lunes, 25 de junio de 2012

El calor de Sevilla (relato)

Por tantas cosas pendientes, eligió cuidadosamente el día y la hora. El treinta y uno, a las siete.
Siempre de buen humor, a punto para cumplimentar las órdenes. Pues el secreto está en cultivar los pensamientos positivos. Lo fundamental consiste en retrasar los días críticos, y cuando éstos llegan continuar con nuestra vida cotidiana, procurando eludir las situaciones de confusión. Relajarse al máximo para el trabajo, ser energético y eficiente.
A media mañana preparó la limusina para dirigirse al aeropuerto. Tras una limpieza a fondo con la aspiradora repasó los cromados y conectó la cafetera. Mucho ambientador por los rincones: no consentiría ni el más mínimo rastro de nicotina, quién sabe si podría ser motivo de despido.
Casualmente, le encantaba darse una vuelta por los bares desde donde contemplar el devenir del mundo en aquellas pistas. Si fuera tarea más sencilla, habría sido ayudante de piloto, su gran pasión, de la misma forma que convertirse en guía turístico fue otra de sus vocaciones frustradas. Menos mal que la vida da muchas oportunidades: ahora era conductor, guardaespaldas, hombre para todo, y no le iba mal.
El vuelo de Nueva York llegaría a tiempo, pero con la conexión de Barajas ya veremos. Ensimismado en sus pensamientos, la reconoció por la foto. Vaya titi impresionante, una yanki de pura sangre, no le faltan sino el sombrero y camiseta con la banderita. La sobrina de la mujer del jefe se propone estudiar un año de español, pronto se hará cargo de supervisar Latinoamérica. No puedo escurrir el bulto, así que la llevaré a su hotel, le mostraré el barrio de Santa Cruz y andaré al quite en los primeros momentos. Typical spanish y olé. Ha venido con días de sobra para disfrutar, dice el jefe que es de hierro, ni le afecta el cambio horario y se pondrá protector de bebé para el sol. Esta misma noche la acompañas a cenar pescaditos fritos, una mariscada, paella, jamón patanegra, lo que se le apetezca. Y si quiere marcha, derechito al tablao. Quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla. Tú aguanta mientras ella te siga el hilo, espero que me dejes a buena altura, eh.
                Ya se había fijado en sus labios carnosos y el hoyuelo de su barbilla, los ojos azules y la melena peligrosa. Una figura de gimnasio y muy buen color de piel, no tanto deporte acuático como imaginé sino muchas sesiones de bronceado artificial. Un cuerpo casi perfecto sin prescindir de sus cachitos de silicona, naturalmente. Claro que ante gente importante se necesita precaución; el patrono sabe que me controlo más que los otros, no es raro que me encargue más cometidos y así nos pudimos comprar el adosado con su trocito de césped y su barbacoa. Soy legal, está claro; cuando trabajo ni pruebo el alcohol. Tampoco ella ha querido las copitas de jerez, se conformó con olerlo, tal vez sea por el aire caliente de estos días. Vaya suerte tienes, condenao –me soltó Crispi, el nuevo camarero de Sanlúcar. Cuidadito chiquillo, somos gente de ley -le corregí. Y eso que le he dejado buenas propinas, pero abunda la chusma sin categoría, les das la mano y se cogen hasta el codo. Me cabrea tanto mal profesional que anda por ahí, si todo quisque se aplicara más a su trabajo, si cada uno currase a conciencia en su parcela, el país sería otra cosa. Mi padre, que fue guardia civil, me lo repetía muchas veces: es increíble pero cierto, España ha salido adelante con cuatro profesionales y cuatrocientos mil chapuceros. Debería estar relajado, no sé qué me sucede esta noche, apenas logro disfrutar el momento. Esta miss resulta oro de ley, mi inglés es de garrafa pero ella chapurrea nuestra lengua con mucha gracia. Qué numerito verla devorar langosta con sangría, vamos que sólo le habría faltado el vaso de leche para darle las buenas noches.
                Tras dejarla en recepción un pinchazo en las sienes le hizo recobrar la realidad. Después de poner tanto empeño en sus acciones, estaba cometiendo un error. Como buen perfeccionista cuidaba al máximo los detalles, todo había sido bien urdido. Así pues utilizó desinfectante con olor a pino, pasó la fregona con lejía y no se olvidó de arrancar la línea de teléfono. Aún estaba como una marmota, la medicación se adueñaba de su ánimo y le costaba mucho ponerse en pie. Se pasaba el día haciéndole descafeinados para espabilarla sin mucho daño a su delicado organismo. Siempre le daba un beso en la frente con los buenos días, a los pocos minutos le llevaba el zumo recién exprimido, acompañado naturalmente de su platito con tostadas, su margarina vegetal y su sacarina. Más tarde le servía otro café, y como nunca lo había tomado caliente se lo enfriaba con un chorrito de agua de la botella de la nevera. No esperaba excesiva dificultad; sin embargo, forcejeó más de lo previsto. Ahora recuerda cómo se aproximó, de qué forma le clavó los ojos y se le apagó el aliento. Lo peor fue que mostró una resistencia impensable, definitivamente era una cerda hasta el final de sus horas, imposible perdonarle el mal causado. Y menos ahora que anunciaba un proceso de separación, no lo soportó al conocer que ya se había entrevistado con la abogada feminista. Créeme: será lo mejor para todos, eso le había dicho la muy zorra. Agradéceme que nunca te haya denunciado por malos tratos, añadió. Ya concretaremos la pensión por alimentos. Y la abogada le prepararía la documentación para el uno de septiembre, porque en agosto cierran los tribunales. Fue mucho más sencillo con el pequeño Marcos, dormía en su cuna como un bendito, ni se enteró. Y, a pesar de todo, con tanta rabia por dentro lo habría hecho diez veces, estrujaría sus cuellos hasta el fin del mundo.             
Se despidió con gentileza y aparcó ante la comisaría, un guardia lanzó un silbido ante el Cadillac.         
-Buenas tardes ¿deseaba algo?  
-Vengo a entregarme –anunció.
                Con mucha serenidad lo puedo explicar ahora. Había estado nervioso con la americana, en el fondo quería matar el tiempo pero no paré de sentir un agobio en el estómago, tal vez me hayan vuelto los gases pero ahora que esto se resuelve por completo experimento un gran descanso. No tema, estoy dispuesto a contarlo con pelos y señales: sucedió hace exactamente dieciocho horas. No fue una decisión sencilla, me brotaron lágrimas por tantos años perdidos. Ah: comuniquen a Maggie que no podré llevarla a la Giralda ni a los toros. Lo lamento de veras, es tan simpática.
(De ¡Mamá, yo quiero un piercing!,  Anroat, Ediciones Idea.          Ilustración: Marc Chagall)

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