Tal vez los monárquicos a la vieja usanza sigan recriminando a don Felipe que se casara con una divorciada nieta de un taxista. Por cierto: parece fuera de contexto que la policía actuara con tanta energía ante los poquitos manifestantes de vocación disidente, lo de detener a alguien porque llevaba ropa con la tricolor republicana parece de todo punto inaceptable. Pero la mañana del jueves 19 fue también la de una resaca general, la Roja había caído con estrépito ante la otra Roja, la de Chile. Y de este modo no fue posible renovar la catarsis futbolera que la golpeada sociedad de la crisis esperaba del mundial de Brasil. Todo lo contrario: el jueves 19 fue un cruel despertar, la resaca tras una borrachera de años triunfales. ¿Y el discurso de proclamación, qué les pareció? Más bien flojo, más bien decepcionante. Puede que las palabras del nuevo Rey fueron para los cortesanos y convencidos, y puede que fuera una ocasión perdida para estrenarse generando más implicaciones. Habrá que esperar nuevas intervenciones para ver si Felipe VI empieza a dirigirse a ese 62 por ciento de españoles que pide una votación para elegir entre él o la república, según estima Metroscopia, o si prefiere dirigirse tan solo a los cortesanos y convencidos de antemano.
El ambiente aquella mañana era de una cierta depresión porque ahora de una tacada vamos a renovar casi todo: la institución monárquica, la selección nacional y hasta el principal partido de la oposición. Y vayamos a la idea de renovación. El Partido Socialista Obrero Español nos muestra dos candidatos que, ciertamente, no parecen capaces de generar mucho entusiasmo fuera de las prietas filas militantes. Paralelamente, el Partido Socialista de Cataluña acomete la difícil tarea de encontrar otro nuevo líder que sea capaz de sobrevivir en la abultada marejada independentista del 9 de noviembre. Y esta misma mañana del jueves 26 de junio el flamante Felipe VI pasará una prueba de fuego en Girona, cuna del independentismo más furibundo. Y es que muchos quisieran que el nuevo monarca fuese árbitro en la difícil cuestión soberanista, que sea capaz de rescatar valores de consenso y convivencia, que despierte la negatividad burocrática de los actuales partidos políticos. En definitiva: que contribuya a sacarnos de esta sensación de penuria e incluso de angustia que trajo la interminable crisis.
Una corona más íntegra, honesta y transparente, una monarquía capaz de renovarse para acometer los desafíos de un tiempo nuevo. De entrada, el nuevo Rey ha puesto como referencia en su despacho un retrato de Carlos III, uno de los pocos Reyes españoles que podemos salvar en los cinco largos siglos de monarquía. Aunque ya se sabe que en un sistema parlamentario el Rey reina pero no gobierna, son muchos los que esperan nuevos gestos, y lo cierto es que vivimos un tiempo apasionante, fechas históricas para un país que experimenta cambios muy rápidos, sin tiempo para analizar bien lo que está sucediendo. La abdicación, el relevo, el debate sobre el modelo territorial, el golpetazo al bipartidismo que supusieron las elecciones europeas, el desprestigio de la clase política que ha propiciado el fenómeno Podemos, hecho que no debería ser ninguneado por los dos grandes de siempre. A pesar del optimismo del gobierno, lo que no varía gran cosa es la depresión por la crisis económica, más allá de los ejercicios de prestidigitación que hacen los ministros manipulando datos y generando expectativas que parecen demasiado triunfales. Claro que hemos padecido otras crisis, el modelo de capitalismo que soportamos genera una caída grave cada década. Pero ahora las cosas han ido muy lejos, el país se ha empobrecido y a los empresarios se les ocurre que el problema consiste en que nuestros salarios y nuestras pensiones son demasiado elevados. Así que debemos seguir adelgazando, y tan solo Cáritas sigue en su empeño de dar de comer a tanto nuevo indigente.
Con respecto a lo sucedido en el Estadio de Gran Canaria ¿qué se puede añadir? Negligencia, ligereza, el pillaje que late en algunos de nuestros barrios, el tercermundismo latente en una parte de la sociedad insular, esa juventud que pierde valores, esa pésima educación, el mal ejemplo frente a jóvenes que estudian y se esfuerzan por encontrarse en medio de un colectivo que les niega el pan y la sal. El partido del frustrado ascenso fue el peor desenlace para una ilusión tantos años acariciada. Volver a empezar se hará más duro, y ojalá en el 2015, a la tercera intentona consecutiva, se logre el éxito. Mejor que sea con ascenso directo y que se consiga en un estadio foráneo para librarnos de la pesadilla de los vándalos, la negligencia, la falta de organización, el echarse las culpas unos a otros luego de unas escenas que difícilmente podremos olvidar.
(Publicado en www.laprovincia.es,
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