Sus
bodegones muestran imaginación e intuición para captar lo inmediato; en ellos
aparecen utensilios de cocina, en muchos casos ancestrales, con productos de la
tierra: chayotas, aguacates, tunos, etc. También introduce elementos que forman
parte del acervo cultural, tallas de barro, lecheras, flora o artesanía. El crítico Joaquín Castro dijo en Diario de
Avisos que busca la poesía en su pintura y parece encontrarla en los objetos
que la identifican con su entorno, la naturaleza es buena maestra y siempre
motivo de inspiración, de ahí esos juegos de colores, esos atardeceres rojizos
que simulan lugares de Extremo Oriente, esas nubes a veces trágicas por los
montes de Mazo y La Caldera. Sus flores destilan un halo poético envueltas
entre brumas que indican sensibilidad y sentimiento. Rosario Valcárcel escribe
que Gloria Esther, cuando iba de pequeña con su madre al Fayal, observaba los
árboles, el paisaje envuelto en la niebla matutina, los caminos cubiertos de
musgos, las ramas, los troncos que unas veces se retorcían y otras ascendían y
ascendían hasta formar parte de las nubes. Y todo eso le sirvió de inspiración
e igual que en el cuento de Tolkien se vio pintando una hoja, una simple hoja
que más tarde le llevó a un árbol, a una flor, a un paisaje. Así el bosque fue
su inspiración, su punto de partida pictórica y las flores sus personajes. Más
tarde empezó a pintar al óleo casitas impregnadas del aire que brota de las
agujas de los pinos, del zumbido del viento en los árboles. Pintó ese paraíso
perdido que es la Naturaleza de la isla de La Palma.
Antonio
Abdo, a propósito de su muestra Terruño en la sala O’Daly de la capital
palmera, cuenta una visita a su estudio, en la calle Díaz Pimienta de Los
Llanos de Aridane. Habló de los paisajes, bodegones, aperos, objetos captados
en un instante fugaz. Una humilde calabaza, un grupo de frutas, una entrañable
tetera, aljibes, huertas, almendros, una vieja casita (nunca una casona)
conforman unos volúmenes, un juego de luces, sombras y color, unas formas que
se dirigen más a la emoción que a la razón.
La génesis de su proyecto pictórico reside en la emoción y en el paisaje
del norte de su isla entran sus almendros, delicados y sutiles, con esa
evanescencia rosa de la efímera floración de enero. Está claro que el mundo de
esta pintora es lo rural, los ancestros, la vivienda tradicional, los caseríos.
Para la escritora Lucía Rosa González expresa su realidad yéndose hacia la
abstracción y regresando una y otra vez para dar su color particular al
instante; capta el instante, la flor cayéndose, dentro de las viejas jarras, el
sin más de la rosa, sabe dibujar el secreto del arte. Para Elena Gómez Lorenzo
destacan en su obra las flores y, entre ellas, la rosa; también el paisaje
desde el mar hasta la cumbre, el pajero y la casa canaria de campo, bodegones,
utilería de cocinas antiguas, asimismo los desnudos. Su evolución va desde un
mundo natural a un mundo onírico, íntimo. Para Manuel Piñero ha bebido de las
fuentes del impresionismo; sin embargo, consigue que su obra tenga carácter
personal e inconfundible. También escribe cuentos para niños, y poesía, y con
Francisco, su pareja, realizó una exposición conjunta titulada ¿Tú ves lo que
yo veo? Actualmente ambos siguen compartiendo proyectos, aunando ilusiones.
Francisco
Pérez Sicilia es ilustrador, caricaturista, restaurador de libros antiguos, es
delicado y sutil en su trabajo, perfeccionista. Hace ahora composiciones de
pequeño formato: paisajes rurales y urbanos, detalles con encanto. Es ejemplo
de emigrante trotamundos, en la madurez ha regresado después de trabajar en
Venezuela, Colombia, Perú, Australia, la India, Pakistán y países de Centroáfrica,
misiones de la ONU. Se dedicó a labores de cartografía, búsqueda de agua
potable, prospecciones petrolíferas. Se tituló Topógrafo de cartografía en la
Universidad Central de Venezuela, la antes prestigiosa UCV de Caracas. Ser
topógrafo es ser un explorador, marcar puntos de referencia, estudiar el suelo,
trazar mapas. Los cartógrafos fijan las coordenadas geográficas, los puntos de
referencia, en regiones de difícil acceso.
Lo
peor de todo, explica, es que seguimos destrozando el planeta. “Explotamos
demasiado los recursos, no nos damos cuenta de que los recursos se van
agotando. Con la comida que se tira un día en la ciudad de Nueva York viviría
una semana entera toda la población de Nicaragua. Estamos forzando la
Naturaleza hasta límites inconcebibles en el consumo de alimentos, agua
potable, etcétera.”
Volvió
a las islas y obtuvo un trabajo de restauración bibliográfica en Lanzarote. Su
labor consistía en recuperar documentos eclesiásticos, actas de nacimiento,
bautismo y matrimonio que proporcionan valiosa información historiográfica. En
las islas abundaba la endogamia, matrimonios dentro de la propia familia,
primos hermanos, sobrinos con tíos. La Iglesia tenía que dar permiso para esos
matrimonios pero a lo largo de los siglos esas circunstancias dieron origen a
taras, enfermedades físicas y mentales, deficiencias genéticas, así como una
elevada mortalidad infantil. Se daban muchos de esos matrimonios por interés,
para conservar las herencias, para no disgregar las fincas. El mestizaje tanto
a nivel genético como cultural, es lo mejor para la humanidad, añade. El país
que más le ha impresionado es la India. Para nacer, Europa; para vivir
Suramérica, para morir la India pues hay un trato amable con las personas
mayores, tienen la virtud de desdramatizar la muerte, hasta los niños la viven
con cierta alegría, puesto que creen en la reencarnación. Entonces la muerte no
es una despedida sino que es la puerta abierta para volver a reencarnar. Eso
dice; un buen conversador.