Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA
La
narración histórica en este presente bastardeado, escrita por rentados escribas
vacuos e ignorantes, en la arena sinuosa de la gran tradición del drama
isabelino, la historia, entra en escena como una genealogía del poder. Historia
en la que tiene lugar, cual doble tradición, el interrogante de si los hombres
son, se hacen o deshacen, al andar en un mundo materialista, economicista, con
efecto placebo inmediato.
A
partir de allí, cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de
definir y establecer una nueva lectura de la historia: estamos ante una
realidad compleja y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados
de lado. Por otro lado, los textos de la historia articulan, desarrollan y
amplifican los núcleos básicos de la ficción política nacional: la historia es,
por lo tanto, un laboratorio epistemológico que permite pensar las lagunas
ficticias, las causas ausentes y las escenas no dichas por la historiografía
oficial.
La
historia es algo menos que la interpretación que hasta hoy declara la unicidad
del conocimiento humano, al devenir de las más disímiles comunidades, tan
proclives en este presente a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo
inmediato, en beneficio de disolver la poética de la historia, elaborando
formas narrativas, cercanas a la alegoría y el fragmento.
La
clausura de sentido está legitimada por decreto hoy en el relato de la historia
devenida, a lo que en un tiempo se denominó “inmortalizar lo trascendente”.
Hombres-símbolo, legitimados en actos de vida y que han brindado a sus
comunidades una alegría y un horizonte a alcanzar, merecerían sus nombres e
imágenes replicadas en monumentos y calles, símbolos de agradecimiento y
fraternidad de las comunidades que los han visto nacer y hacer, sin pedir nada
a cambio…una inversión de ¿causalidad y de casualidad?, una trampa, un trueque
de trascendencia por una obra, una vida.
El
mundo hoy es una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y
hago mención puntualmente a la relación político-cultural que divide y
desorienta a los pueblos mediante la especulación y la perversión del simulacro
de ciudadanos, en aparente ejercicio de sus derechos y garantías.
Las
nociones de tiempo, de espacio, de intereses, en fin, de existencia se hicieron
diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este
planeta ha sido sufragada en base a esclavitud a las tendencias imperiales, al
tráfico de tradiciones ajenas e impuestas bajo presión, responsables absolutas
de la pérdida de todo referente de una historia donde instalar a las nuevas
generaciones, una historia que tuvo espacio de trascendencia en la “Imagen del
Mundo”. Pertenecen al pasado abolido, la tolerancia, la diferencia, el diálogo
entre iguales.
La
Aldea Global no es otra cosa que egoísmo, avidez, intemperancia, dilación,
psicopatías, grandes expectativas de fama y éxito devenidas en prostitución y
delito perpetrado por “los peores”. La riqueza cultural se defenestró por
varias vías: una, la del saber universitario y trascendente, presentido,
seducido y deglutido por las corporaciones macro económicas; y por otro lado la
conducta del dominado, inconforme con sus haberes. Por eso desde ese punto de
nostalgias se le impondrá lo foráneo sin resistencias de pueblos sometidos y
esclavizados, expulsados del “régimen” de la historia.
El
homo sapiens en franco retroceso a homo primates ha devenido en empresa, en
rédito y materia concreta de intercambio financiero, segregando su propio ser,
que sería actuar como motor de la historia en favor de la vida. Pero hay otro
lazo disociativo en la narración literaria de la historia: la mecánica
económica que impone el desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En
ese conjunto los hombres, como los animales, dan libre curso a su naturaleza
sin advertir sus metas.
“Llegan
a fines que no son capaces de prever”. La resistencia no tiene espacio alguno,
salvo la que reivindica todo el planeta, para la economía de mercado, hoy
triunfante, y que por cierto posee una lógica propia a la cual no se enfrenta
ninguna otra. Todos parecen participar de estas ceremonias fúnebres, considerar
que el estado actual de las cosas es el único viable y posible, que el punto al
que ha llegado la historia es el que aparentemente la humanidad adormecida esperaba,
deseaba y anhelaba.
La
alternativa, la alteridad, sería el ensayo admirable del homo plus (el hombre
por venir, asimilado a los más diversos entornos, en las más disímiles
circunstancias), de crear confusión en las filas de la confusión, con un orden sutil,
poniendo en ridículo al ridículo, cual ensayo de entendimiento. Llevo a cabo,
así, desde el exilio de mi discurso de la verdad, la creación de un espacio
textual, cual "Blues Circunstancial" que, a partir de la lectura de
los textos invertidos de la cultura Prêt-à-porter hegemónica y homogénea, asumo
los silencios de la historia oficial argentina intentando generar una
resistencia al olvido obligatorio de la historia y su devenir, al que está
sometido el individuo de este tercer milenio.
Si
la historia, entonces, es un teatrum mundi, un escenario donde se produce la
mutación de las identidades y los roles cual protagonistas, sólo podremos
reconocernos cuando habremos salido de ella, observándonos en las escenas de
nuestra historia, como extranjeros o turistas, los que hemos sido expulsados de
la misma, por decir y actuar acorde a nuestras verdades, en compromiso con lo
“real” y su alegoría, en conocimiento, que deviene en responsabilidad.
¡Bienvenidos
a este Blues Circunstancial! Y no olvidemos que como he escrito como final
ordenado en mi libro “Alter Ego”: "La ilusión mientras dura es una
realidad por derecho propio".
(*)
Filósofo y poeta
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