Hubo
un tiempo en que para amigos de mi generación, Barcelona era casi la capital
del mundo. Una ciudad abierta y cosmopolita que se diferenciaba mucho de la
grisácea Madrid, donde residía la dictadura. Barcelona tenía el tratamiento de
provincia exactamente igual que Las Palmas: para realizar un acto cultural,
aunque fuera una simple presentación de un libro, había que hacer instancias y
poner pólizas y esperar la autorización gubernativa, exactamente igual que si estuviéramos
a casi dos mil kilómetros de la capital.
Barcelona
era una ciudad junto al mar, con sus ramblas, con su Barrio Gótico, con su
carga de historia. No te sentías extraño. Al contrario: allí había muchos
latinoamericanos, muchos canarios que estudiaban en sus universidades en los
tiempos en que el español o castellano todavía circulaba libremente por sus
calles. Por allí se movían libremente Mario Vargas Llosa, Gabriel García
Márquez. Otros venían con frecuencia: cineastas, escritores, artistas de nivel.
Después las cosas han cambiado tanto que el panorama es irreconocible. ¿Es
Cataluña un territorio extranjero, lo será pronto? Siempre admiré la
Nova Cançó , los escritores catalanes, los
poetas de allí, los cantautores desde Raimon a Lluís Llach. Me gustaban su
gastronomía, sus museos, sus caminos abiertos hacia el Mediterráneo, admiraba
la lucha por la democracia que se cocía en innumerables iniciativas, en
encierros en Montserrat. Era la ciudad más europea de España, era una mezcla de
París y Milán.
Las
cosas fueron cambiando, ahora hay muy pocos latinoamericanos, y seguramente
menos canarios, estudiando en sus universidades. Es lo que tiene el apartheid,
la mezcla de identidad, lengua y territorio puede ser explosiva si las cosas se
llevan de una determinada manera. Cuando se regresa a la cueva elemental, se
deja de ver el mundo en su totalidad. En una ocasión asistí en el Liceo a un
importante acto cultural. Pues bien: desde el público se produjo una airada
intervención reclamando que se hablara solo en catalán. Eran los primeros
tiempos de los colectivos que luego han ido cociendo el actual estado de cosas.
¿Podemos vivir sin ellos? ¿Pueden ellos vivir sin el resto que habla en
castellano? Todo puede suceder, y todos habremos perdido. El nacionalismo puede
convertirse en arma nefasta. Y si además te encuentras al cerebro-plano de
Rajoy y a sus brillantes ministros, el atolladero está servido.
Buen artículo amigo. Para reflexionar... Un saludo
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