Eduardo Sanguinetti, Mar del Plata, Argentina
Con gobiernos sin autoridad ética, sin haber hecho un corte claro y sin haber entendido la gran lección de las guerras sucias de las dictaduras militares sudamericanas, las democracias fingidas, es casi imposible articular espacios de vida en libertad, verdad y ética.
Hay un convencimiento mayoritario de que la corrupción es generalizada y mediatiza toda la vida del planeta. Resulta inconcebible que, buscando a estudiantes desaparecidos en México, se encuentren otros 70 cadáveres en diversas fosas… que el narcotráfico este instalado en todos los estadios sociales del mundo… que la prostitución de niñas se haya convertido en una mal endémico, que los pueblos acepten la corrupción como una rutina natural y asimilada a las tradiciones… que las bonitas “barbies”, enviadas del imperio den recitales acerca de repúblicas inexistentes en shoppings periféricos… que las guerras inventadas tengan espacio, con miles de muertes incluidas y que solo sean noticia del día… que el hambre siga existiendo, produciéndose un 75% más de alimentos que la humanidad consume… que los peores ocupen sitiales de honor… que se fabriquen trayectorias de héroes inexistentes… que se aniquile la dignidad y la nobleza, que en los tribunales se juzgue solo a los marginados y se acepte la mentira y lo falaz… que las nuevas generaciones estén destinadas a la exclusión y la ausencia de horizontes, librados a su suerte, que la diversidad sea motivo de discriminación, para quienes no se asimilan al decreto del pensamiento único…
Todo lo relatado, solo lleva a la conclusión de que vivimos en un tiempo y en un espacio donde la verdad y la vida dentro de lo que se denominaba Orden Natural, no existe… no existe un registro internacional de desaparecidos ni de aparecidos ni investigación sobre las víctimas de prostitución, genocidios, muertos de hambre, indigentes, narcotraficantes…
La invasión de las calles y de las redes remite al mismo ejemplo de la fallida primavera árabe: la nueva política yanky-sionista y el clamor social sirven para derribar, pero aún no para construir. ¿Y ahora qué? Resultará muy difícil restaurar un mínimo de confianza. Quizá el problema de la política, de un Obama tardío en sociedad con Hillary Clinton, de Iguala, de Peña Nieto, de Petrobras, de Dilma Rousseff, del affaire Pluna, de la corrupción K, etc., es que tratan de arreglar y preservar, mientras que los nuevos tiempos exigen cambiar. Es decir, tirar y volver a hacer la casa. No vivimos un fenómeno desconocido en la historia política: esas tempestades y aquellos barros trajeron la basura del fascismo y el aniquilamiento de los sistemas políticos que eran espacios de libertad… o al menos pretendían serlo.
Ante la desmesura y el fanatismo de una humanidad asimilada a las prácticas prostibularias de un sistema degradado y con patologías severas, en comportamientos, modos y maneras, deviene un amancebado y anestesiado ciudadano del tercer milenio que marcha con placer de nirvana siliconado a su exterminio.
Ante este paisaje, no puedo menos que anunciar un final de juego, en un ajedrez que se ha humedecido, sus piezas han caído, y las líneas del tablero se han borrado…
(Publicado en La República, Uruguay. Foto: manifestaciones por el asesinato de los estudiantes de México)
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