¿Cómo no recordar la plaza, ese lugar que es un lugar donde todos concurren, una asamblea, un tagoror donde van a tomar café los agricultores de la platanera con sus camisas manchadas, donde también vemos a socios del Casino y a funcionarios del ayuntamiento, donde los turistas ocupan las sillas de las cafeterías? Esa plaza que los extranjeros valoran tanto, especialmente algunos alemanes que han escrito cosas bellas en torno a sus laureles, su luz, su iglesia de fachada blanca, sus mesas para tomar una cerveza al aire libre. La plaza es el centro vital de la pequeña ciudad, es el pasillo a la Plaza Chica, es el espacio aledaño a las calles del comercio. Es el lugar soleado y risueño que nos hace olvidar los estragos de la vida, la pesadilla del covid, la siguiente pesadilla del incendio, la terrible pesadilla del volcán, de la cual todavía no hemos despertado.
Cuando estamos lejos nos acordamos de la plaza y todo su micromundo, allí donde jugábamos a las chapas y a la pelota si no había un guardia municipal cerca, allí donde íbamos a mostrar los regalos de Reyes, la pequeña decepción de la mañana del 6 de enero cuando no nos habían traído lo que deseábamos. A pesar de todo era una hermosa festividad que solía coincidir con días de lluvia, y entonces podíamos lucir las botas de agua y jugar a hacer tanques en las calles empedradas, donde también jugábamos a la pelota porque coches había pocos, y nadie nos interrumpían.
Y la plaza es el lugar desde donde salía la magna procesión del Viernes Santo, donde se celebran acontecimientos musicales y pequeñas ferias de muchas cosas, la gran fiesta del 31 de diciembre, tan concurrida, las convocatorias de los sábados al mediodía. Y también el escenario donde asistíamos a la Fiesta de Arte, donde vibrábamos cuando la banda municipal interpretaba la Marcha Triunfal de Aída para que entrase la reina de las fiestas con su corte. Era el espacio donde escuchábamos con tanta satisfacción la magnífica Loa a la Virgen de los Remedios que compusieron entre el poeta Pedro Hernández y el maestro Ferrera, y por supuesto aquellas voces angelicales de las mujeres que la interpretaban. La Loa es magnífica, siguen pasando los años y parece que está recién estrenada.
Y la sombra de los poderosos laureles en verano, y el revoloteo de las palomas y de los pájaros cantores. Esta plaza no es muy grande, pero es la mejor de la isla, y la transitan los que nacen, los que contraen matrimonio y los que mueren. Además, este día festivo del 2 de Julio es la fecha en que sale en procesión la linda imagen de la Virgen, con su sello característico de Flandes, siglo XVI. Y la gente se reúne porque Los Llanos es el centro del valle, y es un lugar dinámico, tiene mucha oferta comercial, tiene casi todos los servicios necesarios.
El 2 de julio y la plaza son la referencia de la infancia para los que vivimos fuera, sin dejar de pensar en la isla natal con sus montes, sus pinares, sus arboledas, sus caseríos, sus tradiciones, sus fiestas populares. No quiero dejar de mencionar a dos amigos: el poeta y cronista don Pedro Hernández, que siempre me abrió las puertas de su casa y siempre me apoyó, y el arcipreste don Marino, con el cual siendo todavía un jovenzuelo me atreví a discrepar pero que luego tuvo un comportamiento ejemplar cuando murió nuestro padre. Y la actual cronista, María Victoria Hernández, tan comprometida con sus ancestros, tan trabajadora, y que fue compañera de la infancia cuando en su casa de La Placeta abría un portentoso nacimiento.
La plaza, la fiesta patronal, el kiosco. Recuerdos inolvidables de la infancia. Aquel pequeño paraíso que dañó el volcán, y que ojalá podamos recuperar algún día.
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