El incendio de una parte de Tenerife nos recuerda, una vez
más, que cuando algo se quema, algo tuyo se quema. Aunque parezca un tópico, es
cierto que cualquier espacio natural, bosque, río, lago, mar, o lo que tenga que ver con el medio
ambiente, no es patrimonio exclusivo de los habitantes más inmediatos, ni de
una isla, ni de una nación, sino que es patrimonio de la humanidad, y, por
tanto, es deber de todos mantenerlo y conservarlo.
En cuestiones de incendios forestales habrá que distinguir
los que se producen por causas naturales, (por ejemplo, un rayo) o los que se
originan por descuidos de los humanos, y lo que es peor, los que son
provocados. Hay una frase que asegura que los incendios se evitan en invierno.
En parte es verdad, porque es deber de quienes se ocupan de conservar los
paisajes y espacios naturales el prevenir los incendios. Y eso se logra con
limpieza de matorrales, de ramas caídas, o realizar sacas de árboles, cuando
han crecido muy unidos unos a otros, con cortafuegos que aquí prácticamente no
existen, con la eliminación de piñas y pinocha en los pinares canarios, que
todos sabemos que, en caso de incendio, se convierten en pólvora que propaga más rápidamente el fuego. Incluso
se ven estas pinochas y otros materiales
inflamables en las cunetas de las carreteras uy en muchos vericuetos
donde cualquier desaprensivo puede tirar una colilla encendida, y así ha
sucedido infinidad de veces.
También se logra con un plan de vigilancia que no puede
descuidarse en ningún momento. Tiene que haber más presencia de guardas
forestales (y si no los hay, que aumenten su número); tiene que haber más
torres de vigilancia que, tanto de día como de noche, controlen lo que pasa en los montes, en los bosques, o en cualquier
espacio natural. Tenemos personas con mucha sensibilidad en temas
medioambientales,que se ocupan y preocupan por la naturaleza, pero también quedan por ahí unos auténticos
cafres que actúan como si fuesen la reencarnación de Atila.
Entonces deberán tomarse medidas que conviertan los bosques
canarios en zonas restringidas, donde no puede entrar nadie sin que exista un
control de su presencia. Si no se
hubiesen tomado esas medidas en el pequeño bosque de los Tiles de Moya, reducto
de la laurisilva en Gran Canaria, éste ya no existiría. Allí no se pueden hacer
barbacoas, ni acampadas, ni tomar el espacio como una zona recreativa, y menos
aún cuando existe tanta gente que no sabe comportarse.
Y por último, habrá que centrar la vigilancia en esas
personas desquiciadas o no, pirómanos o no, que destruyen los bosques, que
atentan contra la biodiversidad, que convierten en desiertos grandes espacios
de nuestras islas o nuestro planeta. Cualquier atentado contra la naturaleza
nos afecta a todos. No podemos vivir aislados, como si lo demás no importara.
Puede haber determinados intereses en que desaparezca un bosque, como estamos
viendo, por ejemplo en la cuenca del Amazonas, o en diversos lugares de España,
por eso la justicia debería actuar con más contundencia.
Hace unos pocos años casi desaparece la masa forestal de la
isla de Gran Canaria (ya de por si no muy abundante) porque a un señor con muy
pocas luces no se le ocurrió otra cosa que provocar un incendio por venganza,
según tengo entendido .Y, por supuesto, cuando un bosque desaparece o se quema
parte de él, hay que proceder inmediatamente a reponerlo. Los viveros y el
personal adecuado, han de estar siempre disponibles para estas contingencias.
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