lunes, 29 de mayo de 2023

La utopía y las elecciones



Con frecuencia hablaba el gran escritor José Saramago de que, en estos tiempos convulsos, hay que luchar por la utopía. Un mensaje que va fuera de onda, puesto que todos los hemos vuelto más individualista siguiendo el modo de ser norteamericano. En mayo del 68, en aquel Mayo francés, ya se comprobó que la utopía fracasaba y lo único que se logró fue que el general De Gaulle se retirara y convocara elecciones. Y el sueño de una Europa fuerte y unida se fue al quinto pino con la salida de Gran Bretaña, ese Brexit que, según su biógrafo oficial, no quería la reina Isabel II, aunque hubo otros que armaron la de San Quintín para salirse con sus ideas. Y ahora algunos de aquellos instigadores dicen que están arrepentidos de la que se armó.

La utopía es un sueño, un espejismo. Igual que la existencia de San Borondón, nuestro mito preferido. O el paraíso terrenal que cuenta la Biblia y muchas otras sagradas escrituras. La utopía es luchar por algo que no existe, pero hemos de intentarlo. En realidad, el Edén tan solo existe en las verdades absolutas de las distintas creencias, que ejercen un efecto sedante para los creyentes. Todas han de prometer que después de esta vida iremos a morar en ese lugar prodigioso: el cielo, el edén.

Ahora que celebramos elecciones, después de tantos debates aquí y allá, comprobamos que los políticos son encantadores de serpientes y cada uno trata de vendernos un trocito de utopía, en forma de promesas grandilocuentes sobre vivienda, sanidad, educación y –sobre todo– economía. Escuchas a uno y te parece que tiene razón en sus análisis y sus propuestas, escuchas a otro y vuelves a tener la sensación de que lo que dice es correcto, cada candidato aporta su media verdad y simultáneamente nos presenta su pequeña mentira, porque sabe que lo que va a prometer va a ser difícil de cumplir. Así lo ve mi mujer, Rosario Valcárcel, y no puedo dejar de estar muy de acuerdo con su análisis.

Todos los candidatos parecen creíbles, aunque unos más que otros, sin duda. Pero lo cierto es que todos se han visto forzados en intentar convencernos de que a partir de este domingo 28 vamos a vivir en un mundo mejor, al fin se hará realidad la esperanza de que vivamos en una sociedad feliz, en la cual se da la solidaridad en vez del individualismo, en la cual todos los servicios funcionan a la perfección, en la cual el Estado de Bienestar se ha impuesto sobre la pobreza, y las necesidades básicas están bien cubiertas. Claro que luego llega la normalidad, y después de tanto esfuerzo comprobamos que las cosas siguen más o menos igual: el paro, la falta de viviendas, la inflación, la pobreza en las familias, la guerra de Ucrania, etcétera.

¿Quién dice la verdad? Las encuestas engañan y son tan distintas las unas de las otras que todas parecen sospechosas. Igual que la información que nos llega de la guerra de Ucrania, tan contradictoria según qué fuente la emita.

Puestos a hacer promesas, cada partido ha hecho lo posible y lo imposible por intentar sorprender, incluso con iniciativas tan variopintas como regalar plantas. Unos copian las ideas de otros, con lo cual al final todos se acaban pareciendo. Y después de que los políticos hayan prometido tantas cosas, si tocan poder tendrán una cierta pérdida de memoria y estarán de acuerdo en que no es lo mismo predicar que dar trigo.

En la ciudadanía hay una sensación de cansancio y descreimiento. Pero no hay que dejarse vencer por la melancolía, puesto que el mañana siempre va a ser mejor que el hoy. Como decía Pedro García Cabrera en tiempos más difíciles, la esperanza nos mantiene.

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