La Plaza es el espacio para verse, para comentar, para confraternizar. Antes, cuando no había mesas, cuando no existía el concepto de las terrazas, la gente visitaba la Plaza a media mañana y sobre todo en horas de la tarde, concluida la faena en la platanera. Los hombres, porque hubo tiempos en que los bares eran solo para los hombres, hablaban a pie firme de sus cosas. Casi siempre de sus cultivos, de sus proyectos, de sus cartas desde Cuba y Venezuela, de sus dolencias. Cuando yo era chico y solo existía la radio, que exigía instalar largas antenas de azotea en azotea, en el quiosco de esta plaza se escuchaba a duras penas Radio Club Tenerife y tal vez alguna radio peninsular dando las novedades de los partidos de fútbol en la tarde del domingo.
Los laureles cubanos han cumplido 150 años, y bien que ha sido celebrada la efemérides. La Fiesta de Arte de este año les estuvo dedicada, la intención fue buena. Por cierto: habría que intentar que la Fiesta de Arte fuera más ágil, más atrayente. La cultura no tiene que ser aburrida, no ha de parecer aburrida. Si se controlan los tiempos de cada pasaje, el resultado sería alentador.
Hoy en día bastantes días del año la Plaza está tomada por los extranjeros que aquí viven de manera estable o casi estable, así como por los visitantes. Hasta el zapatero de Los Llanos es alemán, igual que el relojero, el joyero, los dueños de las tiendas de zapatos para el senderismo, las bicicletas de alquiler, las tiendas de deportes náuticos, los restaurantes de marca… Miles de alemanes viven en el Valle de forma permanente o casi permanente, porque aquí han encontrado un lugar bajo el sol a buen precio.
En tiempos de doña María de las Casas, del cronista don Pedro Hernández, del benefactor Antonio Gómez Felipe –a quien se ha hecho justicia con su parque– y otros tantos patriotas, a esta ciudad de Los Llanos se la denominaba “ciudad de ensueño”. Por la calma que transmite, por la armonía urbanística con que ha sido trazada, por el verde que la envuelve, por el ritmo sosegado de la vida, por el silencio y por la paz de este paisaje, parece que no la daña ni el crecimiento poblacional ni la cantidad de forasteros que a ella se acercan.
Hay miles de plazas en el mundo, las hay enormes y de belleza espectacular como San Marcos en Venecia o la Grand Place de Bruselas o la plaza del mercado de Cracovia o la plaza Bolívar en Caracas o Alexanderplatz en Berlín o la Plaza Navona en Roma o Trafalgar Square en Londres o la mínima Times Square de Nueva York, más bien un cruce de caminos. Pero la Plaza de los Laureles tiene un toque casi mágico, no solo por los laureles, no solo por la iglesia del siglo XVI no solo por el sol. Debe ser por ese toque de estar más allá del mundo, casi en San Borondón.