sábado, 14 de septiembre de 2019

La imposición del olvido en el mundo actual



Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA

“Estamos aquí, todos nosotros, con un pasado que nunca cesa, un futuro que nunca empieza, un presente que nunca acaba”. (De mi ensayo “Morbi Dei”, Capítulo I, Editorial Corregidor, 1985) Frente a la imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder, muchas de las mejores novelas de las últimas décadas en el siglo XX, en Argentina ejercieron una obstinada interrogación sobre la historia nacional y polemizaron, en muchos casos, en el momento en que no era posible decir.
La narración histórica en este presente bastardeado, escrita por rentados escribas vacuos e ignorantes, en la arena sinuosa de la gran tradición del drama isabelino, la historia, entra en escena como una genealogía del poder. Historia en la que tiene lugar, cual doble tradición, el interrogante de si los hombres son, se hacen o deshacen, al andar en un mundo materialista, economicista, con efecto placebo inmediato.
A partir de allí, cobra sentido la necesidad epistemológica y hermenéutica de definir y establecer una nueva lectura de la historia: estamos ante una realidad compleja y dentro de registros y códigos de saberes que fueron dejados de lado. Por otro lado, los textos de la historia articulan, desarrollan y amplifican los núcleos básicos de la ficción política nacional: la historia es, por lo tanto, un laboratorio epistemológico que permite pensar las lagunas ficticias, las causas ausentes y las escenas no dichas por la historiografía oficial.
La historia es algo menos que la interpretación que hasta hoy declara la unicidad del conocimiento humano, al devenir de las más disímiles comunidades, tan proclives en este presente a lo epidérmico, frívolo y al aparente goce de lo inmediato, en beneficio de disolver la poética de la historia, elaborando formas narrativas, cercanas a la alegoría y el fragmento.
La clausura de sentido está legitimada por decreto hoy en el relato de la historia devenida, a lo que en un tiempo se denominó “inmortalizar lo trascendente”. Hombres-símbolo, legitimados en actos de vida y que han brindado a sus comunidades una alegría y un horizonte a alcanzar, merecerían sus nombres e imágenes replicadas en monumentos y calles, símbolos de agradecimiento y fraternidad de las comunidades que los han visto nacer y hacer, sin pedir nada a cambio…una inversión de ¿causalidad y de casualidad?, una trampa, un trueque de trascendencia por una obra, una vida.
 La trampa se flexibiliza, se disfraza, se desnuda, y nada por debajo del éxtasis, de un mundo donde el ocultamiento de la verdad es el destino al que pareciera nos han condenado las fuerzas de la destrucción y de quienes desdramatizan, dramatizando acerca de apocalipsis cotidianos que solo son llamados en sus deseos de permanecer, a cualquier costo, incluso cobrando la vida de nuestras comunidades, al borde del camino de la vida.
El mundo hoy es una cultura de lo epidérmico, de lo degradado que se perpetúa y hago mención puntualmente a la relación político-cultural que divide y desorienta a los pueblos mediante la especulación y la perversión del simulacro de ciudadanos, en aparente ejercicio de sus derechos y garantías.
Las nociones de tiempo, de espacio, de intereses, en fin, de existencia se hicieron diferentes. El paradigma de la cultura ha obviado que la historia de este planeta ha sido sufragada en base a esclavitud a las tendencias imperiales, al tráfico de tradiciones ajenas e impuestas bajo presión, responsables absolutas de la pérdida de todo referente de una historia donde instalar a las nuevas generaciones, una historia que tuvo espacio de trascendencia en la “Imagen del Mundo”. Pertenecen al pasado abolido, la tolerancia, la diferencia, el diálogo entre iguales.
La Aldea Global no es otra cosa que egoísmo, avidez, intemperancia, dilación, psicopatías, grandes expectativas de fama y éxito devenidas en prostitución y delito perpetrado por “los peores”. La riqueza cultural se defenestró por varias vías: una, la del saber universitario y trascendente, presentido, seducido y deglutido por las corporaciones macro económicas; y por otro lado la conducta del dominado, inconforme con sus haberes. Por eso desde ese punto de nostalgias se le impondrá lo foráneo sin resistencias de pueblos sometidos y esclavizados, expulsados del “régimen” de la historia.
El homo sapiens en franco retroceso a homo primates ha devenido en empresa, en rédito y materia concreta de intercambio financiero, segregando su propio ser, que sería actuar como motor de la historia en favor de la vida. Pero hay otro lazo disociativo en la narración literaria de la historia: la mecánica económica que impone el desequilibrio, las desigualdades, las diferencias. En ese conjunto los hombres, como los animales, dan libre curso a su naturaleza sin advertir sus metas.
“Llegan a fines que no son capaces de prever”. La resistencia no tiene espacio alguno, salvo la que reivindica todo el planeta, para la economía de mercado, hoy triunfante, y que por cierto posee una lógica propia a la cual no se enfrenta ninguna otra. Todos parecen participar de estas ceremonias fúnebres, considerar que el estado actual de las cosas es el único viable y posible, que el punto al que ha llegado la historia es el que aparentemente la humanidad adormecida esperaba, deseaba y anhelaba.
La alternativa, la alteridad, sería el ensayo admirable del homo plus (el hombre por venir, asimilado a los más diversos entornos, en las más disímiles circunstancias), de crear confusión en las filas de la confusión, con un orden sutil, poniendo en ridículo al ridículo, cual ensayo de entendimiento. Llevo a cabo, así, desde el exilio de mi discurso de la verdad, la creación de un espacio textual, cual "Blues Circunstancial" que, a partir de la lectura de los textos invertidos de la cultura Prêt-à-porter hegemónica y homogénea, asumo los silencios de la historia oficial argentina intentando generar una resistencia al olvido obligatorio de la historia y su devenir, al que está sometido el individuo de este tercer milenio.
Si la historia, entonces, es un teatrum mundi, un escenario donde se produce la mutación de las identidades y los roles cual protagonistas, sólo podremos reconocernos cuando habremos salido de ella, observándonos en las escenas de nuestra historia, como extranjeros o turistas, los que hemos sido expulsados de la misma, por decir y actuar acorde a nuestras verdades, en compromiso con lo “real” y su alegoría, en conocimiento, que deviene en responsabilidad.
¡Bienvenidos a este Blues Circunstancial! Y no olvidemos que como he escrito como final ordenado en mi libro “Alter Ego”: "La ilusión mientras dura es una realidad por derecho propio".
(*) Filósofo y poeta

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