lunes, 8 de mayo de 2023

Juan José Gil, en San Borondón



Éramos casi vecinos, vivíamos en una paralela a Triana y me gustaba su pintura, aquella propuesta que según la crítica tenía que ver con la estética norteamericana, era un abstracto casi figurativo en el que intuíamos referencias más o menos veladas al paisaje insular. Caminábamos por la misma calle y pertenecíamos a la misma generación, la de los 70, que fue destacada en literatura y en pintura. En los años 90 hizo una gran exposición en mi época de director del Club Prensa Canaria, una serie sobre San Borondón, en la cual le compré un cuadro que valoro mucho en el salón de nuestra casa. Es un hermoso trabajo con predominio del azul, ese color tan nuestro por las inevitables referencias al mar, en él aparecen acantilados que caen casi a pico sobre el océano y en su base hay una colección de estanques, que yo quería asociar con los cultivos de plataneras en la isla natal, La Palma y la abundancia de estanques cuando yo era niño. Mi isla es San Borondón, solía decir, y en una determinada época emprendimos el camino de Madrid, aun sabiendo que a Madrid, si quieres conquistarlo, hay que llegar con 20 años. Madrid es un mito, decía Juan Cruz, que solo otorga cierta gloria si estás todos los días de guardia en tu garita, Madrid es una centrifugadora. Es una ciudad que te puede conceder la breve gloria antes de succionarte del todo. De manera que ambos regresamos a la isla, para seguir trabajando nuestras respectivas propuestas.

Históricamente, la insularidad ha pesado mucho y el mar tanto puede ser vaso comunicante como barrote que impide navegar otros mares. Pero con los aviones y con internet la insularidad del siglo XXI pesa mucho menos que en el pasado, es mucho más llevadera. Además el gran poeta Cesare Pavese decía que no hay que aspirar a conocer el mundo. Conoce tu aldea y allí encontrarás el universo, eso decía.

San Borondón, el mito celta del que nos hemos apropiado en el archipiélago, es una síntesis de los sueños y las escapatorias del insular. La isla ahora está repleta de turistas y de italianos y de latinoamericanos y de otros europeos que quieren vivir en el pequeño edén, la isla de los atascos interminables, la isla con una densidad demográfica tan elevada. Y la necesidad de salir y la necesidad de volver, el periplo de ida y vuelta. Siempre he creído que los canarios somos como los cocodrilos, que se encuentran a gusto en el fondo de río y que de vez en cuando necesitan salir a la superficie para respirar. Por eso es preciso irse para volver. Ida y vuelta.

Por desgracia, este pintor se ha ido demasiado pronto tal como le sucedió recientemente al también originario de San Mateo el surrealista Paco Juan Déniz, pues es seguro que todavía les quedaba mucho por hacer. “Creo que no es tan importante llegar pronto como decir cosas. ¿Llegar adónde y para qué? La vida es la que da las pautas; la gente tiene que tranquilizarse respecto a la inevitable moda de ser joven”, esto dijo alguna vez.

Gil fue una pieza esencial en aquella generación cuyos componentes llegan a eso que llaman la tercera edad. Cada uno tiene derecho a sus quince minutos de gloria, como dijeron McLuhan y Umberto Eco. Y así nos vamos marchando por el foro. Él tuvo el privilegio de acceder a San Borondón, ese territorio mítico tan inalcanzable como la inmortalidad. Llegas a un momento de tu vida en que la mala salud empieza a cebarse contigo, y llegan los tratamientos y los ingresos en los centros sanitarios sin que consigas otra cosa que alargar un poco tu existencia en este planeta.

 

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