El
doble accidente del suroeste de Gran Canaria, cuando dos motos chocaron de
frente con el resultado de cuatro muertos, debe hacer reaccionar a los usuarios
de las carreteras de esta tierra, en especial a los moteros. Cuando en toda España
acaba de reducirse el máximo de velocidad de 100 a 90 kilómetros/hora en vías
estrechas que solo tengan un carril para cada dirección, convendría fijarse en
la orografía de las islas, esas carreteras con trazado de montaña, curvas y
cuestas, cuestas y curvas con escasa visibilidad, en las que en ningún caso se
debería pasar de los 50 por hora. La carretera es de todos: de los moteros, de
los ciclistas, de los automovilistas, de los guagüeros, de los camioneros, de
los prudentes y también de los imprudentes. Además no hay que olvidar que
nuestro clima es muy cambiante, y sin previo aviso pueden surgir las calimas,
las nieblas, los chubascos repentinos, el viento, etcétera, factores todos que
inciden en la conducción. El respeto y la calma deberían ser los patrones de
conducta, máxime en las calzadas irregulares de nuestra tierra, la mayor parte
de ellas dañadas por el poco mantenimiento de los años de la crisis, vías con
baches y con mucho tráfico porque nuestras islas capitalinas están
superpobladas, y los turistas también conducen. Están bien las reuniones de
moteros los fines de semana, esas caravanas que visitan los pueblos y quedan
para comer y estirar las piernas en algunos de los municipios con bellos
paisajes. Pero entre todos tenemos que reflexionar acerca de los límites: en
primer lugar el estado de la ruta, las circunstancias meteorológicas de cada
día, la abundancia de curvas, la escasa visibilidad en algunos tramos, el trazado
casi siempre peligroso en los pueblos del interior. Estamos empezando el año
pero los cuatro muertos de los últimos días habrán de sumarse a otras víctimas
de la inconsciencia en los próximos meses, con lo cual al cabo de todo el 2019
podrían salir unas cifras preocupantes.
Cuando
vemos esas caravanas de moteros por las carreteras de las islas sentimos cierta
envidia: de su espíritu cooperativo, de las ganas de disfrutar los parajes, los
montes y las playas. De su juventud, pues todos los que se suben en una moto
tienen espíritu juvenil aunque pasen de los 70. Pero, claro, también sabemos
que en las ciudades algunos que van en moto sobrepasan la velocidad establecida
y además en ocasiones hacen mucho ruido y contaminan bastante con los gases que
desprenden sus motores. En la circunvalación y en las autopistas de aquí observamos
con frecuencia conductores de motos que se lanzan más allá de la velocidad
permitida. Y no dejamos de pensar que quienes van en moto tienen un problema:
carecen de parachoques porque ellos mismos con la exposición de sus cuerpos son
los parachoques sobre el asfalto. De ahí que ir en moto exija cierto
autodominio y, sobre todo, no sobrepasar los límites.
Internet
es una jungla en la que nada es verdad ni mentira, en esa jungla hay paraísos e
infiernos. Y ahora también, desde el 2 de abril habrá un Limbo amplísimo. Pues
con San Google no podía ser tan duradera la felicidad, Google estaba ahí para
responder a mil preguntas, para iluminarnos con la verdad, para dejarnos tener
nuestros archivos y nuestros perfiles, para permitir nuestros blogs. Y ahora
nos amenaza con mandarnos al Limbo el 2 de abril, lo cual está muy mal. Mi
mujer, atenta, dice: No te preocupes que eso seguirá existiendo, pero habrá que
pagar. La lógica femenina es apabullante, irresistible. Algunos amigos se
lamentan ya: oye, parece que se cierra Google. Añaden: es una pena que esta red
no supiera crecer y se adaptara a los nuevos tiempos. Así es más que probable
que muchos usuarios y seguidores se queden en el camino.
Quien
suscribe, con una abultada edad, no se fía siempre de las cosas de internet.
Pues ya ha recibido algún daño al usar una Visa oro, que gente astuta fue capaz
de utilizar para cobros indebidos, hubo que ir a Comisaría a denunciar y se
recuperó la suma a los cinco meses. Quien suscribe no está predispuesto a usar aplicaciones cuando se dirige a una
oficina bancaria y, al ver que no hay empleados al estilo antiguo sino poco
personal delante de ordenadores robotizados, se queda patidifuso, máxime cuando
la chica le dice: descárguese la app si quiere operar. No, si yo sé hacer
operaciones en el cajero, pero hay otras cosas que no sé. Descárguese la app,
insiste. Qué tiempos. En la tercera edad los bancos deberían saber cuidar a los
clientes veteranos, con cuentas desde hace cuarenta años.
Nos
iremos al Limbo, pero el Limbo no es tan mal lugar. El Limbo, el espacio al que
irían los niños sin bautizar, el Limbo, el lugar de las almas nobles. Pero, si
no hemos entendido mal, el Vaticano ya declaró hace años que el Limbo no existe,
pues el lugar reservado para los niños que morían sin ser bautizados ha sido
clausurado, la autoridad papal rectifica y señala que la misericordia divina
basta para enviarlos directamente al cielo. De este modo, pierde su sentido
aquella frase que nos estaba destinada a los que somos despistados: estás en el
Limbo. Es más: tenemos entendido que el papa polaco afirmó que el Infierno
tampoco existe, aunque luego vino el papa alemán que, al ser un poco más cabeza
cuadrada, dijo que la cosa no estaba clara. Las divagaciones teológicas del
Vaticano son tan complicadas como la resolución del asunto Venezuela y el asunto
catalán. Claro que uno piensa que si el Estado fue capaz de derrotar a ETA,
después de que la banda contara más de 800 muertos en su haber, también será
capaz de reconducir la algarada de Puigdemont y compañía. Porque, a fin de
cuentas, todo comenzó cuando Artur Mas pidió para su tierra el mismo trato
fiscal que Euskadi, administrar sus impuestos y revertirlos en su comunidad.
Ante la negativa, la estrategia del victimismo se disparó. Y así hasta nuestros
días.
Estamos
ante días especiales, no solo con el juicio a los presos del “procés”, sino,
sobre todo, porque Venezuela sigue siendo una segunda patria para nuestra
gente. Tiene que haber soluciones para el país que tuvo en el bolívar una
moneda más fuerte que el franco francés, Venezuela que nos libró de tanta
hambre, que nos dio acogida y fabricó un futuro para miles, cientos de miles de
emigrantes.
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