martes, 16 de octubre de 2012

Los peligros del nacionalismo


Hubo un tiempo en que para amigos de mi generación, Barcelona era casi la capital del mundo. Una ciudad abierta y cosmopolita que se diferenciaba mucho de la grisácea Madrid, donde residía la dictadura. Barcelona tenía el tratamiento de provincia exactamente igual que Las Palmas: para realizar un acto cultural, aunque fuera una simple presentación de un libro, había que hacer instancias y poner pólizas y esperar la autorización gubernativa, exactamente igual que si estuviéramos a casi dos mil kilómetros de la capital.
Barcelona era una ciudad junto al mar, con sus ramblas, con su Barrio Gótico, con su carga de historia. No te sentías extraño. Al contrario: allí había muchos latinoamericanos, muchos canarios que estudiaban en sus universidades en los tiempos en que el español o castellano todavía circulaba libremente por sus calles. Por allí se movían libremente Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez. Otros venían con frecuencia: cineastas, escritores, artistas de nivel. Después las cosas han cambiado tanto que el panorama es irreconocible. ¿Es Cataluña un territorio extranjero, lo será pronto? Siempre admiré la Nova Cançó, los escritores catalanes, los poetas de allí, los cantautores desde Raimon a Lluís Llach. Me gustaban su gastronomía, sus museos, sus caminos abiertos hacia el Mediterráneo, admiraba la lucha por la democracia que se cocía en innumerables iniciativas, en encierros en Montserrat. Era la ciudad más europea de España, era una mezcla de París y Milán.
Las cosas fueron cambiando, ahora hay muy pocos latinoamericanos, y seguramente menos canarios, estudiando en sus universidades. Es lo que tiene el apartheid, la mezcla de identidad, lengua y territorio puede ser explosiva si las cosas se llevan de una determinada manera. Cuando se regresa a la cueva elemental, se deja de ver el mundo en su totalidad. En una ocasión asistí en el Liceo a un importante acto cultural. Pues bien: desde el público se produjo una airada intervención reclamando que se hablara solo en catalán. Eran los primeros tiempos de los colectivos que luego han ido cociendo el actual estado de cosas. ¿Podemos vivir sin ellos? ¿Pueden ellos vivir sin el resto que habla en castellano? Todo puede suceder, y todos habremos perdido. El nacionalismo puede convertirse en arma nefasta. Y si además te encuentras al cerebro-plano de Rajoy y a sus brillantes ministros, el atolladero está servido. 

1 comentario: