Si a la mayor invasión explosiva de polvo sahariano le añadimos las salidas precipitadas al monte de
los pirómanos de siempre, si sumamos la amenaza de que se vaya a consolidar una
nueva pandemia universal, si incrementamos el desastre con los daños del viento
en la agricultura, si sumamos los puertos y aeropuertos cerrados, tenemos la
tormenta perfecta. Aunque vayamos con mascarilla se esparce el coronavirus aquí
y allá como si se tratara de la nueva plaga bíblica y paralelamente los efectos
del cambio climático los tenemos cada vez más presentes, en efecto en los
inviernos ya no cae lluvia sino más y más arenisca, y cuando se combinan altas
temperaturas y sequedad del ambiente los amantes del fuego salen en busca de
los últimos pinares, las últimas reservas naturales, los postreros refugios de
los pinzones azules. Saben que con viento fuerte será muy difícil el trabajo de
extinción, saben que los hidroaviones tardan dos días en llegar y entretanto
ellos disfrutan. El fuego que se esparce barranco arriba por lugares
inaccesibles ejerce una fascinación hipnótica en los cerebros de gente ruin y de
poco nos sirven las declaraciones de emergencia climática, algo así como un
protocolo retórico. Dentro de cincuenta años ¿cómo será la vida? Disfrutarán nuestros
descendientes de adelantos tecnológicos pero no les va a resultar fácil. España
es uno de los países donde el deterioro medioambiental será más visible y estas
islas antaño afortunadas podrían convertirse en unos eslabones del Sáhara, la
única estación sería un largo verano tropical.
En 2015, los
casi 200 Estados que conforman las Naciones Unidas aprobaron un plan de acción
en favor del planeta, las personas y el progreso. La Agenda 2030 plantea 17
objetivos de Desarrollo Sostenible y ahora el gobierno español ha decidido
sumarse a estos propósitos y esforzarse en alcanzarlos, lo cual no resultará
fácil. Al vicepresidente Pablo Iglesias le han encomendado esa estrategia, que
cuenta incluso con una Secretaría de Estado. Esto debería permitir que la
Agenda 2030 disponga de presupuesto, potestad y un equipo de técnicos que se
proponen diseñar la Estrategia de Desarrollo Sostenible. Pero llegamos tarde.
En estos
momentos Canarias se enfrenta a meses de calor que se unen al enero más seco de
las últimas cuatro décadas. Así lo prevén los mapas de la Agencia Estatal de
Meteorología (Aemet) para marzo y abril, de aquí hasta después de la Semana
Santa tendremos semanas bastante problemáticas en el clima. Concretamente, las
temperaturas que vienen tendrán un 45 por ciento de probabilidades de ser más
altas de lo habitual, mientras que las precipitaciones tienen muchas
probabilidades de situarse un 50 por ciento por debajo los valores normales.
Determinamos que va a ser un trimestre caliente, resalta Víctor Quintero,
director del Centro Meteorológico de la provincia tinerfeña, donde
estadísticamente llueve más que en las islas orientales.
Se trata,
entonces, de un indicio más del desastre climático, sobre todo en relación al
aumento de temperaturas, tanto para Canarias como para el resto del país. Y es
una situación que ya está pasando factura a la agricultura y la ganadería de
muchas regiones. En relación a las precipitaciones, se trata de proyecciones
más arbitrarias y puede ser que se cumplan o no. Pero muchos recordamos que
cuando éramos niños caían aguaceros y hasta granizo en las ciudades de aquí. En
todo caso, lo que está claro es que este es un punto de partida que indica que
está ocurriendo un cambio profundo en la meteorología del Archipiélago, los
vientos alisios están cambiando de rumbo, las nubes de lluvia se dirigen solo a
los países del norte donde generan inundaciones, los agricultores sacan los
tractores porque reciben poco por sus productos y todos sabemos que se ha
comenzado muy tarde a abordar el compromiso de Naciones Unidas con los
objetivos de la Agenda 2030. Si los glaciares se funden, si el nivel del mar
sube y sube amenazando con anegar ciudades costeras, si hasta la Antártida está
sufriendo los efectos del gran cambio, con temperaturas de 20 grados sobre cero
en este mes de febrero, debemos pensar que España va a ser uno de los países
más castigados por el calentamiento global. La desertización por un lado y las
lluvias con inundaciones por otro confirman los efectos devastadores que podemos
esperar en los próximos tiempos. Afirma la ONU que la calamidad climática
afecta a todos los países, donde provoca un impacto negativo en la economía, en
la vida de las personas y en las comunidades y, en un futuro, se prevé que las
consecuencias serán peores. Con las señales que tenemos, no podemos pensar en
un futuro apacible sino más bien lo contrario. La crisis medioambiental es uno
de los tres objetivos de desarrollo sostenible en los que España se encuentra
más retrasada, y las previsiones no auguran mejoras con el tiempo, sino un
estancamiento.
El polvo
sahariano penetra en Europa, en ocasiones ha llegado a la altura de Holanda y
Alemania. Las calimas se deben al comportamiento del anticiclón cada vez más
persistente encima de las Islas, se trata de un hecho frecuente que impide que
entren borrascas de cualquier tipo. A esto se une que el viento está soplando
desde una vertiente sureste, al contrario de cuando sopla el alisio que es
nordeste, arrastrando el polvo que proviene del Sahel. En este principio de
2020 la cantidad de lluvia apenas alcanzó el 10 por ciento de la cantidad
esperada en la mayoría de lugares donde hay estaciones meteorológicas. La
exigua precipitación acumulada en la estación meteorológica donde más ha
llovido, los 46,8 metros cúbicos de Las Mercedes, apenas alcanza la mitad de lo
esperado. En el norte de La Palma la lluvia es tan escasa que el embalse de La
Laguna de Barlovento está vacío, los nacientes de Marcos y Cordero son
testimoniales y en la Caldera de Taburiente hay flora que se está agostando,
los muflones del Atlas que soltaron allí se comen las mejores plantas y para
las otras hay que llevar cubas de riego. En cuanto a las temperaturas, en este
invierno casi hemos llegado a los 30 grados. Por último, añadir que a la
tormenta perfecta se puede añadir la circunstancia de que si Donald Trump gana
otra vez las elecciones se consolidará el supremacismo blanco, la negación al
cambio climático y la fe ciega en el creacionismo: Dios nos hizo tal como
somos, sin que fueran precisos los primates ni la evolución de las especies. La
puritana Norteamérica se saldrá con la suya. Y olé.
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