Al cumplir los cincuenta José Eugenio decidió
emprender cambios trascendentes. En primer lugar, imponía que lo llamasen
Cheché y además se dejó crecer el pelo, se instaló una coleta, compró ropa en
la sección juvenil y empezó a ahorrar para una moto gran cilindrada. Le habría
gustado una de esas norteamericanas míticas, pero su precio era tan prohibitivo
que se conformó con una japonesa de segunda mano. Aparente, eso sí, superaba de
largo los 200
kilómetros por hora. Lástima que en su comarca no
hubiese carreteras sino de un carril de ida y otro de vuelta.
Por la misma época Purificación,
su exmujer, empleó parte de lo obtenido tras la sentencia de divorcio en un buen
estiramiento de piel, una corrección de los pechos y un ensanchamiento de los
labios al estilo de las actrices y las modelos. Se tiñó el pelo de rojo caoba y
copió las ropas que utilizaban sus hijas.
En la capital de la provincia
comenzaron a frecuentar los gimnasios para recuperar una figura más deseable.
El ejercicio físico y las dietas acabaron por darles una presencia adecuada, de
tal manera que ya estaban listos para acudir a los bares de encuentros. Al cabo
de unos meses no fue extraño que con sus nuevas apariencias se tropezaran en un
local de intercambio de parejas. Valencia es una ciudad excitante y vital,
donde puedes realizar tus anhelos. Cuando se vieron en la barra a ambos les dio
la impresión de que ya conocían a esa persona que les observaba, con lo cual
tuvieron un motivo para comenzar a hablar. Antes de entrar en la pista de baile
atravesaron el pasillo francés, y a través de los agujeros practicados en la
pared fueron tocados sin misericordia por manos anónimas y anhelantes, ellos
mismos pudieron sentir un sinfín de pieles. Había sofás en rincones de
penumbra, jacuzzis y reservados por si llegasen a la intimidad con otras
parejas. En medio de la excitación, quedaron tan locamente prendados el uno del otro que al día siguiente
decidieron vivir juntos.
-Te quiero para siempre –le
prometió cuando instalaba en su dedo anular el anillo de compromiso.
-Nunca digas para siempre,
tonto, que igual llegamos a los setenta y nos apetecerán otras experiencias.
Con la energía extra de una viagra
de 100 miligramos se amaron como nunca. Y al final de aquel día Peter Pan
encontró a su Penélope destejiendo su eterno bordado frente al mar. Extrañado,
le preguntó qué estaba haciendo, por qué desandaba el trabajo tan arduamente
emprendido. Ella le contestó que la menopausia era la mejor edad. Lo hablaron,
y por supuesto que también él estuvo de acuerdo en superar el viejo mandato de
tener una pareja, una ocupación y una casa para toda la vida como habían hecho
sus abuelos y sus padres. Era necesario ponerse a la altura de los tiempos.
Sólo se vive una vez, se dijeron por último antes de introducirse en el chat de
sexo rápido para gente de 30.
(De Los dioses palmeros, relatos) Ilustración: pintura de Caravaggio
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