La poesía canaria habla de soledad, indefensión y cierto fatalismo del hombre frente al mar. Ahora veamos el tratamiento del mar en tres breves textos: Isaac de Vega, Agustín Espinosa y Angel Guerra, así como en algunos poetas.
Fetasa,
de Isaac de Vega, es literatura casi hermética, llena de símbolos. Lo absurdo y
lo existencial se dan la mano. Hay un hombre que mira el mar:
“Es
más de media noche. Las estrellas lucen claras en el firmamento y a su débil
claridad se levantan bruscos y negros los accidentes de la costa. Dentro de
poco saldrá la luna. Entonces tendrá que salir. El mar está quieto, negro y
manso, amenazador y frío en su quietud, sin fin hacia el horizonte, agobiante
con su masa enorme. Apenas si unas leves ondas chapotean en la playita y, de
tarde en tarde, ponen una roseta blanca en torno a las rocas cercadas. Más
lejos, la costa se adentra bruscamente en el agua en una punta audaz y afilada.
Allí tiene que ir…”
El testimonio de Isaac es casi
agobiante. El de Agustín Espinosa en Crimen
es quizá más radical. En el Epílogo en la isla de las maldiciones podemos leer
esto:
“Esta
isla lejana, en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones.
Bulle
a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un
horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay
bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactos, higueras
mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras
violeta de unas garzas.
Yo,
el hijastro de la isla. El aislado…”
José Betancort Cabrera, más conocido
por su seudónimo de Angel Guerra, escribió en 1908 la novela La lapa, uno de los textos más
significativos dentro de la línea de una novela regionalista de finales del XIX
y comienzos del XX en la que hubo otros intentos como los de Leoncio Rodríguez,
Benito Pérez Armas, etc. En su descripción del islote Roque del Oeste desvela
la angustia del insular:
“Más
que una isla, es un enorme peñón, un bloque de granito, surgiendo, como una
infernal aparición, del seno turbulento de las aguas en aquellos mares
salvajes.
Majestuoso,
imponente, se yergue el Roque del Oeste como un monolito gigantesco.
Junto
a su base, las ondas se revuelven, se encrespan, se agigantan, saltan, baten la
roca con traidores remolinos. Al pie del Roque, en los covachas, como guarida
de monstruos, el agua rezongando clamorosa dentro, escupe al aire sus espumas.
Es
inabordable. Nunca la planta de un hombre profanó el misterio de su soledad.
Las mismas gaviotas, que lo rondan en largas bandadas, que en él descansan en
las penosas travesías, creo yo que nunca allí colgaron el amor y la poesía de
sus nidos. Jamás una barca se acercó, rendida, a demandarle la piedad de su
abrigo.
Como
tierra maldita, condenada a vivir en perpetua soledad, la huyen los navíos de
altura y las barcas de pesca…”
EL SENTIMIENTO ATLANTICO
Unamuno pensaba que El lino de los sueños, de Alonso
Quesada, contiene una voz genuinamente insular, y parece un eco de la de
aquellos aborígenes que se dejaban morir de hambre antes de renunciar a su
libertad. La pobreza cotidiana, la desolación interior, son campos por los que
transita la voz de Quesada. Antes de su llamada angustiosa se había
desarrollado la Escuela Regionalista
de Tenerife, con un retorno a los héroes prehispánicos. El Romanticismo
encuentra un buen campo de cultivo en las islas: el ansia de libertad, la
exaltación del sentimentalismo, el color regional, lo misterioso y lo
legendario. El paisaje local es exaltado, las viejas leyendas florecen así como
el amor a la patria. Una visión optimista, patriótica, está presente en el
poema Canarias de Nicolás Estévanez cuando exclama: Mi espíritu es isleño / como las patrias costas, / donde la mar se
estrella / en espuma rompiéndose y en notas. / Mi patria es una isla, / mi
patria es una roca, / mi espíritu es isleño / como los riscos donde vi la
aurora.
El mar íntimo, humilde, cotidiano,
de Saulo Torón: Voy navegando sin rumbo,
/ lleno de ansias y de miedo, / perdido como en la vida, / ¡mar adentro…! Poesía
característica de una insularidad que a veces deprime más que exalta, que a
veces limita el universo al círculo estrecho de la circunstancia personal más
que se ensancha a la dimensión del océano y el cielo, en este caso sus
carceleros. El mar necesario:
El
mar es a mi vida
lo
que al hambriento el pan;
para
saciar mi espíritu
tengo
que ver el mar. (…)
Yo
al mar le debo entera
mi
vida, que es un mar:
un
mar de sentimiento
y
de serenidad.
Por
eso el mar ejerce
en
mí tanta atracción…
Lo
que hay dentro de mí
es
mar y corazón.
Lo cierto es que incluso en Pérez
Galdós –tan mesetario- prevalece el subconsciente atlántico, de la misma forma
que subsiste en él la tristeza social y la impregnación escéptica, tan común a
nuestros autores.
A nuestro modo de ver sigue siendo
válido el propósito de hacer una literatura “arraigada”, con raíces
fundacionales. Asumir la tradición literaria de las islas significa en buena
lógica leer y estudiar a nuestros valores, desde Cairasco a Viana, desde Viera
a Estévanez. Hay que suplir la falta de compromiso con el patrimonio histórico-artístico,
sigue siendo preciso reivindicar los componentes culturales de nuestro pueblo.
Literatura del mar, poesía del mar.
Siempre el mar, del que no podremos prescindir porque está ahí, a la vuelta de
todos los caminos, con su llamada al abrazo y a la superación de las rencillas
de la tribu. El mar como tribulación pero también como gozo y esperanza.
Buen análisis, estimado Luis. Nuestro patrimonio cultural también ha viajado y se aloja allende los mares. Mira un ejemplo de Martí,descendiente de canarios, de madre tinerfeña
ResponderEliminarOdio el mar, muerto enorme, triste muerto
De torpes y glotonas criaturas
Odiosas habitado: se parecen
A los ojos del pez que de harto expira
Los del gañán de amor que en brazos tiembla
De la horrible mujer libidinosa:?
Vilo, y lo dije: ?algunos son cobardes,
Y lo que ven y lo que sienten callan:
Yo no: si hallo un infame al paso mío,
Dígole en lengua clara: ahí va un infame,
Y no, como hace el mar, escondo el pecho.
Ni mi sagrado verso nimio guardo
Para tejer rosarios a las damas
Y máscaras de honor a los ladrones:
Odio el mar, que sin cólera soporta
Sobre su lomo complaciente, el buque
Que entre música y flor trae a un tirano.
Y un caso más reciente, una poeta argentina de haiku llamada Lia Miersch, cuyo abuelo era de Gáldar (tengo un acta de emigración que Lia me envió) y cuyo bisabuelo era maestro y luchó por la cueva pintada.
Mira, Luis, qué haiku leo en este libro que me acaba de enviar
Ültimo tren.
Canta su arrorró triste
el abandono.
Lia Miersch
Y es sólo un ejemplo. Viva nuestro mestizaje, es nuestra pervivencia.
Un abrazo.
Antonio Arroyo.
Gracias por tu comentario, estimado Antonio Arroyo
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