Francisco J. Quevedo
Profesor titular de Literatura Española en la Universidad de
Las Palmas de Gran Canaria
Yolanda
Arencibia, en el prólogo a Las espiritistas de Telde, de Luis León Barreto, en
la edición de Editorial Interinsular Canaria (1986), incide en un aspecto
básico de la escritura del escritor palmero, su condición de cronista: «la
voluntad de crónica domina en ocasiones al autor que, convertido en
narrador-cronista, asoma entre las páginas al introducir en la trama algunos
hechos relevantes de la realidad insular, al hilo de las secuencias narrativas»
(p. 19). A partir de aquí se entiende mucho mejor, no solo Las espiritistas de
Telde, una de las novelas más importantes de la nueva novela española que
arranca en los sesenta y se extiende, por lo general, hasta los ochenta, sino
de toda la creación literaria —esencialmente narrativa y ensayística de este
autor—. Luis León Barreto nace en Los Llanos de Aridane, La Palma. Tras
estudiar Derecho y Periodismo en La Laguna se licencia en Periodismo en la
Universidad Complutense. Ya como periodista trabaja en distintos medios de
comunicación como Diario de Las Palmas y La Provincia, de la que llega a ser
subdirector. Uno de sus periodos profesionales más interesantes, en los que
conjuga el periodismo con la proyección social y cultural, es durante su etapa
de director del Club Prensa Canaria. Aunque su primer libro publicado fue el
poemario Crónica de todos nosotros (1973), su escritura se ha volcado hacia la
narrativa, especialmente la novela, entre sus obras en este género destaca,
sobre todo, la citada Las espiritistas de Telde, que se alza en 1981 con el XVI
Premio de Novela Blasco Ibáñez, editada en numerosas ocasiones y traducida a
diferentes lenguas; sin embargo, no podemos obviar el resto de su producción
novelística con títulos también muy significativos como La infinita guerra
(1985), Los días del Paraíso (1987) o La Casa de los Picos (1998), entre otros.
También se ha desenvuelto muy bien en el ensayo, por ejemplo con El Time y la
prensa canaria en el siglo XIX (1990), La literatura y la vida (2025) o Ida y
vuelta. Crónicas de tiempos revueltos
En esta
ocasión, Luis León Barreto entrega El volcán y otros cuentos, su última obra
literaria en el registro cuentístico, en el que había hecho incursiones como El
Mar de la Fortuna (1986), ¡Mamá, yo quiero un piercing! (2005), Cuentos
palmeros, 2009, o Cuentos gozosos/Cuentos traviesos (2017). En este terreno del
cuento también hay que hacer hincapié en su participación en diversas
antologías, como Cien años de cuentos (1898-1998). Antología del cuento en
castellano (1998), llevada a cabo por José María Merino para Alfaguara. Este
esbozo biobliográfico no acota en su justa medida, por supuesto, la entidad
literaria y profesional de Luis León Barreto, pero sí que nos abre las puertas,
al menos con cierto respaldo, a los relatos de El volcán y otros cuentos que
edita el Centro de la Cultura Popular Canaria, con el apoyo del Cabildo de La
Palma y del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane.
Uno de los
elementos vertebradores de este conjunto de relatos que hoy nos da a conocer su
autor es la multiplicidad de asuntos que aparecen en sus páginas, aunque todos
nazcan de una situación primigenia unitaria: la pandemia de covid que ha
pateado el mundo con tanta fuerza que ha estrujado conciencias y ha virado
opiniones. Decía Borges que «Los poetas, como los ciegos, pueden ver en la
oscuridad», sentencia a la que me arrimo fuertemente puesto que no encuentro
mejor manera de entender el mundo que a través de la literatura. Es obvio que
la pandemia posee una o varias explicaciones científicas, a la que los mortales
que no disponemos de un sustrato de la materia llegamos a duras penas, y esto
porque los divulgadores técnicos han rebajado al lenguaje más llano sus
aspectos indispensables, aquellos que conciernen a la necesaria profilaxis.
Otra cosa es el impacto humano que ha causado esta plaga. Y ahí Luis León
Barreto escudriña dentro de esa oscuridad para iluminar, para entender los
múltiples vericuetos que tomamos en este tiempo maldito. Ya el primer cuento,
«Ejercicios para después de una pandemia», que actúa de prólogo, el personaje,
que bien podría ser el trasunto del autor, o de cualquier otro ciudadano
anónimo, refleja uno de los mitos de la sociedad occidental que derribó la
pandemia: la conquista de la seguridad, la convicción de que, gracias a
nuestros trabajos, nuestros ahorros, nuestros servicios de salud públicos o
privados, poseemos, frente a los países con toda suerte de precariedades, una
seguridad que nos permite vivir el presente y avizorar el futuro con una
relativa y cómoda tranquilidad. Esto se cayó como un caldero de leche hirviendo
y así surgen los miedos, las zozobras y la querencia de ese cordón umbilical
roto por el covid: «Quería volver a la máxima seguridad, de la que nunca debió
salir. No en vano creía que estaba naciendo y le desagradaba perder el lugar al
que siempre desearía regresar» (p. 11).
Este propósito de recuperar la vida anterior alienta dos formatos
literarios: la literatura de viajes y la de la memoria. En el primer caso,
observamos cómo el autor despliega una capacidad extraordinaria para la
descripción paisajística, ambiental, que no solo se remite al puro concepto
espacial sino al de sus habitantes, su cultura. Es sorprendente que en textos
con una extensión tan exigua sea capaz el escritor de desplegar una visión tan
amplia y profunda de los lugares que expone a los lectores. Desde el cercano continente africano que
explora en «Los hipopótamos», pasando por Jerusalén en el místico «Shalom», por
Buenos Aires, en «Mi Buenos Aires querido» y otras estancias hasta llegar a
Nueva York gracias a un excelente relato metaliterario que homenajea al maestro
«Edgar Allan Poe».
La Palma,
los pinares, los Llanos de Aridane, sus costumbres, sus tradiciones y su
historia son el centro neurálgico de los relatos que encuadramos dentro de la
literatura de la memoria. En El volcán y otros cuentos se superponen dos planos
temporales, el actual, moderno, que habla con términos tan nuevos como bitcoin,
y el de la posguerra, el de la niñez y juventud del autor en el que caben
palabras que pertenecen ya al habla popular y corren riesgo de desaparición,
tales como lebrillo. «Taburiente» es un cuento que nos adentra en ese mundo de
la cultura palmera, que en tanto se asemeja al resto de las islas, con un
fuerte predominio en su caso de la vida rural, el monte, la agricultura y la
emigración y el mestizaje y la magia. Hay reminiscencias del lenguaje barroco y
poético que consagró al autor con Las espiritistas de Telde: descripciones
morosas, prolijas en detalles botánicos, sensuales como los rumores de los manantiales
de La Caldera de Taburiente.
En esa poliédrica mirada que el
cronista extiende sobre estos tiempos de pandemia también cabe varias
reflexiones sobre el sexo, como en «Lo sagrado», «Ladra, ladra sin parar» o
«Estefanía», así como en el dramático fenómeno migratorio en «Esperando la
patera que tarda en llegar», y por descontado la principal, la del volcán que
da título a uno de los cuentos y al libro. Un volcán que nos conmocionó a todos
pero, en especial, a los palmeros y esto se nota en Luis León Barreto que, sin
duda, homenajea a su tierra y a sus gentes con este libro. Ese trabajo de cronista que ejerce en su
escritura Luis León Barreto es el de observador crítico de la realidad; se ha
caracterizado siempre este autor por llevar a cabo una literatura que
desentraña las razones humanas que provocan los
hechos históricos, como hizo magistralmente en Las espiritistas de
Telde. Su condición de periodista, de buscador de la verdad para darla a
conocer como una terapia saludable en cualquier sociedad civilizada, se impone
también en estos cuentos. Uno de ellos que me merece especial consideración en
este sentido es el titulado «Me caso con un robot», en el que León Barreto, con
fino humor —como también utiliza en «El día que me volví paranoico», canto al
absurdo negacionista—, nos lleva a la práctica del matrimonio consigo mismo,
máximo exponente del individualismo y que encaja a la perfección en las teorías
planteadas por Gilles Lipovetsky en La era del vacío: «La contradicción en
nuestras sociedades no procede únicamente de la distancia entre cultura v
economía, procede también del propio proceso de personalización, de un proceso
sistemático de atomización e individualización narcisista» (p. 128).
Si el primer cuento, «Ejercicios
para después de una pandemia», servía de prólogo, el último, «Carpe diem», es
un epílogo esperanzador. «Hay que prolongar la dicha hasta el final del mundo,
hay que gozar», leemos en un relato que, además, es un regalo artístico de
degustación de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria; un regalo que le
agradecemos a Luis León Barreto, así como esta catarsis literaria que conforman
los textos de El volcán y otros cuentos, otro libro que contribuye a agrandar
su valiosa y reconocida carrera literaria.
(Publicado en el suplemento de Cultura de La Provincia el 4
de junio de 2022)
No hay comentarios:
Publicar un comentario