Saulo
Torón tuvo una larga vida (Telde, 1885–Las Palmas de Gran Canaria, 1974), murió
a sus 89 años siendo el decano de los poetas, el hilo conductor con la gran
generación que conformaron Tomás Morales y Alonso Quesada, con la reminiscencia
omnipresente de Domingo Rivero. Vivió en un chalet de Ciudad Jardín con su
esposa, Isabel Macario, y su hija, la cantante y también profesora de canto María
Isabel Torón Macario, se ha convertido en la principal difusora de su obra. Saulo
fue un hombre de orilla, más bien fue de tierra adentro porque nunca viajó,
nunca fue más allá de la punta del muelle, no necesitaba conquistar el mundo y
así hizo su obra tranquilo y ensimismado, con un tono de contemplación, una
mirada melancólica que no llega a constituir una elegía. Ciertamente, la labor
de críticos como Lázaro Santana y Juan Manuel Bonet ha sido esencial para el
rescate de este grupo de poetas, que protagonizaron la Edad de Plata de la
poesía insular. Saulo Torón fue poeta humilde, cantor del hogar y del mar, con
un verso “cadencioso y sereno”. Como decía en el preludio a su Caracol
encantado, “El mar es a mi vida / lo que al hambriento el pan; / para saciar mi
espíritu / tengo que ver el mar. / El mar me da la norma / y el ansia de vivir:
/ su majestad es ciencia / suprema para mí.” Hay un leve halo de claustrofobia,
heredado del dramatismo de Alonso Quesada, pero marcado también por el sosiego
de la aceptación del destino insular de su vida y de su obra. No es el suyo el
mar grandilocuente y exultante de Tomás Morales, es el mar hogareño de la
orilla, es el mar que ve desde la oficina, el mismo mar que contempla Domingo
Rivero desde la silla en que trabaja. Y Saulo –igual que Alonso Quesada–
trabajaba para los británicos, en la Casa Miller, en definitiva los británicos,
que tanto marcaron la vida económica y social de las islas.
Hombre
afable y tranquilo, en la extraordinaria Biblioteca Canaria de Bolsillo que
dirigió Andrés Sánchez Robayna con el editor Aurelio Concepción, tres años
después de su muerte fue recopilada su Poesía Completa, 1988, con portada del
pintor Santiago Santana y prólogo del crítico Juan Manuel Bonet. Sin duda
aquella aventura editorial de Interinsular estuvo marcada por la exigencia
profesional, la estética y el rigor. Allí puede contemplarse su devoción por la
poesía entrañable de Antonio Machado. Ya lo había dicho en sus Primeras
Palabras: Mi verso es el sereno manantial de mi vida / donde fluyen acordes
todas mis emociones; / cada emoción que pasa deja una estrofa urdida / con el
lino invisible de las meditaciones. Ya hablaba allí de su verso cadencioso y
sereno, sin reproches violentos, porque ha sido un hombre humilde y bueno. Es
poeta del amor doméstico, de la sencilla vida del oficinista que –al igual que Rivero–
va del trabajo a su casa sin aspirar a grandes objetivos, y luego marcha a la
tertulia con sus amigos Tomás, Alonso y el pintor Néstor. El modernismo
impregnando su vida, del mismo modo que la tranquila evocación del pasado y el
disfrute de un mar benigno.
No
existe en la obra de Saulo la exaltación urbana, burguesa y marítima del médico
Tomás Morales ni aquel desgarro existencial que apreciamos en Alonso Quesada,
porque a fin de cuentas él tuvo una vida serena y apacible, de trabajador bien
colocado, feliz con su mujer y su hija, complacido en su casa, tertuliando con
frecuencia con los amigos, fraternales todos en el cultivo de la poesía, en la
escritura en los periódicos, en las publicaciones y en los recitales,
disfrutando las veladas musicales con los suyos, viviendo como empleado sin
mayores sobresaltos, guardando eso sí un prudente silencio durante la guerra
civil y años posteriores, como dice Bonet, un periodo de reclusión en su casa
de Ciudad Jardín. Según Ventura Doreste, incluso se negaba a leer las obras que
se venían publicando en aquel tiempo. En su libro Frente al muro escribe: Tengo
los ojos hundidos /de mirar siempre hacia adentro / para no errar el camino.
Saulo
no sintió la angustia tan típicamente quesadiana, a fin de cuentas Alonso
Quesada tuvo una vida difícil, tenía que mantener a las muchas mujeres de su
casa, su vida estuvo marcada por la enfermedad y la muerte prematura. En los
versos de Saulo leemos: Mi barca pequeña / no sale del puerto, / no tiene más
velas que mi pensamiento. / Yo no sé de mares / de violencias bravas, / sino de
este humilde / que duerme en la playa. / Ni el oro ni el triunfo / me llevaron
lejos, / ni anhelé otras glorias / que las de mis sueños. / Por eso mi vida /
modesta y sencilla, / la disfruto solo, / cantando en la orilla. Juan Manuel
Bonet, en su buen prólogo, señala que Valbuena Prat clasifica a los poetas
canarios de una manera peculiar. En efecto, señala que Tomás Morales es rubeniano,
Alonso Quesada y Fernando González siguen a Antonio Machado mientras que Saulo
Torón y Claudio de la Torre muestran la influencia de Juan Ramón Jiménez; por
último Josefina de la Torre y Agustín Espinosa son discípulos de los poetas de
la Generación del 27 y las vanguardias de comienzos del siglo XX. En 1936 el
tinerfeño Ramón Feria dijo que en Saulo Torón se percibe por primera vez en las
Islas Canarias la influencia poética juanramoniana. Sin embargo, Bonet matiza
que Canciones de la orilla presenta un aspecto interior y exterior
juanramoniano, aunque la tónica ya es diferente. El popularismo marinero de
muchas de las canciones y las coplas está emparentado con los nuevos poetas,
sobre todo Rafael Alberti.
Nacido
en la ciudad de Telde, echamos de menos algún homenaje importante de su lugar
natal. Hubo quienes opinaron que el teatro municipal de la ciudad debiera
llevar su nombre, aunque todavía se está a tiempo de repararlo dedicándole
algún espacio noble en el futuro Palacio de Cultura, una instalación muy
ambiciosa para la que no va a ser fácil encontrar financiación. Pero Telde, con
su población y con su historia poética, se lo merece. Tal como señala el
cronista Antonio María González Padrón, la memoria de la Escuela Lírica de
Telde bien merece un espacio significativo en el mundo literario del
archipiélago.
Fiumba
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