A
la vuelta del verano parece que hay una competición urgente por hablar en
lenguas regionales en el Congreso, también existe furor por alargar el serial
Rubiales con el célebre piquito y asimismo hay una gran predisposición para
convocar congresos de escritores. Es la misma fiebre que hemos apreciado este
verano en los aeropuertos desbordados, con la gente muy deseosa de buscar
nuevos destinos. Por otro lado, entendemos que si en la Cámara Baja nuestros
políticos pueden hablar en aranés, en bable asturiano y hasta en aragonés, está
claro que para que haya una representación más completa de la España plural
falta el silbo gomero, patrimonio inmaterial de la humanidad y que debería
tener los mismos derechos que el gallego, el euskera y el catalán. Y en el
capítulo de las reuniones de escritores medianitos –porque las grandes figuras
de la literatura universal ya no están– hay mucha variedad: congreso
hispanoamericano en Las Palmas de Gran Canaria, otro anual en Los Llanos de
Aridane, isla de La Palma, y hasta otro más en Berlín, una nutrida reunión
germano–latinoamericana. Un grupito de grancanarios, tinerfeños y palmeros
hemos sido invitados al más lejano, el de la capital alemana.
Berlín
siempre está ahí, con su paseo de los Tilos donde Adolfo Hitler era adorado
cuando los desfiles en su honor, porque los alemanes –ese pueblo culto que dio
a Beethoven, a Bach, a Goethe, a Kant y a tantas otras figuras universales– tuvo
la desgracia de padecer aquella locura. Berlín está en los trocitos de aquello que
en su día fue uno de tantos Muros de la Vergüenza (ahora mismo los Muros de la
Vergüenza los levanta Israel para que los palestinos no puedan pasear por el
trocito de patria que les queda). Pues bien: en la archifamosa Puerta de
Brandeburgo los operarios, seguramente algún español en el pelotón, se han
afanado en borrar la pintura roja que los que tienen conciencia del cambio
climático arrojaron días antes de nuestra llegada. Y en las salas del encuentro
berlinés hubo algún que otro debate, y lectura con traducción de textos en
español pasados al alemán. Opino que mejor que convocar tantos congresos sería
que los escritores nos leyéramos los unos a los otros, y tratáramos de aprender
mutuamente.
Las necesidades de la política patria producen
el auge imparable de los nacionalismos, y los nacionalistas pueden ser buena
gente pero es gente insaciable, siempre tienen hambre y siempre pedirán más. Dijo
el gran escritor Stefan Zweig en sus memorias: “Por mi vida han pasado todos
los corceles amarillentos del apocalipsis, la revolución la inflación, el
terror, las epidemias y la emigración, he visto nacer y expandirse ante mis
propios ojos las grandes cronologías de masas: el fascismo en Italia, el
nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor
de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena nuestra cultura europea”.
Este fue un grandísimo autor austriaco que se suicidó en Brasil junto con su
esposa, cuando la segunda guerra mundial ya era una desgracia inevitable, en 1942.
Nosotros los canarios tenemos un partido
regionalista, que no juega al nacionalismo y menos aún al independentismo. Adán
Martín, que para mí fue un buen político dentro de CC, ya lo advirtió en su
momento: “Si Canarias declarase la independencia, retrocedería al nivel que
tienen las islas de Cabo Verde tras su independencia, es decir: al Tercer
Mundo.” El mayor error de Antonio Cubillo fue tratar de imponer el africanismo en
nuestra cultura, y es que aquí somos comedidos, quizá hasta demasiado
comedidos. Pero es lo que hay: nuestro mestizaje es la clave.
Finalmente, Berlín Berlín es el título de un vodevil que se está representando en el Teatro Alcázar de Madrid, en plena calle de Alcalá. Risas para disimular los disgustos de la inflación, de la mucha inmigración y demás yerbas.
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