El es rotundo y vigoroso durante el día, y de
noche cobra un halo misterioso y casi espectral cuando es iluminado. Antes de
su instalación los marinos y los residentes del barrio mostraban una cierta
desconfianza respecto a su viabilidad; dudaban abiertamente de su solidez
frente a los rebosos, y se quejaban de que se pudiese perder el uso del puntón
que desde siempre habían hecho los bañistas en sus zambullidas. Estas
prevenciones fueron desvaneciéndose desde el día en que Francisco Santiago, el
alcalde, y el propio autor, Luis Arencibia, escultor teldense residente en
Leganés, Madrid, se acercaron en una zodiac hasta sus pies para retirar la
enorme bandera canaria que lo cubría. Las crónicas cuentan que fue una jornada
luminosa y vibrante, en la que participó la líder vecinal Encarnación Torres y
se escuchó la música tradicional de la escuela taller de folclore del barrio y
de la parranda El Volumen. En aquellas horas se había corrido la inquietante
voz de que faltaba una autorización esencial, el visto bueno de la autoridad de
Costas para permitir el anclaje. Pero más allá del atisbo de polémica, pronto
despejado, la inauguración de la estatua fue el número central de las fiestas
de la playa, que además acogía el último concierto de la campaña veraniega
Súbete a la Ola
de la Vida. Desde
ese instante el Neptuno fue invadido por decenas de niños y jóvenes que
quisieron experimentar la sensación de bañarse junto a él y de trepar por él;
pronto la euforia se desbordó de tal manera que hasta tres niños a la vez se
ubicaban sobre la cabeza de la escultura, con la subsiguiente preocupación de
unos y de otros. Por si fuera poco, el Neptuno se ha erigido como protagonista
de celebraciones deportivas. Como se da la circunstancia de que el Atlético de
Madrid celebra sus triunfos en las fuentes de la Plaza de Neptuno de la
capital de España, la peña atlética grancanaria ha conmemorado también sus
éxitos colocándole banderas rojiblancas. En otro acontecimiento deportivo, la
travesía realizada por el nadador de fondo David Meca entre las ciudades de
Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, el 30 de mayo de 2002, el
amplio reportaje que vieron los televidentes de la región concluyó con la
imagen del Neptuno, como si de alguna manera la hazaña del catalán hubiese sido
bendecida por el señor de los mares.
Los residentes de la zona se refieren al curioso efecto
de sus ojos huecos cuando brillan en la oscuridad de modo fantasmagórico Desde
el fondo de los tiempos los humanos siempre han necesitado la ayuda de
criaturas poderosas, que les alumbren el camino, les ayuden a despejar el temor
a la propia debilidad de su circunstancia temporal, y los guíen en sus
tribulaciones amortiguándoles en lo posible el desasosiego de su inevitable
camino hacia la muerte y las posibles vidas posteriores. Pues bien: para este
litoral grancanario el dios mitológico es ya un ser favorecedor. Su tridente es
un signo de valentía y resolución ante la adversidad.
En definitiva, cuando alguien consigue una obra que
agita las aguas cotidianas de la pereza y la costumbre, que rompe la línea del
horizonte, que sorprende y en cierto modo escandaliza pero acaba siendo asumida
por el pueblo, nos hallamos ante un artista eficaz. Esto es lo que sucede con
el Neptuno de la playa: en el poco tiempo de su azarosa vida originó un impacto
de sorpresa, casi escandalizó a las mentes rutinarias, a las que cualquier
novedad produce convulsiones. Pero enseguida ha sido asumido por todos; lo que
comenzó siendo un icono particular de la zona ha acabado siendo una de las
imágenes representativas del municipio, y está llamada a ser una de las
postales más poderosas de la isla. Tal es su poder de convocatoria y su
capacidad de sugerencia que ya nadie será capaz de arrancarlo de su pedestal,
ni el más estruendoso de los huracanes, ni el oleaje más ansioso. Pues una y
otra vez regresará, volverá a posarse sobre las olas y a engrandecerse sobre
ellas.
Hasta tal punto ha echado raíces que es casi un faro en
el horizonte.
Las incidencias que ha soportado el “Barbudo del
Tenedor” desde que fuera colocado el 1 de septiembre de 2001 son ya muchas.
Primero fue embadurnado de grasa para que no se subieran a él los niños; muy
poco después, en noviembre del mismo 2001, la fuerza del oleaje lo inclinó de forma preocupante doblando el
empeine del pie izquierdo, y siéndole agregado un soporte más sólido a comienzos
del año siguiente. En agosto del 2002 se añade un nuevo cartel con la
prohibición de subirse para las zambullidas. En diciembre de 2003, tras meses
de aparente tranquilidad, rompen la escultura por su muñeca derecha. Las
dificultades de manejo de tan colosal pieza han hecho agudizar el ingenio pues
ha sido preciso movilizar grúas gigantescas, además de fundidores y soldadores
empeñados en restañar las heridas, quienes acaban logrando el propósito de
afianzar la pieza. momentos de aturdimiento y desorientación. La ensoñación y
la magia han de venir en nuestro auxilio cuando la realidad se nos presenta
demasiado árida.
La presencia de este hallazgo de un escultor que se
arrojó en manos de sus recuerdos de infancia a casi dos mil kilómetros de su
tierra natal ha sido una buena noticia para él mismo y para su colectividad.
Porque alguien tenía que atreverse a adentrarse en ese Atlántico que nos ha
dotado de una mirada mestiza, ecléctica e integradora. La idea había bullido
mucho tiempo en su cabeza y pese a las dificultades técnicas que habría de
afrontar él mismo habría de convertirse a fin de cuentas en un explorador de
posibilidades, en un curioso dispuesto a examinarlo todo desde la orilla; la
diferencia consiste en que al fin se atrevió a poner un pie sobre el agua y
echó a andar.
El Neptuno de Melenara es hoy uno de los iconos
representativos de Telde.
(De mi libro El
Neptuno de Melenara, ayuntamiento
de Telde, 2007)
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