Ya vienen las
hogueras de San Juan, noche del 23 al 24 de junio. ¿Por qué en Canarias existe
una cierta inclinación hacia lo mágico? Por nuestros cruces culturales, por ser
sociedad de mestizaje. Además se constata que históricamente tuvimos pocos
médicos –en la ciudad de Las Palmas los tenía la gente principal: el obispo y
los corregidores, el inquisidor y los aristócratas de los mayorazgos- por esta
circunstancia florecieron los curanderos que conocían los rudimentos del arte
de la sanación. Esa noche incorpora prácticas de adivinación sobre la vida, los
amores y la muerte. Se observa el agua de un estanque o un aljibe, de una
palangana o de un vaso para concluir –según esté clara o turbia- si el futuro
será bueno con nosotros. Se pone agua con pétalos de rosas y se deja al sereno,
o para pronosticar si habrá lluvia en el siguiente año se escriben los nombres
de los doce meses, se les echa sal y se dejan al aire libre para que la humedad
nos indique cuando habrá lluvia. Las predicciones del amor se utilizaban para
saber si el futuro esposo será pobre o rico, conocer su profesión o desvelar si
sus intenciones son las de casarse o sólo divertirse. Para ello las jovencitas
usaban elementos cotidianos, como papas, frutos, granos de trigo, bolas de pan,
claras de huevo, etc. San Juan era, asimismo, propicio para rituales de
curación, y las plantas medicinales debían ser recogidas justo esa noche. Los
niños herniados debían ser curados al alba del 24, mediante la ceremonia de
pasarlos por el mimbre. Los curanderos conocían las plantas, manejaba los
objetos y ejecutaban las ceremonias invocando siempre la fe religiosa, la vida
de Cristo y los santos, el evangelio, las oraciones y el apoyo de los
apóstoles, de los cuales San Juan era el predilecto.
Por otro lado nuestro lenguaje
tiene ecos de poesía y de simbolismo, muchas veces hablamos por ocultación, lo
cual en cierto modo supone un ejercicio mágico. Aunque constituimos una
sociedad en rápida transformación nos queda cerca el mal de ojo, el arreglo del
pomo, la isla de San Borondón, supuestas casas poseídas por ánimas como la de
Tacande en La Palma, las leyendas de la luz de Mafasca en Fuerteventura y la
luz de El Time, también en La Palma, el sorteo de los santos cuando no llueve,
etcétera. Hemos carecido de ciencia y por ello recurrimos a una cultura popular
en la que aparecen arcaísmos. Nuestra configuración como sociedad que nació de
diversos aportes, hace pervivir creencias y usos aborígenes, como las tibicenas
o perros de la noche, la sangre de drago, los ritos de invocación al sol o las
ceremonias dedicadas a propiciar la lluvia, como la fiesta de La Rama de
Agaete. A las islas llegó también el influjo de judíos y moriscos expulsados de
la Península, de los esclavos negros traídos del Golfo de Guinea y Cabo Verde y
de los artesanos portugueses que dirigían las labores en los ingenios; vinieron
agentes del comercio de toda Europa y familias que trajeron costumbres
mediterráneas, y otras de Galicia que añadieron elementos celtas; además de
todo ello, hicimos el camino de ida y vuelta con América.
Los pueblos primitivos
configuraron ritos relativos a la luz, la fecundidad y la resurrección de la
naturaleza, ya que el verano es tiempo de cosechas. Hacia el 21 de junio la
declinación del sol con respecto al ecuador es la máxima y los días pasan a ser
más largos que las noches. Sabemos que los guanches tenían ceremonias de
adoración al sol, al que ofrecían vísceras de animales para propiciar la
fortuna en la recolección del cereal.
La hoguera en la que arden
muebles, vestidos viejos y desechos tiene –al igual que el incienso de hindúes,
budistas y cristianos- una acción positiva: es como si quedasen protegidas las
casas, los sembrados, los animales domésticos. San Juan era, en el Tenerife
rural, el tiempo de iniciar los baños de mar, no sólo para las personas sino
también para los rebaños de cabras, caballos, mulos y otros animales, que eran
purificados en tal fecha. Viera y Clavijo dice que en El Charco Verde de La
Palma acudían los enfermos a bañarse justo por San Juan. En Icod existe la
tradición de los “hachitos” de trapo empapados en petróleo, una procesión
nocturna con danzas y la imagen de San Juan, mezcla de paganismo y cristianismo
ya que se funde la llegada del verano con el ceremonial católico. En Agulo, La
Gomera, existe la tradición de los “piques” o pugna verbal entre los barrios.
Para los cronistas, la recogida
de las cosechas o Beñesmén aborigen sería algo más tardío que San Juan. Según
Mármol Carvajal, 1573, “los antiguos africanos de Berbería fueron todos
ydólatras y adorauan el sol y el fuego”. En opinión de Hermógenes Afonso de la
Cruz, las hogueras que los guanches practicaban a finales de junio en honor al
sol, fueron cristianizadas tras la conquista. Según el historiador Marín y
Cubas, “entre el 21 y el 22 de junio, los
primitivos canarios hacían fogaleras y llamaban a los magos, que eran
los espíritus de sus antepasados.” Para Pedro Gómez Escudero, citado a su vez
por Francisco Morales Padrón, los canarios “llamaban a los magos, que eran los
espíritus de sus antepasados, que andaban por los mares y venían allí a darles
aviso cuando los llamaban, y veíanlos en forma de nubecitas” En el Atlas de
Marruecos hombres y mujeres realizan la misma ceremonia: rodean la hoguera,
saltan la primera humareda que se eleva y exclaman: ¡Cualquiera que sea el lado
hacia el cual tú deseas inclinarte, oh humo, muéstralo” Se observa la dirección
del humo y sacan los presagios; el año será malo si se inclina hacia el oeste y
el norte, bueno si se dirige al Este, al poniente. Sectores nacionalistas
conmemoran el llamado Achún Magek, con que se iniciaría el nuevo año en la
noche del 21 de junio. Se rompe un gánigo y se queman frustraciones, se salta
sobre las cenizas y se pide que el año venidero traiga salud, progreso para
rebaños y cosechas. Luego se realiza un baño en el mar. Y cada año vuelta a
empezar.