La incidencia de la crisis de
1898 fue importante en Canarias por la evidente dependencia de su sistema de
monocultivo agrícola respecto a los acontecimientos del exterior así como por
su propia situación geoestratégica, su célebre consideración de frontera o
puente entre continentes. Así, sobre todo en 1896, 1897 y en el propio 1898,
los puertos de Canarias registran el frecuente paso de buques con tropa para
combatir en la lejana guerra del Caribe, y lógicamente esa prensa dedica gran
parte de su espacio a comentar las peripecias entre España y sus últimas colonias,
a veces con números monográficos y suplementos dedicados íntegramente a las
noticias disponibles, e incluso en el terreno militar hay notable incidencia en
esta región ya que esa misma prensa divulga el riesgo de que aquí se padezca
una intervención norteamericana, por lo cual se incrementan los movimientos de
tropa y se preparan medidas de defensa.
El 10 de diciembre de 1898 se
firmaba el París el Tratado de Paz entre España y EEUU, el cual no sólo ponía
fin a la guerra iniciada en Cuba desde 1895 sino que también separaba de la
metrópoli los territorios de Puerto Rico y Filipinas. Este conflicto bélico
supuso para España una apabullante derrota militar y, sobre todo, la asunción
de una palabra que la define con rotundidad: desastre. Por ello, terminadas las
guerras de Cuba y Filipinas sin la victoria explícita ni de los ejércitos
alzados ni del ejército colonial –sino con la victoria rotunda del imperio
emergente, EEUU- se desata una crisis profunda de valores, culturales e
ideológicos. La sociedad española cae en una fase depresiva y el pesimismo
domina por todas partes, acentuándose la crítica contra el sistema político
traído por la Restauración borbónica. Se oyen voces que claman borrón y cuenta
nueva o que piden urgentemente un profundo regeneracionismo, culpando sobre
todo del desgobierno al modo de propiedad agraria latifundista y proclamando
como solución la reforma agraria, una política hidráulica capaz de paliar las
sequías y distribuir los excedentes, la modernización de la enseñanza, el apoyo
a las clases campesinas y la potenciación de la industria, la descentralización
del aparato administrativo, etc. Se afianzan nombres como los de Joaquín Costa,
Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós o Vicente Blasco Ibáñez, el germen de
una generación de descontentos.
Paralelamente, como veremos
luego, la pérdida de las colonias de ultramar tuvo también incidencias en
Canarias en cuanto a la configuración de un brote de nacionalismo a través de
las publicaciones en que, entre otros, figura el nombre de Secundino Delgado,
bien fueran elaboradas desde Venezuela o desde La Habana; el conflicto
hispano-cubano hace estallar también ciertas contradicciones del insular
canario en cuanto a la propia percepción de su identidad mestiza, siempre a
caballo entre Europa y América. Digamos que si bien el caldo de cultivo
ideológico en el archipiélago era favorable a las tesis patrióticas
españolistas, con el importante apoyo de la prensa y del propio empresariado
local, no es menos cierto que ya sobre el propio terreno de los acontecimientos
con alguna frecuencia el combatiente canario tiene su corazón dividido, pues de
alguna manera siente la percepción del hombre criollo que necesita tener su
propio espacio independiente, tal como se aprecia por ejemplo en la película
Mambí, de los hermanos Ríos. Soldados canarios combatieron por los dos
ejércitos, e incluso algunos de ellos llegaron a alcanzar grados importantes en
el insurgente. Cuando España concede tardíamente un régimen de autonomía a
Cuba, hay voces que desde las publicaciones nacionalistas como El Guanche
-órgano que se considera precursor del pensamiento separatista de este
archipiélago, fundado por Secundino Delgado- hacen la misma demanda con
respeceto a Canarias, basándose en la similitud de circunstancias así como en
el hecho de que también estas islas se hallan en un continente distinto
respecto a la metrópoli. Para Manuel Hernández González, en el número 4 de los
Cuadernos del Ateneo de La Laguna, la forma en que finalizó la guerra de Cuba
con la ocupación final por parte de Estados Unidos influyó no poco en el ánimo
de los primeros nacionalistas canarios y en su percepción del problema de la
identidad insular dentro de la complicada madeja de las relaciones
internacionales, lo cual les llevará a entender que estas islas pasarían a
Inglaterra. Tal era el papel de renovación y progreso que estaban introduciendo
los británicos en las dos capitales canarias desde 1880, pues a ellos se debió
la introducción del plátano y del tomate, la potenciación de los puertos con todos
los servicios anexos, las consignatarias, las carboneras, los bancos, las
compañías de seguros y hasta la propia configuración de las ciudades, con el
clásico ejemplo de las zonas residenciales, como Tafira o el barrio de Ciudad
Jardín en la capital grancanaria. Piénsese, además, que para prestar servicios
a la pequeña pero muy activa comunidad surgen hoteles, restaurantes,
lavanderías y tiendas que se anuncian en inglés en la prensa local, y la
economía canaria se maneja con soltura en libras, chelines y peniques, sobre
todo en el sector portuario y en la hostelería; en libras también debió cobrar
su salario Rafael Romero, alias Alonso Quesada, nuestro Lord Byron particular
tal como despectivamente lo denominaban sus patrones británicos. Así, la citada
revista El Guanche rubrica que “la vida económica de Canarias depende de
Inglaterra, como la de Cuba de Estados Unidos. Por eso dentro de poco las
Canarias serán independientes o inglesas. El pueblo escogerá.”
Obviamente, la realidad no es tan
simplista como estas frases de un editorial de aquella publicación. Con mayor
rigor ha analizado este fenómeno de la influencia británica en las islas el
investigador Víctor Morales Lezcano en diversas publicaciones
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