miércoles, 26 de marzo de 2014

El adiós (cuento de primavera)

El tanatorio es un primor, me encanta visitarlo. Buena jardinería, atmósfera de sosiego, música leve. Albinoni, Bach, cosas así. Para elevar el espíritu, para serenar la mente.

         No está mal la escenografía, pensé.

         Aunque al final todo se desvanezca en el horno, por más que la caída del féretro en la llamarada suponga un golpetazo en el estómago, resulta tranquilizante conservar la última imagen de esa chica recién maquillada. Fresca, juvenil, incluso diría que le han aplicado el efecto labios mojados.

         En la capilla un delicado celeste cubre el techo; asomando aparecen ángeles, como si el paraíso prometido estuviese justo sobre las cabezas de los asistentes.

         Yo también hice llevar una corona. Aquella tan especial, repleta de rosas blancas y amarillas. «Con todo mi amor», decían las grandes letras doradas.

         Sólo lamenté no haber entendido sus mensajes.

         Te querré siempre afirmó horas antes de su partida. Pero lo nuestro no tiene futuro.

         Sin ti no podré vivir se lo dije tratando de suplicar.

         Los problemas surgieron cuando encargué la chica de silicona, esa de tamaño natural, la perfecta imitación. La que tiene una piel de seda, melena pelirroja y toda ella es una caricia. El mejor sexo que has practicado en tu vida, decía el anuncio. Nunca te dará una negativa. Traída de California, pedida por internet.

         Quise llevarla a pasear en el Mercedes, a que le diera un poco el aire. Tras la gran bronca no pude más y la estrangulé con todas mis fuerzas, una rabia salvaje me dictó tal perversidad.

         Lo cierto es que, después de hacerlo, me desahogué. Qué importa si ahora lloro.

1 comentario:

  1. Maravilloso cuento, de esos que quedan en la memoria y la sonrisa petriificada en la boca con la clásica pregunta ¿por qué no se me habrá ocurrido antes?

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