Carlo Mercurelli (Enviado por Federalismo y Libertad)
Hace varias semanas, en todo el
mundo, se lucha contra un virus, del cual estamos conociendo, lentamente, las
características. Se trata de un enemigo peligroso, porque no lo veemos, de un
adversario capaz de transformarse, cuando pasa de un individuo a otro. En
sustancia está en acto un enfrentamiento profundamente desigual, pues nos
encontramos frente a un fenómeno que se exterioriza de una forma teriblemente
engañosa. El Coronavirus, de hecho, puede no manifestarse en los que vienen
contagiados, generando casos de individuos asintomáticos, que dificultan más
esta lucha.
La serie de medidas que los
gobiernos han adoptado para afrontar la difusión del virus inevitablemente han reducido
la libertad de las personas y han limitado sus movimientos. Sin embargo las restricciones
introducidas para ser realmente eficaces, necesitan, sin duda, de una vasta red
de controles en el territorio, pero principalmente, del sentido de
responsabilidad de las personas. Los decretos emitidos, en efecto, antes de una
orden imperativa, representan un llamamiento lanzado a la conciencia de la
sociedad.
Las infracciones de las normas si,
por un lado, han armado indignación, por otro lado, han fortalecido el punto de
vista de los que sostienen la inadecuación del Estado de derecho para
solucionar determinadas emergencias. Frente a estas consideraciones, en primera
instancia, creo que sea oportuno subrayar que si bien sea innegable que el cumplimiento
de protocolos rígidos sea más fácil de implementar en los regímenes
autoritarios, es igualmente cierto que los países liberal-democráticos ofrecen
mejores condiciones de vida y mayores life
chances. Es precisamente a partir de este dato que debemos razonar. Tenemos
que rehuir cualquier deseo paternalista, invocando una entidad que mande,
decida por nosotros y que sepa resolver rápidamente la situación. La defensa de
los valores de la democracia, que nadie quiere renunciar, pasa por lo que Max
Weber, en La política como vocación, llamó ética
de la responsabilidad. En suma, debemos ser capaces de comprender el
auténtico valor de la libertad y «tener en cuenta las consecuencias (previsibles)
de nuestras acciones»[5].
***
El debate sobre el influjo del virus en los regímenes
políticos ha alimentado muchas reflexiones. Se sigue discutiendo sobre las
estrategias a adoptar y sobre qué modelo de gobierno sea más apropiado contra
las epidemias.
Respecto a los que piden un viraje
autoritario de los regímenes democráticos, argumentando que una mayor
centralización del poder favorecería, como en China, una mayor capacidad de
toma de decisiones, vale la pena recordar cuanto sea peligrosa la falta de
transparencia de los regímenes autoritarios. Amartya Sen, por ejemplo, en el
escrito publicado en Italia el 2004 con el título La Democrazia degli altri reflexionando sobre los casos de
epidemias y carestías, pone en evidencia los enormes riesgos producidos, en las
dictaduras, por la serie de filtros y controles que el sistema de comunicación
erige, antes que una noticia se divulgue[6].
No es casualidad que la propagación del Coronavirus en China, haya sido
generada también por la censura de los reclamos del pobre oftalmólogo Li
Wenliang, recientemente fallecido[7].
No hay duda que esta emergencia
esté poniendo a dura prueba al sistema de pesos y contrapesos de matriz liberal
y al conjunto de reglas y procedimientos típicos de la democracia. Se necesitan
decisiones rápidas y drásticas y frecuentemente la tentación de tomar atajos
peligrosos llega a ser muy fuerte. Sin embargo, debemos ser capaces de rechazar
ésa seducción engañosa y perniciosa. Esta es la hora de la responsabilidad y
cada uno de nosotros debe hacer su parte. En este sentido muy significativas
fueron las declaraciones hechas, esta mañana, por el ex primer ministro
italiano Enrico Letta, quien, en un breve y muy eficaz tweet, dijo: «hay que
ganar la emergencia con el consenso y las normas del estado de derecho. Es un desafío
terrible e histórico que involucra reglas, autoridades y sobre todo la
responsabilidad de los ciudadanos, que son el cimiento de todo»[8]
***
La propagación en gran escala del
Covid-19, el consiguiente cierre de las fronteras y la congelación de Schengen[9],
han, adémás, alimentado el debate sobre los escenarios futuros y los posibles
fenómenos de desglobalización. En este sentido, a diferencia delos que
sostienen el inevitable fortalecimiento de los nacionalismos, al contrario creo
que justo la epidemia actual pueda fortalecer la idea de un estado federal
mundial y de organizaciones globales capaces de proteger la salud de los
hombres en todo el planeta. A este respecto particularmente relevantes son las
reflexiones del profesor Damiano Palano quien, desde las columnas de «Il
Foglio», dice: «dado que los desafíos de la “seguridad humana” no dejarán
de ser globales, probablemente serán los estados los que harán que el planeta
sea aún más globalizado»[10].
Es extremadamente complicado, en un
escenario tan difícil, tratar de presentar conclusiones que puedan ofrecer un horizonte
de referencia. Mientras estoy escribiendo aprendo que hoy hubo 627 fallecidos
en Italia[11]. Resulta
muy problemático plantear consideraciones que, en cierta medida, no se vean
afectadas por la profunda angustia que se vive actualmente en mi País, así como
en otras partes del mundo. Sin embargo, una reflexión de Benedetto Croce viene
en mi ayuda. El intelectual napolitano, en uno de los períodos más dramáticos
en la historia del siglo XX, escribió una nota muy significativa en la revista
«La Critica». Era el 20 de marzo de 1933 y hace unos días las
elecciones federales alemanas habían visto el triunfo del partido
nacionalsocialista, sentando de esta forma las bases para el fin de la
República de Weimar y el consiguiente ascenso del Tercer Reich. En una Europa
caracterizada por la aparición de los totalitarismos y por el peso siempre más efímero
de las fuerza demócratas y liberales, Croce se preguntó sobre el significado de
la fórmula «¿A dónde va el mundo»?
Si el filósofo napolitano, desde el
punto de vista teórico, consideró la pregunta y el tema vacíos; desde el punto
de vista moral, a su juicio, la cuestión tenía una importancia considerable. Según Croce, las
previsiones sobre el futuro podían ocultar el riesgo de no querer hacerse cargo
de la responsabilidad del presente, de alejarse de la vida pública y adaptarse
a las elecciones impuestas o aceptar rendidamente los eventos que ocurrían.
Frente a este peligro, el único antídoto, según Croce, estaba representado por
el «culto de la libertad […] principio directivo al cual siempre hay que
recurrir»[12].
Hoy, como en aquel tiempo, la respusta a las crisis y emergencia estriba en la ética
de la libertad, ya que, como dijo Croce, en las vísperas de una de las mayores
tragedias de la historia reciente: «No os preocupéis por saber a dónde va el
mundo, sino adónde vais vosotros para no pisotear con cinismo vuestra
conciencia, para no avergonzaros de haber traisionado a vuestro pasado»