(El 13
de diciembre pasado, sin tener zorra idea de esta tecnología, logré inaugurar
este blog con este comentario. Tardé un mes en introducir otra entrada. Y durante
todo enero y parte de febrero fue lo más leído, no solo desde España sino
también desde México y Argentina. Ahora, que apenas sé un poco más de esto de los
blogs, no me resisto a reproducirlo)
La noche en que ya iba por el tercer Chivas
sin agua ni hielo me metí en un local cutre de la playa. Me había abandonado
una amante por un contrabajista de la Filarmónica que tenía coleta y trataba de
preparar mi nuevo intento de suicidio, pues para abrirme las venas un médico
amigo me había facilitado un bisturí de última generación, totalmente indoloro
si el acto se acompaña con un lieder de Schubert. El local era un viejo piano
bar, pálido reflejo de lo que fue esta ciudad en los setenta, la playa repleta
de discotecas, Orlando Hernández en Ripoche Street, el Derby lleno de Ulrikes
que tenían una cita a las 8. Escuchamos canciones canallas de Sabina, trovador
urbano del sentimiento trágico de la vida, tan arraigado en el alma española
como las corridas de toros, la idea del infierno, las procesiones del Viernes
Santo o el culto a la muerte. Ponían temas de 19 días y 500 noches, y pensé que
si el Príncipe de Asturias se lo dio un jurado al grandísimo Leonard Cohen, y
en él personificaban a los juglares desde Pete Seeger a Bob Dylan, Donovan,
Joan Baez y unos cuantos más, han de darle el Príncipe de Asturias al ángel-demonio
Sabina antes de que llegue la
III República. Hace años Joaquín y yo nos cruzamos por la Plaza Jacinto
Benavente pues él siempre viraba hacia Carretas, tal vez para subirse al metro
en pos de una lágrima de arcilla y una princesa yonqui. Por aquellas fechas
recibió en su casa a don Felipe de Borbón y a su mujer doña Letizia, futuros
reyes consortes si Urdangarín se tranquiliza y no provoca un referéndum sobre
las espinosas cuestiones del futuro imperfecto. Joaquín es genial para los
desesperados que en el fondo son pesimistas alegres. A lo que iba: pusieron
temas canallas de Joaquín que los dipsómanos cantamos a coro, desafinando. De
madrugada Las Canteras refulgía bajo el puñal de la luna llena, a marea vacía y
con el agua en calma era una de las mejores postales del mundo. Incluso vi a
Manuel Padorno, por Punta Brava. Y Alexis Ravelo y José Luis Correa, pues
teníamos que investigar un caso bien jodido. Al llegar a casa en las frías
medianías me esperaba la gata sobre el sofá y para darme valor puse El Rey, de
José Alfredo Jiménez, y rancheras trágicas de Víctor Ramírez. No me suicidé esa
noche.
Genial!
ResponderEliminarGracias, amigo Marcos Alonso. Lo digo en nombre del genial Sabina.
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