domingo, 5 de junio de 2022

Análisis crítico de "El volcán y otros cuentos"


Francisco J. Quevedo

Profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

 Yolanda Arencibia, en el prólogo a Las espiritistas de Telde, de Luis León Barreto, en la edición de Editorial Interinsular Canaria (1986), incide en un aspecto básico de la escritura del escritor palmero, su condición de cronista: «la voluntad de crónica domina en ocasiones al autor que, convertido en narrador-cronista, asoma entre las páginas al introducir en la trama algunos hechos relevantes de la realidad insular, al hilo de las secuencias narrativas» (p. 19). A partir de aquí se entiende mucho mejor, no solo Las espiritistas de Telde, una de las novelas más importantes de la nueva novela española que arranca en los sesenta y se extiende, por lo general, hasta los ochenta, sino de toda la creación literaria —esencialmente narrativa y ensayística de este autor—. Luis León Barreto nace en Los Llanos de Aridane, La Palma. Tras estudiar Derecho y Periodismo en La Laguna se licencia en Periodismo en la Universidad Complutense. Ya como periodista trabaja en distintos medios de comunicación como Diario de Las Palmas y La Provincia, de la que llega a ser subdirector. Uno de sus periodos profesionales más interesantes, en los que conjuga el periodismo con la proyección social y cultural, es durante su etapa de director del Club Prensa Canaria. Aunque su primer libro publicado fue el poemario Crónica de todos nosotros (1973), su escritura se ha volcado hacia la narrativa, especialmente la novela, entre sus obras en este género destaca, sobre todo, la citada Las espiritistas de Telde, que se alza en 1981 con el XVI Premio de Novela Blasco Ibáñez, editada en numerosas ocasiones y traducida a diferentes lenguas; sin embargo, no podemos obviar el resto de su producción novelística con títulos también muy significativos como La infinita guerra (1985), Los días del Paraíso (1987) o La Casa de los Picos (1998), entre otros. También se ha desenvuelto muy bien en el ensayo, por ejemplo con El Time y la prensa canaria en el siglo XIX (1990), La literatura y la vida (2025) o Ida y vuelta. Crónicas de tiempos revueltos

En esta ocasión, Luis León Barreto entrega El volcán y otros cuentos, su última obra literaria en el registro cuentístico, en el que había hecho incursiones como El Mar de la Fortuna (1986), ¡Mamá, yo quiero un piercing! (2005), Cuentos palmeros, 2009, o Cuentos gozosos/Cuentos traviesos (2017). En este terreno del cuento también hay que hacer hincapié en su participación en diversas antologías, como Cien años de cuentos (1898-1998). Antología del cuento en castellano (1998), llevada a cabo por José María Merino para Alfaguara. Este esbozo biobliográfico no acota en su justa medida, por supuesto, la entidad literaria y profesional de Luis León Barreto, pero sí que nos abre las puertas, al menos con cierto respaldo, a los relatos de El volcán y otros cuentos que edita el Centro de la Cultura Popular Canaria, con el apoyo del Cabildo de La Palma y del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane.

 Uno de los elementos vertebradores de este conjunto de relatos que hoy nos da a conocer su autor es la multiplicidad de asuntos que aparecen en sus páginas, aunque todos nazcan de una situación primigenia unitaria: la pandemia de covid que ha pateado el mundo con tanta fuerza que ha estrujado conciencias y ha virado opiniones. Decía Borges que «Los poetas, como los ciegos, pueden ver en la oscuridad», sentencia a la que me arrimo fuertemente puesto que no encuentro mejor manera de entender el mundo que a través de la literatura. Es obvio que la pandemia posee una o varias explicaciones científicas, a la que los mortales que no disponemos de un sustrato de la materia llegamos a duras penas, y esto porque los divulgadores técnicos han rebajado al lenguaje más llano sus aspectos indispensables, aquellos que conciernen a la necesaria profilaxis. Otra cosa es el impacto humano que ha causado esta plaga. Y ahí Luis León Barreto escudriña dentro de esa oscuridad para iluminar, para entender los múltiples vericuetos que tomamos en este tiempo maldito. Ya el primer cuento, «Ejercicios para después de una pandemia», que actúa de prólogo, el personaje, que bien podría ser el trasunto del autor, o de cualquier otro ciudadano anónimo, refleja uno de los mitos de la sociedad occidental que derribó la pandemia: la conquista de la seguridad, la convicción de que, gracias a nuestros trabajos, nuestros ahorros, nuestros servicios de salud públicos o privados, poseemos, frente a los países con toda suerte de precariedades, una seguridad que nos permite vivir el presente y avizorar el futuro con una relativa y cómoda tranquilidad. Esto se cayó como un caldero de leche hirviendo y así surgen los miedos, las zozobras y la querencia de ese cordón umbilical roto por el covid: «Quería volver a la máxima seguridad, de la que nunca debió salir. No en vano creía que estaba naciendo y le desagradaba perder el lugar al que siempre desearía regresar» (p. 11).  Este propósito de recuperar la vida anterior alienta dos formatos literarios: la literatura de viajes y la de la memoria. En el primer caso, observamos cómo el autor despliega una capacidad extraordinaria para la descripción paisajística, ambiental, que no solo se remite al puro concepto espacial sino al de sus habitantes, su cultura. Es sorprendente que en textos con una extensión tan exigua sea capaz el escritor de desplegar una visión tan amplia y profunda de los lugares que expone a los lectores.  Desde el cercano continente africano que explora en «Los hipopótamos», pasando por Jerusalén en el místico «Shalom», por Buenos Aires, en «Mi Buenos Aires querido» y otras estancias hasta llegar a Nueva York gracias a un excelente relato metaliterario que homenajea al maestro «Edgar Allan Poe».

 La Palma, los pinares, los Llanos de Aridane, sus costumbres, sus tradiciones y su historia son el centro neurálgico de los relatos que encuadramos dentro de la literatura de la memoria. En El volcán y otros cuentos se superponen dos planos temporales, el actual, moderno, que habla con términos tan nuevos como bitcoin, y el de la posguerra, el de la niñez y juventud del autor en el que caben palabras que pertenecen ya al habla popular y corren riesgo de desaparición, tales como lebrillo. «Taburiente» es un cuento que nos adentra en ese mundo de la cultura palmera, que en tanto se asemeja al resto de las islas, con un fuerte predominio en su caso de la vida rural, el monte, la agricultura y la emigración y el mestizaje y la magia. Hay reminiscencias del lenguaje barroco y poético que consagró al autor con Las espiritistas de Telde: descripciones morosas, prolijas en detalles botánicos, sensuales como los rumores de los manantiales de La Caldera de Taburiente.

 En esa poliédrica mirada que el cronista extiende sobre estos tiempos de pandemia también cabe varias reflexiones sobre el sexo, como en «Lo sagrado», «Ladra, ladra sin parar» o «Estefanía», así como en el dramático fenómeno migratorio en «Esperando la patera que tarda en llegar», y por descontado la principal, la del volcán que da título a uno de los cuentos y al libro. Un volcán que nos conmocionó a todos pero, en especial, a los palmeros y esto se nota en Luis León Barreto que, sin duda, homenajea a su tierra y a sus gentes con este libro.  Ese trabajo de cronista que ejerce en su escritura Luis León Barreto es el de observador crítico de la realidad; se ha caracterizado siempre este autor por llevar a cabo una literatura que desentraña las razones humanas que provocan los  hechos históricos, como hizo magistralmente en Las espiritistas de Telde. Su condición de periodista, de buscador de la verdad para darla a conocer como una terapia saludable en cualquier sociedad civilizada, se impone también en estos cuentos. Uno de ellos que me merece especial consideración en este sentido es el titulado «Me caso con un robot», en el que León Barreto, con fino humor —como también utiliza en «El día que me volví paranoico», canto al absurdo negacionista—, nos lleva a la práctica del matrimonio consigo mismo, máximo exponente del individualismo y que encaja a la perfección en las teorías planteadas por Gilles Lipovetsky en La era del vacío: «La contradicción en nuestras sociedades no procede únicamente de la distancia entre cultura v economía, procede también del propio proceso de personalización, de un proceso sistemático de atomización e individualización narcisista» (p. 128).

 Si el primer cuento, «Ejercicios para después de una pandemia», servía de prólogo, el último, «Carpe diem», es un epílogo esperanzador. «Hay que prolongar la dicha hasta el final del mundo, hay que gozar», leemos en un relato que, además, es un regalo artístico de degustación de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria; un regalo que le agradecemos a Luis León Barreto, así como esta catarsis literaria que conforman los textos de El volcán y otros cuentos, otro libro que contribuye a agrandar su valiosa y reconocida carrera literaria.

(Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia el 4 de junio de 2022)

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