martes, 18 de noviembre de 2014

Secundino Delgado, en el nacimiento del nacionalismo canario


La incidencia de la crisis de 1898 fue importante en Canarias por la evidente dependencia de su sistema de monocultivo agrícola respecto a los acontecimientos del exterior así como por su propia situación geoestratégica, su célebre consideración de frontera o puente entre continentes. Así, sobre todo en 1896, 1897 y en el propio 1898, los puertos de Canarias registran el frecuente paso de buques con tropa para combatir en la lejana guerra del Caribe, y lógicamente esa prensa dedica gran parte de su espacio a comentar las peripecias entre España y sus últimas colonias, a veces con números monográficos y suplementos dedicados íntegramente a las noticias disponibles, e incluso en el terreno militar hay notable incidencia en esta región ya que esa misma prensa divulga el riesgo de que aquí se padezca una intervención norteamericana, por lo cual se incrementan los movimientos de tropa y se preparan medidas de defensa.

El 10 de diciembre de 1898 se firmaba el París el Tratado de Paz entre España y EEUU, el cual no sólo ponía fin a la guerra iniciada en Cuba desde 1895 sino que también separaba de la metrópoli los territorios de Puerto Rico y Filipinas. Este conflicto bélico supuso para España una apabullante derrota militar y, sobre todo, la asunción de una palabra que la define con rotundidad: desastre. Por ello, terminadas las guerras de Cuba y Filipinas sin la victoria explícita ni de los ejércitos alzados ni del ejército colonial –sino con la victoria rotunda del imperio emergente, EEUU- se desata una crisis profunda de valores, culturales e ideológicos. La sociedad española cae en una fase depresiva y el pesimismo domina por todas partes, acentuándose la crítica contra el sistema político traído por la Restauración borbónica. Se oyen voces que claman borrón y cuenta nueva o que piden urgentemente un profundo regeneracionismo, culpando sobre todo del desgobierno al modo de propiedad agraria latifundista y proclamando como solución la reforma agraria, una política hidráulica capaz de paliar las sequías y distribuir los excedentes, la modernización de la enseñanza, el apoyo a las clases campesinas y la potenciación de la industria, la descentralización del aparato administrativo, etc. Se afianzan nombres como los de Joaquín Costa, Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdós o Vicente Blasco Ibáñez, el germen de una generación de descontentos.

Paralelamente, como veremos luego, la pérdida de las colonias de ultramar tuvo también incidencias en Canarias en cuanto a la configuración de un brote de nacionalismo a través de las publicaciones en que, entre otros, figura el nombre de Secundino Delgado, bien fueran elaboradas desde Venezuela o desde La Habana; el conflicto hispano-cubano hace estallar también ciertas contradicciones del insular canario en cuanto a la propia percepción de su identidad mestiza, siempre a caballo entre Europa y América. Digamos que si bien el caldo de cultivo ideológico en el archipiélago era favorable a las tesis patrióticas españolistas, con el importante apoyo de la prensa y del propio empresariado local, no es menos cierto que ya sobre el propio terreno de los acontecimientos con alguna frecuencia el combatiente canario tiene su corazón dividido, pues de alguna manera siente la percepción del hombre criollo que necesita tener su propio espacio independiente, tal como se aprecia por ejemplo en la película Mambí, de los hermanos Ríos. Soldados canarios combatieron por los dos ejércitos, e incluso algunos de ellos llegaron a alcanzar grados importantes en el insurgente. Cuando España concede tardíamente un régimen de autonomía a Cuba, hay voces que desde las publicaciones nacionalistas como El Guanche -órgano que se considera precursor del pensamiento separatista de este archipiélago, fundado por Secundino Delgado- hacen la misma demanda con respeceto a Canarias, basándose en la similitud de circunstancias así como en el hecho de que también estas islas se hallan en un continente distinto respecto a la metrópoli. Para Manuel Hernández González, en el número 4 de los Cuadernos del Ateneo de La Laguna, la forma en que finalizó la guerra de Cuba con la ocupación final por parte de Estados Unidos influyó no poco en el ánimo de los primeros nacionalistas canarios y en su percepción del problema de la identidad insular dentro de la complicada madeja de las relaciones internacionales, lo cual les llevará a entender que estas islas pasarían a Inglaterra. Tal era el papel de renovación y progreso que estaban introduciendo los británicos en las dos capitales canarias desde 1880, pues a ellos se debió la introducción del plátano y del tomate, la potenciación de los puertos con todos los servicios anexos, las consignatarias, las carboneras, los bancos, las compañías de seguros y hasta la propia configuración de las ciudades, con el clásico ejemplo de las zonas residenciales, como Tafira o el barrio de Ciudad Jardín en la capital grancanaria. Piénsese, además, que para prestar servicios a la pequeña pero muy activa comunidad surgen hoteles, restaurantes, lavanderías y tiendas que se anuncian en inglés en la prensa local, y la economía canaria se maneja con soltura en libras, chelines y peniques, sobre todo en el sector portuario y en la hostelería; en libras también debió cobrar su salario Rafael Romero, alias Alonso Quesada, nuestro Lord Byron particular tal como despectivamente lo denominaban sus patrones británicos. Así, la citada revista El Guanche rubrica que “la vida económica de Canarias depende de Inglaterra, como la de Cuba de Estados Unidos. Por eso dentro de poco las Canarias serán independientes o inglesas. El pueblo escogerá.”

Obviamente, la realidad no es tan simplista como estas frases de un editorial de aquella publicación. Con mayor rigor ha analizado este fenómeno de la influencia británica en las islas el investigador Víctor Morales Lezcano en diversas publicaciones

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