-Vente a
casa –me dijo mi madre con la mejor intención-. Te prepararé tus comidas
preferidas, ya verás que acabas animándote.
-No es
buena idea.
-Pero ya
sabes que a mí ya no me gusta conducir cada día para ir a verte. Y menos me
gustan los atascos.
He de
aceptar que tiene la mejor intención del mundo, desde luego que sí. Pero yo no
podía tolerar la posibilidad de cobijarme otra vez bajo sus miradas
protectoras. Si he metido la pata, ya sabré salir yo solita del embrollo.
Mira que
ella me lo había advertido cientos de veces. Dani no era lo mejor para mí.
Cierto que un chico así, con ese físico y esa voluntad de comerse el mundo, era
una golosina para mis amigas.
-No te
irá bien con él –me advirtió la vieja una y otra vez.
-Ya verás
–insistía cuando me empeñaba con todas mis fuerzas en llevarle la contraria.
Me
arrebató desde el primer día, al poco tiempo me lancé a la piscina: decidimos
vivir juntos.
La tarde
en que lo pillé en mi cama con Sandra fue el alboroto.
-Te puedo
explicar –intentó hablar con aquella cara que ya me pareció chulesca,
impresentable.
-¿Qué vas
a explicarme tú a mí?
-Ya sé
que estás dolida, pero debes recapacitar –me decía Sandra-. Sé madura por una
vez.
-Todos
cometemos fallos –añadió Noe cuando le conté todo con pelos y señales-. No
debes precipitarte.
Y yo erre
que erre, dispuesta a llegar hasta el final.
Después
supe que ella había heredado una gran fortuna de un tío que acababa de morir en
Argentina. Y si me hubiese avenido a seguir adelante los tres, hasta podríamos
haber sido dichosos. Esa cochina educación me lo echó todo por tierra.
Para mi desgracia,
me comporté como una estrecha, la más tonta del lugar. Así que decidí volver
con él, bueno: con él y con ella. Eramos el trío más feliz del mundo. Nos las
prometíamos muy felices en nuestro pareado de Breña Alta que era una maravilla
con vista a aquel mar. Pero duró solo una semana, por eso nunca les podré
perdonar que me enviaran con tal crueldad al contenedor de las muñecas rotas;
sin cabeza, sin brazos ni pila alcalina, sin alma siquiera.
(De “Los dioses
palmeros”, Cajacanarias. Ilustración: El amor victorioso, de Michelangelo
Caravaggio, cuadro fechado en 1602-1603)
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