jueves, 27 de abril de 2017

Alonso Quesada y la isla (100 años atrás)


¿Tenemos todavía los insulares aquellos viejos complejos de inferioridad y aplatanamiento que nos achacaban? Obviamente, no. Pero, a falta de ciencia y de filosofía, los poetas han iluminado el sentimiento de tradición y de identidad en esta tierra. Alonso Quesada cultivó todos los géneros literarios en los que dejó constancia de su amargura existencial y de su profunda ironía. El compañero de viaje de aquella edad de plata de la poesía grancanaria, junto con Tomás Morales y Saulo Torón, después del impulso previo de Domingo Rivero, fue un hombre taciturno, un pesimista, un hombre que expresó una y otra vez la magua de ser insular, la derrota. Si Tomás Morales fue médico, vicepresidente del Cabildo y, en definitiva, un patricio cuya poesía rezuma optimismo y vitalidad, Rafael Romero, es decir Alonso Quesada, fue su antítesis. Pues su vida fue difícil, no en vano tuvo que mantener a varias mujeres de su casa, su esposa, su madre y varias tías, y con su menguado sueldo de empleado de los británicos (lo llamaban Lord Byron mofándose de él) no pudo librarse de sus complejos, de su infelicidad, de su enfermedad que le condujo a una temprana muerte. Al también poeta y ensayista Lázaro Santana debemos el encomiable favor de habernos rescatado su obra y su figura, sus deliciosas Crónicas de la ciudad y la noche, sus colaboraciones en La Publicidad de Barcelona, toda su prosa, su poesía y su teatro. Platanópolis, remedo simbólico de la ciudad de Las Palmas en Banana Warehouse, era el escenario de seres de vidas y ambiciones diminutas.
En un artículo titulado Regionalismo al fin, 17 de agosto de 1918, dice “son los mercaderes los que se han sentido primeramente los más hondos, los más íntimos regionalistas (…) ¿Pero los ciudadanos han variado? No, no ha cambiado el ciudadano insular. Este ciudadano es crédulo y aficionado al embrollo político (…) Nada que no sea esta metafísica del fraude y el serpenteo del negocio oculto logrará enderezarlos. Sobre la ciudad descargarán sus cañones las escuadras enemigas y el ciudadano dirá: ¡Caramba, hay escuadras que tiran balas! Lo que es yo no quiero líos. Déjame esconderme bien. –Pero ¿y el patriotismo? –nos aventuramos a preguntar nosotros. ¡Qué patriotismo ni que niño muerto! El patriotismo es un pellejo.”
El poeta desliza su mirada ácida sobre el paisaje y el paisanaje que le rodea. “A veces siento una gran tristeza por el abandono espiritual de este pueblo. A veces, me llena de alegría.” Y en su Brevísimo relato de mí mismo dice “vivo irremediablemente en una lejana población de provincias que tiene un casino lleno de andróginos y pisaverdes, de quienes me río con mi más ordinaria risa, todos los días”. En los cien años transcurridos ¿qué similitudes y qué diferencias observamos con el tiempo de este gran autor? En primer término, la cultura sigue estando ausente de la cosa pública, continúa siendo la niña tonta en los repartos de poder, se lee poco y la gente acude poco a los actos, siempre somos la misma permanente minoría. En cuanto a las diferencias, las islas han engordado en población, en nivel de vida y en lujos cotidianos aunque las cosas del espíritu siguen siendo accesorias. Tras el malditismo de Alonso Quesada, este archipiélago ahora recibe una enormidad de turismo, aquí viven gentes de otras nacionalidades que disfrutan este clima y este entorno; somos unos privilegiados hijos del sol atlántico, estas playas, estos campos, estos volcanes. Internet es un gran invento, pero aun mejor ha sido el invento de la aviación que nos permite conocer otros mundos, valorarnos frente a otros mundos. Este es el mejor antídoto contra la ignorancia del nacionalismo excluyente, de vía estrecha.
Claro que tras la crisis económica resulta poco útil comprar un libro y mucho menos útil es leerlo, a la gente le cuesta mucho menos gastarse veinte euros en unas cervezas que visitar una de las pocas librerías que sobreviven. La difusión cultural continúa siendo muy minoritaria. Ahora se lee de otra manera, se lee mucho a través de las redes ¿pero es bueno lo que se escribe y se lee a través de Facebook o Amazon? Existe una pequeña base de lectores de literatura seria, sí, pero no se amplía de manera suficiente. Del mismo modo que a las funciones teatrales, a las exposiciones de arte o al cine siempre acude el mismo tipo de gente, público consumidor minoritario en una región como la nuestra que supera los 2.200.000 habitantes. Como escritor, con 26 libros publicados hasta la fecha, creo que he tenido la suerte de gozar una posición privilegiada. A los 31 años ya tuve éxito con una novela que me abrió puertas, y, como no le puedes gustar a todo el mundo, tengo seguidores y detractores. Creo haber recibido críticas y reconocimientos en cantidad suficiente, eso está bien. Para ser feliz hay que leer mucho y escribir mucho reconociendo previamente que somos escritores medianitos porque aquí no hay ningún Vargas Llosa. Además hay que amar mucho y también hay que subirse a los aviones. Cambiar de isla ya libera el espíritu, ir al norte siempre es estimulante porque allí está lo más grande, pero si cualquiera de ustedes quiere curarse de la depresión momentánea les invito a subirse a un avión para viajar a nuestro sur, al Tercer Mundo que tenemos tan cercano, desde Marruecos a Senegal, desde Mauritania a Gambia nos salen al paso las tribus de la pobreza, los mercados callejeros, los estigmas de la marginalidad, los grandes ríos y las sabanas, los ritos ancestrales.

Desde edad juvenil ejerzo el noble ejercicio del periodismo, que me ha mantenido, y escribo periodismo y literatura con premura y con amor, unas veces con mayor acierto y otras con menos inspiración. Nadie es genial todos los días, pero hay que intentar cada día llenar la pantalla en blanco del ordenador dando testimonio de cuanto le sucede a la gente e ideando historias que pueden haberle sucedido a la gente. A fin de cuentas, el periodismo es un oficio notarial con una reflexión crítica y escribir es crear otros mundos paralelos, mundos que despiertan la imaginación y nos hacen disfrutar. El mundo rural de mi infancia está al otro lado de la mirada, y la actividad vibrante y cosmopolita de la ciudad en la que vivo siempre proporciona estímulos para vivir.  

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