lunes, 27 de junio de 2022

Los Territorios Íntimos de Rosario Valcárcel

 


Esta mujer que fue maestra 30 años tenía guardados en la gaveta escritos, emociones. No tenía tiempo para profundizar en la escritura ni mucho menos para desarrollar temas que no estaban bien vistos: ella escribe sobre un erotismo punzante, sutil, siempre al borde de la excitación pero siempre lejos de la pornografía, lo hace porque es lectora atenta de Anaïs Nim, D.H. Lawrence, Henry Miller, Bukowski, Colette, Almudena Grandes. Territorios íntimos. Las profundidades del placer es el título de su obra reciente, auspiciada por Abra Cultural y publicada en Amazon, con una sugerente portada de Ángel Gustavo Cabrera, y fotografías del argentino Osvaldo Cipriani, ambos son octogenarios en activo.

Lo suyo ha sido cultivar la paciencia, gestionar la humildad, convirtiendo su mesa de trabajo en un cuartel. Procura no mirar hacia los lados, solo quiere escribir silenciosamente, siempre adelante y nunca dejándose amilanar por las dificultades, conquistando su espacio, construyendo su habitación de trabajo como hizo Virginia Woolf. Madre de cinco hijos y abuela de ocho nietos, es una luchadora por los derechos femeninos en la sociedad, su ensayo sobre el sexo en los años 60 ha sido una de las bases de este libro, una reflexión sobre la mujer ante las relaciones personales. Pionera del registro erótico en Canarias, siempre con su tono elegante y sutil, escribió antes de las 50 sombras de Greys, fue atrevida y tuvo que enfrentarse a situaciones embarazosas, en una ocasión un hombre que asistía a su lectura amenazó con llamar a la Guardia Civil si continuaba leyendo sus relatos.

En el prólogo la escritora Alma Carla Sandoval, desde Cuernavaca, México, escribe: “Se dice que no hay nada más profundo que la piel. Ese órgano como la superficie de nuestra tierra: geografía porosa, receptáculo del mundo, instrumento con el que lo sentimos y nos comunicamos. (…) Este libro es una trama de complicidades reunidas en torno a la metáfora de una tríada universal: amor, deseo y sexo.”

En la Casa de Colón se juntaron cien personas para asistir a la ceremonia, que contó con una intervención del psicólogo y radiofonista Alejandro Croissier, el editor Juan Calero y el pintor Ángel Gustavo. Son más de 350 páginas, 267 escritas por la autora y el resto más de 60 poemas eróticos de autores del nivel de Elsa López, Cecilia Domínguez, Ángel Sánchez, entre otros. El éxito de Valcárcel es el del esfuerzo, del estudio y del aprendizaje, de la necesidad de reescribir y mejorar lo ya escrito, significa el triunfo de la voluntad. Sabe que hay que trabajar con dedicación y prescindiendo de las intrigas de los grupúsculos culturales, tan excluyentes. Nacida en Las Canteras, su primer libro fue una evocación de su infancia en el mar, La Peña de la Vieja y otros relatos; luego vino su trilogía: Del amor y las pasiones, El séptimo cielo, y Sexo, corazón y vida, y sus poemarios Las máscaras de Afrodita e Himno a la vida, así como sus Cuentos gozosos/Cuentos traviesos. Su obra está traducida al alemán, al francés y al rumano. Presenta exposiciones de arte, escribe poemarios y cuentos, contó la historia del rodaje aquí de Moby Dick en 1954-55 y la llaman para actos corporativos en la isla de La Palma.

Dice así: Frente al patriarcado hemos ganado libertad y autonomía. Hoy lo erótico forma parte de la moda, del cine, de la política, de la vida social, de la cotidianeidad. Ahora entro en el territorio que teníamos prohibido, transito por el bien y por el mal, por la culpabilidad y los tabúes, recorro desde la fantasía y los rituales sexuales al orgasmo, la masturbación femenina, el adulterio, el voyerismo, el amor homoerótico, el lesbianismo, la zoofilia, etc. La sociedad represiva del franquismo y la religión concebían el sexo como pecado y la mujer como agente de esa tentación. Eso ya cambió.

miércoles, 22 de junio de 2022

Era de la indiferencia



Eduardo Sanguinetti, filósofo, performer. Buenos Aires.

Cuándo la realidad se convierte en una obsesión, produce una pérdida de identidad, no ignoremos que la sensibilidad exige distancia - un extrañamiento de la realidad cotidiana-, pues la ley de la realidad se asemeja a la ley de la gravedad: ambas son ineludibles, universales y particulares.

Lo humano tiene que ver precisamente con ese espacio de tensión dinámica entre adaptarse y autoorganizarse, entre acatar o delinquir. La obsesión por la realidad no garantiza en absoluto mayor realismo en esta era de la amabilidad cual subterfugio de la indiferencia generalizada, como tampoco mayor realismo garantizara una justa valoración de la realidad. Y la total despreocupación tampoco es justamente un signo de irrealidad.

 Sin dudas, permanecemos en el milenio de la indiferencia, de los actos de amabilidad hipócrita, al servicio de la voluntad de perder y diluir la tonalidad de los acontecimientos que se suceden, siempre al margen de la voluntad de los pueblos que experimentan una transfusión de incertidumbre y sobrevida.

 El terrorismo pareciera que ya no inquieta, la disidencia tampoco, no puedo evitar añadirlo. El intelectual crítico, revolucionario, se ha convertido en "bufón de palacio", basta leer los impresos laminados que se le imprimen editoriales corporativas, a estos representantes de la cultura escatológica de este tiempo de simuladores seriales, que toman en consideración los acontecimientos blandos, omitiendo que esas publicaciones son falsas respuestas a problemas reales, verosímiles.

 Una réplica a la misma indiferencia de las significaciones políticas, a la insignificancia de los funcionarios de gobierno, cualquiera sea la ideología de artificio que profesan, como propedéutica de una cultura que ya no existe...

 En suma, sobre un fondo de indiferencia extrema, se recomienza a confiar en la menor diferencia. Así es como se plantea hoy toda la humanidad la cuestión de la propia identidad....

 Trátese de quién sea, incluso los partidos políticos o los sindicatos, cada cual esgrime a su manera contra del estado que encarna actualmente la indiferencia (la democracia de este tiempo sólo se distingue de los regímenes totalitarios en que éstos sólo ven la solución final en el exterminio, mientras que la democracia la realiza en la indiferencia), cada cual plantea su mínima y pequeña diferencia. Cuestión de identidad...

 Pero esto sólo lo ofrecen unos acontecimientos blandos, pues la identidad es un valor diferencial por defecto, con efecto potencializado por un aparato poderoso de distracción, instalado por poder supremo de los patrones de la realidad manipulada y manoseada... No vemos reducidos a esta esclavitud del límite, por la indiferencia general, inocultable y bastante repulsiva... Y, la reivindicación de identidad no es más que la contrapartida de las ideologías muertas.

 El cenit de la diferencia es pasado, incluso en filosofía, basta apreciar como la metafísica ha sido eliminada de los programas de estudio, entre otros temas que hacían a la diferencia...

 Vivimos en la era del cenit de la indiferencia, congelamiento del espíritu público, indiferenciación del escenario de la política, reivindicación exacerbada de la identidad sobre un paisaje de indiferencia general y plural.

 La promoción de la diferencia como tema primordial en agenda de gobiernos espectrales, con luces, brillos metálicos y artilugios que elevan el grado de simulación en la escena pública, donde el secreto se ha diluido... Lo apreciamos también, sin dudas en el espacio de la política, donde cada discurso del sujeto-objeto político es en principio su propio objeto publicitario, todo deviene en obscenidad... Por cierto irreversible, por más cualidades de tonalidades ligeras y estéticas que le deseen adosar.

 Este es el estado artificial y continuo que como telón de fondo, recibimos. Lo que resultaría más ingenuo sería elevar al terreno del deseo enterrado en el cementerio de los sueños rotos, lo que ya existe como realidad... Y esa avidez de vida, indiferenciadamente amable, esa presencia de velocidad extrema en actos ramplones y previsibles de imbecilidad, cual modelo de un tiempo de bestias, desbaratan toda imagen razonable de funcionalidad.

domingo, 19 de junio de 2022

Las Palmas de Gran Canaria: también esta es mi ciudad

 


   Vuelven las fiestas fundacionales del 24 de junio y desde hace cincuenta años esta es también mi ciudad, llegué a ella buscando participar en el mejor periodismo de la región. En ella crecí, en ella amé, en ella trabajé. Siempre consideré este espacio como un lugar de convivencia, gente de muchas nacionalidades, muchas culturas, un lugar dinámico en la que suceden cosas. Con su historia y su mestizaje, aparece en buena parte de mi obra literaria. En la etapa del alcalde Emilio Mayoral y su concejal de Cultura, el historiador Cristóbal García del Rosario, siendo director del Club Prensa Canaria (1985-2000), recibí el reconocimiento municipal por el apoyo a las actividades culturales, al diálogo ciudadano. Porque el CPC era el Hyde Park Corner de la ciudad, el lugar donde había debates, presentaciones de libros, exposiciones de arte, convivencia democrática.

   Siempre preferí Triana y Vegueta. En la Calle Mayor unos jóvenes hacen sonar una flauta y un timple delante de viejos establecimientos, comercios decimonónicos de telas y abalorios, el recuerdo de los bazares de indios, las sedas y tapices, las alfombras de Persia, los elefantes de marfil y los antílopes de ébano, los puñales moros y las bisuterías en sus estantes, el sándalo ante las estatuillas de Brahma, de Visnú y de Shiva. Más allá una chica rubita canta con su guitarra el Aleluya de Leonard Cohen, paso a su lado y le dejo alguna moneda. En otras zonas hay relojes parados, será así porque nadie precisa atrapar la realidad, la vida –como el clima– se mueve sin estrépito, como si nada importase demasiado. Paseo por donde los conquistadores plantaron el Real, los pasajes donde Van der Does prendió brea antes de embarcar con el vino y el azúcar del botín, pero nadie lo recuerda. Cruzo esta parte donde apenas quedan edificaciones con sus arcos conopiales, las gárgolas, la luminosidad de las fachadas. Sin embargo, en estas calles de clerecía y campanario todavía se conserva un ligero toque renacentista, atravieso una sucesión de puertas de sillería y fachadas eclécticas, los frontis con su aparejo de traquita gris, las casonas conservan la entrada para las caballerías, guardan patios silenciosos con su fuente.

   Por aquí el primer hospital para los enfermos de sífilis y ahora las plazas desiertas, las impresionantes colecciones de cráneos y momias aborígenes, las torres de oscura cantería, las columnas salomónicas; traspongo la plaza donde hubo ejecuciones, venganzas y hogueras tras sentencias de la Santa Inquisición, por aquí se citaban casas de lenocinio regentadas por la curia que daban su beneficio a las parroquias, también hospitales para la lepra y otras enfermedades vergonzantes, y autos de fe casi siempre contra comerciantes extranjeros acusados de luteranos o judíos que practicaban veladamente su Torá, o berberiscos que seguían a Mahoma. Los conquistadores fundaron por allí el primer campamento, en donde establecieron los cimientos de un pequeño templo que se transformaría en catedral, y comerciantes, monjas y frailes, y el primitivo y apretado palmeral, del cual dejaron solo tres altivas palmeras, que dieron nombre al Real. Difícil imaginar que en un territorio tan exiguo hubiese sido preciso emplear tales esfuerzos bélicos, cinco años de campaña militar hasta aplastar a los últimos irredentos que se negaban a mezclar su sangre.

   Bajo los balcones de corte portugués sigo hacia la fuente de Espíritu Santo, el poquito de césped grueso y las grandes hojas de la capa de la reina, el drago y la araucaria. Allá arriba, en lo alto de San Roque, la Casa de los Picos, que incorporé en mi obra. En la plaza de las Ranas doy la vuelta, el reloj de la catedral hace sonar la hora. La isla es un micromundo tranquilo. It’s a lovely day, se oye decir. Hay días con sol ligero y mar llana, tan perfectos que más de uno desearía degustarlos despacio, como un buen whisky o un vino caro. Hay que prolongar la dicha hasta el final del mundo, hay que gozar.

martes, 14 de junio de 2022

Sin la ficción de los valores

 


La indiferencia es feroz. Constituye el partido más activo, sin duda el más poderoso de todos.


Eduardo SanguinettiFilósofo, poeta, artista, periodista y músico argentino. Pionero en el arte performativo. Se le considera también precursor del minimalismo en América Latina y del land art.

Te arrojan al mundo como a una pequeña momia, cada cual luego sigue su propio camino y, aunque la tierra se pudra en cosas buenas, la procesión se abalanza hacia el letrero de salida, y hay tal pánico, tal ansía por salir, que los indefensos quedan pisoteados en el barro… y no se escuchan sus gritos.

(Texto de mi libro «Morbi Dei», 1985, Ediciones Corregidor)

Descubrir, que nuestras instituciones, nuestra vida cotidiana, nuestros sistemas de interpretación, están sometidos al imperio de la hipocresía, es poco más que descubrir que el modelo humanista de la vida en estado natural, es poco más que un modelo olvidado, hoy un recuerdo escindido, al que la humanidad le resulta indiferente, pues transita el sendero que lleva a las repúblicas de los cantantes murmurantes, de los coaches, de los locutores, de las modelos escorts y ¿por qué no?, el emperador Calígula casi nombra cónsul a su caballo Incitatus… Estamos viviendo la era de la amabilidad y de la sonrisa impostada, lo podemos apreciar en el presidente de Argentina, claro ejemplo de un profesional de la simulación.

Este es el estado artificial y continuo que como paisaje recibimos. Lo que resultaría aún más ingenuo sería elevar al terreno del deseo justo lo que ya existe como realidad. Porque aunque el conocimiento implique responsabilidad, la irresponsabilidad de los sociópatas que rigen en esta tierra, no va a curarnos del conocimiento, ni de la incapacidad de funcionarios, para asumir responsabilidades, que hagan precisa su permanencia en acto evidente, de eliminación de voluntades lúcidas, por indiferencia… pero la máscara del simulacro impone criterio y la obscenidad instalada, ante la pérdida de una escena, es irreversible.

La indiferencia casi siempre es mayoritaria y desenfrenada, cuando la mentira de ninguna verdad se ha instalado. Esta indiferencia, desentendimiento, falta de observación, fueron obtenidos sin duda mediante estrategias sigilosas, obstinadas, que introdujeron lentamente sus caballos de Troya y supieron sustentarse tan bien sobre aquello que propagaban -la falta de vigilancia- que fueron y siguen siendo imperceptibles, y por ello tanto más eficaces.  La indiferencia es feroz. Constituye el partido más activo, sin duda el más poderoso de todos. Para un sistema, la indiferencia general es una victoria mayor que la adhesión parcial, no se ignora que nos han declarado una guerra los enemigos de la libertad y la igualdad, son ellos, los neonazis de nuevo cuño, en acto de instalar el adoctrinamiento, autoritario, represivo sobre los habitantes de la República Argentina y del mundo.

En verdad, es la indiferencia la que permite la adhesión masiva a ciertos regímenes, las consecuencias son por todos conocidas. Pero, qué sucedió para que Argentina se debate nuevamente en esta instancia que tanto le ha cobrado en tiempo y vida a un pueblo, con buitres de la corporación mafiosa mediática que hora a hora difaman, mienten y dibujan la realidad distópica, que consideran apropiado para minimizar el sufrimiento de los indigentes, ante la mirada turbia y ausente de un gobierno tibio, casi congelado.

Las consignas de las dictaduras también se reciclan, sobre todo porque con el tiempo estas se fueron legitimando y el reciclaje es integral, aplicándose a las prácticas de vidas ficcionales de millones de habitantes del mundo.

El terrorismo ya no inquieta: la disidencia tampoco, no puedo dejar de comentarlo. El intelectual crítico que fue el heraldo de la negatividad y el escepticismo, se convirtió en el ‘bufón de palacio’ de la disidencia dramatizada.

En cualquier caso, sería tener sentido del Apocalipsis, que en etimología hablada nos dice: la «revelación» lo revuelve todo. En la literatura, como en el arte, eso es el genio, tener el sentido del Apocalipsis. Revelación y revolución se convierten en sinónimos. Revelación por la revolución y viceversa, toda poesía es apocalipsis, poco o mucho, pues hiende el mar en avanzada chorreante de violencia enloquecida de frenesí, de imprudencia, de generosidad tempestuosa: sí, de generosidad, pues el vendaval del apocalipsis nos azota con virus letales, pandemias anunciadas en escrituras apócrifas y palabras de visionarios, jamás escuchadas… desde antes del Diluvio… y la impaciencia ha devenido cuál aguafiesta, para dejar sin futuro el presente que no dejó jamás de pretender barrer con la hipocresía pacata de la colonización de mentes, llevada a cabo por los acopiadores de riquezas, la omnipotencia del dinero, el egoísmo filoso de los resentidos, los cobardes y traidores, que pululan por doquier.

En el vasto entramado de discursos de la contemporaneidad, pueden reconocerse, como paradigmas innegables, los relatos que -desde la ficción- indagan, preguntan, representan la realidad social mediata e inmediata, coqueta y vacua de la «canalla» que rinde culto al negocio de la sumisión y la incontinencia de pueblos sumidos en la ignorancia y el temor, indiferentes a todo lo que no afecte sus sobrevidas, sin imaginar, la tan ansiada entrada de los ‘chinos en New York’, Finisterre extremo occidental, el far west definitivo de una civilización (la nuestra) eminentemente mortal, para quienes no dejan de fantasear con un final ordenado de ciclo en la pobre historia de occidente, tan limitada en sus fines.

La historia transita, hoy se hace relato fabulado, biografía novelada, cómic, abandona los enunciados verificables y la remisión a determinados y específicos hechos, comprobables de manera total y absoluta, ¿o es que alguien ha muerto? La resaca sacudió y sacude con menor potencia hoy, las cloacas, máxima de nuestra civilización, plena de forúnculos que estallan, desagües que revientan, el torrente de mentira que asquea, aun cuándo su estallido alivia, libera, venga… y ‘¡los chinos en New York!¡: erupción del Krakatoa, cuyo aliento -según nos relata la historia por venir- darán siete vueltas y media a la tierra… Pues lo que se ha perdido o esfumado en este milenio es la tonalidad de los acontecimientos, el pequeño efecto singular y prodigioso, que hacía de alguno de ellos una situación paradójica, original, cuando no explosiva, como cuándo se ha soñado con una república no política, una república de las letras, de los filósofos, de los sabios: sueños a través de las utopías.

Pero el fardo de los mercados logró cubrir por entero a la humanidad indiferente, acorralada en su imposibilidad de reaccionar, ante una revolución que ha acontecido sin que cayeran en la cuenta de ello. Una revolución drástica, sin teorías declaradas, ni ideologías expresadas, se impuso por hechos consumados, se hizo visible cuándo ya estaba instaurado el nuevo orden mundial globalizado, aplicando una ley de eutanasia novelada.

lunes, 13 de junio de 2022

El camino americano pasa por el plomo

 


Pareció triste y sobre todo ilustrativa de su impotencia la escena en la que un presidente, Biden, casi lloroso pide a su pueblo la forma de parar a la Asociación del Rifle para que no haya más tiroteos masivos en las escuelas y universidades de su país, en las calles y las plazas donde cualquier día un hombre armado se pone a matar a todo el que se le cruce por delante. Un triste saldo a lo largo de las últimas décadas, con cientos de muertos porque allí un niño puede recibir como regalo de sus 10 años un rifle de última generación, una ametralladora, un arma de devastación que le entregan, orgullosos, sus padres. Como si todavía estuviéramos en la ley de la jungla, como si todavía estuvieran conquistando el oeste.

 Todos hemos admirado el “american way of life”, la forma americana de vivir, esa enormidad de país que acoge todas las razas, todas las religiones. Esa forma norteamericana de vivir ha sido y seguirá siendo admirada e imitada en el resto del mundo, pero no en todas sus facetas. Porque aquella es una sociedad más competitiva, más violenta, más inclinada al uso de las armas. Un precepto que está en la Constitución, segunda enmienda, y que facilita la existencia de la Asociación del Rifle, poderoso movimiento que maneja una industria supermillonaria y que permite que cualquiera pueda comprar armas de gran agresividad si tiene 18 años.

 En los años 60, en plena guerra de Vietnam, en las universidades norteamericanas surgieron movimientos juveniles de protesta, que tuvieron su reflejo en la música juvenil, en el cine, en la literatura. Ya lo hemos comentado otras veces: EEUU es el país donde más se protegen los Derechos Humanos y, simultáneamente, es el país donde más son violados. Claro que hay mucha variedad en ese país: la América profunda es muy distinta de la urbana, y Texas, que es un trozo de México robado por el norte, tiene el record de aplicación de la pena de muerte. No en vano el Partido Republicano se considera heredero de los puritanos ingleses que fundaron la nación, y sus opiniones son ultraconservadoras.

 La Constitución de los Estados Unidos, en su segunda enmienda, establece que los ciudadanos tiene derecho a tener y portar armas. Para los fundadores, esta perspectiva era vital para preservar su libertad. Así se ha entendido durante siglos, pero los tiempos han cambiado: hay una estructura administrativa que protege a los norteamericanos, el sistema funciona, no hay que buscarse ni la protección ni la justicia por mano propia. El aumento de los asesinatos en masa en espacios públicos con armas de fuego, indiscriminados, ha forzado el debate sobre su empleo y su necesidad. Los episodios de las matanzas se suceden, y a pesar de las proclamas de los presidentes de turno, las normas no cambian.

 En el fondo, detrás de todo esto existe un gigantesco negocio: el de la producción y venta de armas no solo para el consumo interno sino para la exportación a medio mundo. Y cada vez más se comprueba que hay fines de semana con tiroteos masivos, como si la descarga de adrenalina de los imbéciles poseedores de armamento tuviera que ejercitarse disparando aquí y allá, matando a quien se ponga por delante. Son innumerables los incidentes, en distintas zonas del país, y ya van casi mil episodios en escuelas y centros educativos en la última década. Son datos de Gun Violence Archive, una asociación que lleva las cuentas para azuzar a las autoridades. “Casi no hay un norteamericano que no haya pasado por una situación traumática por las armas”, decía en campaña la hoy vicepresidenta, Kamala Harris. Pero la tensión es enorme: un sector aspira a un control más estricto sobre la venta, posesión y uso de las armas, y otro lo rechaza de plano.

domingo, 12 de junio de 2022

5 grandes poemas de Luis García Montero

 


Bajo la luz quemada...

Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.

Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
                                        -Nos están esperando.

Nada sé contestarte,
sólo que soy consciente de mi propia ironía,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
                                         -Nos están esperando.

Negras y en alto, buitres silenciosos,
nos esperan las nubes en la calle.


Cabo Sounion


Al pasar de los años,
¿qué sentiré leyendo estos poemas
de amor que ahora te escribo?
Me lo pregunto porque está desnuda
la historia de mi vida frente a mí,
en este amanecer de intimidad,
cuando la luz es inmediata y roja
y yo soy el que soy
y las palabras
conservan el calor del cuerpo que las dice.

Serán memoria y piel de mi presente
o sólo humillación, herida intacta.
Pero al correr del tiempo,
cuando dolor y dicha se agoten con nosotros,
quisiera que estos versos derrotados
tuviesen la emoción
y la tranquilidad de las ruinas clásicas.
Que la palabra siempre, sumergida en la hierba,
despunte con el cuerpo medio roto,
que el amor, como un friso desgastado,
conserve dignidad contra el azul del cielo
y que en el mármol frío de una pasión antigua
los viajeros románticos afirmen
el homenaje de su nombre,
al comprender la suerte tan frágil de vivir,
los ojos que acertaron a cruzarse
en la infinita soledad del tiempo

Canción amarga

En la cara lleva
tres años perdidos
y el frío de las seis de la mañana.

Van a partirte el corazón.
De pronto
la luz apagada,
los pasillos turbios,
la puerta que clava su ruido en la espalda.

Van a partirle el corazón.
Y arrastra
una cadena oscura
de pasiones heladas,
ese frío que cabe solamente
detrás de una palabra.

Y yo la veo caminar,
despacio,
perderse en lo que anda,
fugitiva tristeza que va y viene
de la sombra a la puerta de mi casa.

La luz artificial deja en la calle
el temblor silencioso
de tres barcas ancladas.

cuando ella cruza por mi lado siento
como un golpe de remos
y un murmullo de agua.

Canción de aniversario

                                                                                       "...incómodos
                                                  de no sentir el peso de los años".
                                                                                    J. Gil de Biedma


Son
extrañamente hermosos todavía,
estos labios de hace ahora tres años
y me parece inédito
el gesto de tu beso,
este llegar aquí cada vez más tranquilo,
con la serenidad
del que tiene por cómplice la vida
y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,
cuando tus veinte años y mi primer abrazo,
empezamos por ser
sobre todo indecisos: la tímida torpeza
de la primera noche
y la dificultad
con que dejar las manos
en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora
extrañamente hermoso estar aquí,
demasiado a menudo y decididos,
incómodo
de no sentir el peso de los años
aprendiendo contigo la premeditación
y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,
aceras que prefieres por costumbre
o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú
reapareces inédita en tu gesto
para decirme hoy
que le conteste al tiempo y sus preguntas
el práctico saber que tienes de mi cuerpo.

Como cada mañana

Ahora sé
que estas calles nos han hecho solitarios
y nuestro corazón
tiene el pulso amarillo
de las maderas lentas de un tranvía.

Sobre su cuerpo viejo
andábamos despacio, de forma irregular,
con una simetría parecida a los árboles.

Era hermoso acudir
cada mañana
y respetar la cita con la hiedra
del muro,
los ropajes cansados de las casas estrechas
y de las calles sucias. Agradable
cruzar sobre algún puente,
detenerse lo exacto
para ver cómo el agua discute en las orillas.

En su jardín olimos
los primeros inviernos, su curso indefinido
por entre las palmeras.
Casi nadie pasaba,
sólo había
cuarenta sillas rojas
de los bares cerrados y alguna soledad
definitiva.

Durante muchos años,
durante tantos días que pasaron
el uno tras el otro,
el deber era un cierto paseo solitario,
la cita con un rumbo que sólo desviamos
para pisar las horas que caían,
los sueños que faltaban,
la superficie helada de los charcos,
para saltar los setos
o besamos las uñas moradas por el frío.
Y llegando a la puerta solíamos comprar
pequeños caramelos de nata o de violetas.

Entrábamos por fin para mezclamos
como cada mañana de la vida
con el paso cansado, los azulejos fríos
de un mundo hecho en latín
y números romanos.

Ahora sé
que en aquella ciudad deshabitada
la gente andaba triste,
con una soledad definitiva
llena de abrigos largos y paraguas.
.

lunes, 6 de junio de 2022

De cuando estuve con los Rolling Stones en Hyde Park


Al final de los años sesenta, jóvenes de las islas exploraban una nueva vía de emigración: hacia el Reino Unido. Chicas que iban de au-pair o de trabajadoras domésticas, chicos que sin saber el idioma iban de camareros, lavaplatos, cocineros. Agotada la emigración tradicional hacia Cuba y Venezuela, había que abrirse camino en la culta y adinerada Europa. En Londres coincidí con veinteañeros de la isla de La Palma que se establecían en Londres, Brighton, Canterbury. España era la dictadura de Franco e Inglaterra era la democracia, el respeto. Allí pasé cinco meses, y tuve la suerte de poder asistir a un concierto de los Rolling Stones en Hyde Park, 250.000 jóvenes, en homenaje al guitarrista Brian Jones recién fallecido, quien se ahogó en una piscina supuestamente por sobredosis. Aquel día, a base de codazos, llegué a colocarme en primera fila mientras los Rolling celebraban un concierto magistral, y estrenaban temas como Honky Tonk Women.

Casi octogenarios, los Rolling son inmortales porque junto con The Beatles simbolizan la nueva juventud de los años sesenta. Ahora los Rolling vienen a Madrid y, provocadores ellos, se fotografían junto a la escultura del Ángel Caído, en el Retiro y ante el Guernica de Picasso. A Mick Jagger siempre le gustó la llamar la atención, llevaba calcetines de distinto color, manifestaba ser devoto de Satán, hay quienes siguen buscando elementos diabólicos en algunas de las composiciones. Los Rolling eran casi el grito y la provocación, The Beatles transmitían un mensaje más cuidado, más estético, aunque igualmente pacifista en el tiempo en que la guerra del Vietnam hacía estragos. Y los dos grupos agitaron a los jóvenes en aquellos años en que desde el Reino Unido se impusieron la minifalda, la píldora anticonceptiva, la libertad sexual. Desde entonces, Londres sigue siendo una ciudad que concede oportunidades a los jóvenes que allí llegan, aunque ahora con más problemas que antes por el Brexit.

El verano de 1969 registró varios prodigios: los humanos llegaron a la Luna, las emisoras piratas de radio desafiaban a la BBC transmitiendo música pop desde barcos situados en el Canal de La Mancha, sin saber palabra de inglés conseguí pasar la aduana de Southampton y llegué a ser ayudante de camarero en una residencia para oficiales de la OTAN. Apenas tenía 20 años y había que comerse el mundo porque yo venía de una isla pequeña y poco conocida, La Palma. El verano del año anterior me apunté un par de meses a campos de trabajo para estudiantes en el sur de Francia, en la zona de las Landas. Era la primera vez que el régimen comunista de Checoslovaquia permitió a los jóvenes viajar a los países capitalistas, y fue un buen intercambio de ideas. En realidad, checos y españoles estábamos en contra de los regímenes políticos de nuestros respectivos países, nos gustaban la música pop, los Rolling, Beatles, Bob Dylan, Joan Baez, la canción-protesta y un largo etcétera.

Sorprendentemente, pude ver películas sin cortes de la censura, así una versión del Ulises de James Joyce, y por supuesto podías comprar libros muy prohibidos en España. Asistí a Hair, la ópera rock que años más tarde volví a ver en el Pérez Galdós en una versión muy inferior. En Londres había clubs de republicanos que clamaban por la amnistía, convocaban actos en las parroquias protestantes. La década prodigiosa de los 60, prolongada en los 70 y los 80, registró un apogeo de la música juvenil, había un cambio de costumbres que en España tuvo que esperar a la muerte del dictador. Aquí los 80 fueron los años de la liberación, de la movida madrileña, de la nueva literatura, de costumbres más avanzadas en las relaciones humanas.  

Pues bien: sesenta años después de su nacimiento, los Rolling siguen estando en la brecha. Una longevidad artística revolucionaria. 

domingo, 5 de junio de 2022

Análisis crítico de "El volcán y otros cuentos"


Francisco J. Quevedo

Profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

 Yolanda Arencibia, en el prólogo a Las espiritistas de Telde, de Luis León Barreto, en la edición de Editorial Interinsular Canaria (1986), incide en un aspecto básico de la escritura del escritor palmero, su condición de cronista: «la voluntad de crónica domina en ocasiones al autor que, convertido en narrador-cronista, asoma entre las páginas al introducir en la trama algunos hechos relevantes de la realidad insular, al hilo de las secuencias narrativas» (p. 19). A partir de aquí se entiende mucho mejor, no solo Las espiritistas de Telde, una de las novelas más importantes de la nueva novela española que arranca en los sesenta y se extiende, por lo general, hasta los ochenta, sino de toda la creación literaria —esencialmente narrativa y ensayística de este autor—. Luis León Barreto nace en Los Llanos de Aridane, La Palma. Tras estudiar Derecho y Periodismo en La Laguna se licencia en Periodismo en la Universidad Complutense. Ya como periodista trabaja en distintos medios de comunicación como Diario de Las Palmas y La Provincia, de la que llega a ser subdirector. Uno de sus periodos profesionales más interesantes, en los que conjuga el periodismo con la proyección social y cultural, es durante su etapa de director del Club Prensa Canaria. Aunque su primer libro publicado fue el poemario Crónica de todos nosotros (1973), su escritura se ha volcado hacia la narrativa, especialmente la novela, entre sus obras en este género destaca, sobre todo, la citada Las espiritistas de Telde, que se alza en 1981 con el XVI Premio de Novela Blasco Ibáñez, editada en numerosas ocasiones y traducida a diferentes lenguas; sin embargo, no podemos obviar el resto de su producción novelística con títulos también muy significativos como La infinita guerra (1985), Los días del Paraíso (1987) o La Casa de los Picos (1998), entre otros. También se ha desenvuelto muy bien en el ensayo, por ejemplo con El Time y la prensa canaria en el siglo XIX (1990), La literatura y la vida (2025) o Ida y vuelta. Crónicas de tiempos revueltos

En esta ocasión, Luis León Barreto entrega El volcán y otros cuentos, su última obra literaria en el registro cuentístico, en el que había hecho incursiones como El Mar de la Fortuna (1986), ¡Mamá, yo quiero un piercing! (2005), Cuentos palmeros, 2009, o Cuentos gozosos/Cuentos traviesos (2017). En este terreno del cuento también hay que hacer hincapié en su participación en diversas antologías, como Cien años de cuentos (1898-1998). Antología del cuento en castellano (1998), llevada a cabo por José María Merino para Alfaguara. Este esbozo biobliográfico no acota en su justa medida, por supuesto, la entidad literaria y profesional de Luis León Barreto, pero sí que nos abre las puertas, al menos con cierto respaldo, a los relatos de El volcán y otros cuentos que edita el Centro de la Cultura Popular Canaria, con el apoyo del Cabildo de La Palma y del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane.

 Uno de los elementos vertebradores de este conjunto de relatos que hoy nos da a conocer su autor es la multiplicidad de asuntos que aparecen en sus páginas, aunque todos nazcan de una situación primigenia unitaria: la pandemia de covid que ha pateado el mundo con tanta fuerza que ha estrujado conciencias y ha virado opiniones. Decía Borges que «Los poetas, como los ciegos, pueden ver en la oscuridad», sentencia a la que me arrimo fuertemente puesto que no encuentro mejor manera de entender el mundo que a través de la literatura. Es obvio que la pandemia posee una o varias explicaciones científicas, a la que los mortales que no disponemos de un sustrato de la materia llegamos a duras penas, y esto porque los divulgadores técnicos han rebajado al lenguaje más llano sus aspectos indispensables, aquellos que conciernen a la necesaria profilaxis. Otra cosa es el impacto humano que ha causado esta plaga. Y ahí Luis León Barreto escudriña dentro de esa oscuridad para iluminar, para entender los múltiples vericuetos que tomamos en este tiempo maldito. Ya el primer cuento, «Ejercicios para después de una pandemia», que actúa de prólogo, el personaje, que bien podría ser el trasunto del autor, o de cualquier otro ciudadano anónimo, refleja uno de los mitos de la sociedad occidental que derribó la pandemia: la conquista de la seguridad, la convicción de que, gracias a nuestros trabajos, nuestros ahorros, nuestros servicios de salud públicos o privados, poseemos, frente a los países con toda suerte de precariedades, una seguridad que nos permite vivir el presente y avizorar el futuro con una relativa y cómoda tranquilidad. Esto se cayó como un caldero de leche hirviendo y así surgen los miedos, las zozobras y la querencia de ese cordón umbilical roto por el covid: «Quería volver a la máxima seguridad, de la que nunca debió salir. No en vano creía que estaba naciendo y le desagradaba perder el lugar al que siempre desearía regresar» (p. 11).  Este propósito de recuperar la vida anterior alienta dos formatos literarios: la literatura de viajes y la de la memoria. En el primer caso, observamos cómo el autor despliega una capacidad extraordinaria para la descripción paisajística, ambiental, que no solo se remite al puro concepto espacial sino al de sus habitantes, su cultura. Es sorprendente que en textos con una extensión tan exigua sea capaz el escritor de desplegar una visión tan amplia y profunda de los lugares que expone a los lectores.  Desde el cercano continente africano que explora en «Los hipopótamos», pasando por Jerusalén en el místico «Shalom», por Buenos Aires, en «Mi Buenos Aires querido» y otras estancias hasta llegar a Nueva York gracias a un excelente relato metaliterario que homenajea al maestro «Edgar Allan Poe».

 La Palma, los pinares, los Llanos de Aridane, sus costumbres, sus tradiciones y su historia son el centro neurálgico de los relatos que encuadramos dentro de la literatura de la memoria. En El volcán y otros cuentos se superponen dos planos temporales, el actual, moderno, que habla con términos tan nuevos como bitcoin, y el de la posguerra, el de la niñez y juventud del autor en el que caben palabras que pertenecen ya al habla popular y corren riesgo de desaparición, tales como lebrillo. «Taburiente» es un cuento que nos adentra en ese mundo de la cultura palmera, que en tanto se asemeja al resto de las islas, con un fuerte predominio en su caso de la vida rural, el monte, la agricultura y la emigración y el mestizaje y la magia. Hay reminiscencias del lenguaje barroco y poético que consagró al autor con Las espiritistas de Telde: descripciones morosas, prolijas en detalles botánicos, sensuales como los rumores de los manantiales de La Caldera de Taburiente.

 En esa poliédrica mirada que el cronista extiende sobre estos tiempos de pandemia también cabe varias reflexiones sobre el sexo, como en «Lo sagrado», «Ladra, ladra sin parar» o «Estefanía», así como en el dramático fenómeno migratorio en «Esperando la patera que tarda en llegar», y por descontado la principal, la del volcán que da título a uno de los cuentos y al libro. Un volcán que nos conmocionó a todos pero, en especial, a los palmeros y esto se nota en Luis León Barreto que, sin duda, homenajea a su tierra y a sus gentes con este libro.  Ese trabajo de cronista que ejerce en su escritura Luis León Barreto es el de observador crítico de la realidad; se ha caracterizado siempre este autor por llevar a cabo una literatura que desentraña las razones humanas que provocan los  hechos históricos, como hizo magistralmente en Las espiritistas de Telde. Su condición de periodista, de buscador de la verdad para darla a conocer como una terapia saludable en cualquier sociedad civilizada, se impone también en estos cuentos. Uno de ellos que me merece especial consideración en este sentido es el titulado «Me caso con un robot», en el que León Barreto, con fino humor —como también utiliza en «El día que me volví paranoico», canto al absurdo negacionista—, nos lleva a la práctica del matrimonio consigo mismo, máximo exponente del individualismo y que encaja a la perfección en las teorías planteadas por Gilles Lipovetsky en La era del vacío: «La contradicción en nuestras sociedades no procede únicamente de la distancia entre cultura v economía, procede también del propio proceso de personalización, de un proceso sistemático de atomización e individualización narcisista» (p. 128).

 Si el primer cuento, «Ejercicios para después de una pandemia», servía de prólogo, el último, «Carpe diem», es un epílogo esperanzador. «Hay que prolongar la dicha hasta el final del mundo, hay que gozar», leemos en un relato que, además, es un regalo artístico de degustación de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria; un regalo que le agradecemos a Luis León Barreto, así como esta catarsis literaria que conforman los textos de El volcán y otros cuentos, otro libro que contribuye a agrandar su valiosa y reconocida carrera literaria.

(Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia el 4 de junio de 2022)

jueves, 2 de junio de 2022

En la Feria del Libro de Las Palmas, con Rosario Valcárcel (Fotos: Jesús Ruiz Mesa)

 




Luis León Barreto, con unos 10 años: ¡Aquella dulce infancia en Los Llanos de Aridane!

 


Delante de la fuente del Trocadero se hizo una alfombra para alguna procesión. Soy el segundo en la fila de arriba, de pie, estoy al lado de mi amigo Armando, el que ahora cuida el castillo de la Virgen en la Montaña de Tenisca. Seriote y con pantalón corto, como era obligación en la época. Esta copia de una foto muy antigua me la regaló Paco, de la familia de los Sordos, vecino que era en la Calle Cabo.