Este artista impetuoso y exuberante repetía una
palabra con mucha contundencia: la tropicalidad. Hablaba de este cielo, de esta
luz, de los caminos que nos trae el Atlántico desde distintas fuentes
nutricias, de esa forma peculiar de estar entre varios mundos. Debió ser cuando
le hice una entrevista, más de 40 años atrás, en su estudio de La Isleta. Luego,
en su Agaete mestizo –los colonos europeos pero también la sangre bereber de
los antepasados y la sangre negra de los cientos de esclavos de los ingenios
azucareros– quería insistir en los mundos calientes de estas islas, en la
transparencia del aire, en la tibieza del mar, en la flora y la fauna de la
región macaronésica. De ahí el concepto de la tropicalidad de Canarias, esa
vitalidad, esa alegría de vivir que nos acerca a los territorios próximos, a la
orilla africana, a la orilla caribeña a la que hemos mandado tanta emigración y
que a su vez nos ha devuelto palabras, gastronomía, ritos. Canarias como
territorio de ida y vuelta, entrevisto por creadores con los ojos atentos. Y seguramente
se refería Dámaso a ese arte continental que conoció en 1966, abajo en Dákar,
en aquella exposición que de alguna forma sirvió para confirmar su camino
futuro, siempre explorando orillas. Porque en el almacén del artista exaltado, vital
e hiperactivo, torrencial, el crítico ha rescatado bocetos, tótems, máscaras,
esculturas, dibujos. Hay en esa obra un cierto indigenismo negroide, el mismo
que marca la fiesta ancestral de La Rama, y que se expone en Casa África, en la
que por ahora es la última exposición de obra suya.
Dámaso siempre habla de sus sus raíces agaetenses, su infancia contemplando el mar, el Huerto
de las Flores de los poetas, el pinar de Tamadaba, el Valle y el tríptico flamenco
de Las Nieves. Alonso Quesada, Lorca, Pessoa han estado en su mesilla de noche.
Y cómo no recordar sus series: Héroes atlánticos, La Umbría, Sexo Quemado. Y de
sus contemplaciones y sus intuiciones sobre la naturaleza, el mar y el cielo
surgió su vocación: pintor y escultor, grabador, muralista, diseñador, cineasta.
También fue un intuitivo que
asimiló la teoría de la negritud que elaboró Senghor, poeta que fue presidente
de Senegal, intelectual que quiso rescatar a su gente, la solidaridad y el
compromiso con pueblos oprimidos por la historia, que intentan elevar la voz de
los pueblos colonizados. Aunque preferimos mirar al norte, aunque casi siempre
viajamos a Europa y Norteamérica, África está ahí al lado y hemos tenido amigos
africanos tan importantes como Amadou Ndoye, el catedrático de español en
Dákar, que tanto hizo por nuestras letras.
A sus 81 años entra y sale del hospital con su afán de
superviviente, porque siempre queda otro proyecto pendiente, otra cosa por
hacer. Este hombre no se rinde a la muerte, sino que la enfrenta colocando
frente a ella su escudo de fuerza arrolladora, de entusiasmo creador. La luz de
este mes de mayo reverdece por los cuatro costados, el aire sahariano trae la
tropicalidad de La Rama, y las cosas de Juanita, aquella mujer de Agaete casi
descarriada, casi bruja. La tropicalidad es también el mal de ojo, el curanderismo,
la superstición, tan arraigada cuando hasta el lenguaje popular refleja
elementos mágicos. Y el ídolo de Tara transformado en un mascarón africano, con
sus cuernecillos, y la utilización de instrumentos de la vida cotidiana para
fabricar pequeñas esculturas que se convierten en otra cosa. Y esos 13 bocetos
rescatados en los que aparecen hombres negros, tristes, erguidos, apaleados
pero desbordantes.
El mestizaje con la población africana de los primeros
ingenios azucareros en Agaete, Telde, Argual, Tazacorte, Taganana o La Orotava
dejó señales identitarias que flotan en el subconsciente colectivo. Nos dicen
los cronistas que en el primer tercio del siglo XVI ya había más de 20 ingenios
azucareros en Gran Canaria, los maestros azucareros vinieron de Madeira pero la
mano de obra vino de la costa africana, y de este modo se injertó un elemento
racial nuevo en la gente de las islas. El continente tan cerca y tan lejos,
África en el Parque Santa Catalina, donde siempre hubo un escaparate africano
“folklórico y decorativo.” Además de los elementos raciales y políticos, quizá
lo que nos ha alejado de África es la cercanía a un territorio tan áspero como
el desierto del Sáhara. Pero ahora la posición de las islas se valora por sus
posibilidades comerciales cara a naciones emergentes, futuro mercado.
Es hombre de compromiso, tal como señala el crítico Orlando
Brito, pues ya en los años 60, al ponerse en marcha el proceso descolonizador entiende
la cultura como puente con las jóvenes naciones vecinas. Desde entonces surge
el compromiso social y estético del artista con el arte africano. El Dámaso
viajero que marcha a Egipto en compañía de César Manrique, que a través de
Lorca visita Nueva York y encuentra los elementos afroamericanos que van desde
Harlem a Cuba y a otros mundos latinoamericanos.
En las salas de Casa África hay objetos, collages,
pintura matérica y toda una variedad de técnicas y obras que incorporan hojas
de platanera, tela de arpillera, cuero, arena volcánica, espejos. Claro que las
diferencias sociales, históricas y hasta religiosas nos han colocado de
espaldas al continente negro. Y el drama de las pateras, y los cientos o quizá
miles de africanos que se tragó el océano en su sueño de llegar a estas islas.
Y ese sufrimiento de naciones empobrecidas por tantos conflictos bélicos, por
tanta explotación de las potencias europeas. De ahí esa serie que se denomina
Crucifixión Negra, las Tragedias Atlánticas, las Máscaras-Papahuevos. Claro que
el espíritu explorador del artista le llevó a buscar conexiones entre la
canariedad y la africanidad, rituales próximos en culturas tan diferentes y tan
próximas.
Dámaso es un cosmopolita que hurga en sus ancestros
para perfilar una obra admirada por la mayoría, no en vano es uno de los iconos
culturales del archipiélago, Honoris Causa por la ULPGC, Premio Canarias, capaz
de crear relaciones con tanta gente, con tantos proyectos, con tanta
clarividencia. Un creador que no se jubila, como si tuviera el arte de perpetuarse
tras los achaques de la edad. Dice que ya solo le queda permanecer en estado de
reflexión, pero en realidad nunca abdica de su arrebato, de su versatilidad, de
su capacidad rompedora para crear. Siempre crear, más allá de la contingencia
de estar vivo.
Buen artículo.Sincretismo y pasión arrolladora nuestro Dámaso.
ResponderEliminarun saludo