Ahora que los hoteles están
repletos y se augura la posibilidad de batir todas las marcas, ahora que las
vacas gordas se acrecientan pues tendremos más de 12 millones de turistas en
este año, ahora que los empresarios hoteleros se niegan a contratar porque
dicen que esto del turismo es muy evanescente y tienen pocos márgenes de
beneficio —dado que los operadores les contratan las plazas exigiendo
importantes rebajas— ahora habría que hacer algún informe acerca de dónde van
realmente las ganancias del turismo que nos visita, cómo se reparten, cuánto
queda aquí. Pues resulta extraño que, siendo el turismo nuestra única
industria, no genere los puestos de trabajo que nuestra gente necesita y sigamos
teniendo un 33 por ciento de paro en estas islas. En cuanto al paro juvenil,
este llega al 62,19 por ciento, solo por detrás de Andalucía, que tiene el
63,91. Los pocos contratos que se hacen son en precario, con unos salarios tan
mínimos que hasta Bruselas llama la atención, se generan unas situaciones que
debieran hacer reflexionar.
La cosa podría explicarse de modo
muy sencillo: los empresarios no quieren contratar. Las camareras de pisos,
agobiadas por el exceso de trabajo, suelen necesitar ir al médico para que les
mande pastillas contra la ansiedad. Se ven agobiadas por la presión de tener
que hacer cada vez más habitaciones por turno, debido a que todas las plazas
están vendidas haría falta más personal, trabajan a un ritmo frenético, como
bien saben los sindicatos, tan timoratos ellos. El mismo camarero que te pone
el desayuno te sirve los aperitivos en el bar y también la cena. ¿Cuántas horas
acumula en cada jornada? Pero los administradores de la cosa, que a lo mejor
residen en Alemania o Inglaterra, dicen que nanay. Argumentan que a Canarias le
corresponde un modelo turístico tirado de precios, con lo cual no queda mucho
margen para el empresario local, ni mucho menos para aliviar la cuota de paro.
¿Por qué nosotros, los operadores, vamos a arreglar el tercermundista paro del
paraíso turístico subtropical? Ni hablar del peluquín.
Y es que Europa nos quiere como
piscina de invierno, y punto en boca. Le compramos a Europa la leche, la
mantequilla, todos sus excedentes. Y a Suramérica la carne. Compramos a precios tirados, sin aranceles que
defiendan la producción local. Con lo cual ya no tenemos ganadería, y casi
tampoco tenemos agricultura. Y con el todo incluido de los hoteles ¿cómo
mantener restaurantes, cafeterías en el sur y otros pequeños negocios?
En nuestra tierra canaria los
políticos llenan sus bocas con la palabra turismo. Pero ¿a qué se refieren, si
tenemos muchos hoteles de varias categorías y modelos, donde la gran mayoría de
sus propietarios y explotadores, así como los cuadros dirigentes, son de fuera?
Llegan, compran el terreno que prefieren, con todas las facilidades y con el
beneplácito de los políticos, lo
siembran de cemento y asfalto, y cuando el visitante llega el paquete está
pagado en origen y aquí nos dejan cosas insignificantes. Cuando los turistas salen
de excursión se llevan la comida en cajitas preparadas por el hotel, porque ya
va incluido en el paquete turístico. No consumen aquí casi nada; el único
dinero que se queda son las nóminas de los trabajadores, y no todas las
nóminas, porque una gran mayoría de los empleados/as de los hoteles son
inmigrantes, y tienen que mandarle dinero a sus familias, otro dinero que se
nos va y no es invertido aquí.
La pregunta es sencilla: ¿quién
se lleva la parte del león en el supuestamente gran pastel turístico? Si no
crece el empleo, está claro que aquí no nos beneficiamos gran cosa. Puede que
esto sea diferente en el capítulo del turismo rural, alojamientos que se
alquilan directamente del propietario al turista, así como los apartamentos que
también son alquilados sin intermediarios. Pero hay mucha picaresca: en islas
como La Palma hay muchos apartamentos no legales, apartamentos no declarados, con
propietarios extranjeros que alquilan entre ellos mismos, sin pagar IBI, sin
dar cuentas a Hacienda.
Paralelamente, tenemos la cesta
de la compra más cara del Estado, y además padecemos los salarios más bajos.
Está claro que somos la comunidad autónoma que más depende del turismo, el
sector servicios está subordinado casi íntegramente a él, y si hubiera un
cambio de ciclo sería una catástrofe. Ahora nos beneficiamos de las dificultades
de los competidores, la inestabilidad política del norte de África, su falta de
seguridad, pero esas circunstancias podrían cambiar. La prudencia aconseja estar
preparados para alguna circunstancia desfavorable, pero somos poco previsores,
extremadamente débiles. En el aeropuerto de Bruselas hemos visto ofertas para
una semana en el sur de Gran Canaria por 500 euros, con vuelos y todo incluido.
El turismo deja poco dinero en
los países receptores, no contribuye a la fiscalidad de esos países. En la
mayoría de los casos las líneas aéreas, los operadores y los hoteles son de
capital foráneo. Además debe tenerse en cuenta que el turista consume más agua
y energía que el nativo. Lo que se gana con el turismo habría de ser
contrapesado con la destrucción del territorio y la contaminación
Aquí existe un
manifiesto descontrol sobre la planificación territorial, con una legislación poco
coherente. La burbuja inmobiliaria ha estado sobrealimentada por el deseo de
los extranjeros de adquirir viviendas para pasar la tercera edad. Ello es
evidente no solo en la costa mediterránea y andaluza sino también aquí. El
consumo de cemento ha sido descomunal, y el daño sobre el litoral más que
visible. Un país que ya tiene varios cientos de campos de golf quiere instalar
muchos más, y los cientos de miles de viviendas vacías tardan en eliminarse
porque los compradores esperan todavía mayores gangas. En definitiva: en el
turismo no es oro todo lo que reluce, ni muchísimo menos.
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