En
la novela El paraíso en la otra esquina,
de Mario Vargas Llosa, Debolsillo, contemplamos una recreación de la vida de su
abuela, Flora Tristán, destacada activista obrera, y del propio Gauguin a
través de sus obras maestras.
A
los 43 años, dejando a su mujer danesa y a sus cinco hijos, se embarca hacia la Polinesia. La falta de dinero y
la soledad le obliga a retornar a Francia un año después, repatriado por el
gobierno. Ya en esa época cuidaba la expresividad de los colores, la búsqueda
de la perspectiva y el uso de formas voluminosas. El primitivismo de su obra
refleja el entorno tropical y la cultura polinesia, en muchas ocasiones pintó a
las mujeres que compartieron su vida, sus pieles oscuras, sus rasgos orientales.
En Tahití lleva una vida desenfrenada, sexo, alcohol, provocación.
Al
final considera que Tahití es demasiado civilizado y marcha a las Islas
Marquesas, donde los nativos habían practicado el canibalismo. Una vez más cree
estar en el paraíso pero conoce los abusos de las autoridades y trata de
defender a los indígenas, lo cual le genera problemas. Los críticos piensan que
anticipa el arte abstracto al simplificar las composiciones dando
preponderancia al color; también hace esculturas en madera. Lo cierto es que su
simbolismo colorista y vigoroso es un precedente de otros genios como Matisse.
Ilustraciones:
Autorretrato delante del célebre “Cristo amarillo” (1890) Museo de Orsay, París.
“Cerca del mar”, 1892, está en la National Gallery
de Washington
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