Nada
hay más hermoso que el sol del Mediterráneo. Me molesta la gente que mira de
lado, la que marcha encorvada por la calle, la que tiene cara de padecer
estreñimiento. El futuro solo es de los que tienen fe en sí mismos, el futuro es
el de los optimistas, aquellos que aprovechan el azar y no dejan escapar las
oportunidades. Eso es lo que le quise transmitir a los condes rusos que me
presentaron en una velada musical, en un palacete del Paseo de los Ingleses,
aquí en Niza. Fue en una vida anterior, en la primavera de 1922, era la década
más feliz de Europa, Hitler todavía no se había manifestado, el crack de las
finanzas no había estallado.
La
paz tras la primera Gran Guerra nos permitía vivir al día, derrochando lo que
no teníamos, bebiendo el mejor champán, devorando las mejores viandas, gozando
las mejores diversiones. Yo debía tener los treinta y cinco cumplidos, practicaba natación, me encontraba animoso y emprendedor.
Niza era ya una ciudad de millonarios y de emigrantes con posibles, en el
centro de lo que luego se llamó Costa Azul. Tenía yo un buen negocio de
antigüedades y a la condesa Sofía Ivanovich le encantaban los muebles de
estilo, razón por la cual me visitaba con asiduidad. Yo noté el despegue de su
esposo, a fin de cuentas al conde lo que más le interesaba era jugar con el
dinero que había logrado sacar de su país, siempre andaba buscando partidas
ambiciosas.
Ella,
en cambio, se aburría. Era una preciosa mujer de 52 años que reclamaba
atención. Esbelta, la piel blanquísima, con unos ojos azules que encandilaban a
cualquiera, con joyas auténticas, collar, brazalete. ¿De dónde eres? -me dijo
la primera vez que tomamos té a solas, su samovar era de plata, con filigranas.
-Soy gitano, le contesté, aunque ya ni me gustan los toros ni sé taconear. Ni
siquiera toco bien la guitarra. La dejé sorprendida, pero más me sorprendió a
mí lo que dijo a continuación: -Desde hace ocho años no tengo deseos, mi marido
dice que soy frígida. Aquella declaración de principios me cogió de sorpresa.
-¿No serás comunista, verdad? -me preguntó, azorada. -Qué va, me gusta el sexo
y ya se sabe que Stalin no se andaba con chiquitas en ese y en otros aspectos.
-Mi marido dice que por qué no hacemos un trío. Sí, dije al momento. Desde
entonces Sofía me lee a Pushkin cada mañana. Soy feliz.
Querido Luis:
ResponderEliminarLas relaciones diferentes provocan la mayor parte de las veces sorpresas agradables.
Un beso grande.
blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
Gracias, yo también pienso eso. Creo que suponen nuevos estímulos para parejas de larga duración, redescubren emociones que parecían olvidadas. El amor, como todas las cosas de esta vida, necesita reinventarse, oxigenarse.
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