sábado, 21 de junio de 2014

Elsa López, poeta de emociones


Poeta que cultiva el intimismo y el amor, una poesía de emociones que recita con sensibilidad; en su obra capta el mundo de la mujer, el arrebato amoroso, la nostalgia de la infancia, el grito ante la injusticia del mundo. También prosista y novelista nacida en Santa Isabel de Fernando Poo, Guinea Ecuatorial, en 1943. Pasó su infancia en la isla de La Palma.  Doctora en Filosofía Pura, Antropóloga y Catedrática de Filosofía, ejerció la docencia desde 1965. Fue presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, organizadora y miembro del grupo poético literario La Ortiga, fundadora y directora del importante proyecto editorial Ediciones La Palma en Madrid y organizadora y coordinadora para el Gobierno de Canarias de los proyectos El Papel de Canarias y  Memoria de las Islas. También fue directora de la Fundación Antonio Gala. Su producción poética se inició con el poemario «El viento y las adelfas» en 1973, al que siguieron «Inevitable Océano» en 1982, «Penumbra» en 1985, «Del amor imperfecto» Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Melilla” en 1987,  «La Fajana Oscura», Premio Internacional de Poesía “Rosa de Damasco” en 1989,  «Cementerio de elefantes» en 1992, «Al final del agua» en 1993, «Tránsito» en 1995,  «Mar de amores» XII Premio Nacional de Poesía “José Hierro” en 2002 y finalmente «Quince poemas de amor adolescente» en 2003. Ha obtenido otros galardones como investigadora y guionista de cine y parte de su obra ha sido traducida al francés, italiano, inglés y árabe.

Hoy quiero regresar.
Tengo miedo al saber
que la higuera se va volviendo grana,
y al viejo nisperero le han crecido los gajos
hasta alcanzar la casa.

Hoy quiero regresar.
Cuando febrero se acerca, ya sin frío,
para recobrar aquel remolino de almendras
y tuneras.

Aquel olor salitre y miel de abeja
que se despeñaba, cuesta abajo,
por el camino de la ermita y los dragos.

Hoy quiero regresar
al muelle, las noraes, y la sirena de los barcos.
Regresar a ti,
al otro lado de los sueños,
por donde multiplicas
la ternura y los muertos.

(1982)

Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan solo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.
Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.
Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.
Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.
Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas.
Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

El descendimiento

Desgarrarse del hijo.
Desprenderse de la carne.
Trazar una línea imperceptible desde el centro a la luz
y ver cómo la luz parte en dos tus esperanzas,
demuestra cómo el mundo se nutre de lo ajeno.
Así la muerte y sus gestos oscuros.
Así los brazos en cruz
como una interrogación sobre el vacío.
Así la cama desierta
y el ruido de la sangre golpeando las ventanas.
Así las sombras.
Eso fue una mañana
y ya no hubo otros marzos que llevarse a la boca.
El tiempo se detuvo para siempre en el mantel a cuadros
y ella supo, a partir de ese día, del dolor y sus costumbres,
de la lágrima vertida,
de la punzada de vidrio en el centro del pecho,
del grito que se extiende como un bálsamo,
de las grietas del alma,
de la herida. 

 
Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.
Recuerdo los baúles y las colchas de hilo,
las flores de lavanda volando por espacios abiertos y felices,
aquella despiadada multitud de grillos debajo de las lápidas,
y tus besos, pan y aceite, detrás de los postigos.
Recuerdo aquellos días cuando tú me besabas
tras las torres caídas del castillo y las olas.
Y recuerdo las noches naufragando tu cuerpo
en aquella penumbra universal del hambre.
Yo entonces era otra.
Pero no he renunciado ni al amor ni a la herida.
Perdona si algún día invado tu presencia
y quedo clausurada sobre tus dos rodillas.
Perdona si declaro tu destierro de aljibe,
si me bebo la luna que duerme en tus ojeras,
si entretengo tus horas de soñador furtivo
y me pongo pesada al contarte mis cuentos.
Perdona si soy alta, mimosa, insumergible.
Si me duelen las cosas que dices a diario,
si no te miro a veces cuando vas a buscarme
o mis ojos se cuelan por tus vértices negros.
Perdona si comparto contigo mis asombros
y habitamos felices en un mismo planeta
del cual sólo se saben tus pasos y los míos.
Perdona si algún día persigo tus cometas
por el sol y las tapias de recoletos sur.
Perdona si estoy triste
y me atrevo a pedirte las señas de tu cuerpo
precisamente hoy,
unas horas más tarde de acabar el invierno.

La madre

 Estos días azules y este sol de la infancia.
Antonio Machado

Cuando murió la madre lo supo de una forma distinta,
poco clara quizás.
De herencia le dejó un álbum de serpientes,
una cómoda antigua con cristal de bohemia,
un cuadro con jardines y una calle de plomo.
No lloró casi nada,
¿o mucho? poco importa eso ahora,
pero hoy, al recordarla detrás de los cristales
de esa ciudad sin niños,
le ha venido a la pena la imagen de su cuerpo,
una ventana, la isla de colores,
el muelle de granito con sus prismas dorados,
la casa, los anones, el mar, las plataneras,
oscuros paraísos cubiertos de sal fina
y una muchacha absurda de mirtos al alféizar
viendo morirse el agua
por detrás de la línea que llaman horizonte.
(La madre le contaba que le gustaba verse,
agridulce y romántica,
mirar aquellos barcos hacerse diminutos
y quedar engullidos por azules praderas.)

* * *

El cielo no es azul y yo alargo los dedos,
rompo el doble cristal que me aprisiona
y vuelo hacia tu pozo
hacia el lugar umbrío donde me desconocen.
(La ventana es muy alta, el río está muy lejos,
y hay un montón de lirios flotando en las orillas).
Luego alcanzo tu nombre y te llamo.
Te llamo por tu nombre y la costumbre de tu nombre.
Me despojo del manto
y me entrego desnuda al festín de los perros.

Aires de lima

Yo vi romperse el agua camino de Beirut
cogida de tu mano sobre El Roque y las algas
que tienen por costumbre el fondo de tus ojos.

Yo vi cómo giraban las aves de la tierra
cerca de tu cabeza.
Y vi como la lluvia se hacía gris en el aire
sobre la casa grande rojo-indio del valle.

Yo vi las jacarandas naciendo del asfalto.
Y los papayos verdes.
Y aquel árbol florido de naranjas redondas
colgando de tus dedos.

Yo vi cómo la noche se prolongaba oscura
por tus hombros caídos y por tu boca espesa.
Y vi cómo la muerte me alcanzaba despacio
hasta dejarme a solas.

Los domingos no llueve...

Los domingos no llueve.
Me quedo como muerta detrás de los balcones
y espero de la tarde cualquier cosa distinta.
Pero no llegas nunca.
Te olvidas de mi pelo
y del vuelo ligero que emprende al contemplarte.
Mis costas se te pierden
y te olvidas del sur y de mi boca.
Te olvidas de la lumbre,
de la flor siempreviva
y del mar con naranjas.
Te olvidas de que existo
y que quizás te ame mejor que ningún día.


CARASSIUS AURATUS
A Tania Padilla

 Era un pececillo rabicorto y callado
buscador de piratas y cofres de marfil
que los peces barbados
depositaban de noche en sus escamas.

Conformaban su mundo piedrecillas redondas,
un pequeño jardín alfombrado de erizos,
caballitos de mar y ermitaños cangrejos
que ella misma cuidaba con esmero.

Era un pez muy pacífico
capaz de convivir con otra especie
pero muy poco dado a dejarse capturar
o a quedarse cautivo.

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