Este autor de la generación de
los 70 tiene una amplia obra detrás, en ella se aprecia que ha participado con
frecuencia en los procedimientos de búsqueda formal, característica que
comparte con buena parte de ese grupo de narradores. Pero también es autor
teatral, director teatral, actor, poeta, ensayista. Omar es un hombre curioso y
trabajador, utiliza tanto el grito de denuncia como el gesto irónico y
humorístico, la condición humana y sus avatares es el objeto central de su
preocupación literaria. Desde sus primeros textos, La canción del morrocoyo, o
El tiempo lento de Cecilia e Hipólito, Alberto ha producido más de 30 libros
muy variados. Ha sido, sobre todo, un buscador y ahora en su último libro, La
sombra y la tortuga, publicado en Nace, 2015 con una portada de Arima García
Santana en la que se recoge un fragmento de una obra del pintor Hans Baldung
Grien, ha contado una historia más lineal, casi una novela histórica, casi una
radiografía de costumbres, en la que retrata el ambiente de siglos pasados en
las islas, especialmente en la ciudad de La Laguna, en los diversos pueblos de
la isla de Tenerife, en el instante en que la nueva sociedad de colonos y
arribistas está siendo cimentada sobre la huella prehispánica. Construida con
abundante documentación, intenta mostrar el alma colectiva de una comunidad
partiendo de la vida de un esclavo, un ser marginal que llega a ser la voz
central del libro. Canarias como punto de enlace con el Nuevo Mundo, Canarias
como sociedad mestiza, construida con enormes diferencias sociales, caciquismos
e injusticias, Canarias como puerto de entrada y salida de viajeros que van a
Sevilla, a Inglaterra, a las tierras americanas.
“La vida es la memoria”, leemos en
la página 506, cuando la novela toca a su fin. El protagonista llega a cumplir
los cien años, y en ese lapso postrero de su vida afirma que “no se muere nunca
de saber vivir en los instante (…) Darse a los demás es vivir en los instantes.
No tener miedo, también. Tener coraje y echarle voluntad de existir en la
hoguera de la vida es vivir con las botas puestas…”
Liberto es el eje central de las
historias que aquí se cuentan, en una voluminosa compilación que sin duda ha
llevado años de trabajo. Se trata de una crónica de costumbres, un ensayo, una
aproximación al pensamiento colectivo de una sociedad mezquina y cruel, en la
que a veces aparecen destellos de grandeza. Hay apuntes de los usos
prehispánicos, aquellas señas de identidad borrosa de los bereberes que van
siendo absorbidas primero y desdibujadas luego por la nueva sociedad de
colonos, mercaderes, traficantes de sueños.
Es esta una novela en la que
tienen importancia los personajes femeninos, el contrapunto eficaz. No se trata
propiamente de una novela histórica sino de un ejercicio de la memoria, basado
en las vivencias de un hombre que cumple los cien años y recuerda la vida
azarosa que tuvo, primero esclavo y más tarde hombre libre. Las anécdotas y las
vivencias, los episodios de rebelión y deseo, la manera meticulosa en que este
ser va construyéndose el camino en base a la intuición y al esfuerzo. Es una
novela coral en la medida en que participan numerosos personajes, algunos
efímeros y volanderos, otros más asentados en sus pasiones y virtudes. Se
maneja con habilidad el plano de retorno, hay una vocación clasicista y el
texto se abre con dos citas significativas, una de Santa Teresa de Jesús y la
otra de la Historia de la Florida del Inca Garcilaso de la Vega.
La sombra y la tortuga se lee bien,
porque las sucesivas andanzas de los personajes llegan a atrapar a quien se
acerca a sus páginas. El trabajo del autor nos entrega amenidad y coherencia
estilística, con unos diálogos bien trenzados y una aproximación certera tanto
al alma de los personajes femeninos como a la exuberancia barroca de las
situaciones. Las descripciones son ajustadas, el manejo de la ironía y el humor
de fondo también. Hay amores imposibles, peleas y conflictos, triquiñuelas que
sazonan las andanzas de los personajes, y que ilustran acerca de los cambios
psicológicos y las actitudes de Liberto, tan observador de las flaquezas de las
clases altas de la sociedad insular, tan sigiloso y tan espabilado a la hora de
definir y luchar por sus propios intereses de liberación. El sabio Liberto,
estoico y vital según convenga, con sus amos y sus súbditos, sus amigos y sus
amantes de ocasión, el sexo como conocimiento y atadura.
La ambición de Alberto Omar le ha
permitido ensamblar con habilidad y certeza esta novela, en la que –como no
podía ser menos– hay todo un viaje de iniciación. La relación tan especial
entre Liberto y Hernando nos entrega las mejores páginas, hay sutileza en los
diálogos y las andanzas del esclavo y su propietario, más tarde fraternal
compañero de andanzas. Al final, la moraleja viene dada por la presencia de un
animal simbólico, la tortuga, traída del Caribe; la tortuga, que se mueve
despacio captando con perspicacia cuanto sucede a su alrededor.
Dicho con
palabras del propio autor, “observarás que "renuncié" a propósito de
prácticamente todos mis juegos estructurales y "vanguardistas" que me
eran tan caros, para hacerme más llano y directo, creando un narrador que
transformara lo lejano en el tiempo en algo más cercano para el lector, más
humano y de nuestro siglo. No quería "violentar" la lectura y preferí
escoger una voz más directa y humanizada, que no se detuviera en el dolor de
vivir sino en la posibilidad que el ejercicio del existir le brindaba (aunque
esa vida se le desarrollaba en el tormento de la esclavitud). Dos cosas me
llamaban la atención cuando me decidí a escribirla: ¿cómo es posible que en el
Antiguo Régimen fuera el entorno social tan tirano con la mujer, la niñez, y
con los tenidos por pobres y no letrados?, ¿y cómo es posible que un ser pudiera
esclavizar a otro, comprarlo, venderlo, y seguir viviendo tan campante,
asistiendo a misa, etc.? Me preguntaba, entonces, si es que nuestra sociedad
seguía repitiendo los mismos juegos sociales (con sustanciales diferencias,
aunque obvias por los avances y revoluciones habidas), pero sin asumirlos como
herencia de nuestros antepasados, y, por tanto, sin saberlos superar. Y, por
otro lado, me propuse reproducir los sentidos con los que los habitantes de
entonces podrían estar reconociendo su entorno.”
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