en publicaciones anglosajonas. Policías y hampones, prostitutas y mafias, agentes secretos y propietarios de clubs de danza, musulmanes, cristianos, hindúes. Un panorama convulso, heterogéneo, descrito con una prosa rápida, con diálogos vertiginosos. En este caldo de cultivo se dan la mano los miserables y los millonarios, las estrellas de Bollywood y las que aspiran a serlo, las chicas que venden su virginidad a los criminales con dinero. Las castas segregadas de una sociedad tan heterogénea donde se hablan cientos, quizá miles, de lenguas. Oriente, tan incitante y tan peligroso. Bombay y la India con sus desequilibrios, sus grandezas y sus miserias, con todos los atropellos cotidianos, lugar donde el exquisito cricket y la corrupción policial se dan la mano. En esta novela descomunal uno se encuentra ante un texto que te atrapa, algo así como Los miserables de Víctor Hugo en versión siglo XXI. Siete años ha empleado Chandra en escribir este libro, por el que recibió un anticipo de un millón de dólares por parte de su editorial norteamericana. El enfrentamiento entre un policía y un jefe mafioso sirve para desvelar las corruptelas y los oscuros negocios entre el poder político y los bajos fondos. Con el lenguaje de la calle, en el que se mezclan las jergas de los distintos segmentos sociales, el escritor ha hilado fino y nos entrega un documento esclarecedor sobre la pujanza y la contradicción de los países emergentes. El mecanismo de la novela negra le ha servido bien para este cometido, pues le permite diseccionar las grandezas y miserias de unos y otros.

lunes, 23 de enero de 2012

Dublín

El día que me declaré a Clarissa, aunque hacía un frío de perros, estaba feliz en Dublín. Era febrero y tocaba REM en un teatro. En un periódico había leído algo regocijante: que el ADN de los humanos está casi calcado no solo de los orangutanes sino también de los cerdos, con razón me decía que tenía confuso el ancestro. En realidad, Clarissa y yo deseábamos estar allí por el día del gran James Joyce pero atrapamos un vuelo barato con oferta de hotel, el 16 de junio quedaba lejos y ya le había advertido que yo nunca habría sido capaz de desayunar riñones y otras porquerías que cuenta en su Ulises, ni mi colesterol ni mi olfato me lo habrían permitido. Así que compramos entradas y nos dispusimos a escuchar al grandísimo grupo norteamericano. Desde que supe que el Vaticano se había molestado con sus canciones me dije que esos chicos debían ser interesantes. Por supuesto que tenía sus discos, adoraba el toque libertario de Michael Stipe, menudo escandalazo cuando reconoció ser gay ante los hipocritones yanquis. Me encanta la profundidad de Everybody hurts, la ironía de Man on the moon y la mandolina retozona en el temazo Losing my religión. Yo debía ser el único casi anciano presente, pero casi nadie se ofendió, los irlandeses son perdonavidas, nada que ver con los británicos. Ese soy yo en el rincón / Ese soy yo en el centro de atención / Perdiendo mi religión / intentando mantener contacto contigo. / Y no sé si puedo lograrlo. Yo también perdido en los pubs donde se servía cerveza negra sin tapas. Cuando ella me dio el sí rompí a llorar, al fin iba a tener a una rubia de Toronto en mi vida. Se quedó sorprendida, no sabía qué hacer. No te apures, le dije cuando recuperé el tino. A veces todo el mundo llora / a veces todo el mundo sufre / Entonces aguanta, aguanta. En realidad estoy seguro de que vamos a tener gemelos, para confirmar aquello del ADN me gustaría ser papá de un monito y un cerdito. No te burles, dijo llorando como una Magdalena. Menos mal que el concierto fue memorable, pongo el DVD a cada rato. Claro que a veces los sueños se evaporan, Clarissa resultó algo frígida pero la conservo, y, cansado de éxito, el grupo se separó. Dublín es algo grisácea y estaba claro: los Reyes Magos me trajeron carbón, me lo merecía.

viernes, 13 de enero de 2012

Yeny

Yeny
Algunas veces tenía la impresión de que –por mucho que se esforzara- todo iba a salirle mal. Debieron ser los terrores de infancia –el miedo a la oscuridad, al hombre del saco- que se le quedaron pegados a la conciencia como una segunda piel.
Así, la única solución consistía en un dicho antiguo: cuando disparan sobre ti y las balas pasan rozándote, pégate al suelo.
La vida exigía gran dedicación, y –sobre todo- constancia a prueba de bomba. Si te caes siete veces, has de saber levantarte ocho.
Desde hacía días la notaba diferente. Los cambios hormonales, deben ser. La constatación de que los años van pasando como guillotinas, y se aproxima la edad de la tristeza. A unas personas les afecta más que a otras la crisis, preludio de todas las menopausias.
Sin embargo, estaba por llegar un tiempo más favorable. “Ya vendrán tiempos mejores” –era uno de sus latiguillos preferidos.
Yeny era sensata y él admiraba su capacidad de análisis, aquella fortaleza que la iluminaba en los instantes difíciles. Le gustaba observar su aplomo, siempre admiró su decisión ante las crisis. Su coraje venía a resultar un arma prodigiosa.
Sentía un terrible desánimo; le daba la impresión de que el mundo se disolvía sin remedio. En el naufragio, no conseguía divisar un clavo ardiendo hasta que notaba su proximidad.
-¡Guau, guau! –respondía ella cuando le daba las buenas noches y la dejaba en su caseta.

lunes, 9 de enero de 2012

Los orishas siempre tienen la razón

Mi viejo me lo avisó, él sabe desentrañar las cabañuelas de octubre. Este año las cosas vienen reviradas, no veo lluvia sino viento. Los campos secos, la yerba nueva sin brotar, las cabras nerviosas. Ya se sabe que el clima de estas islas no es el mejor, sí que es cierto que tienen la mejor temperatura del mundo, que es cosa diferente. Yo andaba necesitado de ayuda, por eso fui al bazar de Panchita, una cubana voluminosa y con buen carácter. A los santos hay que atenderlos, mi niño. Porque el mundo está habitado por espíritus y los muertos ayudan si se les da camino. Si quieres te echo las cartas, y yo consentí. Enseguida me habló de una persona que intenta hacerme daño a toda costa. Estaba claro que esa es mi anterior mujer, la madre de mis cuatro hijos. Vivía amargado, opinaba que todos estamos solos y que a las mujeres no hay que mimarlas demasiado. Cuanto más les das, peor te tratan, como si solo atendieran al olvido y el desprecio. No te amargues, mi niño, todo tiene arreglo. Me anunció la llegada de una nueva persona con energía y vibración. Esa es Yanet, mi compañera de Ecuador. Continuó diciendo que para que los seres te favorezcan hay que atenderlos con las cosas que les gustan: el vaso con aguardiente y ron, con azúcar, con la vela blanca prendida, con café y tabaco prendido, con vino, con flores. Ajiaco con cabeza de puerco, con verduras y arroz, pues los seres espirituales ayudan si se les da camino. Me mandó una loción que mezclo con el champú al lavarme el pelo, mi suerte mejoró, hasta me salió un contrato por seis meses. En la tienda había de todo, velas y sahumerios, baños de descarga, abrecaminos, potenciadores sexuales, aceites para distintos males. Me llamó la atención un velón especial Mil Nudos, para atar y amarrar situaciones y personas. Había una estatua de María Lionza, con ropajes de color. Aquí tratamos de favorecer, de sembrar luz. Ayudamos con la suerte, el trabajo y el amor. Cuando ya me iba le pregunté si el 2012 me iba a beneficiar en algo más. Me mandó pasar otra vez tras la cortinilla, cerró los ojos, entró en trance: Soy Soraya Sáenz de Santamaría y por encima de todo garantizo que nunca subiremos los impuestos, nunca, nunca, nunca. Pagué los 30 euros, la besé, reí como un descosido.