Una isla es un territorio repleto
de electricidad que viene desde abajo, que se sustancia hacia el aire. Así nos
muestra la insignificancia de lo que somos en el enorme cosmos pero a la vez
nos aporta la potencia de sentirnos tan pegados a la tierra y ser viento,
criaturas errantes con poca base. Tal vez por eso tengo pesadillas. Anoche se me
apareció una mujer con la apariencia de un ángel custodio, similar a una
estatua de mediados del XVI, en pleno esplendor del arte de Flandes, una talla
de madera policromada que debió venir a las islas a cambio de una partida de
azúcar, las islas enviaban azúcar a Europa y a cambio venían tejidos,
manufacturas, objetos artísticos. Lo cierto es que se trata de una imagen cuya
conservación es bastante buena. La joven desciende del altar como una sombra y
adquiere forma humana, siento su respiración, escucho el leve aleteo de sus
pasos, su mirada es profunda, su perfume es de jazmín. Cuando era chico fui
monaguillo, me gusta todavía el aroma del incienso y de las flores frescas, en
especial las azucenas de la
Dolorosa. Lo desempeñé solo un par de años, hasta que me
entró la crisis de la fe y no quería repetir latinajos que no entendía. Lo
bueno era gozar el vino dulce y los recortes de obleas sobrantes de las
comuniones. Pero aquello no era lo mío. Al cura no le sentó bien que careciese
de ganas para ir al seminario, la universidad de los pobres por entonces, la
salida más coherente para la falta de medios de mi familia. Pero yo, erre que
erre, me empeñé en llegar a la universidad por mis propios medios. Me gustaban
las imágenes armoniosas, las tallas de Brabante eran mis preferidas: vírgenes
agasajando al divino infante, los apóstoles con toda su gallardía. Pero el
altar mayor, visto por detrás, era un decepcionante caparazón de madera hurgado
por las termitas. En verano, transformadas en insectos voladores, revoloteaban
en tropel. ¿Tienen razón los protestantes cuando afirmaban que no es bueno
adorar objetos terrenales, ídolos que entrañan la superstición? No sé, estoy en
un mar de dudas. Siento que ya no tengo ángel de la guarda.
Precioso relato, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarblog-rosariovalcarcel.blogspot.com
Una isla es un territorio repleto de electricidad que viene desde abajo,... bonito comienzo para un relato entrañable.
ResponderEliminarBuen relato, en el sentido de detallar unos hechos ciertamente biográficos, entre el cuento, el artículo y la reflexión, a la misma altura, o superior, de los famosos «articuentos» de Juan José Millás. Y es que no hay que irse lejos para encontrar la calidad.
ResponderEliminarAquiles García Brito.