domingo, 10 de julio de 2016

Saulo Torón y el mar

Saulo Torón tuvo una larga vida (Telde, 1885–Las Palmas de Gran Canaria, 1974), murió a sus 89 años siendo el decano de los poetas, el hilo conductor con la gran generación que conformaron Tomás Morales y Alonso Quesada, con la reminiscencia omnipresente de Domingo Rivero. Vivió en un chalet de Ciudad Jardín con su esposa, Isabel Macario, y su hija, la cantante y también profesora de canto María Isabel Torón Macario, se ha convertido en la principal difusora de su obra. Saulo fue un hombre de orilla, más bien fue de tierra adentro porque nunca viajó, nunca fue más allá de la punta del muelle, no necesitaba conquistar el mundo y así hizo su obra tranquilo y ensimismado, con un tono de contemplación, una mirada melancólica que no llega a constituir una elegía. Ciertamente, la labor de críticos como Lázaro Santana y Juan Manuel Bonet ha sido esencial para el rescate de este grupo de poetas, que protagonizaron la Edad de Plata de la poesía insular. Saulo Torón fue poeta humilde, cantor del hogar y del mar, con un verso “cadencioso y sereno”. Como decía en el preludio a su Caracol encantado, “El mar es a mi vida / lo que al hambriento el pan; / para saciar mi espíritu / tengo que ver el mar. / El mar me da la norma / y el ansia de vivir: / su majestad es ciencia / suprema para mí.” Hay un leve halo de claustrofobia, heredado del dramatismo de Alonso Quesada, pero marcado también por el sosiego de la aceptación del destino insular de su vida y de su obra. No es el suyo el mar grandilocuente y exultante de Tomás Morales, es el mar hogareño de la orilla, es el mar que ve desde la oficina, el mismo mar que contempla Domingo Rivero desde la silla en que trabaja. Y Saulo –igual que Alonso Quesada– trabajaba para los británicos, en la Casa Miller, en definitiva los británicos, que tanto marcaron la vida económica y social de las islas.
Hombre afable y tranquilo, en la extraordinaria Biblioteca Canaria de Bolsillo que dirigió Andrés Sánchez Robayna con el editor Aurelio Concepción, tres años después de su muerte fue recopilada su Poesía Completa, 1988, con portada del pintor Santiago Santana y prólogo del crítico Juan Manuel Bonet. Sin duda aquella aventura editorial de Interinsular estuvo marcada por la exigencia profesional, la estética y el rigor. Allí puede contemplarse su devoción por la poesía entrañable de Antonio Machado. Ya lo había dicho en sus Primeras Palabras: Mi verso es el sereno manantial de mi vida / donde fluyen acordes todas mis emociones; / cada emoción que pasa deja una estrofa urdida / con el lino invisible de las meditaciones. Ya hablaba allí de su verso cadencioso y sereno, sin reproches violentos, porque ha sido un hombre humilde y bueno. Es poeta del amor doméstico, de la sencilla vida del oficinista que –al igual que Rivero– va del trabajo a su casa sin aspirar a grandes objetivos, y luego marcha a la tertulia con sus amigos Tomás, Alonso y el pintor Néstor. El modernismo impregnando su vida, del mismo modo que la tranquila evocación del pasado y el disfrute de un mar benigno.
No existe en la obra de Saulo la exaltación urbana, burguesa y marítima del médico Tomás Morales ni aquel desgarro existencial que apreciamos en Alonso Quesada, porque a fin de cuentas él tuvo una vida serena y apacible, de trabajador bien colocado, feliz con su mujer y su hija, complacido en su casa, tertuliando con frecuencia con los amigos, fraternales todos en el cultivo de la poesía, en la escritura en los periódicos, en las publicaciones y en los recitales, disfrutando las veladas musicales con los suyos, viviendo como empleado sin mayores sobresaltos, guardando eso sí un prudente silencio durante la guerra civil y años posteriores, como dice Bonet, un periodo de reclusión en su casa de Ciudad Jardín. Según Ventura Doreste, incluso se negaba a leer las obras que se venían publicando en aquel tiempo. En su libro Frente al muro escribe: Tengo los ojos hundidos /de mirar siempre hacia adentro / para no errar el camino.
Saulo no sintió la angustia tan típicamente quesadiana, a fin de cuentas Alonso Quesada tuvo una vida difícil, tenía que mantener a las muchas mujeres de su casa, su vida estuvo marcada por la enfermedad y la muerte prematura. En los versos de Saulo leemos: Mi barca pequeña / no sale del puerto, / no tiene más velas que mi pensamiento. / Yo no sé de mares / de violencias bravas, / sino de este humilde / que duerme en la playa. / Ni el oro ni el triunfo / me llevaron lejos, / ni anhelé otras glorias / que las de mis sueños. / Por eso mi vida / modesta y sencilla, / la disfruto solo, / cantando en la orilla. Juan Manuel Bonet, en su buen prólogo, señala que Valbuena Prat clasifica a los poetas canarios de una manera peculiar. En efecto, señala que Tomás Morales es rubeniano, Alonso Quesada y Fernando González siguen a Antonio Machado mientras que Saulo Torón y Claudio de la Torre muestran la influencia de Juan Ramón Jiménez; por último Josefina de la Torre y Agustín Espinosa son discípulos de los poetas de la Generación del 27 y las vanguardias de comienzos del siglo XX. En 1936 el tinerfeño Ramón Feria dijo que en Saulo Torón se percibe por primera vez en las Islas Canarias la influencia poética juanramoniana. Sin embargo, Bonet matiza que Canciones de la orilla presenta un aspecto interior y exterior juanramoniano, aunque la tónica ya es diferente. El popularismo marinero de muchas de las canciones y las coplas está emparentado con los nuevos poetas, sobre todo Rafael Alberti.

Nacido en la ciudad de Telde, echamos de menos algún homenaje importante de su lugar natal. Hubo quienes opinaron que el teatro municipal de la ciudad debiera llevar su nombre, aunque todavía se está a tiempo de repararlo dedicándole algún espacio noble en el futuro Palacio de Cultura, una instalación muy ambiciosa para la que no va a ser fácil encontrar financiación. Pero Telde, con su población y con su historia poética, se lo merece. Tal como señala el cronista Antonio María González Padrón, la memoria de la Escuela Lírica de Telde bien merece un espacio significativo en el mundo literario del archipiélago.

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